CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE
CONSIDERACIONES
ACERCA DE LOS PROYECTOS
DE RECONOCIMIENTO LEGAL
DE LAS UNIONES
ENTRE PERSONAS HOMOSEXUALES
I.
NATURALEZA Y CARACTERÍSTICAS IRRENUNCIABLES DEL MATRIMONIO - II. ACTITUDES ANTE
EL PROBLEMA DE LAS UNIONES HOMOSEXUALES - III. ARGUMENTACIONES RACIONALES CONTRA
EL RECONOCIMIENTO LEGAL DE LAS UNIONES HOMOSEXUALES - De orden racional - De
orden biológico y antropológico - De orden social - De orden jurídico - IV.
COMPORTAMIENTO DE LOS POLÍTICOS CATÓLICOS ANTE LEGISLACIONES FAVORABLES A LAS
UNIONES HOMOSEXUALES
INTRODUCCIÓN
1. Recientemente, el Santo Padre Juan Pablo II y los Dicasterios competentes de la Santa Sede (1) han tratado en distintas ocasiones cuestiones concernientes a la homosexualidad. Se trata, en efecto, de un fenómeno moral y social inquietante, incluso en aquellos Países donde no es relevante desde el punto de vista del ordenamiento jurídico. Pero se hace más preocupante en los Países en los que ya se ha concedido o se tiene la intención de conceder reconocimiento legal a las uniones homosexuales, que, en algunos casos, incluye también la habilitación para la adopción de hijos. Las presentes Consideraciones no contienen nuevos elementos doctrinales, sino que pretenden recordar los puntos esenciales inherentes al problema y presentar algunas argumentaciones de carácter racional, útiles para la elaboración de pronunciamientos más específicos por parte de los Obispos, según las situaciones particulares en las diferentes regiones del mundo, para proteger y promover la dignidad del matrimonio, fundamento de la familia, y la solidez de la sociedad, de la cual esta institución es parte constitutiva. Las presentes Consideraciones tienen también como fin iluminar la actividad de los políticos católicos, a quienes se indican las líneas de conducta coherentes con la conciencia cristiana para cuando se encuentren ante proyectos de ley concernientes a este problema.(2) Puesto que es una materia que atañe a la ley moral natural, las siguientes Consideraciones se proponen no solamente a los creyentes sino también a todas las personas comprometidas en la promoción y la defensa del bien común de la sociedad.
I. NATURALEZA Y CARACTERÍSTICAS IRRENUNCIABLES DEL
MATRIMONIO
2. La enseñanza de la
Iglesia sobre el matrimonio y la complementariedad de los sexos repropone una
verdad puesta en evidencia por la recta razón y reconocida como tal por todas
las grandes culturas del mundo. El matrimonio no es una unión cualquiera entre
personas humanas. Ha sido fundado por el Creador, que lo ha dotado de una
naturaleza propia, propiedades esenciales y finalidades.(3) Ninguna ideología
puede cancelar del espíritu humano la certeza de que el matrimonio en realidad
existe únicamente entre dos personas de sexo opuesto, que por medio de la
recíproca donación personal, propia y exclusiva de ellos, tienden a la comunión
de sus personas. Así se perfeccionan mutuamente para colaborar con Dios en la
generación y educación de nuevas vidas.
3. La verdad natural
sobre el matrimonio ha sido confirmada por la Revelación contenida en las
narraciones bíblicas de la creación, expresión también de la sabiduría humana
originaria, en la que se deja escuchar la voz de la naturaleza misma. Según el
libro del Génesis, tres son los datos fundamentales del designo del Creador
sobre el matrimonio.
En primer lugar, el
hombre, imagen de Dios, ha sido creado « varón y hembra » (Gn 1,
27). El hombre y la mujer son iguales en cuanto personas y complementarios en
cuanto varón y hembra. Por un lado, la sexualidad forma parte de la esfera
biológica y, por el otro, ha sido elevada en la criatura humana a un nuevo
nivel, personal, donde se unen cuerpo y espíritu.
El matrimonio, además,
ha sido instituido por el Creador como una forma de vida en la que se realiza
aquella comunión de personas que implica el ejercicio de la facultad sexual.
« Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer,
y se harán una sola carne » (Gn 2, 24).
En fin, Dios ha
querido donar a la unión del hombre y la mujer una participación especial en su
obra creadora. Por eso ha bendecido al hombre y la mujer con las palabras:
« Sed fecundos y multiplicaos » (Gn 1, 28). En el designio del
Creador complementariedad de los sexos y fecundidad pertenecen, por lo tanto, a
la naturaleza misma de la institución del matrimonio.
