Trigésimo domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 2052-2074: los
Diez Mandamientos interpretados a través de un doble amor
CEC 2061-2063: la
acción moral es la respuesta a la iniciativa del amor de Dios
CEC 2052-2074: los
Diez Mandamientos interpretados a través de un doble amor
SEGUNDA SECCIÓN
LOS DIEZ MANDAMIENTOS
“Maestro, ¿qué he de hacer...?”
2052 “Maestro,
¿qué he de hacer yo de bueno para conseguir la vida eterna?” Al joven que le
hace esta pregunta, Jesús responde primero invocando la necesidad de reconocer
a Dios como “el único Bueno”, como el Bien por excelencia y como la fuente de
todo bien. Luego Jesús le declara: “Si quieres entrar en la vida, guarda los
mandamientos”. Y cita a su interlocutor los preceptos que se refieren al amor
del prójimo: “No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás testimonio
falso, honra a tu padre y a tu madre”. Finalmente, Jesús resume estos
mandamientos de una manera positiva: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 19,
16-19).
2053 A
esta primera respuesta se añade una segunda: “Si quieres ser perfecto, vete, vende
lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego
ven, y sígueme” (Mt 19, 21). Esta res puesta no anula la primera.
El seguimiento de Jesucristo implica cumplir los mandamientos. La Ley no es
abolida (cf Mt 5, 17), sino que el hombre es invitado a
encontrarla en la persona de su Maestro, que es quien le da la plenitud
perfecta. En los tres evangelios sinópticos la llamada de Jesús, dirigida al
joven rico, de seguirle en la obediencia del discípulo, y en la observancia de
los preceptos, es relacionada con el llamamiento a la pobreza y a la castidad
(cf Mt 19, 6-12. 21. 23-29). Los consejos evangélicos son
inseparables de los mandamientos.
2054 Jesús
recogió los diez mandamientos, pero manifestó la fuerza del Espíritu operante ya
en su letra. Predicó la “justicia que sobrepasa la de los escribas y fariseos”
(Mt 5, 20), así como la de los paganos (cf Mt 5,
46-47). Desarrolló todas las exigencias de los mandamientos: “Habéis oído que
se dijo a los antepasados: No matarás [...]. Pues yo os digo: Todo aquel que se
encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal” (Mt 5,
21-22).
2055 Cuando
le hacen la pregunta: “¿Cuál es el mandamiento mayor de la Ley?” (Mt 22,
36), Jesús responde: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu
alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo
es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos
mandamientos penden toda la Ley y los Profetas” (Mt 22, 37-40;
cf Dt 6, 5; Lv 19, 18). El Decálogo debe ser
interpretado a la luz de este doble y único mandamiento de la caridad, plenitud
de la Ley:
«En efecto, lo de: No
adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y todos los demás preceptos,
se resumen en esta fórmula: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. La caridad no
hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud» (Rm 13,
9-10).
El Decálogo en la Sagrada Escritura
2056 La
palabra “Decálogo” significa literalmente “diez palabras” (Ex 34,
28 ; Dt 4, 13; 10, 4). Estas “diez palabras” Dios las reveló a
su pueblo en la montaña santa. Las escribió “con su Dedo” (Ex 31,
18), a diferencia de los otros preceptos escritos por Moisés (cf Dt 31,
9.24). Constituyen palabras de Dios en un sentido eminente. Son transmitidas en
los libros del Éxodo (cf Ex 20, 1-17) y del Deuteronomio
(cf Dt 5, 6-22). Ya en el Antiguo Testamento, los libros
santos hablan de las “diez palabras” (cf por ejemplo, Os 4,
2; Jr 7, 9; Ez 18, 5-9); pero su pleno
sentido será revelado en la nueva Alianza en Jesucristo.
2057 El
Decálogo se comprende ante todo cuando se lee en el con texto del Éxodo, que es
el gran acontecimiento liberador de Dios en el centro de la antigua Alianza.
