Jueves de la 30ª semana
FAMILIARIDAD DIVINA
Jesús en casa de sus padres - John Everett Millais
Y habitó entre
nosotros (Jn 1, 14).
Aquí se trata de la
vida del Verbo encarnado. Habitó entre nosotros, esto es, vivió familiarmente
entre nosotros, sus apóstoles, como dice Pedro: Todo el tiempo que entró y salió
con nosotros Señor Jesús (Hechos 1, 21). Y el profeta Baruc anunció: Después de
esto fue visto en la tierra y conversó con los hombres (3, 38).
Pero el Evangelista
añadió esas palabras para mostrar la admirable conformidad de Dios con los
hombres, entre los cuales vivió de tal manera que parecía como uno de ellos;
porque no sólo quiso asemejarse a los hombres en la naturaleza, sino que
también quiso estar con ellos en la intimidad y en la vida familiar; él quiso,
a excepción del pecado, mezclarse con ellos a fin de ganarlos por la dulzura de
su conversación.
Es verdad que Jesús dijo: un profeta no es honrado en su patria (Jn 4, 44). Esta sentencia del Señor no sólo se verificó en los profetas de los judíos, sino también, como dice Orígenes, en muchos de los gentiles, porque fueron despreciados y llevados a la muerte por sus propios conciudadanos; pues el trato frecuente con los hombres y la familiaridad excesiva disminuyen la reverencia y engendran desprecio. Por eso, acostumbramos a reverenciar menos a los que nos son más familiares, y damos por el contrario más reputación a aquéllos a quienes no podemos tener como amigos.
Pero con Dios ocurre
lo contrario. Porque cuanto más familiar se hace uno de Dios, por el amor y la
contemplación, más lo reverencia, al considerarlo más excelente, y tanto menos
se estima a sí mismo. Por eso se dice en el libro de «Job (42, 5, 6): Por oído
de oreja te he oído; mas ahora te ve mi ojo. Por eso yo me reprendo a mí mismo,
y hago penitencia en pavesa y ceniza.
La razón se funda en
que, siendo el hombre de naturaleza débil y frágil, cuando trata durante mucho
tiempo con otro, descubre en él algunos defectos, y así se disminuye su
reverencia hacia él. Pero siendo Dios inmensamente perfecto, tanto más admira
el hombre la excelencia de su perfección y tanto más lo reverencia, cuanto más
aventaja en su conocimiento.
(In Joan., c. IV)
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