Además, la unión matrimonial
entre el hombre y la mujer ha sido elevada por Cristo a la dignidad de
sacramento. La Iglesia enseña que el matrimonio cristiano es signo eficaz de la
alianza entre Cristo y la Iglesia (cf. Ef 5, 32). Este significado
cristiano del matrimonio, lejos de disminuir el valor profundamente humano de
la unión matrimonial entre el hombre la mujer, lo confirma y refuerza (cf. Mt 19,
3-12; Mc 10, 6-9).
4. No existe ningún
fundamento para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las
uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia. El
matrimonio es santo, mientras que las relaciones homosexuales contrastan con la
ley moral natural. Los actos homosexuales, en efecto, « cierran el acto
sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad
afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso ».(4)
En la Sagrada
Escritura las relaciones homosexuales « están condenadas como graves
depravaciones... (cf. Rm 1, 24-27; 1 Cor 6, 10; 1 Tim 1,
10). Este juicio de la Escritura no permite concluir que todos los que padecen
esta anomalía sean personalmente responsables de ella; pero atestigua que los
actos homosexuales son intrínsecamente desordenados ».(5) El mismo juicio
moral se encuentra en muchos escritores eclesiásticos de los primeros
siglos,(6) y ha sido unánimemente aceptado por la Tradición católica.
Sin embargo, según la
enseñanza de la Iglesia, los hombres y mujeres con tendencias homosexuales
« deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará,
respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta ».(7) Tales
personas están llamadas, como los demás cristianos, a vivir la castidad.(8)
Pero la inclinación homosexual es « objetivamente desordenada »,(9)
y las prácticas homosexuales « son pecados gravemente contrarios a la
castidad ».(10)
II. ACTITUDES ANTE EL PROBLEMA DE LAS UNIONES HOMOSEXUALES
5. Con respecto al
fenómeno actual de las uniones homosexuales, las autoridades civiles asumen
actitudes diferentes: A veces se limitan a la tolerancia del fenómeno; en otras
ocasiones promueven el reconocimiento legal de tales uniones, con el pretexto
de evitar, en relación a algunos derechos, la discriminación de quien convive
con una persona del mismo sexo; en algunos casos favorecen incluso la
equivalencia legal de las uniones homosexuales al matrimonio propiamente dicho,
sin excluir el reconocimiento de la capacidad jurídica a la adopción de hijos.
Allí donde el Estado
asume una actitud de tolerancia de hecho, sin implicar la existencia de una ley
que explícitamente conceda un reconocimiento legal a tales formas de vida, es
necesario discernir correctamente los diversos aspectos del problema. La conciencia
moral exige ser testigo, en toda ocasión, de la verdad moral integral, a la
cual se oponen tanto la aprobación de las relaciones homosexuales como la
injusta discriminación de las personas homosexuales. Por eso, es útil hacer
intervenciones discretas y prudentes, cuyo contenido podría ser, por ejemplo,
el siguiente: Desenmascarar el uso instrumental o ideológico que se puede hacer
de esa tolerancia; afirmar claramente el carácter inmoral de este tipo de
uniones; recordar al Estado la necesidad de contener el fenómeno dentro de
límites que no pongan en peligro el tejido de la moralidad pública y, sobre
todo, que no expongan a las nuevas generaciones a una concepción errónea de la
sexualidad y del matrimonio, que las dejaría indefensas y contribuiría, además,
a la difusión del fenómeno mismo. A quienes, a partir de esta tolerancia,
quieren proceder a la legitimación de derechos específicos para las personas
homosexuales conviventes, es necesario recordar que la tolerancia del mal es
muy diferente a su aprobación o legalización.
Ante el reconocimiento
legal de las uniones homosexuales, o la equiparación legal de éstas al
matrimonio con acceso a los derechos propios del mismo, es necesario oponerse
en forma clara e incisiva. Hay que abstenerse de cualquier tipo de cooperación
formal a la promulgación o aplicación de leyes tan gravemente injustas, y
asimismo, en cuanto sea posible, de la cooperación material en el plano
aplicativo. En esta materia cada cual puede reivindicar el derecho a la
objeción de conciencia.
III. ARGUMENTACIONES RACIONALES CONTRA EL RECONOCIMIENTO
LEGAL DE LAS UNIONES HOMOSEXUALES
6. La comprensión de
los motivos que inspiran la necesidad de oponerse a las instancias que buscan
la legalización de las uniones homosexuales requiere algunas consideraciones
éticas específicas, que son de diferentes órdenes.
