Vigésimo octavo domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 543-546: Jesús
invita a los pecadores, pero pide la conversión
CEC 1402-1405,
2837: la Eucaristía es la prueba del banquete mesiánico
CEC 543-546: Jesús invita a los pecadores, pero pide la conversión
El
anuncio del Reino de Dios
543 Todos
los hombres están llamados a entrar en el Reino. Anunciado en primer
lugar a los hijos de Israel (cf. Mt 10, 5-7), este reino
mesiánico está destinado a acoger a los hombres de todas las naciones
(cf. Mt 8, 11; 28, 19). Para entrar en él, es necesario acoger
la palabra de Jesús:
«La palabra de Dios se
compara a una semilla sembrada en el campo: los que escuchan con fe y se unen
al pequeño rebaño de Cristo han acogido el Reino; después la semilla, por sí
misma, germina y crece hasta el tiempo de la siega» (LG 5).
544 El
Reino pertenece a los pobres y a los pequeños, es decir, a los que
lo acogen con un corazón humilde. Jesús fue enviado para "anunciar la
Buena Nueva a los pobres" (Lc 4, 18; cf. Lc 7,
22). Los declara bienaventurados porque de "ellos es el Reino de los
cielos" (Mt 5, 3); a los "pequeños" es a quienes el
Padre se ha dignado revelar las cosas que ha ocultado a los sabios y prudentes
(cf. Mt 11, 25). Jesús, desde el pesebre hasta la cruz
comparte la vida de los pobres; conoce el hambre (cf. Mc 2,
23-26; Mt 21,18), la sed (cf. Jn 4,6-7;
19,28) y la privación (cf. Lc 9, 58). Aún más: se identifica
con los pobres de todas clases y hace del amor activo hacia ellos la condición
para entrar en su Reino (cf. Mt 25, 31-46).
545 Jesús
invita a los pecadores al banquete del Reino: "No he
venido a llamar a justos sino a pecadores" (Mc 2, 17;
cf. 1 Tim 1, 15). Les invita a la conversión, sin la cual no
se puede entrar en el Reino, pero les muestra de palabra y con hechos la
misericordia sin límites de su Padre hacia ellos (cf. Lc 15,
11-32) y la inmensa "alegría en el cielo por un solo pecador que se
convierta" (Lc 15, 7). La prueba suprema de este amor será el
sacrificio de su propia vida "para remisión de los pecados" (Mt 26,
28).
546 Jesús
llama a entrar en el Reino a través de las parábolas, rasgo típico
de su enseñanza (cf. Mc 4, 33-34). Por medio de ellas invita
al banquete del Reino (cf. Mt 22, 1-14), pero exige también
una elección radical para alcanzar el Reino, es necesario darlo todo (cf. Mt 13,
44-45); las palabras no bastan, hacen falta obras (cf. Mt 21,
28-32). Las parábolas son como un espejo para el hombre: ¿acoge la palabra como
un suelo duro o como una buena tierra (cf. Mt 13, 3-9)? ¿Qué
hace con los talentos recibidos (cf. Mt 25, 14-30)? Jesús y la
presencia del Reino en este mundo están secretamente en el corazón de las
parábolas. Es preciso entrar en el Reino, es decir, hacerse discípulo de Cristo
para "conocer los Misterios del Reino de los cielos" (Mt 13,
11). Para los que están "fuera" (Mc 4, 11), la enseñanza
de las parábolas es algo enigmático (cf. Mt 13, 10-15).
CEC 1402-1405, 2837: la Eucaristía es la prueba del banquete mesiánico
VII. La Eucaristía, "Pignus
futurae gloriae"
1402 En
una antigua oración, la Iglesia aclama el misterio de la Eucaristía: O
sacrum convivium in quo Christus sumitur . Recolitur memoria passionis Eius;
mens impletur gratia et futurae gloriae nobis pignus datur ("¡Oh
sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida; se celebra el memorial de su
pasión; el alma se llena de gracia, y se nos da la prenda de la gloria
futura!") /(Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo,
Antífona del «Magnificat» para las II Vísperas: Liturgia de las Horas).
Si la Eucaristía es el memorial de la Pascua del Señor y si por nuestra
comunión en el altar somos colmados "de gracia y bendición" (Plegaria
Eucarística I o Canon Romano 96: Misal Romano), la
Eucaristía es también la anticipación de la gloria celestial.
