EL
CORAZÓN DE JESÚS AL CORAZÓN DEL SACERDOTE
III.
SÍGUEME
(Mt 8,22)
Estamos
en nuestro Sagrario; tú, sacerdote, de rodillas ante el altar, y Yo desde mi
modesto trono del Copón.
Has
oído y entendido el ¡si conocieras...! de mi invitación al Sagrario y en
vez de imitar a la Samaritana en las preguntas de curiosidad y de duda con que
me responde, has decidido aceptar y venirte.
¿No
es eso lo que me quieres decir puesto ahí de rodillas?
Sí,
la fijeza con que miras la puerta de mi Tabernáculo, como esperando verme salir
por ella, a hablar y andar contigo, me está recordando la actitud firme de otro
sacerdote mío: de Pedro, cuando me decía a la vista de muchos que se iban: ¿A
quién vamos a ir sino a Ti?
Ésa
es tu palabra, ¿verdad?
Pero
he de advertirte que en los siglos que llevo viviendo entre los hombres he oído
decir a muchos esa palabra y, no obstante, ¡veo a tan pocos seguirme!
Y
no creas que mienten; sino que se engañan...
¿Sabes
en qué?
En
que en vez de seguirme a Mí, que soy el Jesús verdadero, siguen a otro
Jesús...
Las dos clases de seguidores de
Jesús
No
te extrañes ni te escandalices: Jesús verdadero no hay más que uno, que es el
primogénito del Padre Celestial e Hijo de la Virgen Inmaculada: pero Jesús falsificados,
apócrifos, fantásticos, hay muchos, muchos, tantos como imaginaciones y
egoísmos, sensualidades e hipocresías empeñados en que o no haya Jesús o lo
haya a su gusto y capricho.
¡Conozco
más falsificaciones de Mí!
Y
¡claro! ¡como siempre es más cómodo seguir al falsificado que al verdadero,
tengo que pasar por la pena de verme suplantado ¡aun en mis iglesias, aun en
mis Sagrarios!
¡Pobrecillos!
los veo rezar y a algunos hasta comulgar y luego en la conversación que por
dentro entablan con su Jesús, y en la actitud y en los trajes con que se
presentan, advierto que no es conmigo con quien hablan, sino con un Jesús (así
con minúscula) no bueno, sino bonachón; no suave, sino dulzarrón; no compasivo,
sino tolerante; no sabio, sino de modestos alcances; no enterado de todo, sino
miope o aficionado a la vista gorda; no diligente, sino adormilado...
Un
Jesús, por supuesto, sin nada de corona de espinas, ni de
cruz, ni de cardenales, ni de pobreza, ni de austeridades de Calvario. Y en
cambio, de esplendores de gloria, de blancuras de nieve, de miradas
apasionadas, de regazos tiernos, de senos blandos, de ternura de palabras, de
derretimientos de afectos y de sueños y de ilusión ¡cuánto! ¡cuánto! y ¡bajo
cuánta variedad de formas!
Y
no creas, sacerdote mío, que son sólo gente mundana y sin teología las que así
me suplantan, que aquí en la intimidad de la conversación, te diré, ¡pena me
cuesta!, que oigo a algunos amigos predicar a un Jesús que no soy Yo, aconsejar
conforme a una moral cristiana que no es mía, prometer premios y mercedes a
obras y personas incomunicadas totalmente conmigo...
¡Que
todo esto es duro!, ¿verdad?
Pero
tan cierto como duro.
¿No
ves las obras de muchos que me tienen en la boca, que andan junto a Mí y que
hasta comen por servirme a Mí?
En
sus maneras de hablar y de pensar de los demás, de querer a los hermanos, de
tratar a los enemigos, de vestir, de sufrir, de gozar, de vivir, en una
palabra, ¿encuentras un rasgo siquiera del Jesús callado, paciente, pobre,
abnegado, incansable, humilde generoso y amante hasta el fin del Sagrario?
¿No?
¿Y hablan, no obstante, de Jesús, y se llaman cristianos, es decir, seguidores
de Jesús?
Ya
sabes a qué jesús siguen.
¡Son
de los falsificadores!
Tú,
sígueme A MÍ.
¡A
Mí!
¡Al
Hijo de María Inmaculada, al Aprendiz del taller de Nazaret, al Maestro de la
Cruz de palo, al Crucificado del Calvario y del altar, al Cordero de Dios que
quita los pecados del mundo...!
***
Para respuesta, el Salmo 1: Dichoso el hombre que no sigue el
consejo de los impíos...
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