De orden racional
La función de la ley
civil es ciertamente más limitada que la de la ley moral,(11) pero aquélla no
puede entrar en contradicción con la recta razón sin perder la fuerza de
obligar en conciencia.(12) Toda ley propuesta por los hombres tiene razón de
ley en cuanto es conforme con la ley moral natural, reconocida por la recta
razón, y respeta los derechos inalienables de cada persona.(13) Las
legislaciones favorables a las uniones homosexuales son contrarias a la recta
razón porque confieren garantías jurídicas análogas a las de la institución
matrimonial a la unión entre personas del mismo sexo. Considerando los valores
en juego, el Estado no puede legalizar estas uniones sin faltar al deber de
promover y tutelar una institución esencial para el bien común como es el
matrimonio.
Se podría preguntar
cómo puede contrariar al bien común una ley que no impone ningún comportamiento
en particular, sino que se limita a hacer legal una realidad de hecho que no
implica, aparentemente, una injusticia hacia nadie. En este sentido es
necesario reflexionar ante todo sobre la diferencia entre comportamiento
homosexual como fenómeno privado y el mismo como comportamiento público,
legalmente previsto, aprobado y convertido en una de las instituciones del
ordenamiento jurídico. El segundo fenómeno no sólo es más grave sino también de
alcance más vasto y profundo, pues podría comportar modificaciones contrarias
al bien común de toda la organización social. Las leyes civiles son principios
estructurantes de la vida del hombre en sociedad, para bien o para mal. Ellas
« desempeñan un papel muy importante y a veces determinante en la
promoción de una mentalidad y de unas costumbres ».(14) Las formas de
vida y los modelos en ellas expresados no solamente configuran externamente la
vida social, sino que tienden a modificar en las nuevas generaciones la
comprensión y la valoración de los comportamientos. La legalización de las
uniones homosexuales estaría destinada por lo tanto a causar el obscurecimiento
de la percepción de algunos valores morales fundamentales y la desvalorización
de la institución matrimonial.
De orden biológico y antropológico
7. En las uniones
homosexuales están completamente ausentes los elementos biológicos y
antropológicos del matrimonio y de la familia que podrían fundar razonablemente
el reconocimiento legal de tales uniones. Éstas no están en condiciones de
asegurar adecuadamente la procreación y la supervivencia de la especie humana.
El recurrir eventualmente a los medios puestos a disposición por los recientes
descubrimientos en el campo de la fecundación artificial, además de implicar
graves faltas de respeto a la dignidad humana,(15) no cambiaría en absoluto su
carácter inadecuado.
En las uniones
homosexuales está además completamente ausente la dimensión conyugal, que
representa la forma humana y ordenada de las relaciones sexuales. Éstas, en
efecto, son humanas cuando y en cuanto expresan y promueven la ayuda mutua de
los sexos en el matrimonio y quedan abiertas a la transmisión de la vida.
Como demuestra la
experiencia, la ausencia de la bipolaridad sexual crea obstáculos al desarrollo
normal de los niños eventualmente integrados en estas uniones. A éstos les
falta la experiencia de la maternidad o de la paternidad. La integración de
niños en las uniones homosexuales a través de la adopción significa someterlos
de hecho a violencias de distintos órdenes, aprovechándose de la débil
condición de los pequeños, para introducirlos en ambientes que no favorecen su
pleno desarrollo humano. Ciertamente tal práctica sería gravemente inmoral y se
pondría en abierta contradicción con el principio, reconocido también por la
Convención Internacional de la ONU sobre los Derechos del Niño, según el cual
el interés superior que en todo caso hay que proteger es el del infante, la
parte más débil e indefensa.
De orden social
8. La sociedad debe su
supervivencia a la familia fundada sobre el matrimonio. La consecuencia
inevitable del reconocimiento legal de las uniones homosexuales es la
redefinición del matrimonio, que se convierte en una institución que, en su
esencia legalmente reconocida, pierde la referencia esencial a los factores
ligados a la heterosexualidad, tales como la tarea procreativa y educativa. Si
desde el punto de vista legal, el casamiento entre dos personas de sexo
diferente fuese sólo considerado como uno de los matrimonios posibles, el
concepto de matrimonio sufriría un cambio radical, con grave detrimento del
bien común. Poniendo la unión homosexual en un plano jurídico análogo al del
matrimonio o la familia, el Estado actúa arbitrariamente y entra en
contradicción con sus propios deberes.
