San Alonso Rodríguez
por Jaime Correa Castelblanco, S.J.
Presentación - Niñez y
juventud - Estudios en Alcalá - De nuevo en Segovia - Matrimonio - Discernimiento
- Valencia - Una vida de ermitaño - Un nuevo rechazo - Noviciado - La isla de
Mallorca - Los votos religiosos - El portero de Montesión - El buen religioso -
Un místico - El joven Pedro Claver - Un maestro en discernimiento - Tal vez
profeta - La santa despedida - Los últimos años - El año último de vida - La
muerte- Después de la muerte - La
glorificación
Presentación
Esta vida de San
Alonso Rodríguez es la decimoquinta de una serie dedicada a los Santos de la
Compañía de Jesús.
Para los jesuitas, es
un santo muy querido. Encarna la espiritualidad del contemplativo en la acción
en el humilde grado de Hermano Coadjutor.
La santidad no está en
el oficio que se desempeña ni en las letras adquiridas. Está en el amor de Dios
y al prójimo, en la humildad del corazón, en la paciencia, obediencia e
imitación de Cristo, como dijo el mismo Alonso.
San Alonso Rodríguez :Fiesta: 31 de octubre Es el
Patrono de los Hermanos de la Compañía de Jesús. Es un místico y un maestro.
Modelo de humildad.
Niñez y juventud
Alonso nace en
Segovia, España, el 25 de julio de 1531. Esa ciudad industrial, dedicada a los
tejidos de lana, era en ese tiempo m s importante que Madrid. Por tradición es
católica, como toda España.
Diego Rodríguez, el
padre, es un comerciante en paños y lana. La madre, María Gómez de Alvarado, es
una mujer devota. El matrimonio tiene once hijos, siete hombres y cuatro
mujeres. Alonso es el tercero. No son nobles, pero tienen dinero y aspiran a
acceder a la burguesía acomodada. Se enorgullecen, sí, de ser cristianos de
limpia sangre, es decir, de no tener ascendientes judíos.
Muy pocas noticias
tenemos de la infancia de Alonso. Sabemos que, cuando tenía diez años, en 1541,
dos jesuitas pasan por Segovia. Uno de ellos es el Bienaventurado Pedro Fabro,
el primer compañero de San Ignacio. Predican en la ciudad y la familia
Rodríguez los escucha.
Acabada la misión
Diego Rodríguez los invita a descansar unos días en una casa de campo que posee
en las afueras. La finca se llama El Rafal. Como acompañante Diego señala a su
hijo Alonso. ¿Para que ayude en las Misas?. ¿Para que preste algún servicio o
haga las veces de dueño de casa?. No lo sabemos. Pero este primer contacto con
los jesuitas va a ser recordado por Alonso toda la vida, señalándolo como de
gran importancia para su orientación futura.
Estudios en Alcalá
En 1543, Diego y
Alonso, los dos hijos mayores, varones, son enviados a Alcalá a estudiar en el
Colegio que acaban de abrir los jesuitas en esa ciudad. Es un Colegio
establecido por el Bienaventurado Pedro Fabro.
Los hermanos estudian
bien. Diego, el mayor, est bastante adelantado. Alonso, con esfuerzo camina a
la zaga. Nada sabemos de las materias estudiadas. Sí, Alonso se hace amigo del
H. Francisco Villanueva, admitido por San Ignacio en la Compañía y estudiante
como él en el Colegio. Curioso, este Hermano Villanueva es el Superior de los
jesuitas de Alcalá.
De nuevo en Segovia
En 1545 muere Diego
Rodríguez. María Gómez queda viuda con once hijos por criar y educar. Necesita
ayuda. El mayor de los varones, lleva muy avanzados los estudios, mejor que
acabe. Que se sacrifique Alonso.
Alonso a los quince
años est de vuelta. Ayuda a la madre en el negocio de las lanas. La industria
segoviana de los paños est difícil. La competencia flamenca hace estragos y el
comercio local decae.
No puede pensar Alonso
en la reanudación de los estudios. Debe trabajar para la manutención de esa numerosa
familia. El negocio es de la madre y Alonso debe ayudarla. Ni siquiera tiene
poder para firmar los contratos. Doña María mantiene el comercio hasta los
veintidós años del hijo. A esa edad empieza a firmar en nombre de ella.
