Entrevista
realizada por
a Mons. Héctor Aguer
publicada en Religión en Libertad
El 26 mayo 2019
En los últimos meses hemos
podido entrevistar en profundidad a Héctor Rubén Aguer, arzobispo emérito de La Plata y uno de los
prelados argentinos más relevantes del último cuarto de siglo. Hemos abordado,
entre otras cuestiones relevantes, los fundamentos de su formación intelectual,
la forma de conducirse ante la confusión en la Iglesia y
asimismo la falsa contraposición
doctrina-pastoral. Ofrecemos ahora en primicia una selección de algunas respuestas de monseñor
Aguer a la última y más amplia conversación mantenida con él, con la cual se
completará un material informativo y orientativo de gran importancia que verá la luz próximamente en forma de
libro.
-¿Cuál fue su formación como
católico antes de entrar en el seminario?
-Le debo la formación de una
cabeza y un corazón católicos al presbítero doctor Julio Ramón Meinvielle. Todos los domingos a las 10 de la mañana,
el padre Julio reunía en su capellanía de la histórica Casa de Ejercicios, en
la esquina de Independencia y Salta, a jóvenes que se animaban a leer la Suma Teológica, explicada
admirablemente por él. Recuerdo que, el primer año que concurrí, comentó las
cuestiones referentes a la Creación; así me introduje, casi sin darme cuenta,
pero entusiasmado, en la metafísica,
guiado por las explicaciones que hacía el padre Julio y los libros que me
prestaba o regalaba.
(Meinvielle fue uno de los más eximios pensadores argentinos;
además, un fervoroso pastor popular. El mundo "oficial", tanto
eclesiástico como secular, no le hizo justicia. Era lógico, aun antes del
Vaticano II, el catolicismo ya estaba afectado de cierto liberalismo o
progresismo, que después del Concilio campeó olímpicamente, con daños tremendos
para la Iglesia y la sociedad argentina.)
-¿Cuál es su recuerdo personal
del Concilio Vaticano II?
-Ingresé al seminario durante el
desarrollo del Concilio. El momento eclesial –lo veo ahora con toda claridad–
no era el mejor para la formación de los jóvenes que nos encaminábamos al
sacerdocio. Había buenos superiores y profesores, pero el clima era de confusión: todo se ponía en
duda. Lo que los Padres discutían en el aula vaticana era, al día
siguiente, más o menos el tema de discusión en el comedor y de los cuchicheos
en pasillos y habitaciones. ¡Aun cuando la comunicación no poseía la celeridad
que alcanza en nuestros días! Yo leía en L'Osservatore Romano, edición
argentina, el resumen de las intervenciones de los protagonistas del
Concilio. Certezas seculares del
catolicismo eran erosionadas en aquellas controversias entre
"progresistas" y "tradicionalistas"; esta división, más
allá de los reduccionismos adolescentes, tenía una inocultable vigencia y, en
mi opinión, explica la imagen que se ha establecido del Vaticano II. (...)
Recuerdo una expresión del Papa Montini [Pablo VI], por
demás elocuente como descripción de lo que se vivía. La cito ad sensum:
"Esperábamos una floreciente
primavera, pero sobrevino un crudo invierno". (...)
Se ha ido agravando la ausencia de la Iglesia de aquellos centros
donde se gestan las vigencias culturales. Estas se imponen en la
sociedad, sus usos y costumbres, y dejan desubicadas a las declaraciones
episcopales, las cuales se recluyen en la problemática social, a reclamar por
la situación de "los pobres", los cuales, a cientos, pasan cada año a
integrar la iglesias evangélicas.
-¿Por qué ese resultado a pesar
de la preocupación postconciliar por el Tercer Mundo?
-Cuando me inicié en el
ejercicio del ministerio presbiteral, arreciaba la derivación tercermundana del progresismo. Medellín [Conferencia
del CELAM en 1968] fue una especie de bandera que cubría posiciones arrastradas
por la ola de difusión marxista en
Latinoamérica que se inició en Cuba en 1959. No juzgo las intenciones de los
sacerdotes que protagonizaron el Movimiento llamado "para el tercer
mundo" (o del Tercer Mundo). Entre ellos había amigos míos muy queridos.
Reunieron a su alrededor a muchos laicos, y su poder de captación se manifestó
ya en los últimos años de Seminario. El desconcierto y la confusión de los católicos se manifestó
en la guerra interna que causó tanto dolor y tantas muertes, y cuyas secuelas
de injusticia todavía padecemos. Creo tener una idea bien ponderada acerca del
problema, que no será fácil de resolver en el plano judicial y político. La
cuestión de la infiltración
marxista en la Iglesia fue denunciada por el mártir Carlos Sacherien su libro La
Iglesia Clandestina, que no fue tomado en cuenta por el Episcopado
argentino.
