Martes de la 29ª semana
NECESIDAD DE LA VIGILANCIA
Velad, pues, porque no
sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor (Mt 24, 42).
I. El Señor exhorta a
la vigilancia, señalando la incertidumbre de la hora de la muerte, pues dice:
el día es incierto, y nadie puede fiarse de su estado, pues de dos será tomado
uno, y dejado otro. Por eso debéis ser solícitos y diligentes. Velad, pues,
como dice San Jerónimo, el Señor quiso dejar incierto el término de la vida,
para que el hombre esté siempre en espera. Por tres cosas suele delinquir el
hombre: porque sus sentidos están ociosos, o porque deja de moverse, o porque
duerme; por esa razón velad, a fin de que vuestros sentidos se eleven por la
contemplación, como dice el Cantar de los Cantares (5, 2): Yo duermo, y mi
corazón vela. Asimismo velad, para que no quedéis inmóviles en la muerte. Pues
vela el que se ejercita en obras buenas: Sed sobrios, y velad, porque el
diablo, vuestro adversario, anda como león rugiendo alrededor de vosotros,
buscando a quién devorar (1 Pedro 5, 8). Asimismo, velad, para que no caigáis
por negligencia. ¿Hasta cuándo, perezoso, dormirás? (Prov 6, 9).
II. Porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor. Dice San Agustín* que esto es necesario a los Apóstoles, y a los que existían antes de nosotros, y a nosotros también, porque el Señor viene de dos maneras. Vendrá al fin del mundo a todos en general, viene también a cada uno de nosotros al fin de la vida, es decir, en la muerte. Luego existe una doble venida: al fin del mundo, y también en la muerte. Y quiso que ambas fueran inciertas.
Estas venidas se
corresponden, porque cada uno será encontrado en la segunda tal cual esté en la
primera. Y dice San Agustín (en el lugar citado): "El último día del mundo
encontrará desapercibido al que en su último día halló desapercibido."
También puede
entenderse de otra venida invisible, cuando el Señor viene al alma, como dice
Job: Si viniere a mí, no lo veré (9, 11). Por eso viene a muchos y no se dan
cuenta. Debéis, por consiguiente, velar mucho, para que le abráis, si llamare.
He aquí que estoy a la puerta, y llamo. Si alguno oyere mi voz, y me abriere la
puerta, entraré a él, y cenaré con él (Apoc 3, 20).
(In Matth., XXIV)
Nota:
*Ad Hesychium (epist.
80). 273
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