La ciencia a favor de la vida,
Nicolás Jouve,
Catedrático Emérito de Genética
de la Universidad de Alcalá de Henares
Sábado 27 de Enero de 2018
Los partidarios de
la instrumentalización de la vida embrionarias o del aborto suelen decir que
las tesis pro-vida están inspiradas, exclusivamente, en dogmas religiosos. Incluso
consideran que prohibir el aborto sería una imposición religiosa. La realidad
es muy distinta y los argumentos científicos a favor de la vida embrionaria o
del no nacido durante el embarazo, por supuesto en coincidencia con la idea
cristiana del valor de la vida humana, son abundantes, pues aportan los datos
sobre cuando comienza la vida de un ser humano y cómo transcurre su desarrollo
y solo pueden llevar a la conclusión de que debe ser protegida.
Parece obvio que la
Ciencia ha de estar siempre a favor de la vida, y más si se trata de vida
humana. Sin embargo, hay científicos que no se pronuncian o callan, y algunos
también que en función de determinadas ideologías o formas de pensar,
relativizan la especial dignidad y valía del ser humano. Los primeros no
merecen ningún comentario como no sea lamentar su falta de valentía para
defender la verdad. En cuanto a los que minimizan la vida humana, dándole la
espalda a la evidencia científica, puede que lo hagan por alguna de las
siguientes posturas: por no valorar de modo especial la vida humana respecto a
la de otras especies; por no valorar por igual la vida humana en todas las
etapas de su ciclo vital; o por no valorar por igual la vida humana en todas
las circunstancias y condiciones de salud física o mental.
Veremos después
todas estas posturas, que de algún modo conviven en el panorama
científico-tecnológico y biomédico actual, pero antes, me gustaría smarme al
sentir de este Congreso y elogiar la valentía y capacidad profética del beato
Pablo VI al publicar hace 50 años la encíclica Humanae vitae. Pablo VI advirtió
sobre la cantidad de efectos negativos que iba a tener para la vida humana la
implantación de las tecnologías anticonceptivas y el peligro de dejar en las
manos de las autoridades públicas, las exigencias morales, con efectos en temas
tan sensibles como el control demográfico y la pérdida del respeto a la vida
humana naciente y a la mujer. Pensemos en las políticas de esterilización,
anticoncepción, el aborto y la pérdida de la patria potestad, impuestas por y
desde las Naciones Unidas y otros organismos internacionales a prácticamente
todos los países, que han cristalizado en la “ideología de género” que,
lamentablemente cincuenta años después de la ùblicación de la Humanae vitae lo
invade todo, desde la política a los medios de comunicación.
Pero en el análisis
de la postura de los científicos respecto al valor de la vida humana naciente
hay dos ideas básicas fundamentales. Una, de carácter antropológico, atañe al
concepto correcto del ser humano, y la segunda al modo adecuado de afrontar la
tarea de investigar. Es decir, cómo debemos considerar al ser humano y cómo se
deben afrontar las investigaciones científicas cuando el sujeto de
investigación es el propio hombre, teniendo en cuenta que el trabajo científico
debe responder a la búsqueda de la verdad y por tanto debe basarse en la
objetividad y honestidad de quienes lo practican.
Una concepción correcta del ser humano
En la realidad del
ser humano, confluyen todos diversos enfoques: antropológico, filosófico,
teológico y biológico. Todos ellos conducen a la conclusión de lo excepcional y
valioso de la vida humana, por ecima del valor de cualquier otra criatura de la
Creación.
La filosofía,
destaca la racionalidad y el carácter único e irrepetible que caracteriza a cada
ser humano, lo cual coincide con el carácter único y singular basado en la
singularidad e identidad genética. Además, Immanuel Kant (1724-1804) señaló que
lo que caracteriza a la persona es la posesión de una dimensión especial que le
confiere una proyección diferente de los objetos de la naturaleza. Es el mundo
de la ley moral de la que dimana la “dignidad” 1. Los seres
racionales son personas en tanto que constituyen un “fin en sí mismos”, no se
debe emplear como un mero medio porque poseen libertad y son distintos de las
demás criaturas naturales por su rango y dignidad. De acuerdo con Kant, la
persona no tiene precio, no es un objeto, una cosa, sino que tiene valor en sí
misma. Un ser humano no es “algo”, sino “alguien” al que debe reconocerse su “dignidad”.
En relación de cómo valorar la vida humana se hace necesario recordar la máxima
kantiana: «actúa de tal manera que consideres la persona del otro como un fin y
nunca sólo como un medio» 2.
Siguiendo con esta
argumentación, lo cierto es que, la Biología y la antropología nos indican que
el ser humano ocupa un lugar especial en el conjunto de la naturaleza por las
siguientes razones:
a) El ser humano es
un ser “racional” y “autoconsciente”. Otras especies tienen capacidad de sentir
(naturaleza sintiente) pero el hombre se eleva sobre el resto de los animales
por su racionalidad (naturaleza racional).
b) El ser humano es
un ser “ético”. Debido a su consciencia es capaz de distinguir el bien del mal,
lo positivo y lo negativo de sus acciones, y puede actuar libremente en
consecuencia.
c) El ser humano es
un ser “relacional”. Debido a su consciencia es capaz de relacionarse con el
mundo que le rodea y utilizar sus recursos en su propio beneficio. La relación
con el medio en el que vive es su mejor recurso para la supervivencia y el
bienestar.
d) El ser humano es
un ser “social”. La relacionalidad de que está capacitado el hombre llega a su
máxima expresión en la relación con los demás miembros de su especie, y como
consecuencia es una especie que vive en sociedad. A ello ha contribuido también
otra capacidad exclusiva del ser humano en el conjunto de la naturaleza, la de
la comunicación por medio de un “lenguaje articulado”. El ser humano es capaz
de comunicarse con sus congéneres no solo mediante signos y sonidos, sino por
medio de palabras e ideas. De ahí otra peculiaridad que diferencia al hombre
del resto de las especies, la “evolución cultural”, exclusivamente humana, y
que se sobreañade a la “evolución biológica”.
e) El ser humano es
un “familiar”. La célula básica de la sociedad es la “familia”. La familia
natural, -padre, madre e hijos-, es el núcleo primordial donde se fragua lo
fundamental para la prosperidad y el éxito evolutivo y adaptativo de la especie
humana, el aprendizaje, la educación, la reproducción. Todo lo necesario para
el bienestar y bien ser de la vida humana se fragua en la familia.
f) El ser humano,
además de su autoconciencia, conciencia ética, capacidad de relación social y
familiar, es un ser “hecho para amar”. Esto es algo, que además de otras
ciencias sociales se considera un factor determinante del éxito biológico de la
vida humana. El amor es una dimensión propia del ser humano que se manifiesta
de muy diferentes formas: bondad, respeto, honestidad, generosidad, altruismo,
amabilidad. Todas las cuales están presentes en su vida social y familiar y ha
sido determinantes de la prosperidad y éxito evolutivo de la especie humana.
