domingo, 29 de octubre de 2017

Qué hace y qué dice el Corazón de Jesús en el Sagrario 28 - Levántate - San Manuel González García

LEVÁNTATE
(Mt 9,6)




He registrado el Evangelio y he visto que no es sólo un libro de contemplación, sino también un programa de acción y ¡qué completo, qué arriesgado y a la par qué indulgente con nuestra flaqueza!
Corazón de mi Jesús Sacramentado, aquí tienes de rodillas ante tu Sagrario un aprendiz: ¡enséñale a hacer según tu programa!

¡Levántate!
Es la primera lección.
¡Con qué relieve aparece ante mis ojos ésa que después de todo es una verdad de sentido común!: que para andar aunque sea un solo paso es menester levantarse. ¡Cómo despierta en mi alma ese levántate del Maestro tempestades de recuerdos y de remordimientos...!
El «levántate» que hacía andar a los paralíticos, despertaba a los dormidos y echaba fuera de sus tumbas a los muertos, ¿qué ha conseguido de mí? Porque es cierto que a mi oído ha llegado más de una vez en los buenos ratos que siguen a una fervorosa Comunión o acompañan a una visita al Sagrario, el «levántate» de aquellos milagros y también es cierto que después he seguido cojeando con una vida de frecuentes caídas y recaídas, o me he vuelto a dormir en el sueño de la tibieza o ¡qué pena! me he vuelto a morir y me han llevado otra vez a la tumba...

¡Qué diferencia, tan deshonrosa para nosotros, entre los curados del Evangelio y los curados del Sagrario! Allí, al «levántate» de tu misericordia y de tu poder dicho una sola vez, respondían los hombres con el salto de su curación radical y de su vida nueva; aquí, al «levántate» de tu amor paciente repetido tantas veces cuantas horas tiene el día y cuantos hijos tienes en cada Sagrario, respondemos unas veces con el bostezo del perezoso, otras con el encogimiento de hombros del indiferente, cuando no con nuevas ofensas e ingratitudes.

Sin levantarse no se anda


Y, sin embargo, sin levantarnos, nada podemos hacer ni en la obra de Dios, que es su gloria, ni en la obra del prójimo y nuestra, que es la santificación.
A la luz de esta consideración tan rudimentaria, he visto la causa de la infecundidad de no pocas acciones y empresas dirigidas al parecer por espíritu cristiano y para fines cristianos.

El secreto de esa infecundidad está en que los que así obran son gentes que se empeñan en realizar ese contrasentido.
Andar y hacer andar sin levantarse ellos del pecado o de la tibieza...
Marías, Discípulos fieles, vosotros que andáis empeñados en la gran obra de la compañía del Sagrario abandonado y que para matar estos abandonos andáis leguas y leguas, ¿habéis empezado por levantaros?
¿Tratáis cada día de oponer al «descansa ya, déjalo todo» que os susurra al oído la sensualidad o el amor propio, el «levántate» que el Maestro bueno del Sagrario os dice tantas veces cuántas horas tiene el día y cuántos hijos tiene en cada Sagrario...?


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