D. Fernando García y Dª. Isabel Saiz, esposos
Fidelidad a la Humanae vitae
Fidelidad a la Humanae vitae
Fernando
Queremos dar gracias
en primer lugar a D. Juan Antonio por organizar este congreso e invitarnos a
participar en él.
Nosotros somos
Isabel y Fernando, un matrimonio con cinco niñas que vivimos aquí en Alcalá.
Llevamos doce años casados y antes tuvimos un noviazgo largo, de seis años y
medio.
De jóvenes nos
formamos en la entonces Acción Católica de Cuenca que ahora continúa en
Católicos en Acción. Allí recibimos formación sobre el Magisterio de la Iglesia
Católica en todo lo referente a estos temas, lo cual acogimos con humildad y
obediencia. Como dice la Encíclica Humanae Vitae: Es de vital importancia crear
un ambiente propicio para que los jóvenes sean educados en la castidad y el
respeto a uno mismo y a los demás, así como que los educadores y sacerdotes
sean fieles al magisterio de la Iglesia a la hora de orientar y dar consejos,
por ejemplo en el sacramento de la penitencia (cf. HV 22 y 28).
Vivimos el noviazgo
con mucha alegría, nos parecía estar en una nube cuando estábamos juntos.
Acabamos los estudios universitarios en Madrid y yo aprobé las oposiciones de
secundaria en Castilla-La Mancha, por lo que tuve que vivir cuatro años fuera
de Madrid y solo nos podíamos ver los fines de semana, y a veces ni eso.
Pudimos vivir la
fidelidad a nuestro noviazgo gracias a la oración, la comunión diaria, la
meditación y también con la ayuda de la dirección espiritual a cargo de
sacerdotes de nuestra institución, Servi Trinitatis. Siempre contamos con Dios
en nuestros planes de futuro.
Isabel
Ninguno de los dos
habíamos tenido un noviazgo previo. De hecho yo a cualquier pretendiente, por
guapo que fuera, me lo imaginaba como esposo y padre de mis futuros hijos y
veía claro que no podíamos salir. Con Fernando era lo contrario.
El noviazgo fue muy
enriquecedor para ambos porque aprendimos a amarnos y a querernos de distintas
maneras según el momento y las circunstancias en que nos encontrábamos.
Por fin llegó el día
de la boda, que quisimos adelantar una semana para poder ir a la Jornada
Mundial de la Juventud de Colonia. Fue un día de gracias extraordinarias. Tras
la luna de miel vivimos en casa de mis padres, a la espera de que nos
entregaran las llaves de nuestro piso en Alcalá y porque estaba preparando unas
oposiciones. Duró unos 10 meses.
Al día siguiente de
examinarme de las oposiciones iniciamos la mudanza y no tardamos en quedarnos
embarazados.
Siendo novios, y de
forma providencial, aprendimos los «Métodos Naturales de Reconocimiento de la
Fertilidad» con la Doctora Juncal y los pusimos en práctica una vez casados.
Con ella aprendimos que, además de una familia numerosa, «si para espaciar
nacimientos existen serios motivos … la Iglesia enseña que entonces es lícito
tener en cuenta los ritmos naturales inmanentes a las funciones generadoras
para usar del matrimonio sólo en los períodos infecundos y así regular la
natalidad sin ofender los principios morales» (HV 16).
Aprovechamos la
ocasión para dar las gracias a la Doctora Juncal por la labor que hace ayudando
a tantas parejas y estar siempre disponible para resolver cualquier duda o
dificultad.
El primer embarazo
fue muy bueno, el parto y el postparto no lo fueron tanto, sobre todo el
período de lactancia. Fue un período de crisis personal que Fernando supo
gestionar muy bien. Yo lo pasé tan mal el primer mes y medio que llegué a
verbalizar que no quería tener más hijos, estuve a punto de dejar la lactancia.
Tardaron tres meses en cicatrizar las heridas. A partir de ese momento empecé a
disfrutar la lactancia y la prolongué quince meses.
