Vigésimo séptimo domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 755: la Iglesia
es la viña de Dios
CEC 1830-1832: los
dones y los frutos del Espíritu Santo
CEC 443: los
profetas son los siervos, Cristo es el Hijo
CEC 755: la Iglesia
es la viña de Dios
755 "La Iglesia es labranza o campo de Dios (1 Co 3, 9). En este campo crece el antiguo olivo
cuya raíz santa fueron los patriarcas y en el que tuvo y tendrá lugar la
reconciliación de los judíos y de los gentiles (Rm 11, 13-26). El labrador del cielo la plantó como viña
selecta (Mt 21, 33-43 par.; cf. Is 5, 1-7). La verdadera vid es Cristo, que da vida y
fecundidad a a los sarmientos, es decir, a nosotros, que permanecemos en él por
medio de la Iglesia y que sin él no podemos hacer nada (Jn 15, 1-5)". (LG 6)
CEC 1830-1832: los
dones y los frutos del Espíritu Santo
1830 La vida moral
de los cristianos está sostenida por los dones del Espíritu Santo. Estos son
disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos
del Espíritu Santo.
1831 Los
siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia,
consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Pertenecen en plenitud a
Cristo, Hijo de David (cf Is 11, 1-2). Completan y llevan a su
perfección las virtudes de quienes los reciben. Hacen a los fieles dóciles para
obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas.
«Tu espíritu bueno
me guíe por una tierra llana» (Sal 143,10).
«Todos los que son
guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios [...] Y, si hijos, también
herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo» (Rm 8, 14.17)
1832 Los frutos del
Espíritu son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como
primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce:
“caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre,
fidelidad, modestia, continencia, castidad” (Ga 5,22-23, vulg.).
CEC 443: los profetas son los siervos, Cristo es el Hijo
443 Si Pedro pudo
reconocer el carácter transcendente de la filiación divina de Jesús Mesías es
porque éste lo dejó entender claramente. Ante el Sanedrín, a la pregunta de sus
acusadores: "Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?", Jesús ha
respondido: "Vosotros lo decís: yo soy" (Lc 22, 70; cf. Mt 26, 64; Mc 14, 61). Ya mucho antes, Él se designó como el
"Hijo" que conoce al Padre (cf. Mt 11, 27; 21, 37-38), que es distinto de los
"siervos" que Dios envió antes a su pueblo (cf. Mt 21, 34-36), superior a los propios ángeles
(cf. Mt 24, 36). Distinguió su filiación de la de sus
discípulos, no diciendo jamás "nuestro Padre" (cf. Mt 5, 48; 6, 8; 7, 21; Lc 11, 13) salvo para ordenarles "vosotros, pues, orad así:
Padre Nuestro" (Mt 6, 9); y subrayó esta distinción: "Mi Padre y
vuestro Padre" (Jn 20, 17).
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