Diego entretanto
continúa los estudios, con no pequeños gastos de la familia. Se recibe de
jurista y se establece con buena situación. De sus hermanas, una se casa; las
otras viven solteras. De los otros hermanos menores, no sabemos casi nada.
Matrimonio
En 1557, a los 26
años, Alonso contrae matrimonio. La esposa es rica y se llama María Juárez.
Pasa entonces a vivir a la Calle del Mercado, porque es mejor punto de venta
para los paños. Muy seguidos nacen tres hijos, Gaspar, Alonso y una niña. Y
aunque las cosas no marchen bien económicamente, Alonso parece ser un hombre
feliz y da gracias a Dios por su familia.
Sin embargo, la niña
muere pronto. También uno de los hijos. Poco después, en 1561, muere también la
esposa. Tal vez, por tanta pena. Así, a los 30 años, Alonso queda viudo y con
un hijo pequeño a quien cuidar.
Liquida el negocio,
cierra la casa y vuelve a vivir con la madre. Tal vez, para que el niño tenga
en su formación una mano de mujer. Pero la desgracia parece perseguirlo.
Al año muere también
el hijito de tres años. La pena de Alonso es inmensa. Doña María muere al mes
siguiente. Para Alonso estas desgracias, una tras otra, parecen ser una
tragedia griega.
En la vida de Alonso
Rodríguez Gómez aquí acaba todo. Y sin embargo, aquí también empieza de nuevo a
vivir. El dolor puede llevarlo a la desesperación. Son muy numerosas y
demasiado grande sus desgracias. Y sin embargo, como hombre piadoso, se vuelve
hacia Dios.
¿Qué quiere el Señor?.
¿Cuáles son sus caminos?. ¿Qué desea El hacer con su vida?.
Discernimiento
Desde 1559 los
jesuitas tienen un Colegio en Segovia. El primer Rector es el P. Luis de
Santander, un hombre espiritual. Con él Santa Teresa trata las cosas de su
espíritu cuando llega a la ciudad.
Con el P. Juan
Bautista Martínez hace una larga Confesión general, con mucha calma y paz.
Desde entonces empieza a vivir en el espíritu, profundamente. Grandes ratos de
oración, misa diaria, confesión y comunión cada ocho días, y también
penitencias.
Pasan así los años.
Alonso se siente muy solo. Sus hermanas solteras lo acompañan en la vida
piadosa. El negocio est descuidado. Pero Alonso no se atreve a discernir. En la
oración se siente tranquilo. A veces cree tener ilustraciones muy hermosas. Le
parece que la Virgen María lo consuela. Alguna otra vez cree ver en sueños que
Jesucristo aparta las tentaciones que perturban.
Un día decide contar
todo al P. Juan Bautista Martínez. Con él trata. Tal vez, Dios lo quiere para
la vida religiosa.
Guiado por el
religioso se decide a pedir el ingreso en la Compañía de Jesús. Alonso es
examinado cuidadosamente. No es posible. Tiene ya 38 años de edad y los
estudios no son suficientes. No podrá ser sacerdote. Para Hermano no posee
salud y fuerzas para los trabajos de la Compañía. Es decir, un fracaso más en
la vida.
Por un tiempo Alonso
queda tranquilo. En su humildad, se considera indigno. Pero él tiene la
resolución de abandonar el mundo. En esto no titubea. Conversa con sus
hermanos, en especial con Juliana y Antonia. Les dice que no puede esperar más.
Tal vez el P. Luis de
Santander quien está ahora en Valencia pueda indicarle el buen camino. Les pide
oraciones y decide partir. Las dos hermanas callan, se entristecen, se resignan
a quedarse sin la ayuda del que es el verdadero maestro de sus vidas
espirituales. Alonso hace cesión solemne de sus bienes a las hermanas. Se
reserva un pequeño monto y se despide.
Valencia
Por las tierras
castellanas brota el frío. Alonso camina solo y a pie. Como lo hizo Ignacio de
Loyola en otro tiempo y por los mismos caminos de Castilla. Atrás quedan la tumba
de la esposa, los tres pequeños nichos de los hijos. Alonso camina. No vuelve
la cabeza atrás.