Además de todo lo anterior, y como fundamento de todo ello, los
cristianos afirmamos que “el hombre es una criatura creada a imagen y semejanza
de Dios”. Esto forma parte de los fundamentos teológicos del cristianismo. El
ser humano estaba en el Logos, en la idea inicial de la Creación del mundo. El
papa Emérito Benedicto XVI, cuando era Cardenal lo expresóa de la siguiente
manera en Dios y el Mundo: «Que cada individuo tiene un origen biológico por
una parte, pero por otra no es el mero producto de los genes existentes, del
ADN, sino que procede directamente de Dios. El ser humano lleva el aliento de
Dios. Ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, es capaz de superar lo
creado. Es único. Está en los ojos de Dios y unido a Él de manera especial. Con
el ser humano se introduce realmente en la creación un nuevo aliento, el
elemento divino. Ver este particular ser creado por Dios es muy importante para
percibir la unicidad y dignidad de la persona y, con ello, la razón de todos
los derechos humanos» 3.
Fue Dios, quien nos
creó y nos hizo dueños de la naturaleza, con la misión de «Dominar los peces
del mar, las aves del cielo y todo animal que serpentea sobre la Tierra» 4.
De acuerdo con todo
lo anterior el hombre es la única especie de la naturaleza dotada de la
extraordinaria capacidad de contemplar y analizar el mundo que le rodea,
desentrañar sus secretos y llegar a establecer la relación entre la causa y el
efecto de los fenómenos naturales, que es precisamente la misión de la ciencia.
Como resumen de lo anterior, al hombre hay que verlo como un todo integrado
dotado por dos realidades: el cuerpo y el alma. El Cardenal Ratzinger lo
expresó de la siguiente manera: «El ser humano (…) está compuesto de cuerpo y
alma... Y su alma es un ente espiritual… La unidad de la creación se manifiesta
precisamente en la unión de ambas cosas en el ser humano... uno de los soportes
de la creación… contribuyendo de este modo a la gran sinfonía global de la
creación».
En consecuencia, los
actos humanos, todos, son “actos personales”, en los que actúan en unión las
dos dimensiones del ser humano, la corporal y la espiritual. De este modo se
entiende mejor que la transmisión de la vida a través de la unión de los
esposos debe ir unida a la experiencia del amor 5.La procreación,
mediante la unión conyugal es un acto profundamente humano en el que se está
manifestando ambas realidades de la persona humana, cuerpo y alma. La “teología
del cuerpo” de Juan Pablo II es un gran tesoro porque nos introduce en este
lenguaje del cuerpo, que es el lenguaje del amor. Así lo entendió a y lo
defendió el papa Pablo VI en la encíclica Humanae vitae, de la que celebramos
el cincuentenario.
La forma correcta de afrontar la ciencia
Lo siguiente es
señalar que la ciencia es una necesidad del hombre. Nos proporciona verdad,
novedad, progreso, poder, libertad, bienestar, utilidad, etc. Siendo la
investigación y el trabajo científico una necesidad del hombre, lo inmediato es
analizar cómo se debe investigar. Pero antes sedemos distinguir entre ciencia
básica y aplicada.
La ciencia básica
nos permite satisfacer la curiosidad y tratar de desvelar los secretos de la
naturaleza. En una palabra resolver los fenómenos naturales. Por ejemplo, respecto
a la vida, la ciencia básica, la Biología Celular, la Embriología y la Genética
aportan los datos necesarios para resolver preguntas tales como: ¿cuándo
empieza la vida?; ¿cómo se organiza y desarrolla un embrión?; ¿qué determina
cada paso del ciclo biológico?; ¿cómo y cuándo se organiza un determinado
tejido…?, etc.
Estas son preguntas
que responden a la necesidad de conocer, aprender y comprender el mundo en el
que vivimos. Responden al encargo de dominar la naturaleza… que además de en el
Génesis vemos en otros pasajes del Antiguo Testamento. Así, en el libro de la
Sabiduría, Salomon lanza esta preciosa exclamación: «Dios de mis antepasados,
Señor de misericordia, que… con tu sabiduría formaste al hombre, para que
dominase sobre tus criaturas, gobernase el mundo con santidad y justicia, y
juzgase con rectitud de espíritu» 6.
Se pone de
manifiesto que, si bien en el aspecto de la observación y comprensión racional
de los fenómenos naturales no tiene por qué haber límites, la situación es bien
distinta en su vertiente aplicada. No es equivalente la contemplación y la
observación que la gestión de los hechos conocidos. A esto se refiere Salomon
cuando dice: “…gobernar con justicia y juzgar con rectitud de espíritu”.
Es en la “ciencia
aplicada”, o “tecnología”, en donde debe extremarse el cuidado para que
realmente los conocimientos sirvan para elevar el bienestar del hombre, sin que
atenten a su dignidad ni se vuelvan contra él o contra la naturaleza. De esta
responsabilidad nace la “Bioética”, un foro de discusión para reflexionar sobre
lo que se investiga y pensar en las implicaciones que se derivan del hecho conocido.
Se trata de un foro interdisciplinar de discusión de especial importancia en la
Biología y en la Medicina que atiende a la necesidad de respetar al sujeto de
las investigaciones de acuerdo con unos principios y valores morales. De ahí el
conocido eslogan de la Bioética: «no todo lo científicamente posible es
éticamente aceptable». En el caso del ser humano, como sujeto de la praxis
médica y de acuerdo con su dignidad especial se imponen los principios de la
autonomía del paciente, la beneficencia, la no maleficiencia y justicia. En
todos los códigos actuales de la deontología médica se atienden estos
principios que tienen en consideración el valor y la dignidad especial del ser
humano 7.
Dicho lo anterior,
veamos ahora que ha pasado en los últimos 50 años desde la publicación de la
encíclica Humanae vitae del papa Pablo VI, y juzguemos sobre sí la ciencia
aplicada al hombre ha respondido al respeto de su dignidad y a los principios
éticos que le corresponden como persona dotada de alma y cuerpo. Veamos las
situaciones y posturas de quienes se apartan de los principios de una bioética
personalista y en la medida que corresponda vamos a contrastarlas con los
principios y cuestiones planteadas en la Humanae vitae (1968) 8, y los posteriores documentos del Magisterio de la Iglesia, Donum
vitae 9 (1987) y Dignitas
personae 10 (2008).
Hay científicos que no valoran de modo especial la vida humana.-
Probablemente el
punto crucial en la discusión sobre los temas que atañen a la Bioética es la
visión del hombre. ¿Es el ser humano un objeto más de la naturaleza que se
puede utilizar y convertir en un objeto sobre el que caben todo tipo de
acciones… o es un ser que debe ser respetado por su condición especial y su
dignidad?
Efectivamente, hay
científicos que consideran al hombre como un ser más de la naturaleza que no se
diferencia de las restantes especies animales. Como consecuencia no tienen en
cuenta la doble dimensión corporal y espiritual del hombre de forma integral y
valoran del hombre su materialidad, aplicando criterios utilitarios, salud,
inteligencia, fortaleza física.