Las “diez palabras”, bien sean formula das como preceptos negativos,
prohibiciones, o bien como mandamientos positivos (como “honra a tu padre y a
tu madre”), indican las condiciones de una vida liberada de la esclavitud del
pecado. El Decálogo es un camino de vida:
«Si [...] amas a tu
Dios, si sigues sus caminos y guardas sus mandamientos, sus preceptos y sus
normas, vivirás y te multiplicarás» (Dt 30, 16).
Esta fuerza liberadora del Decálogo aparece, por ejemplo,
en el mandamiento del descanso del sábado, destinado también a los extranjeros
y a los esclavos:
«Acuérdate de que
fuiste esclavo en el país de Egipto y de que tu Dios te sacó de allí con mano
fuerte y con tenso brazo» (Dt 5, 15).
2058 Las
“diez palabras” resumen y proclaman la ley de Dios: “Estas palabras dijo el
Señor a toda vuestra asamblea, en la montaña, de en medio del fuego, la nube y
la densa niebla, con voz potente, y nada más añadió. Luego las escribió en dos
tablas de piedra y me las entregó a mí” (Dt 5, 22). Por eso estas
dos tablas son llamadas “el Testimonio” (Ex 25, 169, pues contienen
las cláusulas de la Alianza establecida entre Dios y su pueblo. Estas “tablas
del Testimonio” (Ex 31, 18; 32, 15; 34, 29) se debían depositar en
el “arca” (Ex 25, 16; 40, 1-2).
2059 Las
“diez palabras” son pronunciadas por Dios dentro de una teofanía (“el Señor os
habló cara a cara en la montaña, en medio del fuego”: Dt 5,
4). Pertenecen a la revelación que Dios hace de sí mismo y de su gloria. El don
de los mandamientos es don de Dios y de su santa voluntad. Dando a conocer su
voluntad, Dios se revela a su pueblo.
2060 El
don de los mandamientos de la ley forma parte de la Alianza sellada por Dios
con los suyos. Según el libro del Éxodo, la revelación de las “diez palabras”
es concedida entre la proposición de la Alianza (cf Ex 19) y
su ratificación (cf Ex 24), después que el pueblo se
comprometió a “hacer” todo lo que el Señor había dicho y a “obedecerlo” (Ex 24,
7). El Decálogo no es transmitido sino tras el recuerdo de la Alianza (“el
Señor, nuestro Dios, estableció con nosotros una alianza en Horeb”: Dt 5,
2).
2061 Los
mandamientos reciben su plena significación en el interior de la Alianza. Según
la Escritura, el obrar moral del hombre adquiere todo su sentido en y por la
Alianza. La primera de las “diez palabras” recuerda el amor primero de Dios
hacia su pueblo:
«Como había habido, en
castigo del pecado, paso del paraíso de la libertad a la servidumbre de este
mundo, por eso la primera frase del Decálogo, primera palabra de los
mandamientos de Dios, se refiere a la libertad: “Yo soy el Señor tu Dios, que
te sacó de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre”» (Ex 20,
2; Dt 5, 6) (Orígenes, In Exodum homilia 8,
1).
2062 Los
mandamientos propiamente dichos vienen en segundo lugar. Expresan las
implicaciones de la pertenencia a Dios instituida por la Alianza. La existencia
moral es respuesta a la iniciativa amorosa del Señor. Es
reconocimiento, homenaje a Dios y culto de acción de gracias. Es cooperación
con el designio que Dios se propone en la historia.