Cuando nos casamos
teníamos claro que queríamos tener una familia numerosa, dos chicos y dos
chicas por ejemplo. Incluso conociendo la eficacia y la utilidad de los
«Métodos Naturales de Reconocimiento de la Fertilidad» me atrevía a
«programarlo» cada dos años. Pero el Señor que es el mejor pedagogo y nos ama
incondiconalmente nos ha ido enseñando con mucha paciencia.
Efectivamente me
quedé embarazada antes de los dos años, pero una semana después de comunicarlo
a la familia lo perdimos. Empecé a manchar y a pesar del reposo guardado ante
la amenaza de aborto lo expulsé en casa. Lo cual fue una suerte también, porque
lo pude recoger, guardarlo en una bolsita y meterlo en una caja de madera con
una cruz. Un sacerdote vino a casa y rezó las oraciones propias del momento;
posteriormente lo pudimos enterrar en un cementerio. Sólo vivió dentro de mí
unas nueve semanas pero su vida valió la pena para sentir el amor de sus padres
y para que aprendiéramos que nosotros somos cooperadores con Dios en la
procreación, pero que es Él quien da la Vida. Los hijos son un don inmerecido
de Dios que debemos amar y cuidar desde la constitución del cigoto hasta la
muerte natural. Después fui valorada en el Hospital, esperamos el tiempo
prudencial que nos recomendaron médicamente y volví a quedarme embarazada.
El Señor en este
momento nos quería enseñar algo más, un sacerdote conocido nos comentó que se
iba a iniciar un Máster de Ciencias sobre el Matrimonio y la Familia en Alcalá
que impartiría el Pontificio Instituto Juan Pablo II, lo hablamos y decidimos
que sería yo la primera en cursarlo.
Quiero agradecer
públicamente las enseñanzas allí recibidas porque pude descubrir y comprender
en profundidad la belleza de la sexualidad y del amor conyugal, así como el
amor de donación.
En ese período
aprendí que ir al encuentro conyugal desde el olvido de uno mismo, sin pensar
en lo que sientes o dejas de sentir, poniéndote en el lugar del otro y
entregándote en totalidad da más alegría y el placer es mayor; pues debo
reconocer que en los primeros encuentros conyugales tuvimos nuestras
dificultades.
Al finalizar el
primer curso del Máster nació nuestra segunda hija, con ella fue más fácil,
dormía y comía muy bien, ya no nos pilló de novatos … y enseguida nos animamos
a tener más hijos. Al finalizar el segundo curso del Máster nacieron dos hijas
más, unas gemelas sanísimas. Tras ello bromeábamos y le decía a mi marido: «no
sé si matricularme en tercero, no sea que nazcan trillizas». Finalmente terminé
el Máster y después lo hizo Fernando.
Tras el nacimiento
de las gemelas mis padres vinieron a vivir a casa con nosotros y por una serie
de circunstancias vimos conveniente espaciar el número de hijos. Cuando la
situación se estabilizó vimos que sería bueno para todos tener la alegría de un
nuevo hijo en casa. Esta vez, y puesto que ya teníamos cuatro hijas, intentamos
utilizar los «Métodos Naturales de Reconocimiento de la Fertilidad» para elegir
el sexo del bebé; hay un 83% de posibilidades de que al realizar el acto
conyugal en el día pico el bebé sea un varón y un 17% de que sea una niña. Pues
bien, en nuestro caso el Señor escuchó las oraciones de nuestras hijas y nos
mandó lo que más convenía, otra niña.
Lo aceptamos con
mucha alegría, además logísticamente, por el número de habitaciones necesarias,
la ropa, etc. nos venía mejor. Y es que el Señor borra y quita unas cosas para
escribir algo mejor en nuestra historia. Él tiene un proyecto para nosotros y
debemos confiar nuestra vida y nuestra familia a sus designios. En cualquier
situación queríamos ser conscientes de la primacía de la gracia.
La castidad
conyugal, posible con la gracia de Dios, consiste pues en quererse, en amar de
manera incondicional a tu esposo o esposa, en entregarse sin reservas, estando
en gracia de Dios, sintiéndote amada por tu esposo y también por Dios a través
de tu esposo.
