SAN JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 10 de julio de 1996
La virginidad de María, verdad de fe
(Lectura:capítulo 1 del evangelio de san Mateo, versículos 20-23)
1. La Iglesia ha
considerado constantemente la virginidad de María una verdad de fe, acogiendo y
profundizando el testimonio de los evangelios de san Lucas, san Marcos y,
probablemente, también de san Juan.
En el episodio de la
Anunciación, el evangelista san Lucas llama a María "virgen",
refiriendo tanto su intención de perseverar en la virginidad como el designio
divino, que concilia ese propósito con su maternidad prodigiosa. La afirmación
de la concepción virginal, debida a la acción del Espíritu Santo, excluye
cualquier hipótesis de partogénesis natural y rechaza los intentos de explicar
la narración lucana como explicitación de un tema judío o como derivación de
una leyenda mitológica pagana.
La estructura del
texto lucano (cf. Lc 1, 26-38; 2, 19. 51), no admite ninguna
interpretación reductiva. Su coherencia no permite sostener válidamente
mutilaciones de los términos o de las expresiones que afirman la concepción
virginal por obra del Espíritu Santo.
2. El evangelista san Mateo, narrando el anuncio del ángel a José, afirma, al igual que san Lucas, la concepción por obra "del Espíritu Santo" (Mt 1, 20), excluyendo las relaciones conyugales.
Además, a José se le
comunica la generación virginal de Jesús en un segundo momento: no se trata
para él de una invitación a dar su consentimiento previo a la concepción del
Hijo de María, fruto de la intervención sobrenatural del Espíritu Santo y de la
cooperación exclusiva de la madre. Sólo se le invita a aceptar libremente su
papel de esposo de la Virgen y su misión paterna con respecto al niño.
San Mateo presenta el
origen virginal de Jesús como cumplimiento de la profecía de Isaías: "Ved
que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel,
que traducido significa: 'Dios con nosotros' " (Mt 1, 23; cf. Is 7,
14). De ese modo, san Mateo nos lleva a la conclusión de que la concepción
virginal fue objeto de reflexión en la primera comunidad cristiana, que
comprendió su conformidad con el designio divino de salvación y su nexo con la
identidad de Jesús, "Dios con nosotros".
3. A diferencia de san
Lucas y san Mateo, el evangelio de san Marcos no habla de la concepción y del
nacimiento de Jesús; sin embargo, es digno de notar que san Marcos nunca
menciona a José, esposo de María. La gente de Nazaret llama a Jesús "el
hijo de María" o, en otro contexto, muchas veces "el Hijo de
Dios" (Mc 3, 11; 5, 7; cf. 1, 1. 11; 9, 7; 14, 61-62; 15, 39). Estos
datos están en armonía con la fe en el misterio de su generación virginal. Esta
verdad, según un reciente redescubrimiento exegético, estaría contenida
explícitamente también en el versículo 13 del Prólogo del evangelio de san
Juan, que algunas voces antiguas autorizadas (por ejemplo, Ireneo y Tertuliano)
no presentan en la forma plural usual, sino en la singular: "Él, que no
nació de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino que nació de
Dios". Esta traducción en singular convertiría el Prólogo del evangelio de
san Juan en uno de los mayores testimonios de la generación virginal de Jesús,
insertada en el contexto del misterio de la Encarnación.
La afirmación
paradójica de Pablo: "Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a
su Hijo, nacido de mujer (...), para que recibiéramos la filiación
adoptiva" (Ga 4, 4-5), abre el camino al interrogante sobre la
personalidad de ese Hijo y, por tanto, sobre su nacimiento virginal.
Este testimonio
uniforme de los evangelios confirma que la fe en la concepción virginal de
Jesús estaba enraizada firmemente en diversos ambientes de la Iglesia
primitiva. Por eso carecen de todo fundamento algunas interpretaciones
recientes, que no consideran la concepción virginal en sentido físico o
biológico, sino únicamente simbólico o metafórico: designaría a Jesús como don
de Dios a la humanidad. Lo mismo hay que decir de la opinión de otros, según
los cuales el relato de la concepción virginal sería, por el contrario,
un theologoumenon, es decir, un modo de expresar una doctrina
teológica, en este caso la filiación divina de Jesús, o sería su representación
mitológica.
Como hemos visto, los
evangelios contienen la afirmación explícita de una concepción virginal de
orden biológico, por obra del Espíritu Santo, y la Iglesia ha hecho suya esta
verdad ya desde las primeras formulaciones de la fe (cf. Catecismo de la
Iglesia católica, n. 496).
4. La fe expresada en
los evangelios es confirmada, sin interrupciones, en la tradición posterior.
Las fórmulas de fe de los primeros autores cristianos postulan la afirmación
del nacimiento virginal: Arístides, Justino, Ireneo y Tertuliano están de acuerdo
con san Ignacio de Antioquía, que proclama a Jesús "nacido verdaderamente
de una virgen" (Smirn. 1, 2). Estos autores hablan explícitamente de
una generación virginal de Jesús real e histórica, y de ningún modo afirman una
virginidad solamente moral o un vago don de gracia, que se manifestó en el
nacimiento del niño.
Las definiciones
solemnes de fe por parte de los concilios ecuménicos y del Magisterio
pontificio, que siguen a las primeras fórmulas breves de fe, están en perfecta
sintonía con esta verdad. El concilio de Calcedonia (451), en su profesión de
fe, redactada esmeradamente y con contenido definido de modo infalible, afirma
que Cristo "en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación,
(fue) engendrado de María Virgen, Madre de Dios, en cuanto a la humanidad"
(DS 301). Del mismo modo, el tercer concilio de Constantinopla (681)
proclama que Jesucristo "nació del Espíritu Santo y de María Virgen, que
es propiamente y según verdad madre de Dios, según la humanidad" (DS 555).
Otros concilios ecuménicos (Constantinopolitano II, Lateranense IV y Lugdunense
II) declaran a María "siempre virgen", subrayando su virginidad
perpetua (cf. DS 423, 801 y 852). El concilio Vaticano II ha recogido
esas afirmaciones, destacando el hecho de que María, "por su fe y su
obediencia, engendró en la tierra al Hijo mismo del Padre, ciertamente sin
conocer varón, cubierta con la sombra del Espíritu Santo" (Lumen gentium, 63).
A las definiciones
conciliares hay que añadir las del Magisterio pontificio, relativas a la
Inmaculada Concepción de la "santísima Virgen María" (DS 2.803)
y a la Asunción de la "Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen
María" (DS 3.903).
5. Aunque las
definiciones del Magisterio, con excepción del concilio de Letrán del año 649,
convocado por el Papa Martín I, no precisan el sentido del apelativo
"virgen", se ve claramente que este término se usa en su sentido
habitual: la abstención voluntaria de los actos sexuales y la preservación de
la integridad corporal. En todo caso, la integridad física se considera
esencial para la verdad de fe de la concepción virginal de Jesús (cf. Catecismo
de la Iglesia católica, n. 496).
La designación de
María como "santa, siempre Virgen e Inmaculada", suscita la atención
sobre el vínculo entre santidad y virginidad. María quiso una vida virginal,
porque estaba animada por el deseo de entregar todo su corazón a Dios.
La expresión que se
usa en la definición de la Asunción, "la Inmaculada Madre de Dios, siempre
Virgen", sugiere también la conexión entre la virginidad y la maternidad
de María: dos prerrogativas unidas milagrosamente en la generación de Jesús,
verdadero Dios y verdadero hombre. Así, la virginidad de María está íntimamente
vinculada a su maternidad divina y a su santidad perfecta.
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