Si el valor del
hombre se reduce a lo material, todo se mide por razones económicas y los
métodos artificiales priman sobre la naturaleza corporeo-espiritual del hombre.
De este modo, se acepta la anticoncepción, la tecnología de reproducción
artificial por medio de la FIVET, la utilización de los embriones en
investigación, la selección de embriones por medio del Diagmóstico genético
Preimplantatorio, el aborto tras un Diagnóstico prenatal, etc. Es la
utilización del hombre como un medio, y no como un fin.
Precisamente la piedra de escándalo de la Humanae vitae fue
sostener que la procreación, un acto profundamente humano y personal, mediante
la unión de los cuerpos y las almas (factor unitivo) pudiera reducirse a la
unión corporal, doblegando su misión natural (procrear o generar vida), por
métodos artificiales como la esterilización o la anticoncepción. En el punto 14
de la Humanae Vitae decía Pablo VI: «En conformidad con una visión humana y
cristiana del matrimonio… Hay que excluir… la esterilización directa, perpetua
o temporal, tanto del hombre como de la mujer; queda además excluida toda
acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el
desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio,
hacer imposible la procreación».
Contradictoriamente,
a Pablo VI se le ha acusado de “naturalista” o “biologicista”, porque pensó en
el ser humano, en la persona como un todo integrado de cuerpo y alma y defendió
que es un grave error separar la unión entre estas dos realidades del ser
humano, unitiva y procreativa como base fundamental del don de la vida.
Entre quienes niegan
la naturaleza diferente del ser humano están por ejemplo el australiano Peter
Singer (1946-), Profesor de Bioética en la Universidad americana de Princeton,
autor del ensayo de la Liberación Animal, que sitúa al hombre al mismo nivel de
los animales en sus derechos individuales 11. O el biólogo
británico Richard Dawkins (1941-), que se defino como no creyente, y que no
reconoce la existencia del alma en el ser humano ni ve diferencias entre el
hombre y los demás animales. Para este autor, lo material lo es todo. Es el
mejor representante del “cientificismo” corriente según la cual la ciencia
resuelve todas las necesidades del conocimiento. Para este autor, todos los
organismos vivos no son sino meros artefactos transmidores de genes 12. Es un mundo materialista y “utilitarista”.
Hay científicos que no valoran por igual la vida humana en todas
sus etapas.-
Por extraño que
parezca, hay hombres de ciencia, alejadas de los datos actuales de la ciencia,
que tienden a valorar la vida humana según la etapa o el momento del ciclo en
que se encuentre: embrión, feto, adulto, anciano. Desde su perspectiva el valor
en cada etapa sería relativamente distinto.
Sin embargo, los
datos de la biología más actual no pueden ni ignorarse ni ocultarse. El hecho
de que el ciclo biológico de la vida humana comienza con la concepción,
entendida como la fecundación del óvulo por el espermatozoide, es un dato
científico objetivo, no una imposición religiosa, El hecho de que tras la
concepción se origina un ente biológico con una capacidad e “identidad”
genética propia, que es necesaria y suficiente para iniciar su desarrollo es un
dato científico objetivo, no una imposición religiosa. El hecho de que el ADN
encierra el programa de desarrollo, para la edificación biológica del nuevo
ser, es un dato científico objetivo, no una imposición religiosa. El hecho de
que un embrión humano de múltiples células, en fase de mórula, antes de la
anidación es un organismo con una organización espacio temporal determinada, y
no un conglomerado de células, es un dato científico objetivo, no una
imposición religiosa… Y así podríamos continuar con más y más evidencias.
Lo cierto es que
tras la fusión celular de los gametos y de sus núcleos queda constituido un
ente biológico nuevo, el “cigoto”, con 23 pares de cromosomas y unos 21.000
pares de genes, suma al 50% de los procedentes de cada parental. El cigoto
representa la primera realidad corporal humana. Es el “big-bang” de una nueva
vida. Constituido el cigoto se pone en marcha el reloj molecular de la vida. De
acuerdo con el Dr. Angelo Serra, médico y Profesor de Genética Humana en la
Universidad Católica del Sacro Cuore de Roma: «el cigoto es el punto exacto en
el espacio y el tiempo en los cuales el individuo humano inicia su propio ciclo
vital» 13.
A partir de ahí, el
desarrollo de un ser humano es un proceso complejo bien conocido, con tres
características: es un proceso “autoregulado”, “gradual” y “continuo”, en el
que intervienen al menos tres tipos de fenómenos: “crecimiento celular”,
“diferenciación celular” y “morfogénesis”. El resultado es que sin solución de
continuidad se produce una transformación paulatina de lo que en principio era
una célula a un organismo complejo, con más de 200 especialidades celulares,
que constituyen los diferentes tipos de tejidos que se organizan para dar los
distintos órganos y sistemas, con las estructuras en tres dimensiones propias
de un organismo humano. Esto es posible, gracias a una información contenida en
los 21000 pares de genes del ADN contenidos en el núcleo del cigoto, y que al
ser ADN humano contribuye a la formación de un organismo humano.
A pesar de todos
estos conocimientos y por extraño que parezca, hay quienes ignoran esta
realidad y prefieren pensar que un embrión humano no es más que un amasijo de
células. Realmente esto no lo sostiene un verdadero hombre de ciencia, pero
extrañamente quienes desde la ciencia deberían discutir este sin sentido
carente de ningún soporte experimental, muchas veces deciden callar o no se
pronuncian.
En el ciclo
biológico del desarrollo de un ser humano se suceden las etapas embrionaria
(desde cigoto a final de la séptima semana), fetal (desde la octava semana
hasta el parto) y adulto (desde el nacimiento a la muerte). De acuerdo con
esto, desde la perspectiva de la Ciencia, se puede afirmar que:
a) cada vida humana
es una vida única, que transcurre sin saltos cualitativos desde la fecundación
hasta la muerte, por lo que
b) el embrión y el
feto, las primeras etapas de la vida, son biológicamente equiparables al recién
nacido y al adulto.
c) Se trata del
mismo ser, la misma persona, de la que lo único que los diferencia es un factor
temporal, que no debe convertirse en determinante para establecer diferentes
categorías en un mismo individuo.
Por ello, desde las
perspectivas antropológica y filosófica, la vida humana en cualquiera de sus
etapas, debería ser éticamente valorada conforme a su condición y dignidad
humana, y desde la perspectiva jurídica deberían habilitarse las normas para su
protección. Dignitas Personae es muy clara, ya desde el primer punto: «A cada
ser humano desde la concepción hasta la muerte natural se le debe reconocer la
dignidad de persona”. Este principio fundamental, que expresa un gran “sí” a la
vida humana, debe ocupar un lugar central en la reflexión ética sobre la
investigación biomédica».
Dicho todo lo
anterior, debe quedar claro que los datos de la ciencia avalan la defensa de la
vida desde la concepción hasta la muerte natural. Ningún científico que fuese
honesto discutiría esta verdad objetiva.