Entonces el acto conyugal se convierte en la antesala del Cielo.
«Si esto es así, qué será el Cielo». Es algo sublime, el lecho nupcial se
convierte en icono del lecho de la Cruz donde Cristo, el Esposo, se entrega, da
la vida por la esposa, que es la Iglesia, que somos cada uno de nosotros. Es un
momento de especial gozo, no sólo físico, ni psíquico sino también espiritual,
se crea una comunión de personas fortalecida por Dios.
Fernando.
La castidad conyugal
también es saber dominarse para poder entregarse, como dijo San Juan Pablo II
en la audiencia del 14 de noviembre de 1984:
«La castidad
consiste en vivir en el orden del corazón. Este orden permite el desarrollo de
las “manifestaciones afectivas” según sus propias proporciones y significado.
De este modo queda también confirmada la castidad conyugal como “vida del
Espíritu” (cf. Gál 5, 25), según la expresión de San Pablo» (Hombre y mujer lo
creó, 669. Ed. Cristiandad, 2000).
Más adelante añade
el santo de las familias:
«Los dones del
Espíritu Santo, y en particular el don del respeto a lo sagrado, parecen tener
aquí un significado fundamental. Este don, en efecto, sostiene y desarrolla en
los cónyuges una sensibilidad particular hacia todo lo que en su vocación y
convivencia lleva el signo del misterio de la creación y redención: hacia todo
lo que es un reflejo creado de la sabiduría y del amor de Dios. Por lo tanto,
ese don parece iniciar alhombre y a la mujer, de un modo particularmente
profundo, en el respeto a los dos significados (unitivo y procreativo)
inseparables del acto conyugal, de los que habla la Encíclica Humanae Vitae,
12, en relación con el sacramento del matrimonio» (Ib., 670).
A mí me resulta muy
difícil vivir la castidad conyugal en algunas ocasiones y tener que esperar a
los períodos infecundos cuando por motivos serios hemos decidido espaciar el
número de hijos. La gracia de Dios y las propias del sacramento del matrimonio,
los dones del Espíritu Santo, las virtudes y gracias actuales, la devoción a la
Virgen María y a su casto esposo San José, permiten que pueda vivir el día a
día en la fidelidad a las gracias recibidas. Pero soy débil y a veces necesito
acudir al sacramento del Perdón para seguir adelante con renovada alegría.
Dios es un Padre que
nos ama y no nos pide más de lo que podemos llevar a cabo. No nos abandona en
la tarea de la paternidad y por eso nos da la capacidad de conocer y
administrar esa fertilidad. La Iglesia es depositaria de esta verdad, y como
dice la Encíclica Humanae Vitae, quiere el bien de los esposos y por eso la
enseña.
Las consecuencias de
no vivir la castidad conyugal y usar los métodos de regulación artificial de la
natalidad, como advirtió el Beato Pablo VI, están a la vista de todos los que
las quieran ver. La infidelidad conyugal y la degradación general de la
moralidad están al orden del día, así como la pérdida de respeto a la mujer
considerada en muchos casos como goce egoistico y no como compañera respetada y
amada. En lugar de cumplir la ley divina se acaba dejando a las autoridades
públicas intervenir en el sector más personal y más reservado de la vida íntima
conyugal y así gobiernos y poderosas organizaciones acaban imponiendo los
métodos anticonceptivos (cf. HV 17).
Las consecuencias de
vivir la fidelidad a las enseñanzas de la Encíclica Humanae Vitae, en nuestro
caso, han sido crear una hermosa familia, con cinco niñas maravillosas y el
poder hacer frente día a día a las dificultades que se presentan con un amor
derramado en nuestros corazones.
Al celebrar en este
año el quincuagésimo aniversario de la Encíclica Humanae Vitae queremos
agradecer a Dios el don de la voz profética del Beato Pablo VI. Después de
todos estos años podemos ser más conscientes de la maternidad de la Iglesia que
nos guía por los caminos de la Verdad y del Amor, siendo fieles a Jesucristo y
al Evangelio del matrimonio y de la familia.
Fernando García e
Isabel Saiz
No hay comentarios:
Publicar un comentario