SAN JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 19 de junio de 1996
La Virgen María santa durante toda la vida
(Lectura: capítulo 11 del evangelio de san Lucas, versículos
27-28)
1. La definición del
dogma de la Inmaculada Concepción se refiere de modo directo únicamente al
primer instante de la existencia de María, a partir del cual fue
"preservada inmune de toda mancha de la culpa original". El
Magisterio pontificio quiso definir así sólo la verdad que había sido objeto de
controversias a lo largo de los siglos: la preservación del pecado
original, sin preocuparse de definir la santidad permanente de la Virgen
Madre del Señor.
Esa verdad pertenece
ya al sentir común del pueblo cristiano, que sostiene que María, libre del
pecado original, fue preservada también de todo pecado actual y la santidad
inicial le fue concedida para que colmara su existencia entera.
2. La Iglesia ha
reconocido constantemente que María fue santa e inmune de todo pecado o
imperfección moral. El concilio de Trento expresa esa convicción afirmando que
nadie "puede en su vida entera evitar todos los pecados aun los veniales,
si no es ello por privilegio especial de Dios, como de la bienaventurada Virgen
lo enseña la Iglesia" (DS 1.573). También el cristiano transformado y
renovado por la gracia tiene la posibilidad de pecar. En efecto, la gracia no
preserva de todo pecado durante el entero curso de la vida, salvo que, como
afirma el concilio de Trento, un privilegio especial asegure esa inmunidad del
pecado. Y eso es lo que aconteció en María.
El concilio tridentino
no quiso definir este privilegio, pero declaró que la Iglesia lo afirma con
vigor: Tenet, es decir, lo mantiene con firmeza. Se trata de una
opción que, lejos de incluir esa verdad entre las creencias piadosas o las
opiniones de devoción confirma su carácter de doctrina sólida, bien presente en
la fe del pueblo de Dios. Por lo demás, esa convicción se funda en la gracia
que el ángel atribuye a María en el momento de la Anunciación. Al llamarla
"llena de gracia", el ángel reconoce en ella a la mujer dotada de una
perfección permanente y de una plenitud de santidad, sin sombra de culpa ni de
imperfección moral o espiritual.
3. Algunos Padres de la Iglesia de los primeros siglos, al no estar aún convencidos de su santidad perfecta, atribuyeron a María imperfecciones o defectos morales. También algunos autores recientes han hecho suya esta posición. Pero los textos evangélicos citados para justificar estas opiniones no permiten en ningún caso fundar la atribución de un pecado, ni siquiera una imperfección moral, a la Madre del Redentor.
La respuesta de Jesús
a su madre, a la edad de doce años: "¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais
que yo debía ocuparme de las cosas de mi Padre?" (Lc 2, 49) fue, en
ocasiones, interpretada como un reproche encubierto. Ahora bien, una lectura
atenta de ese episodio lleva a comprender que Jesús no reprochó a su madre y a
José el hecho de que lo estaban buscando, dado que tenían la responsabilidad de
velar por él.
Al encontrar a Jesús
después de una ardua búsqueda, María se limita a preguntarle solamente el porqué de
su conducta: "Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?" (Lc 2, 48). Y
Jesús responde con otro porqué, sin hacer ningún reproche y
refiriéndose al misterio de su filiación divina.
Ni siquiera las
palabras que pronunció en Caná: "¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no
ha llegado mi hora" (Jn 2, 4) pueden interpretarse como un reproche.
Ante el probable malestar que hubiera provocado en los recién casados la falta
de vino, María se dirige a Jesús con sencillez confiándole el problema. Jesús,
a pesar de tener conciencia de que como Mesías sólo estaba obligado a cumplir
la voluntad del Padre, accede a la solicitud de su madre. Sobre todo, responde
a la fe de la Virgen y de ese modo comienza sus milagros, manifestando su
gloria.
4. Algunos han
interpretado en sentido negativo la declaración que hace Jesús cuando, al
inicio de la vida pública, María y sus parientes desean verlo. Refiriéndose a
la respuesta de Jesús a quien le dijo: "Tu madre y tus hermanos están ahí
fuera y quieren verte" (Lc 8, 20), el evangelista san Lucas nos
brinda la clave de lectura del relato, que se ha de entender a partir de las
disposiciones intimas de María, muy diversas de las de los "hermanos"
(cf. Jn 7, 5). Jesús respondió: "Mi madre y mis hermanos son
aquellos que oyen la palabra de Dios y la cumplen" (Lc 8, 21). En
efecto, en el relato de la Anunciación san Lucas ha mostrado cómo María ha sido
el modelo de escucha de la palabra de Dios y de docilidad generosa.
Interpretado de acuerdo con esa perspectiva, el episodio constituye un gran
elogio de María, que realizó perfectamente en su vida el plan divino. Las
palabras de Jesús a la vez que se oponen al intento de los hermanos, exaltan la
fidelidad de María a la voluntad de Dios y la grandeza de su maternidad, que
vivió no sólo física sino también espiritualmente.
Al hacer esta alabanza
indirecta, Jesús usa un método particular: pone de relieve la nobleza de la
conducta de María, a la luz de afirmaciones de alcance más general, y muestra
mejor la solidaridad y la cercanía de la Virgen a la humanidad en el difícil
camino de la santidad.
Por último, las
palabras "Dichosos más bien los que oyen la palabra de Dios y la
guardan" (Lc 11, 28), que pronuncia Jesús para responder a la mujer
que declaraba dichosa a su madre, lejos de poner en duda la perfección personal
de María destacan su cumplimiento fiel de la palabra de Dios: así las ha
entendido la Iglesia, incluyendo esa expresión en las celebraciones litúrgicas
en honor de María.
El texto evangélico
sugiere en efecto que con esta declaración Jesús quiso revelar que el motivo
más alto de la dicha de María consiste precisamente en la íntima unión con Dios
y en la adhesión perfecta a la palabra divina.
5. El privilegio
especial que Dios otorgó a la toda santa nos lleva a admirar las
maravillas realizadas por la gracia en su vida. Y nos recuerda también que
María fue siempre toda del Señor, y que ninguna imperfección disminuyó la
perfecta armonía entre ella y Dios.
Su vida terrena, por
tanto, se caracterizó por el desarrollo constante y sublime de la fe, la
esperanza y la caridad. Por ello, María es para los creyentes signo luminoso de
la Misericordia divina y guía segura hacia las altas metas de la perfección
evangélica y la santidad.
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