Hay científicos que no valoran por igual la vida humana en todas
las circunstancias.-
El tercer error es
considerar que si bien un embrión, un feto o un adulto son equivalentes en su
naturaleza humana, existe una diferente valoración de su consideración como
seres humanos en función ciertos “indicadores de humanidad”, algo así como un
conjunto de características funcionales que permitan llevar a cabo un conjunto
de actos que merecen el calificativo de humanos. Según estas hipótesis un
hombre no es persona si no posee la plenitud de sus facultades físicas y
mentales. De este modo se relativista el valor de la vida humana en función de
unos parámetros o unas condiciones vitales. La pregunta que inmediatamente
reclama una contestación es ¿cuáles son esos indicadores de humanidad?
Una figura destacada
de esta corriente es el filósofo norteamericano Tristram Engelhardt (1941- ),
que jerarquiza a los seres humanos en razón de la posesión o no de
autoconciencia y entre otras cosas dice que: «Los seres humanos adultos
competentes- no los mentalmente retrasados-, tienen una categoría moral
intrínseca más elevada que los fetos o los niños pequeños…» 14. Desde esta posición es difícil que se reconozca, ni siquiera se
otorgue ningún valor a la vida humana embrionaria y fetal, o que se considere
tan digna la vida humana de una persona con síndrome de Down o con una
discapacidad, o un enfermo mental etc. que una persona en plenitud de
facultades físicas y mentales. Se les llega a negar la categoría de personas.
Estaríamos ante el “paradigma del hombre perfecto”. Es una postura
tremendamente injusta, materialista y de nuevo utilitarista.
Realmente se trata
más de pensamiento filosófico que de certeza científica. Por ello María Dolores
Vila Coro, prestigiosa jurista introductora d la Bioética personalista en
Ensaña, sostenía que el hombre debe valorarse desde la concepción, aunque no
estén presentes todavía en acto todas las facultades: «Un individuo no es
persona porque se manifiesten sus capacidades, sino al contrario, éstas se
manifiestan porque es persona: el obrar sigue al ser; todos los seres actúan
según su naturaleza» 15.
Y el papa Benedicto
XVI, en una homilía de la Navidad de 2010 recordaba una preciosa frase del
apologista cristiano Tertuliano (160-220) que «es ya un hombre aquel que lo
será» 16.
La consideración del
valor de la vida humana en función del momento de desarrollo o de las
facultades presentes ha dado lugar a la utilización de los embriones obtenidos
por fecundación in vitro (FIVET), el “aborto” o la “eutanasia”. Veamos algunos
detalles de estas prácticas y tendencias que tienen el denominador común de
cosificar, instrumentalizar o negar la vida humana, considerada solo en sus
aspectos de “utilidad pública”.
a) La cosificación
de la vida de los embriones.
Al “sexo sin hijos”,
de los años sesenta le siguió la tecnología de sentido contrario, los “hijos
sin sexo”. Se trata de las técnicas de “fecundación in vitro”, que aparecen
hace 40 años y reducen la concepción a un mecanismo técnico que lleva al efecto
de que una persona ajena a la madre y al padre, trata de conseguir la unión de
los gametos paterno y materno en un ambiente artificial en el laboratorio.
Cuarenta años después de la aparición de la fecundación in vitro, constatamos
que es una tecnología de rendimiento muy bajo para el fin que se proponía y que
ha generado una cantidad de problemas médicos, éticos y jurídicos que deben
obligar a una reflexión sobre lo que se está haciendo. Entre estos problemas
están incluidos los riesgos de la hiperestimulación ovárica, la congelación de
embriones, la reducción embrionaria, las alteraciones epigenéticas de los
embriones y sus consecuencias médicas en los niños que nacen por este
procedimiento, la práctica eugenésica de la selección de embriones, su inicua e
inútil utilización como fuente de células madre para aplicación en medicina
regenerativa, la utilización de la fecundación in vitro al servicio de la
maternidad subrogada.A ello se suma la creación de los bancos de óvulos,
esperma y embriones y el “social freezing”, la congelación de gametos para ser
utilizados más delante de acuerdo con criterios laborales o sociales.
Las objeciones
éticas a la fecundación in vitro son de dos tipos. Lo primero por el modo en
cómo se obtienen los embriones y lo segundo por el uso que se hace de ellos.
Respecto a la
primera, tanto Donum vitae como Dignitas personae señalan que: «Las técnicas
que se presentan como una ayuda para la procreación no deben rechazarse por el
hecho de ser artificiales; como tales testimonian las posibilidades de la
medicina, pero deben ser valoradas moralmente por su relación con la dignidad
de la persona humana, llamada a corresponder a la vocación divina, al don del
amor y al don de la vida».
En segundo lugar
está el destino de los embriones obtenidos. Dado que se obtienen más de los que
se implantan, los mal llamados “sobrantes”, se conservan en congelación, en
tanques de nitrógeno líquido. Esto genera un grave problema ya que tras 40 años
de FIV hay millones de embriones congelados en todo el mundo.
La Ley Española de
Reproducción Humana Asistida de 2006 17, en el Capítulo III
sobre la Crioconservación de gametos y preembriones señalan los siguientes
fines posibles para los embriones congelados:
a) Su utilización
por la propia mujer o su cónyuge.
b) La donación con
fines reproductivos.
c) La donación con
fines de investigación.
d) El cese de su
conservación sin otra utilización.
La cuestión de qué
hacer con los embriones congelados no tiene ningún tipo de solución. Pero el
ingenio de quienes inadecuadamente lo defendieron supuso el recurso fácil de
negarles su condición de vidas humanas. Para ello se habilitó el término
“preembrión”, un disfraz semántico que, además de “precientífico”, no sirve
para ocultar su auténtica naturaleza de seres humanos en la etapa inicial de su
desarrollo. Alguien tendría que explicar cómo es posible que de la “previda” del
“preembrión” se pase a la vida del embrión… y cómo es posible el rescate a la
vida de un “preembrión” que ha estado congelado desde hace 24 años.
b) El aborto.
Las consideraciones
éticas señaladas sobre la utilización, selección o destrucción de los embriones
derivados de las técnicas de reproducción asistida, encuentran una extensión
igualmente crítica en el caso de la destrucción de la vida durante el
desarrollo fetal.
Terminada la fase
embrionaria, la vida continúa y se adentra en las fases más críticas del
desarrollo humano, la etapa fetal. No hay un antes y un después, sigue siendo
el mismo ser humano instalado en el claustro materno que lo ha de proteger
mientras se completa su morfogénesis.
El aborto provocado
es un acto inhumano, simple y cruel que corta el curso de una vida humana. Es
un drama con dos víctimas: una que muere y la otra que sobrevive y sufre a
diario las consecuencias de una decisión dramática e irreparable. Quien aborta
es siempre la madre y quien sufre las consecuencias también, aunque sea el
resultado de una relación compartida y voluntaria.