2063 La
alianza y el diálogo entre Dios y el hombre están también confirmados por el
hecho de que todas las obligaciones se enuncian en primera persona (“Yo soy el
Señor...”) y están dirigidas a otro sujeto (“tú”). En todos los mandamientos de
Dios hay un pronombre personal en singular que designa el
destinatario. Al mismo tiempo que a todo el pueblo, Dios da a conocer su
voluntad a cada uno en particular:
«El Señor prescribió
el amor a Dios y enseñó la justicia para con el prójimo a fin de que el hombre
no fuese ni injusto, ni indigno de Dios. Así, por el Decálogo, Dios preparaba
al hombre para ser su amigo y tener un solo corazón con su prójimo [...]. Las
palabras del Decálogo persisten también entre nosotros (cristianos). Lejos de
ser abolidas, han recibido amplificación y desarrollo por el hecho de la venida
del Señor en la carne» (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 4,
16, 3-4).
El Decálogo en la Tradición de la Iglesia
2064 Fiel
a la Escritura y siguiendo el ejemplo de Jesús, la Tradición de la Iglesia ha
reconocido en el Decálogo una importancia y una significación primordiales.
2065 Desde
san Agustín, los “diez mandamientos” ocupan un lugar preponderante en la
catequesis de los futuros bautizados y de los fieles. En el siglo XV se tomó la
costumbre de expresar los preceptos del Decálogo en fórmulas rimadas, fáciles
de memorizar, y positivas. Estas fórmulas están todavía en uso hoy. Los
catecismos de la Iglesia han expuesto con frecuencia la moral cristiana
siguiendo el orden de los “diez mandamientos”.
2066 La
división y numeración de los mandamientos ha variado en el curso de la
historia. El presente catecismo sigue la división de los mandamientos
establecida por san Agustín y que ha llegado a ser tradicional en la Iglesia
católica. Es también la de las confesiones luteranas. Los Padres griegos
hicieron una división algo distinta que se usa en las Iglesias ortodoxas y las
comunidades reformadas.
2067 Los
diez mandamientos enuncian las exigencias del amor de Dios y del prójimo. Los
tres primeros se refieren más al amor de Dios y los otros siete más al amor del
prójimo.
«Como la caridad
comprende dos preceptos de los que, según dice el Señor, penden la ley y los
profetas [...], así los diez preceptos se dividen en dos tablas: tres están
escritos en una tabla y siete en la otra» (San Agustín, Sermo 33,
2, 2).
2068 El
Concilio de Trento enseña que los diez mandamientos obligan a los cristianos y
que el hombre justificado está también obligado a observarlos (cf DS
1569-1670). Y el Concilio Vaticano II afirma que: “Los obispos, como sucesores
de los Apóstoles, reciben del Señor [...] la misión de enseñar a todos los
pueblos y de predicar el Evangelio a todo el mundo para que todos los hombres,
por la fe, el bautismo y el cumplimiento de los mandamientos, consigan la
salvación” (LG 24).
La unidad del Decálogo
2069 El
Decálogo forma un todo indisociable. Cada una de las “diez palabras” remite a
cada una de las demás y al conjunto; se condicionan recíprocamente. Las dos
tablas se iluminan mutuamente; forman una unidad orgánica. Transgredir un
mandamiento es quebrantar todos los otros (cf St 2, 10-11). No
se puede honrar a otro sin bendecir a Dios su Creador. No se podría adorar a
Dios sin amar a todos los hombres, que son sus creaturas. El Decálogo unifica
la vida teologal y la vida social del hombre.
El Decálogo y la ley natural
2070 Los
diez mandamientos pertenecen a la revelación de Dios. Nos enseñan al mismo
tiempo la verdadera humanidad del hombre. Ponen de relieve los deberes
esenciales y, por tanto indirectamente, los derechos fundamentales, inherentes
a la naturaleza de la persona humana. El Decálogo contiene una expresión
privilegiada de la “ley natural”:
«Desde el comienzo,
Dios había puesto en el corazón de los hombres los preceptos de la ley natural.
Primeramente se contentó con recordárselos. Esto fue el Decálogo, el cual, si
alguien no lo guarda, no tendrá la salvación, y no les exigió nada más» (San
Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 4, 15, 1).