Llega a Valencia a
fines de 1568 o en los primeros días de 1569. Él sabe lo que quiere. Va derecho
al Colegio de la Compañía. Pregunta por el P. Rector.
Queda sorprendido el
P. Santander al encontrarse con su antiguo dirigido. ¿Qué busca?. Conversan
largamente. El experimentado director analiza y se toma un tiempo para dar el
consejo m s adecuado. Tal vez, Alonso puede ser un operario. Es cierto, no
tiene letras. Pero es capaz de adquirir las más indispensables. Que estudie,
eso le aconseja. No tiene dineros, pero puede vivir pidiendo con algunas
ayudas.
Con la acogida del P.
Luis de Santander, Alonso pasa a vivir en casa de un comerciante. Acompaña al
hijo a la escuela y enseña a leer y a escribir a una niña pequeña.
Al año siguiente vive
en la casa de la marquesa de Terranova y hace de ayo del pequeño Luis.
Entretanto él repasa la gramática y se inicia en la retórica. Sin embargo,
dedica m s tiempo a la oración, a la humildad y a la paciencia. Es duro para un
hombre de 40 años estudiar con los niños de corta edad.
Una vida de ermitaño
En la vida de Alonso
hay un episodio muy curioso. En Valencia traba amistad con un estudiante. La
misma edad, los mismos estudios y la misma pobreza. Tienen gustos semejantes y
también iguales deseos de buscar a Dios. Es una amistad gratificante.
En las vacaciones el
estudiante amigo desaparece. Unos días después Alonso recibe una carta. Es del
amigo que lo invita a San Mateo, a 20 de leguas de Valencia. Allí él ha
encontrado la paz en una ermita y desea compartirla con Alonso.
Él viaja, sin dar
avisos a nadie. Encuentra a su amigo y goza hablando de Dios, del silencio y
soledad. El amigo insiste, Alonso debe quedarse para siempre y vivir en otra
ermita cercana. Juntos, como los Padres del desierto, se animarán y conseguirán
la paz. Alonso est de acuerdo, pero cree necesario volver a Valencia para dar
cuenta a su Padre espiritual. El amigo se molesta, y Alonso se escabulle.
En Valencia, el P.
Luis de Santander lo acoge como siempre, con cariño y con respeto. ¿Por qué
antes Ud. no me dijo nada de esto?. Ud. ha cambiado. Hay cosas que no entiendo.
Cuando Ud. vino a Valencia dijo que el Señor lo llamaba a la vida religiosa en
comunidad. Y esto, para Ud. era claro. Ahora quiere ser ermitaño. ¿Por qué ese
cambio tan radical?. No parecen ser esos los caminos del Señor. Temo que Ud. se
pierda en este embrollo. ¿Por qué?, pregunta Alonso. "Porque Ud. quiere
hacer su voluntad y no discierne bien", es la respuesta del sacerdote.
Ahí Alonso se desarma.
Ve claro nuevamente. Pide perdón y decide postular a la Compañía de Jesús. No
importa el ser sacerdote. Lo que importa es servir en ella.
Un nuevo rechazo
El P. Luis de
Santander lo ayuda. En ese mes de enero de 1571 la Congregación provincial de
Aragón está reunida en Valencia. El P. Provincial, Antonio Cordeses, está en la
ciudad y puede Alonso hacer la postulación.
El P. Cordeses lo
examina y ve la mano de Dios en la vida de Alonso. Como es costumbre, cuatro
examinadores intervienen. Pero de nuevo los consultores presentan las mismas
objeciones de Segovia. Tiene mucha edad y pocas fuerzas.
El Provincial termina
la Consulta con una sorprendente frase: "Recibámoslo para santo".
Noviciado
La admisión inunda el
corazón de Alonso. Es la primera alegría profunda en tantos años. Prepara todo
con mucha prisa. Cada día que pasa le parece un año.
El 31 de enero de 1571
empieza su nueva vida de Hermano coadjutor. Se traslada a vivir al Colegio de
San Pablo y da comienzo al noviciado.
Pero esa misma noche
viene a verlo su amigo, el ermitaño. No llega como amigo, sino furioso. Le echa
en cara el no haber vuelto a San Mateo. También habla pestes de la vida
religiosa. Alonso quiere aplacarlo, pero el otro se retira indignado.