Que la ciencia está
a favor de la vida durante la etapa fetal se puso de manifiesto en la llamada
declaración de Madrid que firmamos cerca de 3000 científicos médicos y
profesionales en el año 2009, ante la aprobación de la ley actualmente vigente
en España sobre el aborto. Alli decíamos que «el aborto no es sólo la
«interrupción voluntaria del embarazo sino un acto simple y cruel de
«interrupción de una vida humana… Un drama con dos víctimas: una que muere y la
otra que sobrevive y sufre a diario las consecuencias de una decisión dramática
e irreparable. Quien aborta es siempre la madre y quien sufre las consecuencias
también, aunque sea el resultado de una relación compartida y voluntaria».
El aborto es un acto
grave contra la vida humana. De hecho ha sido considerado delito en las leyes
españolas y como tal penalizado hasta la nueva Ley aprobada en 2010 18
c) La eugenesia y la
eutanasia.
Del mismo modo que
en las fases embrionaria y fetal en algunas sociedades de occidente se han
aprobado leyes que minusvaloran la vida humana de otras personas. La
“eugenesia” clasifica a las personas en función de sus genes y decide quién o
quienes tienen derecho a vivir o a tener descendencia. La “eutanasia”, promueve
la muerte provocada de quienes han perdido la conciencia de sí mismos, se
encuentran en la fase terminal de la vida, o padecen una enfermedad que se
considera incurable. Mediante la eutanasia, una persona pone fin
deliberadamente a la vida de otra, normalmente en un contexto médico
considerando que eso le es un bien. En la práctica, la eutanasia, más que por
una solución piadosa ante el dolor de un paciente, se justifica las más de las
veces por razones utilitarias, para evitar gastos innecesarios y costosos para
la sociedad. Pero sobre todo, está el hecho del juicio de que hay personas que
no merecen vivir o seguir viviendo.
En resumen, la
ciencia ha de estar a favor de la vida, tanto desde la objetividad de sus
datos, como desde la perspectiva del valor incomparable y la dignidad de la
vida humana. Ninguna de las actividades indicadas bajo los sesgos de desestimar
el valor de la vida humana per sé, en todas sus etapas e independientemente de
sus circunstancias y salud, son defendibles ni desde el punto de vista de la
ética social ni desde la perspectiva de la ciencia más objetiva. Van en contra
de la bioética personalista y de la consideración del Valor y la vida humana
como un fin en sí mismo y nunca como un medio. La buena ciencia obedece a una
deontología respetuosa con la vida y con la dignidad de todo ser humano,
considerado en su dobe dimensión corporal y espiritual, independientemente del
momento del desarrollo o sus facultades físicas o mentales.
Notas:
1 Kant, I. Antropología
en sentido pragmático. Alianza. Madrid. 1991.
2 Kant, I. Fondazione
della metafisica dei costumi, Laterza, Bari, 1980, 68-69.
3 Ratzinger, J. Dios
y el mundo: creer y vivir en nuestra época. Una conversación con Peter Seewald,
Galaxia Gutemberg, Barcelona. 2002.
4 Gn 1,28.
5 “La persona, no es
ante todo un individuo aislado, sino alguien que procede del amor y que es
llamado a amar” (entrevista de José Picazo al Profesor José Granados,
Vicepresidente del Instituto Pontificio Juan Pablo II. Exclusiva Ecclesia(II): La
ecología del sexo y el matrimonio a la luz de Laudato Si”).
6 Sb 9,1-3.
7 En el Código
español de Ética y Deontología de la Organización Médica Colegial reformado en
2011 58 se señala: en el Art. 27 «El médico tiene el deber de intentar la
curación o mejoría del paciente siempre que sea posible. Y cuando ya no lo sea,
permanece su obligación de aplicar las medidas adecuadas para conseguir el
bienestar del enfermo, aún cuando de ello pudiera derivarse, a pesar de su
correcto uso, un acortamiento de la vida. El médico nunca provocará
intencionadamente la muerte de ningún paciente, ni siquiera en caso de petición
expresa por parte de éste».
8 Pablo VI. Encíclica
Humanae Vitae. Roma. 25 de Julio de 1968.
9 Congregación para
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17 Ley 14/2006, de
26 de Mayo, de Reproducción Humana Asistida y de Investigación con Embriones.
18 Ley Orgánica
2/2010, de 3 de marzo, de salud sexual y reproductiva y de la interrupción
voluntaria del embarazo
EUROPA, HACIA EL COLPASO DEMOGRÁFICO Y CULTURAL
Javier Ros Codoñer
Universidad Católica de Valencia “San Vicente Mártir”
Pontificio Instituto Teológico “Juan Pablo II”
Facultad de Teología “San Vicente Ferrer” de Valencia
El 12 de diciembre
de 2017 se publicaban datos oficiales del movimiento natural de población en
España (2017b). Según el INE, el número de nacimientos se redujo un 6,3% en el
primer semestre de 2017, mientras que el de defunciones aumentó un 4,5% de modo
que el crecimiento vegetativo de la población presentó un saldo negativo de
32.132 personas durante la primera mitad del año. Junto con ello, el número de
matrimonios disminuyó un 6,2% respecto al mismo periodo del año anterior.
Desde el inicio del
siglo XX España ha tenido una tendencia secular el descenso demográfico sin
embargo tan solo en tres momentos la natalidad ha caído por debajo de la
mortalidad. En 1918 la llamada gripe española acabó con la vida de 200 mil
personas en nuestro país (Chowell, G., Erkoreka, A., Viboud, C.,
Echeverri-Dávila, B., 2014), sobre un total de población de algo más de 21
millones para 1920 (del Campo, 1975, pág. 4). En el período de la Guerra civil,
1936-39, la sobremortalidad fue de 540 000 personas y hubo una caída de la
natalidad de 576 000 nacimientos (Ortega, J.A., Silvestre, J, 2005). El tercer
momento es el iniciado en 2015 cuando España arrojó un saldo de crecimiento
vegetativo de casi menos dos mil personas (INE, 2018). Un elemento a destacar
del momento poblacional en el que se encuentra nuestro país es que se trata de
la primera vez en que se da una pérdida natural de población no debida a causas
catastróficas, lo cual apunta a elementos socio culturales en su génesis.
Según datos del
Instituto Nacional de Estadística (2017b) por lo que respecta a la natalidad
durante 2016 nacieron en España 408.384 niños, es decir, 11.906 menos que el
año anterior, un 2,8% menos. Desde 2008, cuando nacieron 519.779 niños, el máximo
en 30 años, el número de nacimientos se ha reducido un 21,4%. En esta misma
línea cabe destacar que el indicador coyuntural de fecundidad, o número medio
de hijos por mujer, fue de 1,33 en 2016, dato sensiblemente inferior al 2’1 que
es la cifra necesaria que debe darse para el mantenimiento estable de una
población. En el otro extremo del ciclo vital, la tasa de mortalidad se situó
en España para 2016 en 8,8 por mil, tasa sensiblemente superior a países que,
en principio vienen calificados como menos desarrollados pero que, al tener una
estructura poblacional más joven, tienen tasas de mortalidad inferiores, entre
otros países como los latinoamericanos (Cfr.: CEPAL, 2016, pág. 15).