Para sostener la
legalización de las uniones homosexuales no puede invocarse el principio del
respeto y la no discriminación de las personas. Distinguir entre personas o
negarle a alguien un reconocimiento legal o un servicio social es efectivamente
inaceptable sólo si se opone a la justicia.(16) No atribuir el estatus social y
jurídico de matrimonio a formas de vida que no son ni pueden ser matrimoniales
no se opone a la justicia, sino que, por el contrario, es requerido por ésta.
Tampoco el principio
de la justa autonomía personal puede ser razonablemente invocado. Una cosa es
que cada ciudadano pueda desarrollar libremente actividades de su interés y que
tales actividades entren genéricamente en los derechos civiles comunes de
libertad, y otra muy diferente es que actividades que no representan una
contribución significativa o positiva para el desarrollo de la persona y de la
sociedad puedan recibir del estado un reconocimiento legal específico y
cualificado. Las uniones homosexuales no cumplen ni siquiera en sentido
analógico remoto las tareas por las cuales el matrimonio y la familia merecen
un reconocimiento específico y cualificado. Por el contrario, hay suficientes
razones para afirmar que tales uniones son nocivas para el recto desarrollo de
la sociedad humana, sobre todo si aumentase su incidencia efectiva en el tejido
social.
De orden jurídico
9. Dado que las
parejas matrimoniales cumplen el papel de garantizar el orden de la procreación
y son por lo tanto de eminente interés público, el derecho civil les confiere
un reconocimiento institucional. Las uniones homosexuales, por el contrario, no
exigen una específica atención por parte del ordenamiento jurídico, porque no
cumplen dicho papel para el bien común.
Es falso el argumento
según el cual la legalización de las uniones homosexuales sería necesaria para
evitar que los convivientes, por el simple hecho de su convivencia homosexual,
pierdan el efectivo reconocimiento de los derechos comunes que tienen en cuanto
personas y ciudadanos. En realidad, como todos los ciudadanos, también ellos,
gracias a su autonomía privada, pueden siempre recurrir al derecho común para
obtener la tutela de situaciones jurídicas de interés recíproco. Por el
contrario, constituye una grave injusticia sacrificar el bien común y el
derecho de la familia con el fin de obtener bienes que pueden y deben ser garantizados
por vías que no dañen a la generalidad del cuerpo social.(17)
IV. COMPORTAMIENTO DE LOS POLÍTICOS CATÓLICOS
ANTE LEGISLACIONES FAVORABLES A LAS UNIONES HOMOSEXUALES
10. Si todos los
fieles están obligados a oponerse al reconocimiento legal de las uniones
homosexuales, los políticos católicos lo están en modo especial, según la
responsabilidad que les es propia. Ante proyectos de ley a favor de las uniones
homosexuales se deben tener en cuenta las siguientes indicaciones éticas.
En el caso de que en
una Asamblea legislativa se proponga por primera vez un proyecto de ley a favor
de la legalización de las uniones homosexuales, el parlamentario católico tiene
el deber moral de expresar clara y públicamente su desacuerdo y votar contra el
proyecto de ley. Conceder el sufragio del propio voto a un texto legislativo
tan nocivo del bien común de la sociedad es un acto gravemente inmoral.
En caso de que el
parlamentario católico se encuentre en presencia de una ley ya en vigor
favorable a las uniones homosexuales, debe oponerse a ella por los medios que
le sean posibles, dejando pública constancia de su desacuerdo; se trata de
cumplir con el deber de dar testimonio de la verdad. Si no fuese posible
abrogar completamente una ley de este tipo, el parlamentario católico,
recordando las indicaciones dadas en la Encíclica Evangelium Vitæ, «
puede lícitamente ofrecer su apoyo a propuestas encaminadas a limitar los daños
de esa ley y disminuir así los efectos negativos en el ámbito de la cultura y
de la moralidad pública », con la condición de que sea « clara y
notoria a todos » su « personal absoluta oposición » a leyes
semejantes y se haya evitado el peligro de escándalo.(18) Eso no significa que
en esta materia una ley más restrictiva pueda ser considerada como una ley
justa o siquiera aceptable; se trata de una tentativa legítima, impulsada por
el deber moral, de abrogar al menos parcialmente una ley injusta cuando la
abrogación total no es por el momento posible.
