martes, 29 de mayo de 2018

Qué hace y qué dice el Corazón de Jesús en el Sagrario 44 - Sígueme - San Manuel González García


EL CORAZÓN DE JESÚS AL CORAZÓN DEL SACERDOTE

III. SÍGUEME
(Mt 8,22)


Estamos en nuestro Sagrario; tú, sacerdote, de rodillas ante el altar, y Yo desde mi modesto trono del Copón.
Has oído y entendido el ¡si conocieras...! de mi invitación al Sagrario y en vez de imitar a la Samaritana en las preguntas de curiosidad y de duda con que me responde, has decidido aceptar y venirte.
¿No es eso lo que me quieres decir puesto ahí de rodillas?
Sí, la fijeza con que miras la puerta de mi Tabernáculo, como esperando verme salir por ella, a hablar y andar contigo, me está recordando la actitud firme de otro sacerdote mío: de Pedro, cuando me decía a la vista de muchos que se iban: ¿A quién vamos a ir sino a Ti?
Ésa es tu palabra, ¿verdad?
Pero he de advertirte que en los siglos que llevo viviendo entre los hombres he oído decir a muchos esa palabra y, no obstante, ¡veo a tan pocos seguirme!
Y no creas que mienten; sino que se engañan...
¿Sabes en qué?
En que en vez de seguirme a Mí, que soy el Jesús verdadero, siguen a otro Jesús...

Las dos clases de seguidores de Jesús

No te extrañes ni te escandalices: Jesús verdadero no hay más que uno, que es el primogénito del Padre Celestial e Hijo de la Virgen Inmaculada: pero Jesús falsificados, apócrifos, fantásticos, hay muchos, muchos, tantos como imaginaciones y egoísmos, sensualidades e hipocresías empeñados en que o no haya Jesús o lo haya a su gusto y capricho.
¡Conozco más falsificaciones de Mí!
Y ¡claro! ¡como siempre es más cómodo seguir al falsificado que al verdadero, tengo que pasar por la pena de verme suplantado ¡aun en mis iglesias, aun en mis Sagrarios!
¡Pobrecillos! los veo rezar y a algunos hasta comulgar y luego en la conversación que por dentro entablan con su Jesús, y en la actitud y en los trajes con que se presentan, advierto que no es conmigo con quien hablan, sino con un Jesús (así con minúscula) no bueno, sino bonachón; no suave, sino dulzarrón; no compasivo, sino tolerante; no sabio, sino de modestos alcances; no enterado de todo, sino miope o aficionado a la vista gorda; no diligente, sino adormilado...
Un Jesús, por supuesto, sin nada de corona de espinas, ni de cruz, ni de cardenales, ni de pobreza, ni de austeridades de Calvario. Y en cambio, de esplendores de gloria, de blancuras de nieve, de miradas apasionadas, de regazos tiernos, de senos blandos, de ternura de palabras, de derretimientos de afectos y de sueños y de ilusión ¡cuánto! ¡cuánto! y ¡bajo cuánta variedad de formas!
Y no creas, sacerdote mío, que son sólo gente mundana y sin teología las que así me suplantan, que aquí en la intimidad de la conversación, te diré, ¡pena me cuesta!, que oigo a algunos amigos predicar a un Jesús que no soy Yo, aconsejar conforme a una moral cristiana que no es mía, prometer premios y mercedes a obras y personas incomunicadas totalmente conmigo...
¡Que todo esto es duro!, ¿verdad?
Pero tan cierto como duro.
¿No ves las obras de muchos que me tienen en la boca, que andan junto a Mí y que hasta comen por servirme a Mí?
En sus maneras de hablar y de pensar de los demás, de querer a los hermanos, de tratar a los enemigos, de vestir, de sufrir, de gozar, de vivir, en una palabra, ¿encuentras un rasgo siquiera del Jesús callado, paciente, pobre, abnegado, incansable, humilde generoso y amante hasta el fin del Sagrario?
¿No? ¿Y hablan, no obstante, de Jesús, y se llaman cristianos, es decir, seguidores de Jesús?
Ya sabes a qué jesús siguen.
¡Son de los falsificadores!
Tú, sígueme A MÍ.
¡A Mí!
¡Al Hijo de María Inmaculada, al Aprendiz del taller de Nazaret, al Maestro de la Cruz de palo, al Crucificado del Calvario y del altar, al Cordero de Dios que quita los pecados del mundo...!

***
Para respuesta, el Salmo 1: Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos...

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