En cuanto a la
densidad de población, relación entre habitantes y kilómetros cuadradros, el
dato para España en 2017 es de 92 habitantes sin embargo se dan grandes
disparidades, entre provincias como Madrid con 800,3 habitantes por kilómetro
cuadrado o Barcelona con 704,7 frente a Teruel con 9,2 habitantes o Soria con
8,8 (INE, 2018, pág. 53). Estos datos apuntan a una realidad poblacional
importante: el desequilibrio en la distribución espacial. La mayoría de la
población española se concentra en la provincia de Madrid y en la costa
mediterránea con algunos enclaves más como pueden ser el País Vasco o Sevilla.
Frente a estas zonas, el interior peninsular esta escasa o muy escasamente
poblado.
Ya en 2015 Naciones
Unidas (2015) advirtió del envejecimiento de la población española. Para ese
año Japón era el país del mundo con la media de edad más elevada en el conjunto
de su población, 46,5 años, mientras que España con una edad media de sus
habitantes de 43,2 ocupaba la décima posición, pero la previsión es que en 2030
sea el país con la media de población más mayor,50,1 años, sólo por detrás de
Japón.
1. LAS CAUSAS DEL COLPASO DEMOGRÁFICO
En una sociedad
hipercompleja como la actual, con gran cantidad de esferas sociales que
interactúan constantemente y cada vez a velocidades mayores se pueden
distinguir cuatro grandes grupos de causas que están incidiendo, de un modo u
otro, en la espectacular caída de la natalidad en España y el subsiguiente
envejecimiento de la población. Por una parte, se dan causas económicas
relacionadas con las dificultades que atraviesan las familias y los jóvenes a
la hora de emanciparse, casarse y plantearse la procreación. Junto a estas
aparecen causas relacionadas con los estilos de vida propios de las sociedades
de la modernidad avanzada en nuestras latitudes. Las causas técnicas apuntan a
los modos en que se lleva adelante, con gran eficacia, el control demográfico.
Junto con estos factores es clave analizar elementos estructurales de la
cultura occidental actual que se encuentran en el substrato del proceso
considerado.
Causas de carácter económico
Dificultades en la
estabilidad laboral y económica llevan a plantearse la paternidad y la
maternidad, reduciendo efectivamente el número de hijos que se tienen frente a
los deseos de procreación. Los contratos indefinidos a jornada completa han
caído un 30%, 483.000 contrataciones menos, en 2017 respecto a 2006 mientras
que han aumentado los fijos a tiempo parcial un 41%, 235.144 más. En cuanto a
los contratos temporales, sólo crecen ahora un 1,3%, 159.000, mientras suben
nada menos que un 80% los eventuales por horas, casi 3,1 millones más (Núñez,
2018). Junto con ello, solo el 40% de los contratos indefinidos sobreviven más
de dos años (Gómez, 2017).
Junto con ello,
algunos los datos son reveladores del coste económico del hijo. Según la
actualización de los datos de la Confederación Española de Organizaciones de
Amas de Casa, Consumidores y Usuarios, CEACCU, un bebé cuesta 14.266 euros en
el primer año y 14.056 los dos siguientes. De promedio, un hijo conlleva un
gasto de 1.183 euros al mes durante los primeros tres años, lo que supone el
80,78% del salario medio mensual neto de un trabajador en España (Paola, 2017).
Causas relacionadas con los estilos de vida
La prolongación de
la vida académica conlleva el retraso importante de la edad del matrimonio y,
por tanto, de la edad de la procreación. Los jóvenes con mayores estudios, lo
que puede implicar además de un grado, un máster y estancias en el extranjero,
son los que mayores posibilidades de empleabilidad poseen. En los jóvenes con
alto nivel de estudios, las tasas de empleo se mantienen en niveles del 48,0%
entre los jóvenes de hasta 24 años y el 64,7% entre los de hasta 29 años son
cifras muy superiores a las de los jóvenes con escasa o media cualificación
(Ministerio de Empleo y Seguridad Social, 2017, pág. 10).
Como se ha
enunciado, cada vez es mayor el retraso en la edad del matrimonio. Ésta alcanzó
en 2016 los 37,5 años para los hombres y los 34,7 para las mujeres, cuando en
era 1976 de 26 años para los varones y 24 para las mujeres (INE, 2017c).
Consecuencia evidente de las situaciones anteriores es el retraso en la edad
media de la maternidad. Así, se ha pasado de los 30’9 años en 2006 a los 32 en
2016. Sin embargo, es interesante desagregar el dato entre españolas y
extranjeras dado que en estas es de 29,6 años mientras que en las españolas
alcanza los 32,5 años (INE, 2016).
Junto a todo ello,
en los últimos años ha habido una caída proporcional de los matrimonios. En
2016 un total de 172.243 parejas contrajeron matrimonio, un 2,0% más que en el
año anterior. De hecho, la tasa bruta de nupcialidad, matrimonios por cada mil
habitantes, aumentó una décima, hasta 3,7 matrimonios respecto del año anterior
(INE, 2017a), sin embargo, en 1990 era de 5,68. De este modo desde 1990 hasta
2014 se ha perdido en España 1 de cada 4 matrimonios (Instituto de Política
Familiar, 2016).
Tampoco es
desdeñable el aumento de las parejas de hecho, siempre difícil de contabilizar.
No se trata de un dato secundario dado que este tipo de relaciones de intimidad
por su propia constitución son reacias a la procreación. Los hijos siempre
suponen un compromiso con el futuro, con los propios hijos y con la pareja; es
precisamente del compromiso de lo que se huye a la hora de constituir este tipo
de relaciones. El número de parejas de hecho se ha triplicado desde el 2001: de
563.785 parejas de hecho en el año 2001 a 1.602.900 en el 2014. En 2014, del
total de parejas conviviendo, el 14% lo eran de hecho frente al 86% que eran
matrimonios. Alrededor de 1 de cada 7 hogares en España en 2014 estaba
constituido por una pareja de hecho (Instituto de Politica Familiar, 2016).
Causas de carácter técnico
Dada la evolución de
la estructura de la población, la cohorte de mujeres en edad de procrear es
cada vez más pequeña. El número de mujeres entre 15 y 49 años se redujo de
9.821.677 en 2010 a 8.712.924 en 2017. Esta contracción se debe a que ese rango
de edades está formado por generaciones menos numerosas que las inmediatamente
anteriores pues son las nacidas durante la crisis de natalidad de los 80 y
primera mitad de los 90 del siglo pasado (INE, 2017a).
En cuanto a la
utilización de medios contraceptivos, según la Encuesta de Anticoncepción en
España de 2016 (SigmaDos, 2017) el 71,1% de las parejas utilizaron
anticoncepción y del 28,9 de parejas restantes, las que mantienen relaciones
sexuales sin anticonceptivo, tan solo el 59 no lo utilizan nunca.