En el Noviciado está
seis meses. Hace el mes de Ejercicios espirituales y las principales
experiencias. Ahora sí que avanza. En la vida comunitaria y en lo espiritual es
un buen ejemplo para los de casa. Todos lo quieren y‚ él se desvive por atenderlos.
La isla de Mallorca
A los seis meses los
Superiores lo destinan al Colegio de Montesión, en Palma de Mallorca. Allí debe
ayudar en la construcción del Colegio y de la Iglesia.
En el barco, rumbo a
la isla hay mucho tiempo para pensar. Han pasado casi tres años, desde que
empezó a vivir de nuevo. Durante dos, estudió y aprendió poco. Ha vivido,
conoce muchas cosas. Ha recordado, pero no echa nada de menos. Pidió mucho a
Dios y lo ha obtenido todo. Sí, es feliz y se promete seguir siendo feliz. En
la inmensidad del mar hace su oración, muy humilde. Lo han admitido para santo.
Él lo sabe. Pondrá todo su empeño en esa tarea.
En el Colegio de
Mallorca casi todo le resulta fácil. La atención de la Portería es agradable.
Los oficios domésticos son sencillos. Su ayuda en la construcción de la Iglesia
es un trabajo semejante a Nazaret. Acompaña a los Padres cuando salen de casa
al apostolado. Recuerda siempre su promesa al P. Luis de Santander. No está
dispuesto a hacer su propia voluntad sino a cumplir lo que le manden.
Una cosa le preocupa
en su humildad. Alguno o varios no tienen buena idea de él. Parecen no
apreciarlo y eso le da pena. Tal vez el deseo de querer agradar ocasiona algún
rechazo. Se le considera tímido y poco capaz.
Alonso teme que puedan
despedirlo y eso lo intranquiliza. Desde lo m s hondo reza a Dios. Queda
tranquilo cuando le cree que el Señor le dice: "Basta que lo quiera
yo".
Los votos religiosos
En Mallorca le
corresponde pronunciar los votos de pobreza, castidad y obediencia. El noviciado
est terminando. Alonso los pide con la debida anticipación para hacerlos el 31
de enero. Pero hay dudas nuevamente. En los Consultores. Las mismas que en
Segovia y Valencia. Pero ahí está la frase del Señor: "Basta que lo quiera
yo".
Pronuncia los votos el
5 de abril de 1573, con dos meses de retraso.
El portero de
Montesión
Su principal tarea es
ser portero. Consiste en abrir y cerrar la puerta, dar recados a los de casa y
encargos a los de fuera. Con absoluta uniformidad, día tras día. La comunidad está
formada por más de veinte religiosos y los alumnos son legión. Alonso no sabe
que su oficio va a durar 46 años. De los 40 a los 86.
Se esfuerza por vivir
en la presencia de Dios, constantemente. Tiene a flor de labios una frase,
cuando suena la campana: "Ya voy, Señor".
El mirar las virtudes
de los otros se hace rutina. Quizás es demasiado condescendiente. Pero este
ejercicio a él le ayuda. "Allí viene el humilde. Ahí, el obediente. Allá
viene el que jamás se enoja. Ese es el que vive en viva fe. Viene el de gran
pobreza. Ese es prudente. Hacia acá viene el piadoso"
El buen religioso
Para Alonso, no todo
es miel sobre hojuelas. Al dolor de no saberse aceptado por algunos de la
comunidad, se agrega el temor a ser despedido de la Compañía. Conoce su ignorancia
y experimenta las pocas fuerzas físicas. Y más de alguno, le ha hecho notar
estas carencias. Además, le vienen a la mente pensamientos impuros.
Se refugia en la
oración y penitencia. En su pobre aposento del Colegio, ruega a Dios con toda
el alma. Por la perseverancia y castidad. En la capilla se postra ante el
Señor. A veces la oración es un tormento. María es su madre y la importuna casi
a gritos. Así, por años. Tal vez diez.
Suelen los Padres
celebrar la misa en Bellver, a una milla de Palma, en el castillo de la señora
de Pax. Alguna vez los acompaña Alonso. El camino es largo y la cuesta
trabajosa. Alonso se sienta un momento en una piedra a descansar. Está rezando.
De repente siente que María está a su lado y le enjuga el rostro sudoroso con
un lienzo. ¡Qué gran consuelo!. Entonces se terminan los pensamientos impuros.
