Lunes de la 29ª semana
COSAS NECESARIAS PARA ADQUIRIR
Y ACRECENTAR LA CARIDAD
La caridad es tan útil
que es menester trabajar con todo empeño para adquirirla y acrecentarla. Dos
condiciones son especialmente necesarias para adquirirla y otras dos para aumentarla,
una vez lograda.
I. Para adquirir la
caridad es menester, en primer lugar, escuchar diligentemente la palabra
divina. Y así como cuando oímos cosas buenas de otro, nos inflamamos en amor
hacia él; así, al escuchar la palabra de Dios, nos encendemos en amor de Dios,
como dice el Profeta David: Tu palabra es encendida en gran manera, y tú siervo
la ha amado (Sal 118, 140). Y aquellos dos discípulos (los de Emaús), ardiendo
en amor divino, decían: ¿Por ventura no ardía nuestro corazón dentro de nosotros,
cuando en el camino nos hablaba, y nos explicaba las Escrituras? (Lc 24, 32)
En segundo lugar, el
pensamiento continuo de cosas buenas. Se acaloró mi corazón dentro de mí (Sal
38, 4). Si quieres, pues, conseguir el amor divino medita en cosas buenas.
Porque sería demasiado duro de corazón el que meditando en los beneficios
divinos, recibidos, en los peligros de que se libró, y en la bienaventuranza
prometida por Dios, no se encendiese en el amor divino. Por eso dice San
Agustín: "Duro es el corazón del hombre que, aunque no rehusando amar, al
menos no quiera responder al amor". En general, así como los malos
pensamientos destruyen la caridad, así los buenos la adquieren, la nutren y la
conservan.
II. Hay también dos condiciones para aumentar la caridad adquirida.
La primera es la
separación de las cosas terrenas. El corazón no puede ser llevado perfectamente
a cosas diversas y opuestas; por lo cual nadie puede amar a Dios y al mundo; y
consiguientemente, cuanto más se aleja nuestra alma del amor de lo terreno,
tanto más se afirma en el amor divino. Y así dice San Agustín: "Veneno de
la caridad es la esperanza de alcanzar o retener las cosas temporales; su
alimento es la disminución de la codicia, su perfección, la negación de la
codicia. Quienquiera, pues, que desee aumentar la caridad, debe esforzarse en
disminuir la codicia. Ésta consiste en un deseo ferviente de alcanzar u obtener
bienes temporales. Comienza a disminuir cuando se tiene a Dios, que es el único
que no puede tenerse sin ser amado. Para ello se han establecido las órdenes
religiosas, en las que se trabaja por desarraigarse de las cosas mundanas y
corruptibles y por elevarse a las divinas. Esto se expresa en estas palabras:
Se descubrió el sol, que había estado antes cubierto de nubes (2 Macab 1, 22).
El sol, el decir, el entendimiento humano, está cubierto de nubes cuando se ha
dado a las cosas terrenas, pero brilla cuando se aleja y aparta del amor de lo
terreno. Porque entonces el amor resplandece también y crece en él.
La segunda condición,
es una paciencia firme en las adversidades; porque cuando sufrimos cosas
pesadas por aquél a quien amamos, el amor no se destruye, sino que crece. Y por
eso los varones santos que sufren adversidades por Dios, se afirman más en su
amor, como el artista ama más la obra de arte en que más trabajó. De ahí es que
los fieles tanto más se elevan en el amor de Dios, cuanto más aflicciones
sufran por él.
(In Decalog., c. IV)
No hay comentarios:
Publicar un comentario