(Carlos
Alberto Sacheri (1933-1974), filósofo católico, divulgador de
la doctrina social de la Iglesia y crítico de la penetración
marxista en la Iglesia a través de la Teología de la Liberación. Fue asesinado
por terroristas del Ejército Revolucionario del Pueblo un domingo, a la salida
de misa, en presencia de su mujer y sus hijos.)
-¿Qué pasó en la Iglesia en esta
porción del planeta descubierta por la España misionera?
-Hubo una sucesión de reuniones
generales del Episcopado latinoamericano, a partir de la segunda realizada en
Medellín; siguieron Puebla, Santo Domingo y Aparecida. Durante un tiempo, las
declaraciones finales de esas reuniones capturaban la atención general de las
diócesis; pero en realidad, cada una de las iglesias locales debía llevar
adelante la actividad pastoral según las necesidades propias que, a veces, eran
determinadas por situaciones ajenas a la voluntad de la Iglesia. En mi opinión,
no se puede decir, sin más, que esas Conferencias Generales, que suscitaban
adhesiones febriles y controversias, hayan contribuido a sostener la raigambre católica de estos pueblos
evangelizados por España.
»Muchas veces las cuestiones
sociales, económicas y políticas ocupaban una preponderancia sobre el estudio
serio, de base teológica e histórica, de la situación religiosa de nuestros
pueblos. En aquellas Conferencias se prestó particular atención a la pobreza
crónica que afecta a Latinoamérica; pero paradojalmente, muchos pobres,
bautizados en la Iglesia Católica, pasan cada año a integrar las crecientes
comunidades evangélicas, en las
que se habla de Dios, de la salvación en Jesucristo y de las realidades eternas.
En algunos países esa situación asume proporciones alarmantes; precisamente
allí donde han sido más intensos los acentos de una visión secularista y
populista de la pastoral.
»Los resultados ponen de
manifiesto lo inadecuado de esas orientaciones teológicas y catequísticas.
Nunca se combatieron en serio los errores y, en buena medida, la infertilidad
de la Iglesia se debió a la contraposición o brecha entre tradicionalistas y
progresistas, que ha de ser aclarada. Si los resultados del "espíritu del Concilio", es decir, de los
mitos progresistas han sido desastrosos, lo sensato es volver a la gran
tradición eclesial, que asegura la auténtica renovación. Además, no debería
olvidarse nunca que la misión evangelizadora de la Iglesia consiste en orientar
hombres, pueblos e instituciones hacia Jesucristo, con la vista puesta en el
Reino, y no resolver los problemas temporales; se ha menospreciado el don de la gracia y el influjo radiante de la
santidad.
-Muchos piensan que la Iglesia
debería convertirse en una ONG con una misión humanitaria para no más allá de
esta tierra...
-Es verdad, así piensan
muchos. Pero los hombres de Iglesia hemos dado lugar a ese equívoco fatal,
sobre todo una interpretación errada del Concilio Vaticano II y de otros
documentos eclesiales. El sentido
de lo sobrenatural parece obturado en muchos católicos. Sobre todo,
hay que tener en cuenta que en nuestro país la inmensa mayoría de los católicos
no va a misa y quienes bautizan a sus hijos no comprenden ni asumen el deber de
educarlos en la fe. No pueden hacerlo porque ellos no viven esa fe. La
Argentina es un país de paganos bautizados. Es lógico, entonces, que solo vean
en la Iglesia su capacidad humanitaria.
-¿Cómo plantearía la
recristianización de nuestra querida Patria?
-Habría que plantear como
prioridad la formación o educación
cristiana integral de los bautizados y, enseguida, cómo
salvaguardarla de la extinción o
contaminación de la fe y la moral cristiana que impone la agenda global a
la que obedecen nuestros gobiernos.
»El actual está haciendo un
daño inesperado de destrucción de lo que podía haber de sano en nuestra
sociedad. La acción anticatólica
de la masonería se ha hecho más intensa y desembozada en los
últimos años, el gobierno de Cambiemos es un gobierno confesamente masónico
que apunta a la corrupción
cultural mientras mucha gente pasa hambre. No podemos profetizar
qué éxito podrá tener la vieja secta anticatólica enancada en los partidos
políticos formados, en su mayoría, por gente de una ignorancia y una soberbia
de terror.
»La Argentina es un país donde,
crónicamente, los católicos no va a misa y, sobre todo a causa de este defecto,
se ha ido convirtiendo en un país
de paganos bautizados. El avance de las iglesias evangélicas
continúa año tras año; nosotros hablamos de "los pobres" y estos
emigran hacia aquellas. Yo deseo la recatolización de nuestra patria y siempre
me he propuesto hacer algo para que este ideal se concrete. ¿Puede ser
objeto de esperanza teologal o es simplemente una aspiración deseable e inconcreta?
Últimamente se me clavan en el corazón estas palabras del Señor: "En un
abrir y cerrar de ojos Dios puede hacer justicia a sus elegidos, que claman a
Él día y noche, pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la
tierra?" (Lc. 18, 8).
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