Siguiendo el mismo
estudio, el 28,4% de las parejas que anticonciben lo llevan a cabo con
preservativo, el 6,9 lo hace mediante DIU, que es abortivo, y el 7,8% han sido
esterilizadas bien por vasectomía, 4,5%, bien por ligadura u oclusión de
trompas, el 3,3%. A todo ello hay que sumar, teniendo en cuenta que se aborda
la grave caída de la natalidad en España, la interrupción voluntaria del
embarazo. Desde su despenalización se han llevado a cabo 2.196.934 abortos
mecánicos según el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad (2017),
a lo que habría que sumar los posibles abortos cometidos ilegalmente como los
efectos abortivos de la píldora del día después y del DIU, todos ellos
difícilmente contabilizables.
Causas culturales
En la sociedad
actual la lógica individualista con “el derecho a la libertad” se ha apoderado
de lo cotidiano lo que hace surgir la indiferencia de la masa, la
superficialidad, acrecentada por las redes sociales, y la primacía del “aquí y
ahora” (Bung-Chul, 2013). Se extiende una nueva era de consumo que invade hasta
la esfera de lo privado, de la propia existencia a través de los medios de
comunicación social (Bauman, 2013). Ello conlleva el narcisismo como modo
propio de ser en el mundo; el individuo se relaciona con él mismo y su
corporalidad queda sujeta al discurso hedonista desprovisto de trascendencia
(Lipovetsky, 1983). En este paisaje, un tanto pesimista difícilmente tiene
cabida el hijo, como tampoco el anciano, el discapacitado o simplemente aquel
que se encuentre alejado de la moda y tendencia del momento.
El ambiente social
actual se caracteriza por una gran pérdida de confianza en el futuro, una gran
desilusión por las promesas que hizo la modernidad. Los grandes relatos de las
ideologías del siglo XX han caído, no han sido capaces del avance moral de la
sociedad ni mucho menos han proporcionado la eudaimonia que prometieron. Si a
ello se unen las voces del cambio climático y del consecuente supuesto
necesario control demográfico (Sachs, 2008), se genera poco a poco una
conciencia colectiva de la “injusticia” que es un nuevo hijo, tanto para el
planeta como para los propios individuos que puedan venir al mundo (Benatar,
2006). En el mismo sentido contribuye la proliferación de la literatura y,
sobre todo, el cine distópicos. Blade runner, Matrix, Los juegos del hambre,
Divergente, In time, El corredor del laberinto… Se plantea un futuro en clave
catastrófica tras la pérdida del control de los humanos sobre la tecnología o
consecuencia de un desastre ecológico. El futuro no es un buen lugar para la
humanidad.
El compromiso y la
donación son factores decisivos a la hora de conformar el nicho ecológico
propio del ser humano: la familia. La persona se desarrolla como tal en la
familia que, como útero social que es, pone en activo el efecto generador del
don incondicional varón-mujer tanto en el momento procreador como en el
recorrido vital de la educación y la acogida del otro. En una sociedad líquida
donde el máximo compromiso que se publicita es el del instante subjetivo se
dificulta tremendamente el desarrollo de las relaciones de paternidad y maternidad.
El hijo reclama la salida del yo y el compromiso de los padres con el futuro,
el hijo siempre es un proyecto a largo plazo donde paciencia y constancia se
entrelazan necesariamente frente a la tiranía del ahora y el arrinconamiento de
la procrastinación (Bauman, 2000).
Todo lo apuntado
hace que el matrimonio y la familia se sitúen en las periferias culturales y,
aparentemente, en los arrabales de la sociedad avanzada. Medios de
comunicación, estudios sociales ideologizados, políticas públicas…difunden
constantemente situaciones como la monogamia sucesiva (Beck, 1998), el amor
confluyente fruto de las relaciones puras (Giddens, 2004), el amor líquido
(Bauman, 2005), las relaciones abiertas o el poliamor (Easton, D., Hardy, J.W.,
2013) y las relaciones en el espacio de las identidades queer (Butler, 1999).
A todo ello hay que
añadir que, en gran cantidad de ocasiones, el niño no es, socialmente hablando,
un fin en sí mismo, no tiene un valor incondicional. Incluso empieza a dejar de
ser una inversión humana más o menos accesible a la pareja y se convierte en
objeto del deseo o de la satisfacción individual, especialmente de la madre. De
este modo, el niño entra en la escala de gustos y opciones que la vida y la
sociedad ofrecen a los individuos (Ros, 2009, pág. 79). Con todo esto, en el
fenómeno de la procreación hay un gran ausente, el niño. Las parejas hablan,
preparan, organizan, “se desviven” por el niño pero no desde el punto de vista
del niño (Donati, 2003). Añadir que está surgiendo con fuerza la situación de
madres que reniegan de haberlo sido (Meruane, 2018).
2. POSIBLES CONSECUENCIAS
Son numerosas y de
distinto calado las consecuencias de la caída demográfica en nuestro país, así
como del envejecimiento subsiguiente. La pérdida poblacional según las
proyecciones (INE, 2016) se puede cuantificar de 5 millones de habitantes: si
en 2017 hay un total de 46’5 millones de habitantes en España, se calcula que
en 2066 será de 41,1 millones. En la misma línea, en 2031 la cifra anual de
nacimientos habría descendido hasta 335.937, un 19,5% menos que en la
actualidad y por lo que respecta a la parte superior de la estructura
poblacional dentro de 15 años en España residirían 11,7 millones de personas
mayores de 64 años, tres millones más que en la actualidad; esta cifra se
incrementaría hasta 14,2 millones de personas, un 63,1% más, en 50 años.
Estos datos
proyectivos del Instituto Nacional de Estadística son la continuación y
consecuencia directa de la implosión demográfica que se ha analizado en los puntos
anteriores. Este escenario conlleva posibles derivaciones, algunas de las
cuales ya se están produciendo.
La menor población
activa y su mayor edad está conllevando cambios en las políticas jubilación.
Aparecen propuestas y líneas ejecutivas como la jubilación flexible, el retraso
en la edad de la misma, la jubilación parcial, la incentivación a la
permanencia en activo tras los 65 años… (Tortuero, 2009) En 2013 entró en vigor
un retraso paulatino de la edad de jubilación de 65 a 67 años hasta 2027 y
además, el periodo de cotización para cobrar el 100% de la pensión ha cambiado
de 35 a 37 años (Alcelay, 2017). Según la séptima edición del informe Pension
at a glance en este momento en España se sitúa algo por encima de 30 personas
mayores de 65 años por cada 100 personas entre 20 y 65 años (OCDE, 2017). Junto
a estos datos se debe tener en cuenta que la generación más amplia de la
historia de España empezará a jubilarse en pocos años, siendo factible que se
den situaciones comprometidas en el mercado financiero por la reclamación de
las inversiones que la generación del llamado baby boom ha ido realizando a lo
largo de los años de la bonanza económica. A todo ello hay que sumar la presión
efectiva sobre los presupuestos del Estado para la financiación de las
pensiones.
El gasto sanitario y
el dedicado a cuidados de larga duración crecerá en más de 5.800 millones de
euros cada 10 años hasta 2060, unos 580 millones de aumento anual según
previsiones del Gobierno de España, aunque es cierto que habrá cierta compensación
por la caída del gasto en educación y desempleo (Viaña, 2017). En el mismo
sentido, el aumento de la esperanza de vida, que ha pasado de 73 años en 1975 a
83 en 2016 (INE, 2017c) conlleva el aumento de patologías relacionadas con la
ancianidad como son el Alzheimer, la demencia senil, enfermedades
cerebrovasculares… de alto coste personal para los familiares y alto coste
económico, especialmente para el sistema público. El gasto sanitario en
personas ancianas siempre es mayor que el mismo tipo de gasto en otros periodos
vitales. Según la Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria (de
Benito, 2012) durante los dos primeros años cada visita realizada al centro de
salud supone un coste de 410 euros, cifra que se reduce hasta la mitad, cerca
de 230 euros, entre los 15 y los 44 años, para alcanzar los 1.255 euros por
paciente en mayores de 75 años. En esta sociedad de la modernidad avanzada
donde prevalecen los valores hedonistas y utilitaristas, todo ello unido a la
“carga” económica que suponen los ancianos y al concepto de “calidad de vida”,
entre otros, el aumento de la población anciana conlleva una mayor
predisposición a la generación de leyes favorables a la eutanasia como está
aconteciendo en estos momentos en España.
En cuanto a la
distribución de la población sobre el territorio nacional, la despoblación de
las áreas rurales es cada vez mayor. Ello se traduce directamente en el
envejecimiento de la población dado que son los jóvenes los que llevan a cabo
el éxodo rural. Junto con ello se produce el abandono de las tierras de
cultivo, así como del pastoreo lo que facilita el crecimiento incontrolado de
vegetación y el riesgo de incendios forestales. Igualmente dejan de ser
rentables las inversiones públicas y, sobre todo, privadas por lo que la vida
en estas zonas se dificulta todavía más y se refuerza el ciclo poblacional.
Junto con todo ello se produce el descuido y abandono del numeroso patrimonio
que España posee en estas zonas rurales, especialmente del Norte de la
Península.
Curiosamente
surgirán nuevas situaciones con la vivienda. El mercado de la vivienda ha
sufrido tradicionalmente grandes vaivenes por tratarse de uno de los sectores
esenciales en la creación de riqueza en nuestro país. La caída de la población
en España de un modo u otro afectará a este mercado, de modo que es muy
verosímil una gran caída de los precios a medio plazo por la posible
sobresaturación de pisos. Excedentes de viviendas para la cantidad de
habitantes, al tiempo que las posesión por parte de un individuo de varios
inmuebles fruto de diversas herencias pueden ser escenarios verosímiles.
El envejecimiento de
la población conlleva directamente la caída de las tasas de natalidad por lo
que la reducción de alumnos es significativa. En Asturias los alumnos
matriculados en régimen general en el curso 1990-91 fue de 218.500 mientras que
en el curso 2017-18 fue de 136.585, para el mismo intervalo la Comunidad de
Castilla León pasó de 501.866 alumnos a 351.736 (Ministerio de Educación,
Cultura y Deporte, 2017). Este envejecimiento poblacional conlleva
inevitablemente la primacía de valores conservadores. Una sociedad envejecida
es una sociedad que se resiste con mayor facilidad al cambio. He ahí los
ejemplos de la gerontocracia en la extinta Unión Soviética, en Cuba o en
cualquiera de los antiguos países comunistas de más allá del Telón de Acero en
los años 80. Una sociedad como la actual que apuesta decididamente por la
innovación y el desarrollo, normalmente sin los procesos de evaluación
necesarios, difícilmente podrá mantener esta cultura sin importantes
contingentes poblacionales jóvenes.
3. …Y ANTE ESTE PANORAMA?
Ante este panorama
ya en el año 2000, la ONU presentó un informe titulado Migraciones de
Reemplazo: ¿Una Solución ante la Disminución y el Envejecimiento de las
Poblaciones? (United Nations, s.f.) que, entre otras cuestiones, apelaba a
sustituir a la población europea autóctona con “migraciones de reemplazo”. En
dicho informe se abogaba por que España recibiera a 12 millones de inmigrantes,
240.000 al año, hasta 2050 para mantener su fuerza de trabajo. Joseph Chamie,
director de la División de Población en esos momentos afirmó la “necesidad de
abrir un debate” en torno al actual modelo socioeconómico, el racismo o la
identidad nacional de cada país, puesto que "los gobiernos apenas han
rozado la cuestión. Conocen el problema, pero no se lo han planteado
seriamente" (Piquer, 2000).
Las preguntas que
surgen inmediatamente, y a las cuales no vamos a contestar, son que si en
Europa, y concretamente en España, es necesario el crecimiento poblacional,
¿por qué se busca la solución en la inmigración y no en el apoyo a la familia?
¿Por qué se pretende apostar por los inmigrantes y no por el crecimiento de la
natalidad nacional?
Ante esta situación
someramente descrita, se pueden marcar tres líneas estratégicas de actuación en
aras de una mejora de la natalidad en España.
En primer lugar y
con carácter urgente, la puesta en marcha de políticas desde la perspectiva de
familia, donde el compromiso fiel del varón y la mujer abiertos a la vida sea
verdaderamente protegido y actualizado en todo su potencial generador de
desarrollo social. No deben confundirse estas políticas con meras políticas
natalistas, como las de los países nórdicos donde el único fin es la
procreación. La familia es el ecosistema propio de la vida humana y por ello
las auténticas políticas natalistas que defienden la dignidad humana son
aquellas que se dirigen la familia. Además, políticas familiares donde la
familia no sea un mero sujeto pasivo y receptor de ayudas sino un agente activo
en el diagnóstico de las situaciones y protagonista de la definición de las
líneas de actuación política (Donati, 2003).
En segundo lugar y
desde una perspectiva más general y a medio y largo plazo, llevar adelante un
auténtico replanteamiento cultural donde el valor de la persona sea puesto en
alza frente a la constante ruptura que se da entre lo humano y lo no humano
(Ros, 2017). Evidentemente se trata de una regeneración social que debe partir
de un análisis profundo de la realidad social y las consecuencias a las que nos
aboca culturalmente la posmodernidad en la que nos hallamos. En este escenario
surgen con fuerza las denominadas “minorías creativas” (Granados, I., de
Ribera, I., 2011).
Finalmente, y desde
una perspectiva eminentemente eclesial, plantear claramente la Nueva
Evangelización como modo de llegar al hombre de hoy, que sumido en la sociedad
de consumo y en las redes sociales, lanza constantemente un grito desde su
soledad existencial cada vez más patente a pesar de todas las máscaras que la
tecnología y los mass media ofrecen. En palabras del beato Pablo VI en la Humanae
Vitae, esto supone, como sabéis, una acción pastoral, coordinada en todos los
campos de la actividad humana, económica, cultural y social; en efecto, solo
mejorando simultáneamente todos estos sectores, se podrá hacer no sólo
tolerable sino más fácil y feliz la vida de los padres y de los hijos en el
seno de la familia, más fraterna y pacífica la convivencia en la sociedad
humana, respetando fielmente el designio de Dios sobre el mundo (30).
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