Escritor por
obediencia
Al constatar los
Superiores el interior espiritual de Alonso, le piden que escriba su vida y las
experiencias.
Para Alonso ésta es
una obediencia difícil y dura. No cree ser capaz. Sus letras son pocas, y su
vida no tiene importancia. Las gracias recibidas lo confunden, no son un m‚rito
suyo. Acepta la orden, profundamente humillado.
En varias entregas,
desde 1604 hasta 1616, confundido, pasa al Superior sus pobres hojas. Por
obediencia también, escribe un tratado espiritual que hoy ocupa tres volúmenes.
El Superior continúa ordenando. Alonso entonces escribe sobre el Padre nuestro,
la unión con Dios, la limpieza del alma, la humildad, la mortificación, la oración,
la tribulación, y la caridad. Sorprendente. No tiene estudios y el grado de
Hermano no le deja tiempo para letras.
Un místico
En los escritos y en
la vida, Alonso Rodríguez es un verdadero místico.
"La santidad no
está en tener visiones, ni en tener consuelos, ni en tener don de profecías, ni
revelaciones, ni en hacer milagros. Todas esas cosas cuestan poco al alma,
porque Dios las da. La santidad cuesta grandes trabajos de mortificación con la
gracia de Dios. La santidad est en el amor de Dios y al prójimo y en la
profunda humildad de corazón, paciencia, obediencia y en la imitación de Cristo
nuestro Señor".
No hay dudas, la
espiritualidad de San Alonso Rodríguez es la de San Ignacio, la del
contemplativo en la acción.
En la mortificación
Alonso es un maestro. Con oración y penitencia lucha contra las tentaciones de
la carne. "En las tentaciones he sido más de doscientas veces
mártir".
Muchas veces le
atormentan los escrúpulos, de no haber sido claro en la confesión de los
pecados, de no ser lo suficientemente útil, de no estar predestinado a la
salvación. En la oración y dirección espiritual resuelve no discutir con esta
tentación. Porque "el demonio es un gran bachiller", son sus atinadas
palabras.
"Dios oyó su gran
clamor y quiso, como suele consolar y visitar a esta persona. Porque estando
anegado y escondido en alta oración en el abismo infinito de su Dios, al cual
daba voces y gemidos, pidiendo que le perdonase y diese su gracia, tuvo su
Majestad por bien visitarle. Y fue, que metida esta persona en este fervor de
oración tan grande con su Dios, oyó una voz en alto, clara, que le decía: Tus
pecados te son perdonados. Y esto fue por tres veces, una tras otra.
Súbitamente a esta persona se le quitó toda la tristeza, aflicción y angustia
que tenía, y fue llena de tan grande consuelo cual jamás ha tenido".
"Por esta
comparación se entenderá la transformación del alma en Dios. Porque Dios se
comporta con el alma piadosa como el fuego con el fierro. Cuando el fierro está
en el fuego, éste se comunica. Si el fuego es grande, el fierro se hace fuego,
por comunicación, no por naturaleza. De la misma manera, cuando el Señor mete
al alma en su Corazón queda endiosada y transformada en Él".
"Esta persona era
levantada sobre todo lo criado y puesta con su Dios a solas, como en otra
región. Allí Dios le comunicaba gran luz del conocimiento divino y de ella
misma. Conocía a su Dios, no por discursos sino en sí; no por razones, sino por
clara luz del cielo. Y en la medida en que el alma se humillaba, Dios la
levantaba al conocimiento de sí mismo y la abrasaba en el amor. ¡Oh amado mío,
oh querido mío, tú todo mío y yo todo tuyo. Esta es la transformación del alma
en Dios. Llega a tanto que cada uno le da al otro todo lo que tiene y todo lo
que es. Los que han llegado a este estado tan dichoso, y Dios les ha hecho esta
merced, oran con gran descanso y suavidad, sin fatiga de pecho o de cabeza.
Están con Dios, los dos a solas. Llega a tanto que, en lo que otros se fatigan,
éstos descansan. Por el gran amor con que esta persona ama a este Señor, tiene
las entrañas y el corazón abiertos de amor para aposentar en él a su
amado".
En torno al humilde
Hermano parece girar, es cierto, el Colegio y la ciudad. Las gentes vienen a
hablar con él, desde el virrey hasta el pobre.