CONCLUSIÓN
11. La Iglesia enseña
que el respeto hacia las personas homosexuales no puede en modo alguno llevar a
la aprobación del comportamiento homosexual ni a la legalización de las uniones
homosexuales. El bien común exige que las leyes reconozcan, favorezcan y
protejan la unión matrimonial como base de la familia, célula primaria de la
sociedad. Reconocer legalmente las uniones homosexuales o equipararlas al matrimonio,
significaría no solamente aprobar un comportamiento desviado y convertirlo en
un modelo para la sociedad actual, sino también ofuscar valores fundamentales
que pertenecen al patrimonio común de la humanidad. La Iglesia no puede dejar
de defender tales valores, para el bien de los hombres y de toda la sociedad.
El Sumo Pontífice Juan
Pablo II, en la audiencia concedida al Prefecto de la Congregación para la
Doctrina de la Fe, el 28 de marzo de 2003, ha aprobado las presentes
Consideraciones, decididas en la Sesión Ordinaria de la misma, y ha ordenado su
publicación.
Dado en Roma, en la
sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el 3 de junio de 2003,
memoria de San Carlos Lwanga y Compañeros, mártires.
Joseph Card. Ratzinger
Prefecto
Angelo Amato, S.D.B.
Arzobispo titular de Sila
Secretario
Ver también:
CARTA A LOS OBISPOS DE LA IGLESIA CATÓLICA SOBRE LA ATENCIÓN PASTORAL A LAS PERSONAS HOMOSEXUALES
Notas:
(1) Cf. Juan Pablo II,
Alocución con ocasión del rezo del Angelus, 20 de febrero de 1994 y 19 de
junio de 1994; Discurso a los participantes en la Asamblea Plenaria del
Pontificio Consejo para la Familia, 24 de marzo de 1999; Catecismo de la
Iglesia Católica, nn. 2357-2359, 2396; Congregación para la Doctrina de la Fe,
Declaración Persona humana, 29 de diciembre de 1975, n. 8; Carta
sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, 1 de octubre de 1986; Algunas
consideraciones concernientes a la Respuesta a propuestas de ley sobre la no
discriminación de las personas homosexuales, 24 de julio de 1992;
Pontificio Consejo para la Familia, Carta a los Presidentes de las
Conferencias Episcopales de Europa sobre la resolución del Parlamento Europeo
en relación a las parejas de homosexuales, 25 de marzo de 1994; Familia,
matrimonio y « uniones de hecho », 26 de julio de 2000, n. 23.
(2) Cf. Congregación
para la Doctrina de la Fe, Nota doctrinal sobre algunas cuestiones
relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política, 24
de noviembre de 2002, n. 4.
(3) Cf. Concilio
Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et spes, n. 48.
(4) Catecismo de
la Iglesia Católica, n. 2357.
(5) Congregación para
la Doctrina de la Fe, Declaración Persona humana, 29 de diciembre de 1975,
n. 8.
(6) Cf. por ejemplo S.
Policarpo, Carta a los Filipenses, V, 3; S. Justino, Primera Apología,
27, 1-4; Atenágoras, Súplica por los cristianos, 34.
(7) Catecismo de
la Iglesia Católica, n. 2358; Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta
sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, 1 de octubre de 1986,
n. 12.
(8) Cf. Catecismo
de la Iglesia Católica, n. 2359; Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta
sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, 1 de octubre de 1986,
n. 12.
(9) Catecismo de
la Iglesia Católica, n. 2358.
(10) Cf. Ibid.,
n. 2396.
(11) Cf. Juan Pablo
II, Carta Encíclica Evangelium vitæ, 25 de marzo de 1995, n. 71.
(12) Cf. ibid.,
n. 72.
(13) Cf. Sto. Tomás de
Aquino, Summa Theologiæ, I-II, p. 95, a. 2.
(14) Juan Pablo II,
Carta Encíclica Evangelium vitæ, 25 de marzo de 1995, n. 90.
(15) Congregación para
la Doctrina de la Fe, Instrucción Donum vitæ, 22 de febrero de 1987, II.
A. 1-3.
(16) Cf. Sto. Tomás de
Aquino, Summa Theologiæ, II-II, p. 63, a.1, c.
(17) No hay que
olvidar que subsiste siempre « el peligro de que una legislación que haga
de la homosexualidad una base para poseer derechos pueda estimular de hecho a
una persona con tendencia homosexual a declarar su homosexualidad, o incluso a
buscar un partner con el objeto de aprovecharse de las disposiciones de la
ley » (Congregación para la Doctrina de la Fe, Algunas
consideraciones concernientes a la Respuesta a propuestas de ley sobre la no
discriminación de las personas homosexuales, 24 de julio de 1992, n. 14).
(18) Juan Pablo II,
Carta Encíclica Evangelium vitæ, 25 de marzo de 1995, n. 73.
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