1403 En
la última Cena, el Señor mismo atrajo la atención de sus discípulos hacia el
cumplimiento de la Pascua en el Reino de Dios: "Y os digo que desde ahora
no beberé de este fruto de la vid hasta el día en que lo beba con vosotros, de
nuevo, en el Reino de mi Padre" (Mt 26,29; cf. Lc 22,18; Mc 14,25).
Cada vez que la Iglesia celebra la Eucaristía recuerda esta promesa y su mirada
se dirige hacia "el que viene" (Ap 1,4). En su oración,
implora su venida: Marana tha (1 Co 16,22),
"Ven, Señor Jesús" (Ap 22,20), "que tu gracia venga
y que este mundo pase" (Didaché 10,6).
1404 La
Iglesia sabe que, ya ahora, el Señor viene en su Eucaristía y que está ahí en
medio de nosotros. Sin embargo, esta presencia está velada. Por eso celebramos
la Eucaristía expectantes beatam spem et adventum Salvatoris nostri
Jesu Christi ("Mientras esperamos la gloriosa venida de Nuestro
Salvador Jesucristo") (Ritual de la Comunión, 126 [Embolismo
después del «Padrenuestro»]: Misal Romano; cf Tit 2,13),
pidiendo entrar "[en tu Reino], donde esperamos gozar todos juntos de la
plenitud eterna de tu gloria; allí enjugarás las lágrimas de nuestros ojos,
porque, al contemplarte como Tú eres, Dios nuestro, seremos para siempre
semejantes a ti y cantaremos eternamente tus alabanzas, por Cristo, Señor
Nuestro" (Plegaria Eucarística III, 116: Misal Romano).
1405 De
esta gran esperanza, la de los cielos nuevos y la tierra nueva en los que
habitará la justicia (cf 2 P 3,13), no tenemos prenda más
segura, signo más manifiesto que la Eucaristía. En efecto, cada vez que se
celebra este misterio, "se realiza la obra de nuestra redención" (LG 3)
y "partimos un mismo pan [...] que es remedio de inmortalidad, antídoto
para no morir, sino para vivir en Jesucristo para siempre" (San Ignacio de
Antioquía, Epistula ad Ephesios, 20, 2).
2837 “De cada día”. La
palabra griega, epiousion, no tiene otro sentido en el Nuevo
Testamento. Tomada en un sentido temporal, es una repetición pedagógica de
“hoy” (cf Ex 16, 19-21) para confirmarnos en una confianza
“sin reserva”. Tomada en un sentido cualitativo, significa lo necesario a la
vida, y más ampliamente cualquier bien suficiente para la subsistencia
(cf 1 Tm 6, 8). Tomada al pie de la letra (epiousion:
“lo más esencial”), designa directamente el Pan de Vida, el Cuerpo de Cristo,
“remedio de inmortalidad” (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad
Ephesios, 20, 2) sin el cual no tenemos la Vida en nosotros (cf Jn 6,
53-56) Finalmente, ligado a lo que precede, el sentido celestial es claro: este
“día” es el del Señor, el del Festín del Reino, anticipado en la Eucaristía, en
que pregustamos el Reino venidero. Por eso conviene que la liturgia eucarística
se celebre “cada día”.
«La Eucaristía es
nuestro pan cotidiano [...] La virtud propia de este divino alimento es una
fuerza de unión: nos une al Cuerpo del Salvador y hace de nosotros sus miembros
para que vengamos a ser lo que recibimos [...] Este pan cotidiano se encuentra,
además, en las lecturas que oís cada día en la Iglesia, en los himnos que se
cantan y que vosotros cantáis. Todo eso es necesario en nuestra peregrinación»
(San Agustín, Sermo 57, 7, 7).
El Padre del cielo nos
exhorta a pedir como hijos del cielo el Pan del cielo (cf Jn 6,
51). Cristo “mismo es el pan que, sembrado en la Virgen, florecido en la Carne,
amasado en la Pasión, cocido en el Horno del sepulcro, reservado en la iglesia,
llevado a los altares, suministra cada día a los fieles un alimento celestial”
(San Pedro Crisólogo, Sermo 67, 7)
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