SAN JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 3 de julio de 1996
La fe de la Virgen María
(Lectura: capítulo 1
del evangelio de san Lucas,versículos 41-45)
1. En la narración
evangélica de la Visitación, Isabel, "llena de Espíritu Santo",
acogiendo a María en su casa, exclama: "¡Feliz la que ha creído que se
cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1,
45). Esta bienaventuranza, la primera que refiere el evangelio de san Lucas,
presenta a María como la mujer que con su fe precede a la Iglesia en la
realización del espíritu de las bienaventuranzas.
El elogio que Isabel
hace de la fe de María se refuerza comparándolo con el anuncio del ángel a
Zacarías. Una lectura superficial de las dos anunciaciones podría considerar
semejantes las respuestas de Zacarías y de María al mensajero divino: "¿En
qué lo conoceré? Porque yo soy viejo y mi mujer avanzada en edad", dice
Zacarías; y María: "¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?" (Lc 1,
18. 34). Pero la profunda diferencia entre las disposiciones íntimas de los
protagonistas de los dos relatos se manifiesta en las palabras del ángel, que
reprocha a Zacarías su incredulidad, mientras que da inmediatamente una
respuesta a la pregunta de María. A diferencia del esposo de Isabel, María se
adhiere plenamente al proyecto divino, sin subordinar su consentimiento a la
concesión de un signo visible.
Al ángel que le propone ser madre, María le hace presente su propósito de virginidad. Ella, creyendo en la posibilidad del cumplimiento del anuncio, interpela al mensajero divino sólo sobre la modalidad de su realización, para corresponder mejor a la voluntad de Dios, a la que quiere adherirse y entregarse con total disponibilidad. "Buscó el modo; no dudó de la omnipotencia de Dios", comenta san Agustín (Sermo 291).
2. También el contexto
en el que se realizan las dos anunciaciones contribuye a exaltar la excelencia
de la fe de María. En la narración de san Lucas captamos la situación más
favorable de Zacarías y lo inadecuado de su respuesta. Recibe el anuncio del
ángel en el templo de Jerusalén, en el altar delante del "Santo de los
Santos" (cf. Ex 30, 6-8); el ángel se dirige a él mientras
ofrece el incienso; por tanto, durante el cumplimiento de su función
sacerdotal, en un momento importante de su vida; se le comunica la decisión
divina durante una visión. Estas circunstancias particulares favorecen una
comprensión más fácil de la autenticidad divina del mensaje y son un motivo de
aliento para aceptarlo prontamente.
Por el contrario, el
anuncio a María tiene lugar en un contexto más simple y ordinario, sin los
elementos externos de carácter sagrado que están presentes en el anuncio a
Zacarías. San Lucas no indica el lugar preciso en el que se realiza la
anunciación del nacimiento del Señor; refiere, solamente, que María se hallaba
en Nazaret, aldea poco importante, que no parece predestinada a ese
acontecimiento. Además, el evangelista no atribuye especial importancia al
momento en que el ángel se presenta, dado que no precisa las circunstancias
históricas. En el contacto con el mensajero celestial, la atención se centra en
el contenido de sus palabras, que exigen a María una escucha intensa y una fe
pura.
Esta última
consideración nos permite apreciar la grandeza de la fe de María, sobre todo si
la comparamos con la tendencia a pedir con insistencia, tanto ayer como hoy,
signos sensibles para creer. Al contrario, la aceptación de la voluntad divina
por parte de la Virgen está motivada sólo por su amor a Dios.
3. A María se le
propone que acepte una verdad mucho más alta que la anunciada a Zacarías. Éste
fue invitado a creer en un nacimiento maravilloso que se iba a realizar dentro
de una unión matrimonial estéril, que Dios quería fecundar. Se trata de una
intervención divina análoga a otras que habían recibido algunas mujeres del
Antiguo Testamento: Sara (Gn 17, 15-21; 18, 10-14), Raquel (Gn 30,
22), la madre de Sansón (Jc 13, 1-7) y Ana, la madre de Samuel (1 S 1,
11-20). En estos episodios se subraya, sobre todo, la gratuidad del don de
Dios.
María es invitada a
creer en una maternidad virginal, de la que el Antiguo Testamento no recuerda
ningún precedente. En realidad, el conocido oráculo de Isaías: "He aquí
que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre
Emmanuel" (Is 7, 14), aunque no excluye esta perspectiva, ha sido
interpretado explícitamente en este sentido sólo después de la venida de
Cristo, y a la luz de la revelación evangélica.
A María se le pide que
acepte una verdad jamás enunciada antes. Ella la acoge con sencillez y audacia.
Con la pregunta: "¿Cómo será esto?", expresa su fe en el poder divino
de conciliar la virginidad con su maternidad única y excepcional.
Respondiendo: "El
Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su
sombra" (Lc 1, 35), el ángel da la inefable solución de Dios a la
pregunta formulada por María. La virginidad, que parecía un obstáculo, resulta
ser el contexto concreto en que el Espíritu Santo realizará en ella la
concepción del Hijo de Dios encarnado. La respuesta del ángel abre el camino a
la cooperación de la Virgen con el Espíritu Santo en la generación de Jesús.
4. En la realización
del designio divino se da la libre colaboración de la persona humana. María,
creyendo en la palabra del Señor, coopera en el cumplimiento de la maternidad
anunciada.
Los Padres de la
Iglesia subrayan a menudo este aspecto de la concepción virginal de Jesús.
Sobre todo san Agustín, comentando el evangelio de la Anunciación, afirma:
"El ángel anuncia, la Virgen escucha, cree y concibe" (Sermo 13 in
Nat. Dom.). Y añade: "Cree la Virgen en el Cristo que se le anuncia, y la
fe le trae a su seno; desciende la fe a su corazón virginal antes que a sus
entrañas la fecundidad maternal" (Sermo 293).
El acto de fe de María
nos recuerda la fe de Abraham, que al comienzo de la antigua alianza creyó en
Dios, y se convirtió así en padre de una descendencia numerosa (cf. Gn 15,
6; Redemptoris Mater, 14). Al comienzo de la nueva alianza también María,
con su fe, ejerce un influjo decisivo en la realización del misterio de la
Encarnación, inicio y síntesis de toda la misión redentora de Jesús.
La estrecha relación
entre fe y salvación, que Jesús puso de relieve durante su vida pública
(cf. Mc 5, 34; 10, 52; etc.), nos ayuda a comprender también el papel
fundamental que la fe de María ha desempeñado y sigue desempeñando en la
salvación del género humano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario