Homilía
de San Atanasio contra los que consideran al número como prueba de la verdad o
que no juzgan de la verdad sino por el número:
De Dios debemos esperar la fuerza y las luces necesarias para
combatir la mentira y el error y a Él recurriremos para obtenerlas. Él es el
Dios de la Verdad, Él nos ha sacado del seno del error y de la ilusión, Él nos
dice en el fondo del corazón: "Yo soy la Verdad", Él sostiene nuestra
esperanza y anima nuestro celo, cuando nos dice: "Tened confianza, Yo he
vencido al mundo.
Después de eso, ¿cómo no sentir compasión por los que sólo miden la
fuerza y el poder de la Verdad por el gran número? ¿Han olvidado por
consiguiente, que Nuestro Señor Jesucristo no eligió sino doce discípulos,
gentes simples, sin letras, pobres e ignorantes, para oponerlos, con una
misericordia totalmente gratuita, al mundo entero y que no les dio, como única
defensa, sino la confianza en Él? ¿Ignoran acaso que les dio como instrucción a
estos doce enviados, no el seguir al gran número, y a esos millones de hombres
que se perdían, sino ganar a esa multitud y comprometerla a seguirlos? ¡Cuán
admirable es la fuerza de la Verdad! Sí, la Verdad es siempre vencedora, aunque
no esté sostenida sino por un número muy pequeño.
No tener otro recurso sino el gran número, recurrir a él como a una
muralla contra todos los ataques, y como a una respuesta para todas las
dificultades, es reconocer la debilidad de su causa, es convenir en la
imposibilidad en que se está de defenderse, es, en una palabra, reconocerse
vencido.
¿Qué pretendéis, en efecto, cuando nos objetáis vuestro gran
número? ¿Queréis como en otro tiempo, levantar una segunda Torre de Babel, para
tener a raya a Dios y atacarlo en caso de necesidad? ¡Qué ejemplo el de esa
multitud insensata!
Que vuestro gran número me presente la Verdad en toda su pureza y
su brillo, estoy dispuesto a rendirme y mi derrota es segura; pero que no me dé
como prueba y razón nada más que su propio gran número y su autoridad: es
querer causar terror y dar miedo, pero de ningún modo persuadirme.
.
Cuando diez mil hombres se hubiesen reunido para hacerme creer en
pleno día que es de noche, para hacerme aceptar una moneda de cobre por una
moneda de oro, para persuadirme a tomar un veneno descubierto y conocido por
mí, como un alimento útil y conveniente, ¿estaría obligado por eso a creerles?
Por consiguiente, puesto que no estoy obligado a creer en el gran
número, que está sujeto a error en las cosas puramente terrestres, ¿Por qué
cuando se trata de los dogmas de la religión y de las cosas del cielo, estaría
yo obligado a abandonar a los que están apegados a la Tradición de sus Padres,
a quienes creen con todos los que han sido antes que ellos, lo que se ha creído
en los siglos más remotos, y confirmado además, por la Sagrada Escritura? ¿Por
qué, digo, estaría yo obligado a abandonarlos para seguir a una multitud que no
da ninguna prueba de lo que afirma? ¿Acaso el Señor mismo no nos dijo que había
muchos llamados, pero pocos escogidos; que la puerta de la vida es pequeña, que
la vía que lleva a ella es estrecha y que son pocos los que la encuentran? Por
consiguiente, ¿cuál es el hombre razonable que no prefiriese ser de este
pequeño número, que entra a la vida eterna por ese camino estrecho, a ser del
gran número que corre y se precipita a la muerte por el camino ancho? ¿Quién de
vosotros, si hubiese estado en los tiempos en que San Esteban fue lapidado y expuesto
a los insultos del gran número, no hubiese preferido e incluso no hubiese
deseado ser de su partido, aunque él estuviese solo, antes que seguir al
pueblo, que por el testimonio y la autoridad de la multitud creía estar en la
verdadera fe?
Un solo hombre de una probidad reconocida merece más fe y más
atención que otros diez mil que no cuentan sino con su número y su poder.
Buscad en las Escrituras y encontraréis las pruebas. Leed el Antiguo
Testamento, allí veréis a Fineés [nieto de Aarón, Éxodo 6,25] quien se presenta
solo ante el Señor, solo apacigua su cólera y hace cesar la matanza de los
israelitas, de los que acababan de perecer veinticuatro mil. Si se hubiese
contentado con decirse entonces, ¿quién osará oponerse aun número tan grande
que está unido para cometer el crimen? ¿qué puedo yo contra la multitud? ¿de
qué me serviría oponerme al mal que cometen con voluntad plena? ¿habría obrado
valientemente y habría detenido el mal que cometía el gran número? No, sin
duda, el resto de los israelitas habría perecido y Dios no habría perdonado a
ese pueblo gracias al celo de Fineés. Es necesario, por consiguiente, que se
prefiera el sentimiento de un hombre con probidad, que obra y habla con la
libertad que da la Religión, a las opiniones y a las máximas corrompidas de una
multitud.
En cuanto a vosotros, seguid si queréis al gran número que perece
en las aguas y abandonad a Noé, el único que es conservado; pero al menos no me
impidáis salvarme en el Arca con el pequeño número. Seguid si queréis al gran número
de los habitantes de Sodoma; en cuanto a mí, yo acompañaré a Lot; y aunque él
esté solo, no lo abandonaré para seguir a la multitud de la que se separó para
buscar su salvación.
No creáis, sin embargo, que desprecio el gran número; no, lo
respeto, y sé los miramientos que hay que tener con él: pero es ese gran número
que da prueba y hace ver la verdad de lo que afirma, y no ese gran número que
teme y evita la discusión y el examen; no ese gran número que parece siempre
dispuesto al asalto y que ataca con orgullo, sino ese gran número que reprende
con bondad; no ese gran número que triunfa y se complace en la novedad, sino
ese gran número que conserva la heredad que sus Padres le han legado y está
apegado a ella.
Pero, en cuanto a vosotros, ¿cuál es ese gran número del que os
jactáis? Qué decir de los individuos vencidos, seducidos y ganados por las
caricias, los presentes, de los individuos enceguecidos y arrastrados por su
incapacidad y su ignorancia, de los individuos que, unos por timidez y otros
por temor, sucumbieron ante vuestras amenazas y vuestro crédito, de los
individuos que prefieren un placer de un momento, aunque pecando, a la vida que
debe ser eterna.
¿Así, por consiguiente, pretendéis sostener el error y la mentira
por medio del gran número, y establecerlo con perjuicio de la Verdad, que un
grandísimo número no enrojeció en confesar públicamente a expensas de su vida?
¡Ah, por cierto, hacéis ver la magnitud del mal y hacéis conocer la profundidad
de la llaga, pues la desgracia es tanto mayor cuanto más individuos se
encuentran envueltos en ella!
"No sigáis la muchedumbre para obrar mal,
ni el juicio te acomodes al parecer del mayor número,
si con ello te desvías de la verdad"
SAN ATANASIO
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