Alguna vez le piden
que dé una charla a los muchachos de la Congregación Mariana. Otra vez, m s a
menudo, enseña el catecismo en la Iglesia. Conversa con los mendigos y los más
necesitados. Estos parecen ser los preferidos. A los alumnos, que lo piden, les
da alguna estampa, o en su defecto un papel, con un pensamiento espiritual.
Esta vida apostólica, la de la acción y la del deseo, queda reflejada en una
petición:
"Esta persona a
menudo pide a Dios cuatro amores: el primero, el amor infinito de Dios. El
segundo, el amor infinito de Jesucristo, Hombre y Dios. El tercero, el amor de
la Virgen, Madre de Dios. El cuarto, el amor de las almas. Esta persona ruega a
Dios, muchas veces al día, por la salvación de todos".
El joven Pedro Claver
El 11 de noviembre de
1605 llega a Palma de Mallorca Pedro Claver Cerveró, de veinticinco años de
edad. Con él han viajado otros dos jesuitas jóvenes. Vienen al Colegio de
Montesión a estudiar Filosofía.
En las Casas del
continente, Pedro ha oído hablar del Hermano Alonso. Vas a encontrar a un
hombre de vida espiritual, mortificado y de gracias elevadas. Pedro es bueno y
desea conocerlo seriamente. Setenta y cinco años frente a veinticinco. No
importa. Un anciano y un joven. El que termina y el que empieza.
Los santos siempre se
entienden, porque son hombres de Dios. Muy pronto surge la amistad. Con
admiración Pedro descubre que la santidad de Alonso es superior a la fama
publicada. Pasa a ser su confidente, una persona con quien puede conversar las
cosas espirituales.
Poco a poco, Pedro
Claver se transforma en discípulo. Todos los días se juntan a una hora
determinada. El estudiante trabaja en los libros y el portero atiende visitas.
Pero hay tiempo para el diálogo. Pedro pregunta, el anciano aconseja.
¿Qué he de hacer,
Hermano Alonso, qué he de hacer para amar de veras a mi Señor Jesucristo?. ¿Qué
debo hacer para agradarle?. Él me da grandes deseos de ser todo suyo, y yo no
sé cómo hacerlo. Enséñemelo, Hermano, Ud. lo sabe".
Alonso escucha. Es
feliz con ese joven. Lo ve tan entero y decidido. Ora por él.
Un día en la oración,
Alonso con los ojos del alma contempla los tronos de los bienaventurados en el
Cielo. Hay uno vacío, el más hermoso. Admirado escucha la voz que explica el
misterio: "Este es el lugar preparado para tu discípulo Pedro Claver. Es
el premio por sus virtudes y las innumerables almas que salvar en las Indias,
con sus trabajos y sudores".
Prudente nada dice al
joven Claver, pero lo mira con ojos nuevos, muy nuevos, casi con veneración. El
confesor de Alonso le aconseja esa prudencia, que redoble la atención y que
rece mucho.
Un maestro en
discernimiento
En el diálogo, ahora
entre santos, aparecen alusiones a las almas necesitadas de ultramar. De allá,
de las Indias occidentales.
San Pedro y el Santo
Hermano Alonso tratan, oran, hacen planes. A Alonso le gustaría ir a las
lejanas tierras de misión. Pedro dice que ‚l puede reemplazarlo.
El discernimiento
abraza todo. Las Indias orientales, las portuguesas, tienen el camino conocido,
son muy seguras. Hay allí una Iglesia establecida y la Compañía es numerosa.
Las Indias
occidentales, las españolas, son más duras. Son pobres. La mies es mucha y los
obreros, pocos. Los indios y los negros están abandonados. Viajar a América y
trabajar con los humildes, ése es tercer grado de humildad.
Tal vez profeta
Un día, un día
cualquiera, está Alonso en la Portería hablando con un jesuita valenciano, el
P. Vicente Alcaina. Y van entrando en el Colegio los estudiantes Pedro Claver y
Juan Humanes. Dice Alonso: "¿Ve Ud. a esos dos Hermanos?. Pues ambos irán
a las Indias y harán gran fruto".
Alonso fue profeta.
San Pedro Claver se santificó en Cartagena de Colombia y Juan Humanes fue
apóstol en Paraguay.
