Jueves de la 26ª semana
JESÚS LLAMA A LA PUERTA
He aquí que yo estoy
a la puerta, y llamo (Apoc 3, 20).
Yo estoy, en espera
de la penitencia. Aguarda el Señor, para tener misericordia de vosotros (Is 30,
18). Y en el Cantar de los Cantares: Vedle que él mismo está tras nuestra pared
(2, 9). A la puerta del corazón, que es el libre albedrío. Ninguno de vosotros
salga de la puerta de su casa hasta la mañana (Ex 12, 22). Esta puerta está
cerrada, mientras el hombre tiene voluntad de pecar, de modo que el Señor no
puede entrar, pues como dice el libro de la Sabiduría: En alma maligna no
entrará la sabiduría (1, 4).
Y llamo, inspirando,
azotando, predicando, y concediendo beneficios: La voz de mi amado que toca:
Ábreme, hermana mía, amiga mía, paloma mía, sin mancilla (Cant V, 2).
Si alguno oyere
(Apoc 3, 20), es decir, con un oído del corazón, que es la inteligencia, y con
el otro, que es la obediencia, mi voz, es decir, mi inspiración, o flagelación,
o predicación o colación de beneficios que se dicen voz de Dios, porque por
ellas nos llama a sí el Señor, y sin embargo son pocos los que escuchan.
Y me abriere la
puerta de su corazón, es decir, la voluntad, por la cual entra Cristo al alma,
y que se dice abrirse a Cristo por el consentimiento en el bien, y al diablo
por el consentimiento en el mal.
Entraré a él
infundiéndole la gracia, como entra el sol en la casa por la ventana abierta,
introduciendo sus rayos, pues el sol no entra de otra manera si no se abre la
puerta, y una vez abierta ésta, entra.
Y cenaré con él, esto es, me deleitaré en su fe y obras. Y él conmigo, porque se alegrará de mi auxilio. O cenaré con él y él conmigo, es decir, me reconciliaré con él y él conmigo. Porque la cena común es señal de reconciliación mutua y de amor recíproco.
También cena Dios
con el hombre infundiéndole la gracia, con la cual es confortado el hombre, y
el hombre con Dios, correspondiendo a la gracia; y así el uno cena con el otro
poniendo cada cual su parte.
Pero Dios cena
primero con el hombre, porque obra con anterioridad, infundiendo la gracia o
excitando el libre albedrío; y el hombre cena después con Dios, cooperando a la
gracia o consintiendo a la inspiración. Por eso se dice en la epístola a los
Hebreos: Atendiendo a que ninguno falte a la gracia de Dios; porque brotando
alguna raíz de amargura no os impida (Hebr 12, 15).
Asimismo cena Dios
con el hombre reconfortándole en sus merecimientos. Y así dice Isaías: Éste es
mi reposo, reparad al cansado, y éste es mi refrigerio (Is 28, 12). Y el hombre
cena con el Señor en los dones que le perfeccionan: Seré saciado cuando
apareciere tu gloria (Sal 16, 15).
Igualmente cena el
Señor con el hombre aquí abajo; y el hombre, con Dios en el cielo. Pero la cena
con que Dios obsequia al hombre es mejor que la que el hombre ofrece a Dios,
pues, como dice el Apóstol: Porque entiendo que no son de comparar los trabajos
de este tiempo con la gloria venidera
que se manifestará en nosotras (Rom 8, 18). Por lo tanto, dice el Evangelista
San Juan: Bienaventurados los que han sido llamados a la cena de las bodas del
Cordero (Apoc 19, 9).
(In Apoc., c, III)
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