2071 Aunque
accesibles a la sola razón, los preceptos del Decálogo han sido revelados. Para
alcanzar un conocimiento completo y cierto de las exigencias de la ley natural,
la humanidad pecadora necesitaba esta revelación:
«En el estado de
pecado, una explicación plena de los mandamientos del Decálogo resultó
necesaria a causa del oscurecimiento de la luz de la razón y de la desviación
de la voluntad» (San Buenaventura, In quattuor libros Sententiarum,
3, 37, 1, 3).
Conocemos los mandamientos de la ley de Dios por la
revelación divina que nos es propuesta en la Iglesia, y por la voz de la con
ciencia moral.
La obligación del Decálogo
2072 Los
diez mandamientos, por expresar los deberes fundamentales del hombre hacia Dios
y hacia su prójimo, revelan en su contenido primordial obligaciones graves.
Son básicamente inmutables y su obligación vale siempre y en todas partes.
Nadie podría dispensar de ellos. Los diez mandamientos están grabados por Dios
en el corazón del ser humano.
2073 La
obediencia a los mandamientos implica también obligaciones cuya materia es, en
sí misma, leve. Así, la injuria de palabra está prohibida por el quinto
mandamiento, pero sólo podría ser una falta grave en razón de las
circunstancias o de la intención del que la profiere
“Sin mí no podéis hacer nada”
2074 Jesús
dice: “Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí como yo
en él, ése da mucho fruto; porque sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,
5). El fruto evocado en estas palabras es la santidad de una vida hecha fecunda
por la unión con Cristo. Cuando creemos en Jesucristo, participamos en sus
misterios y guardamos sus mandamientos, el Salvador mismo ama en nosotros a su
Padre y a sus hermanos, nuestro Padre y nuestros hermanos. Su persona viene a
ser, por obra del Espíritu, la norma viva e interior de nuestro obrar. “Este es
el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15,
12).
CEC 2061-2063: la
acción moral es la respuesta a la iniciativa del amor de Dios
2061 Los mandamientos reciben su
plena significación en el interior de la Alianza. Según la Escritura, el obrar
moral del hombre adquiere todo su sentido en y por la Alianza. La primera de
las “diez palabras” recuerda el amor primero de Dios hacia su pueblo:
«Como había habido, en
castigo del pecado, paso del paraíso de la libertad a la servidumbre de este
mundo, por eso la primera frase del Decálogo, primera palabra de los
mandamientos de Dios, se refiere a la libertad: “Yo soy el Señor tu Dios, que
te sacó de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre”» (Ex 20,
2; Dt 5, 6) (Orígenes, In Exodum homilia 8,
1).
2062 Los
mandamientos propiamente dichos vienen en segundo lugar. Expresan las
implicaciones de la pertenencia a Dios instituida por la Alianza. La existencia
moral es respuesta a la iniciativa amorosa del Señor. Es
reconocimiento, homenaje a Dios y culto de acción de gracias. Es cooperación
con el designio que Dios se propone en la historia.
2063 La
alianza y el diálogo entre Dios y el hombre están también confirmados por el
hecho de que todas las obligaciones se enuncian en primera persona (“Yo soy el
Señor...”) y están dirigidas a otro sujeto (“tú”). En todos los mandamientos de
Dios hay un pronombre personal en singular que designa el
destinatario. Al mismo tiempo que a todo el pueblo, Dios da a conocer su
voluntad a cada uno en particular:
«El Señor prescribió
el amor a Dios y enseñó la justicia para con el prójimo a fin de que el hombre
no fuese ni injusto, ni indigno de Dios. Así, por el Decálogo, Dios preparaba
al hombre para ser su amigo y tener un solo corazón con su prójimo [...]. Las
palabras del Decálogo persisten también entre nosotros (cristianos). Lejos de
ser abolidas, han recibido amplificación y desarrollo por el hecho de la venida
del Señor en la carne» (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 4,
16, 3-4).
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