Pero a lo mejor el
santo Hermano no es profeta. Bien podría el estudiante Juan Humanes haberse
dirigido con el Hermano, en el discernimiento a la misión del Paraguay.
La santa despedida
Los tres años de Pedro
Claver en Mallorca pasan raudos. Ha aprendido el camino de la mortificación y
el del amor a Dios. Ha discernido y está tranquilo. Puede volver a Valencia a
continuar la Teología. Alonso envejece, a ojos vistas. Pedro es el hombre que
extender la vitalidad del viejo. El santo Hermano puede decir con paz su Nunc
dimittis.
Pedro lleva la
bendición del maestro y un cuaderno manuscrito con los avisos espirituales. Son
el mejor tesoro y la mejor reliquia. Las letras firmes y elegantes de San
Alonso le dan consuelo.
En el puerto de
Soller, Pedro se embarca con su amigo Juan Humanes. Ninguno de los dos vuelve
la cabeza atrás. En la Portería, Alonso queda solo con su Dios.
Los últimos años
Los últimos años son
un volver a la rutina. A la santa rutina de la vida. En oración, es eximio. No
puede estar sino en la presencia del Señor. Cuando el Superior le pide que
disminuya el orar para aliviar así la mente, Alonso muy obediente quiere
hacerlo. "Padre, pese a todos los esfuerzos, no puedo olvidarme de
Dios".
En enero de 1613 se
cae en la escalera principal del Colegio. Iba dialogando con el Señor. Lo
llevan a la celda inconsciente. El médico opina que la caída puede ser fatal
para un hombre de tan trabajada edad. Al amanecer pronuncia unas palabras:
"He sufrido como si hubiese estado en el infierno".
Pasa la convalecencia
orando. Cuando le dan un remedio, lo toma con gusto si es amargo. Cuando le
preguntan qué quiere comer la respuesta es siempre la misma: "Lo que
quiera o tenga el enfermero".
En la oración se queda
muchas veces dormido. Las primeras veces se inquieta. Va con su cuento al
Superior y con escrúpulo lo dice en confesión. Los consejos de los entendidos
son siempre los mismos. No hay falta. Es sólo una interrupción de la oración.
No reponga el tiempo dormido. Alonso ve en esas voces la voluntad de Dios. Debe
hacer del sueño un tiempo para orar. Goza ahora orando en sueños, y goza
soñando en la oración.
"A esta persona
le aconteció que habiéndose ocupado un poco en leer de la humildad, sin darse
cuenta se durmió. Estando en profundo sueño, fue herido, en tan gran amor de
Dios, que parecía que moría del amor de Dios.
Grande es la oración
que se puede tener durmiendo, cuando Dios la da. Porque allí se ve que el alma
anda a solas con Dios. Porque el cuerpo, como duerme, no impide al alma. Y así,
entre Dios y el alma, hay gran silencio y soledad. El alma toda est ocupada en
el amor de su Dios, pues lo tiene presente. Y así todo es amor".
Una noche siente
escrúpulos. Temeroso por su vida le dice a Dios: ¿Señor, qué quieres que haga
con mi vida pasada?. De inmediato siente que Dios le responde: "Yo estoy
contento de esa vida. Los pecados están ya perdonados. No temas. Yo te quiero
para la gloria".
El año último de vida
El año 1617 es el
último de su vida. Es un año de sufrimientos, como si el Señor quisiera
consumar el ideal de Alonso. Compelido por la obediencia, confiesa Alonso que
apenas tiene parte de su cuerpo sin martirio.
Pero en nada pierde su
indomable espiritualidad. Siente pena cuando su frágil memoria olvida las
oraciones más elementales.
En una crisis, cuando
guarda cama, el enfermero le pregunta cómo ha pasado la noche. Contesta:
"He dormido un cuarto de hora, y me pesa, porque ese tiempo he dejado de
padecer".
Sufre porque lo
cuidan. No quiere molestar a nadie. Los estudiantes callan y lo veneran. Por
fortuna, él se encuentra tan débil que apenas se le puede cuidar.
Los estudiantes
jesuitas continúan visitándolo. Alonso desde la cama les suplica que le lean
algún salmo de David o un soliloquio de Agustín.
Alonso sufre mal de
orina. Es una tortura. Los remedios de la ‚poca no suelen ser los adecuados.
