jueves, 1 de octubre de 2020

Meditaciones del tiempo ordinario con textos de Santo Tomás de Aquino 183

 

Jueves de la 26ª semana

JESÚS LLAMA A LA PUERTA

 

He aquí que yo estoy a la puerta, y llamo (Apoc 3, 20).

 

Yo estoy, en espera de la penitencia. Aguarda el Señor, para tener misericordia de vosotros (Is 30, 18). Y en el Cantar de los Cantares: Vedle que él mismo está tras nuestra pared (2, 9). A la puerta del corazón, que es el libre albedrío. Ninguno de vosotros salga de la puerta de su casa hasta la mañana (Ex 12, 22). Esta puerta está cerrada, mientras el hombre tiene voluntad de pecar, de modo que el Señor no puede entrar, pues como dice el libro de la Sabiduría: En alma maligna no entrará la sabiduría (1, 4).

 

Y llamo, inspirando, azotando, predicando, y concediendo beneficios: La voz de mi amado que toca: Ábreme, hermana mía, amiga mía, paloma mía, sin mancilla (Cant V, 2).

 

Si alguno oyere (Apoc 3, 20), es decir, con un oído del corazón, que es la inteligencia, y con el otro, que es la obediencia, mi voz, es decir, mi inspiración, o flagelación, o predicación o colación de beneficios que se dicen voz de Dios, porque por ellas nos llama a sí el Señor, y sin embargo son pocos los que escuchan.

 

Y me abriere la puerta de su corazón, es decir, la voluntad, por la cual entra Cristo al alma, y que se dice abrirse a Cristo por el consentimiento en el bien, y al diablo por el consentimiento en el mal.

 

Entraré a él infundiéndole la gracia, como entra el sol en la casa por la ventana abierta, introduciendo sus rayos, pues el sol no entra de otra manera si no se abre la puerta, y una vez abierta ésta, entra.

 

Y cenaré con él, esto es, me deleitaré en su fe y obras. Y él conmigo, porque se alegrará de mi auxilio. O cenaré con él y él conmigo, es decir, me reconciliaré con él y él conmigo. Porque la cena común es señal de reconciliación mutua y de amor recíproco.

 

También cena Dios con el hombre infundiéndole la gracia, con la cual es confortado el hombre, y el hombre con Dios, correspondiendo a la gracia; y así el uno cena con el otro poniendo cada cual su parte.

 

Pero Dios cena primero con el hombre, porque obra con anterioridad, infundiendo la gracia o excitando el libre albedrío; y el hombre cena después con Dios, cooperando a la gracia o consintiendo a la inspiración. Por eso se dice en la epístola a los Hebreos: Atendiendo a que ninguno falte a la gracia de Dios; porque brotando alguna raíz de amargura no os impida (Hebr 12, 15).

 

Asimismo cena Dios con el hombre reconfortándole en sus merecimientos. Y así dice Isaías: Éste es mi reposo, reparad al cansado, y éste es mi refrigerio (Is 28, 12). Y el hombre cena con el Señor en los dones que le perfeccionan: Seré saciado cuando apareciere tu gloria (Sal 16, 15).

 

Igualmente cena el Señor con el hombre aquí abajo; y el hombre, con Dios en el cielo. Pero la cena con que Dios obsequia al hombre es mejor que la que el hombre ofrece a Dios, pues, como dice el Apóstol: Porque entiendo que no son de comparar los trabajos de este tiempo con la gloria  venidera que se manifestará en nosotras (Rom 8, 18). Por lo tanto, dice el Evangelista San Juan: Bienaventurados los que han sido llamados a la cena de las bodas del Cordero (Apoc 19, 9).

(In Apoc., c, III)

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