CARTA APOSTÓLICA
San Juan de Ávila, sacerdote diocesano,
proclamado Doctor de la Iglesia universal
proclamado Doctor de la Iglesia universal
BENEDICTO PP. XVI
Ad perpetuam rei memoriam
1. Caritas
Christi urget nos (2 Co 5, 14). El amor de Dios, manifestado en Cristo
Jesús, es la clave de la experiencia personal y de la doctrina del Santo
Maestro Juan de Ávila, un «predicador evangélico», anclado siempre en la
Sagrada Escritura, apasionado por la verdad y referente cualificado para la
«Nueva Evangelización».
La primacía de la
gracia que impulsa al buen obrar, la promoción de una espiritualidad de la
confianza y la llamada universal a la santidad vivida como respuesta al amor de
Dios, son puntos centrales de la enseñanza de este presbítero diocesano que
dedicó su vida al ejercicio de su ministerio sacerdotal.
El 4 de marzo de
1538, el Papa Pablo III expidió la Bula Altitudo Divinae
Providentiae, dirigida a Juan de Ávila, autorizándole la fundación de la
Universidad de Baeza (Jaén), en la que lo define como «praedicatorem
insignem Verbi Dei». El 14 de marzo de 1565 Pío iv expedía una Bula
confirmatoria de las facultades concedidas a dicha Universidad en 1538, en la
que le califica como «Magistrum in theologia et verbi Dei praedicatorem
insignem» (cf. Biatiensis Universitas, 1968). Sus contemporáneos
no dudaban en llamarlo «Maestro», título con el que figura desde 1538, y el
Papa Pablo VI, en la homilía de su canonización, el 31 de mayo de 1970,
resaltó su figura y doctrina sacerdotal excelsa, lo propuso como modelo de
predicación y de dirección de almas, lo calificó de paladín de la reforma
eclesiástica y destacó su continuada influencia histórica hasta la actualidad.
2. Juan de Ávila
vivió en la primera amplia mitad del siglo XVI. Nació el 6 de enero de 1499 ó
1500, en Almodóvar del Campo (Ciudad Real, diócesis de Toledo), hijo único de
Alonso Ávila y de Catalina Gijón, unos padres muy cristianos y en elevada
posición económica y social. A los 14 años lo llevaron a estudiar Leyes a la
prestigiosa Universidad de Salamanca; pero abandonó estos estudios al concluir
el cuarto curso porque, a causa de una experiencia muy profunda de conversión,
decidió regresar al domicilio familiar para dedicarse a reflexionar y orar.
Con el propósito de
hacerse sacerdote, en 1520 fue a estudiar Artes y Teología a la Universidad de
Alcalá de Henares, abierta a las grandes escuelas teológicas del tiempo y a la
corriente del humanismo renacentista. En 1526, recibió la ordenación
presbiteral y celebró la primera Misa solemne en la parroquia de su pueblo y,
con el propósito de marchar como misionero a las Indias, decidió repartir su
cuantiosa herencia entre los más necesitados. Después, de acuerdo con el que
había de ser primer Obispo de Tlaxcala, en Nueva España (México), fue a Sevilla
para esperar el momento de embarcar hacia el Nuevo Mundo.
Mientras se
preparaba el viaje, se dedicó a predicar en la ciudad y en las localidades
cercanas. Allí se encontró con el venerable Siervo de Dios Fernando de
Contreras, doctor en Alcalá y prestigioso catequista. Éste, entusiasmado por el
testimonio de vida y la oratoria del joven sacerdote San Juan, consiguió que el
arzobispo hispalense le hiciera desistir de su idea de ir a América para
quedarse en Andalucía y permaneció en Sevilla, compartiendo casa, pobreza y
vida de oración con Contreras y, a la vez que se dedicaba a la predicación y a
la dirección espiritual, continuó estudios de Teología en el Colegio de Santo
Tomás, donde tal vez obtuvo el título de Maestro.
Sin embargo en 1531,
a causa de una predicación suya mal entendida, fue encarcelado. En la cárcel
comenzó a escribir la primera versión del Audi, filia. Durante estos
años recibió la gracia de penetrar con singular profundidad en el misterio del
amor de Dios y el gran beneficio hecho a la humanidad por Jesucristo nuestro
Redentor. En adelante será éste el eje de su vida espiritual y el tema central
de su predicación.
Emitida la sentencia
absolutoria en 1533, continuó predicando con notable éxito ante el pueblo y las
autoridades, pero prefirió trasladarse a Córdoba, incardinándose en esta
diócesis. Poco después, en 1536, le llamó para su consejo el arzobispo de
Granada donde, además de continuar su obra de evangelización, completó sus
estudios en esa Universidad.
Buen conocedor de su
tiempo y con óptima formación académica, Juan de Ávila fue un destacado teólogo
y un verdadero humanista. Propuso la creación de un Tribunal Internacional de
arbitraje para evitar las guerras y fue incluso capaz de inventar y patentar
algunas obras de ingeniería. Pero, viviendo muy pobremente, centró su actividad
en alentar la vida cristiana de cuantos escuchaban complacidos sus sermones y
le seguían por doquier. Especialmente preocupado por la educación y la
instrucción de los niños y los jóvenes, sobre todo de los que se preparaban
para el sacerdocio, fundó varios Colegios menores y mayores que, después de
Trento, habrían de convertirse en Seminarios conciliares. Fundó asimismo la
Universidad de Baeza (Jaén), destacado referente durante siglos para la
cualificada formación de clérigos y seglares.
Después de recorrer
Andalucía y otras regiones del centro y oeste de España predicando y orando, ya
enfermo, en 1554 se retiró definitivamente a una sencilla casa en Montilla
(Córdoba), donde ejerció su apostolado perfilando algunas de sus obras y a
través de abundante correspondencia. El arzobispo de Granada quiso llevarlo
como asesor teólogo en las dos últimas sesiones del concilio de Trento; al no
poder viajar por falta de salud redactó los Memoriales que influyeron
en esa reunión eclesial.
Acompañado por sus
discípulos y amigos y aquejado de fortísimos dolores, con un Crucifijo entre
las manos, entregó su alma al Señor en su humilde casa de Montilla en la mañana
del 10 de mayo de 1569.
3. Juan de Ávila fue
contemporáneo, amigo y consejero de grandes santos y uno de los maestros
espirituales más prestigiosos y consultados de su tiempo.
San Ignacio de
Loyola, que le tenía gran aprecio, deseó vivamente que entrara en la naciente
Compañía de Jesús; no sucedió así, pero el Maestro orientó hacia ella una
treintena de sus mejores discípulos. Juan Ciudad, después San Juan de Dios,
fundador de la Orden Hospitalaria, se convirtió escuchando al Santo Maestro y
desde entonces se acogió a su guía espiritual. El muy noble San Francisco de
Borja, otro gran convertido por mediación del Padre Ávila, que llegó a ser
Prepósito general de la Compañía de Jesús. Santo Tomás de Villanueva, arzobispo
de Valencia, difundió en sus diócesis y por todo el Levante español su método
catequístico. Otros conocidos suyos fueron San Pedro de Alcántara, provincial
de los Franciscanos y reformador de la Orden; San Juan de Ribera, obispo de
Badajoz, que le pidió predicadores para renovar su diócesis y, arzobispo de
Valencia después, tenía en su biblioteca un manuscrito con 82 sermones suyos;
Teresa de Jesús, hoy Doctora de la Iglesia, que padeció grandes trabajos hasta
que pudo hacer llegar al Maestro el manuscrito de su Vida; San Juan
de la Cruz, también Doctor de la Iglesia, que conectó con sus discípulos de
Baeza y le facilitaron la reforma del Carmelo masculino; el Beato Bartolomé de
los Mártires, que por amigos comunes conoció su vida y santidad y algunos más
que reconocieron la autoridad moral y espiritual del Maestro.
4. Aunque el «Padre
Maestro Ávila» fue, ante todo, un predicador, no dejó de hacer magistral uso de
su pluma para exponer sus enseñanzas. Es más, su influjo y memoria posterior,
hasta nuestros días, están estrechamente vinculados no sólo con el testimonio
de su persona y de su vida, sino con sus escritos, tan distintos entre sí.
Su obra principal,
el Audi, filia, un clásico de la espiritualidad, es el tratado más
sistemático, amplio y completo, cuya edición definitiva preparó su autor en los
últimos años de vida. El Catecismo o Doctrina cristiana, única obra
que hizo imprimir en vida (1554), es una síntesis pedagógica, para niños y
mayores, de los contenidos de la fe. El Tratado del amor de Dios, una
joya literaria y de contenido, refleja con qué profundidad le fue dado penetrar
en el misterio de Cristo, el Verbo encarnado y redentor. El Tratado sobre
el sacerdocio es un breve compendio que se completa con las pláticas,
sermones e incluso cartas. Cuenta también con otros escritos menores, que
consisten en orientaciones o Avisos para la vida espiritual.
Los Tratados de Reforma están relacionados con el concilio de Trento
y con los sínodos provinciales que lo aplicaron, y apuntan muy certeramente a
la renovación personal y eclesial. Los Sermones y Pláticas, igual que
el Epistolario, son escritos que abarcan todo el arco litúrgico y la
amplia cronología de su ministerio sacerdotal. Los comentarios bíblicos —de
la Carta a los Gálatas a la Primera carta de Juan y otros—
son exposiciones sistemáticas de notable profundidad bíblica y de gran valor
pastoral.
Todas estas obras
ofrecen contenidos muy profundos, presentan un evidente enfoque pedagógico en
el uso de imágenes y ejemplos y dejan entrever las circunstancias sociológicas
y eclesiales del momento. El tono es de suma confianza en el amor de Dios,
llamando a la persona a la perfección de la caridad. Su lenguaje es el
castellano clásico y sobrio de su tierra manchega de origen, mezclado a veces
con la imaginación y el calor meridional, ambiente en que transcurrió la mayor
parte de su vida apostólica.
Atento a captar lo
que el Espíritu inspiraba a la Iglesia en una época compleja y convulsa de
cambios culturales, de variadas corrientes humanísticas, de búsqueda de nuevas
vías de espiritualidad, clarificó criterios y conceptos.
5. En sus enseñanzas
el Maestro Juan de Ávila aludía constantemente al bautismo y a la redención
para impulsar a la santidad, y explicaba que la vida espiritual cristiana, que
es participación en la vida trinitaria, parte de la fe en Dios Amor, se basa en
la bondad y misericordia divina expresada en los méritos de Cristo y está toda
ella movida por el Espíritu; es decir, por el amor a Dios y a los hermanos.
«Ensanche vuestra merced su pequeño corazón en aquella inmensidad de amor con
que el Padre nos dio a su Hijo, y con Él nos dio a sí mismo, y al Espíritu
Santo y todas las cosas» (Carta 160), escribe. Y también: «Vuestros
prójimos son cosa que a Jesucristo toca» (Ib. 62), por esto, «la
prueba del perfecto amor de nuestro Señor es el perfecto amor del
prójimo» (Ib. 103). Manifiesta también gran aprecio a las cosas
creadas, ordenándolas en la perspectiva del amor.
Al ser templos de la
Trinidad, alienta en nosotros la misma vida de Dios y el corazón se va
unificando, como proceso de unión con Dios y con los hermanos. El camino del
corazón es camino de sencillez, de bondad, de amor, de actitud filial. Esta
vida según el Espíritu es marcadamente eclesial, en el sentido de expresar el
desposorio de Cristo con su Iglesia, tema central del Audi, filia. Y
es también mariana: la configuración con Cristo, bajo la acción del Espíritu
Santo, es un proceso de virtudes y dones que mira a María como modelo y como
madre. La dimensión misionera de la espiritualidad, como derivación de la dimensión
eclesial y mariana, es evidente en los escritos del Maestro Ávila, que invita
al celo apostólico a partir de la contemplación y de una mayor entrega a la
santidad. Aconseja tener devoción a los santos, porque nos manifiestan a todos
«un grande Amigo, que es Dios, el cual nos tiene presos los corazones en su
amor [...] y Él nos manda que tengamos otros muchos amigos, que son sus
santos» (Carta 222).
6. Si el Maestro
Ávila es pionero en afirmar la llamada universal a la santidad, resulta también
un eslabón imprescindible en el proceso histórico de sistematización de la
doctrina sobre el sacerdocio. A lo largo de los siglos sus escritos han sido
fuente de inspiración para la espiritualidad sacerdotal y se le puede
considerar como el promotor del movimiento místico entre los presbíteros
seculares. Su influencia se detecta en muchos autores espirituales posteriores.
La afirmación
central del Maestro Ávila es que los sacerdotes, «en la misa nos ponemos en el
altar en persona de Cristo a hacer el oficio del mismo Redentor» (Carta 157),
y que actuar in persona Christi supone encarnar, con humildad, el
amor paterno y materno de Dios. Todo ello requiere unas condiciones de vida,
como son frecuentar la Palabra y la Eucaristía, tener espíritu de pobreza, ir
al púlpito «templado», es decir, habiéndose preparado con el estudio y con la
oración, y amar a la Iglesia, porque es esposa de Jesucristo.
La búsqueda y
creación de medios para mejor formar a los aspirantes al sacerdocio, la
exigencia de mayor santidad del clero y la necesaria reforma en la vida
eclesial constituyen la preocupación más honda y continuada del Santo Maestro.
La santidad del clero es imprescindible para reformar a la Iglesia. Se imponía,
pues, la selección y la adecuada formación de los que aspiraban al sacerdocio.
Como solución propuso crear seminarios y llegó a insinuar la conveniencia de un
colegio especial para que se preparasen en el estudio de la Sagrada Escritura.
Estas propuestas alcanzaron a toda la Iglesia.
Por su parte, la
fundación de la Universidad de Baeza, en la que puso todo su interés y
entusiasmo, constituyó una de sus aspiraciones más logradas, porque llegó a
proporcionar una óptima formación inicial y continuada a los clérigos, teniendo
muy en cuenta el estudio de la llamada «teología positiva» con orientación
pastoral, y dio origen a una escuela sacerdotal que prosperó durante siglos.
7. Dada su indudable
y creciente fama de santidad, la Causa de beatificación y canonización del
Maestro Juan de Ávila se inició en la archidiócesis de Toledo, en 1623. Se
interrogó pronto a los testigos en Almodóvar del Campo y Montilla, lugares del
nacimiento y muerte del Siervo de Dios, y en Córdoba, Granada, Jaén, Baeza y
Andújar. Pero por diversos problemas la Causa quedó interrumpida hasta 1731, en
que el arzobispo de Toledo envió a Roma los procesos informativos ya
realizados. Por decreto de 3 de abril de 1742 el Papa Benedicto XIV aprobó los
escritos y elogió la doctrina del Maestro Ávila, y el 8 de febrero de 1759
Clemente XIII declaró que había ejercitado las virtudes en grado heroico. La
beatificación tuvo lugar, por el Papa León XIII, el 6 de abril de 1894 y la
canonización, por el Papa Pablo VI, el 31 de mayo de 1970. Dada la relevancia
de su figura sacerdotal, en 1946 Pío XII lo nombró Patrono del clero secular de
España.
El título de
«Maestro» con el que durante su vida, y a lo largo de los siglos, ha sido
conocido San Juan de Ávila motivó que a raíz de su canonización se planteara la
posibilidad del Doctorado. Así, a instancias del cardenal Don Benjamín de
Arriba y Castro, arzobispo de Tarragona, la XII Asamblea Plenaria de la
Conferencia Episcopal Española (julio 1970) acordó solicitar a la Santa Sede su
declaración de Doctor de la Iglesia Universal. Siguieron numerosas instancias,
particularmente con motivo del XXV Aniversario de su Canonización (1995) y del
v Centenario de su nacimiento (1999).
La declaración de
Doctor de la Iglesia Universal de un santo supone el reconocimiento de un
carisma de sabiduría conferido por el Espíritu Santo para bien de la Iglesia y
comprobado por la influencia benéfica de su enseñanza en el pueblo de Dios,
hechos bien evidentes en la persona y en la obra de San Juan de Ávila. Éste fue
solicitado muy frecuentemente por sus contemporáneos como Maestro de teología,
discernidor de espíritus y director espiritual. A él acudieron en búsqueda de
ayuda y orientación grandes santos y reconocidos pecadores, sabios e
ignorantes, pobres y ricos, y a su fama de consejero se unió tanto su activa
intervención en destacadas conversiones como su cotidiana acción para mejorar
la vida de fe y la comprensión del mensaje cristiano de cuantos acudían
solícitos a escuchar su enseñanza. También los obispos y religiosos doctos y
bien preparados se dirigieron a él como consejero, predicador y teólogo,
ejerciendo notable influencia en quienes lo trataron y en los ambientes que
frecuentó.
8. El Maestro Ávila
no ejerció como profesor en las Universidades, aunque sí fue organizador y
primer Rector de la Universidad de Baeza. No explicó teología en una cátedra,
pero sí dio lecciones de Sagrada Escritura a seglares, religiosos y clérigos.
No elaboró nunca una
síntesis sistemática de su enseñanza teológica, pero su teología es orante y
sapiencial. En el Memorial ii al concilio de Trento da dos
razones para vincular la teología y la oración: la santidad de la ciencia
teológica y el provecho y edificación de la Iglesia. Como verdadero humanista y
buen conocedor de la realidad, la suya es también una teología cercana a la
vida, que responde a las cuestiones planteadas en el momento y lo hace de modo
didáctico y comprensible.
La enseñanza de Juan
de Ávila destaca por su excelencia y precisión y por su extensión y
profundidad, fruto de un estudio metódico, de contemplación y por medio de una
profunda experiencia de las realidades sobrenaturales. Además su rico
epistolario bien pronto contó con traducciones italianas, francesas e inglesas.
Es muy de notar su
profundo conocimiento de la Biblia, que él deseaba ver en manos de todos, por
lo que no dudó en explicarla tanto en su predicación cotidiana como ofreciendo
lecciones sobre determinados Libros sagrados. Solía cotejar las versiones y
analizar los sentidos literal y espiritual; conocía los comentarios patrísticos
más importantes y estaba convencido de que para recibir adecuadamente la revelación
era necesario el estudio y la oración, y que se penetrara en su sentido con
ayuda de la tradición y del magisterio. Del Antiguo Testamento cita sobre todo
los Salmos, Isaías y el Cantar de los cantares. Del Nuevo,
el apóstol Juan y San Pablo que es, sin duda, el más recurrido. «Copia fiel de
San Pablo», lo llamó el Papa Pablo VI en la bula de su canonización.
9. La doctrina del
Maestro Juan de Ávila posee, sin duda, un mensaje seguro y duradero, y es capaz
de contribuir a confirmar y profundizar el depósito de la fe, iluminando
incluso nuevas prospectivas doctrinales y de vida. Atendiendo al magisterio
pontificio, resulta evidente su actualidad, lo cual prueba que su eminens
doctrina constituye un verdadero carisma, don del Espíritu Santo a la Iglesia
de ayer y de hoy.
La primacía de
Cristo y de la gracia que, en términos de amor de Dios, atraviesa toda la
enseñanza del Maestro Ávila, es una de las dimensiones subrayadas tanto por la
teología como por la espiritualidad actual, de lo cual se derivan consecuencias
también para la pastoral, tal como Nos hemos subrayado en la encíclica Deus caritas est. La
confianza, basada en la afirmación y la experiencia del amor de Dios y de la
bondad y misericordia divinas, ha sido propuesta también en el reciente
magisterio pontificio, como en la encíclica Dives in
misericordia y en la exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Europa, que
es una verdadera proclamación del Evangelio de la esperanza, como también hemos
pretendido en la encíclica Spe salvi. Y
cuando en la carta apostólica Ubicumque et semper, con
la que acabamos de instituir el Pontificio Consejo para promover la Nueva
Evangelización, decimos: «Para proclamar de modo fecundo la Palabra del
Evangelio se requiere ante todo hacer una experiencia profunda de Dios», emerge
la figura serena y humilde de este «predicador evangélico» cuya eminente
doctrina es de plena actualidad.
10. En 2002, la
Conferencia Episcopal Española tuvo noticia de que el Studio riassuntivo
sull’eminente dottrina ravvisata nelle opere di San Giovanni d’Avila, de
la Congregación para la Doctrina de la Fe, concluía de modo netamente
afirmativo, y en 2003 un buen número de Sres. Cardenales, Arzobispos y Obispos,
Presidentes de Conferencias Episcopales, Superiores Generales de Institutos de
vida consagrada, Responsables de Asociaciones y Movimientos eclesiales, Universidades
y otras instituciones, y personas particulares significativas, se unieron a la
súplica de la Conferencia Episcopal Española por medio de Cartas Postulatorias
que manifestaban al Papa Juan Pablo II el interés y la oportunidad del
Doctorado de San Juan de Ávila.
Retornado el
expediente a la Congregación de las Causas de los Santos y nombrado un Relator
para esta Causa, fue necesario elaborar la correspondiente Positio. Concluido
este trabajo, el Presidente y el Secretario de la Conferencia Episcopal Española
junto con el Presidente de la Junta Pro Doctorado y la Postuladora de
la Causa firmaron, el 10 de diciembre de 2009, la definitiva Súplica (Supplex
libellus) del Doctorado para el Maestro Juan de Ávila. El 18 de diciembre
de 2010 tuvo lugar el Congreso Peculiar de Consultores Teólogos de dicha
Congregación, en orden al Doctorado del Santo Maestro. Los votos fueron
afirmativos. El 3 de mayo de 2011, la Sesión Plenaria de Cardenales y Obispos
miembros de la Congregación decidió, con voto también unánimemente afirmativo,
proponernos la declaración de San Juan de Ávila, si así lo deseábamos, como
Doctor de la Iglesia universal. El día 20 de agosto de 2011, en Madrid, durante
la Jornada Mundial de la Juventud, anunciamos al Pueblo de Dios que, «declararé
próximamente a San Juan de Ávila, presbítero, Doctor de la Iglesia universal».
Y el día 27 de mayo de 2012, domingo de Pentecostés, tuvimos el gozo de decir
en la Plaza de San Pedro del Vaticano a la multitud de peregrinos de todo el
mundo allí reunidos: «El Espíritu que ha hablado por medio de los
profetas, con los dones de la sabiduría y de la ciencia continúa
inspirando mujeres y hombres que se empeñan en la búsqueda de la verdad,
proponiendo vías originales de conocimiento y de profundización del misterio de
Dios, del hombre y del mundo. En este contexto tengo la alegría de anunciarles
que el próximo 7 de octubre, en el inicio de la Asamblea Ordinaria del Sínodo
de los Obispos, proclamaré a san Juan de Ávila y a santa Hildegarda de Bingen,
doctores de la Iglesia universal [...] La santidad de la vida y la profundidad
de la doctrina los vuelve perennemente actuales: la gracia del Espíritu Santo,
de hecho los proyectó en esa experiencia de penetrante comprensión de la
revelación divina y diálogo inteligente con el mundo, que constituyen el
horizonte permanente de la vida y de la acción de la Iglesia. Sobre todo, a la
luz del proyecto de una nueva evangelización a la cual será dedicada la
mencionada Asamblea del Sínodo de los Obispos, y en la vigilia del Año de la
Fe, estas dos figuras de santos y doctores serán de gran importancia y
actualidad».
Por lo tanto hoy,
con la ayuda de Dios y la aprobación de toda la Iglesia, esto se ha realizado.
En la plaza de San Pedro, en presencia de muchos cardenales y prelados de la
Curia Romana y de la Iglesia católica, confirmando lo que se ha realizado y
satisfaciendo con gran gusto los deseos de los suplicantes, durante el
sacrificio Eucarístico hemos pronunciado estas palabras:
«Nosotros, acogiendo
el deseo de muchos hermanos en el episcopado y de muchos fieles del mundo
entero, tras haber tenido el parecer de la Congregación para las Causas de los
Santos, tras haber reflexionado largamente y habiendo llegado a un pleno y
seguro convencimiento, con la plenitud de la autoridad apostólica declaramos a
san Juan de Ávila, sacerdote diocesano, y santa Hildegarda de Bingen, monja
profesa de la Orden de San Benito, Doctores de la Iglesia universal, en el
nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo».
Esto decretamos y
ordenamos, estableciendo que esta carta sea y permanezca siempre cierta, válida
y eficaz, y que surta y obtenga sus efectos plenos e íntegros; y así
convenientemente se juzgue y se defina; y sea vano y sin fundamento cuanto al
respecto diversamente intente nadie con cualquier autoridad, conscientemente o
por ignorancia.
Dado en Roma, en San
Pedro, con el sello del Pescador, el 7 de octubre de 2012, año octavo de
Nuestro Pontificado.
BENEDICTO PP. XVI
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