Tiene a veces mucha fiebre. El médico no atina. A veces recobra la memoria,
recita las oraciones habituales. Dialoga con Jesús y María y da la impresión de
estar sano. Pero los dolores están presentes. De la cintura a los pies es
prácticamente un inválido. Apenas puede mover los brazos. Cuando tiene que
comulgar, se endereza, como puede.
El 15 de agosto,
después de comulgar, siente que María lo toma en brazos y lo presenta a la
Santísima Trinidad. Alonso sufre en el cuerpo, pero goza en su alma.
La muerte
El Hermano enfermero
es bien curioso. Quiere saber el día de la muerte de Alonso. Este calla y no da
respuesta.
Otro día, el 26 de
octubre, al leerle la vida de una religiosa santa, el enfermero insiste:
"Hermano Alonso, esta religiosa dijo, unos días antes, el día de su
muerte". El enfermo responde: "En esta materia suele haber engaño y
no provecho". Buena respuesta, por cierto, a un hombre curioso.
El enfermero vuelve a
insistir. Alonso contesta: "Eso es una tentación. La vida es de Dios, y El
enviar la muerte cuando bien le parezca. Ojal nos encuentre preparados para ese
trance".
Pero el Hermano
enfermero es hábil. "El P. Ministro desea asistir a su muerte, y por esta
causa ha atrasado los Ejercicios espirituales que iba a hacer en la casa de
campo". Alonso cae en la trampa: "Muy bien ha hecho el P. Ministro.
Yo le doy las gracias por su caridad porque me encomendará a Dios, y así podrá
asistir a mi muerte".
El día 28 recibe la
comunión. Su rostro causa la impresión de haber mejorado. El pulso está más
fuerte. De vez en cuando abre los ojos y dice solamente dos palabras:
"Jesús, María". La comunidad sabe que se muere. Llaman a un pintor
para que lo retrate. Todos lo contemplan como a un santo. De cuando en cuando,
Alonso abre los ojos muy alegres y dice: "Ah, Jesús". Como si lo viera.
El 30 de octubre está
dormido. La comunidad lo cuida, los estudiantes observan. Parece soñar con los
ángeles y sus amigos los santos. De pronto, como si oyera las palabras de
Cristo: "Aquí viene el esposo", exclama: "Jesús". Despierta
y viene la crisis con mil dolores, con ahogos, cólicos y bascas. Con voz
lastimera repite una vez más: "Jesús, Jesús, mi Jesús". Todos asisten
atónitos. Alonso está muriendo.
Deprisa avisan al P.
Rector. Está muy avanzada la medianoche. Rezan todos la recomendación de la
muerte. Un testigo dice: "Y nos miró a todos con una vista muy clara,
viva, alegre. Se vuelve al Cristo que tiene entre las manos. Se inclina a
besarlo. Pronuncia el nombre de Jesús y muere". Para los jesuitas ha
muerto un santo.
Después de la muerte
La muerte del Hermano
Alonso conmueve a la ciudad. La campana de la Iglesia está doblando a muerto.
No es un tañido fuerte, pero sí muy lastimero. La noticia va de boca en boca.
La reacción impresiona.
Todos se dan cita en
el Colegio, desde el Virrey, los miembros del Cabildo, las comunidades
religiosas, los franciscanos, dominicos, mercedarios, agustinos, trinitarios y
religiosas. Hombres y mujeres acuden al Colegio de Montesión. Todos quieren
acercarse.
Los fieles colman la
Iglesia y con gran devoción asisten a los oficios. Pero no es posible
sepultarlo en la Festividad de Todos los Santos. Se propone dejarlo para
después de la Conmemoración de los Difuntos. El pueblo así queda más tranquilo,
porque podrá cumplir con sus deseos de devoción.
El sitio de la
sepultura es la capilla de la Anunciación, en la Iglesia jesuita.
La glorificación
San Alonso Rodríguez
fue canonizado el 15 de enero de 1888, en compañía de su discípulo San Pedro
Claver y el joven jesuita San Juan Berchmans.
La Compañía de Jesús
lo reconoce como uno de sus maestros espirituales y como el Patrono de los
Hermanos Coadjutores. La isla de Mallorca lo venera como a su Patrono
principal.
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