Carta pastoral
con motivo del 50º aniversario
de la encíclica Humanae vitae
Obispos de Kasajstan
¡Alabado sea
Jesucristo! ¡Queridos hermanos y hermanas en Cristo! El presente año está
marcado por el memorable evento del 50ºaniversario de la encíclica Humanae
vitae, con la cual el Beato Pablo VI ha confirmado la doctrina del Magisterio
constante de la Iglesia con respecto a la trasmisión de la vida humana. Los
Obispos y los Ordinarios del Kazajistán quieren aprovechar la ocasión propicia
para honrar la memoria y la perenne importancia de esta encíclica.
Durante la última
reunión de todos nuestros sacerdotes y hermanas religiosas en Almaty se han
efectuado amplios debates sobre el tema de la preparación de los jóvenes al
sacramento del matrimonio. Se presentó la propuesta de transmitir a los jóvenes
las verdades más importantes del Magisterio de la Iglesia relativas al
matrimonio cristiano y a la santidad de la vida humana desde el momento de su
concepción.
Proclamamos con la voz
del Magisterio de la Iglesia, como la podemos percibir en la encíclica Humanae
vitae y en otros documentos de los Pontífices Romanos, las siguientes verdades
exigentes del “yugo suave y de la carga liviana” (Mt 11, 30) de Cristo:
• “La Iglesia, sin
embargo, al exigir que los hombres observen las normas de la ley natural
interpretada por su constante doctrina, enseña que cualquier acto matrimonial
debe quedar abierto a la transmisión de la vida” (Pablo VI, Encíclica Humanae
vitae, 11).
• “Hay que excluir
absolutamente, como vía lícita para la regulación de los nacimientos, la
interrupción directa del proceso generador ya iniciado, y sobre todo el aborto
directamente querido y procurado, aunque sea por razones terapéuticas. Hay que
excluir igualmente, como el Magisterio de la Iglesia ha declarado muchas veces,
la esterilización directa, perpetua o temporal, tanto del hombre como de la
mujer; queda además excluida toda acción que, o en previsión del acto conyugal,
o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se
proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación. Tampoco se
pueden invocar como razones válidas, para justificar los actos conyugales
intencionalmente infecundos, el mal menor o el hecho de que tales actos
constituirían un todo con los actos fecundos anteriores o que seguirán después
y que por tanto compartirían la única e idéntica bondad moral. En verdad, si es
lícito alguna vez tolerar un mal moral menor a fin de evitar un mal mayor o de
promover un bien más grande, no es lícito, ni aun por razones gravísimas, hacer
el mal para conseguir el bien, es decir, hacer objeto de un acto positivo de
voluntad lo que es intrínsecamente desordenado y por lo mismo indigno de la
persona humana, aunque con ello se quisiese salvaguardar o promover el bien
individual, familiar o social. Es por tanto un error pensar que un acto
conyugal, hecho voluntariamente infecundo, y por esto intrínsecamente
deshonesto, pueda ser cohonestado por el conjunto de una vida conyugal
fecunda”. (Pablo VI, Encíclica Humanae Vitae, 14).
• “Cuando, mediante la
contracepción, los esposos quitan a la práctica de su sexualidad conyugal la
potencial capacidad procreativa, ellos se arrogan un poder que sólo pertenece a
Dios: el poder de decidir en última instancia la venida a la existencia de una
persona humana. Ellos se arrogan el atributo de ser no los cooperadores del
poder creativo de Dios, sino los depositarios últimos de la vida naciente
humana. En esta perspectiva, la contracepción debe ser considerada
objetivamente, tan profundamente ilícita que no puede nunca, por ninguna razón,
ser justificada. Pensar o decir lo contrario, equivale a suponer que en la vida
humana puedan presentarse situaciones en que es lícito no reconocer a Dios como
Dios” (Juan Pablo II, Discurso a los sacerdotes participantes en un seminario
de estudio sobre «La Procreación responsable», 17 de septiembre de 1983).
• “Muchos piensan que
la enseñanza cristiana, aunque verdadera, no es viable, al menos en
determinadas circunstancias. Como la Tradición de la Iglesia ha enseñado
siempre, Dios no nos manda nada que sea imposible, sino que cada mandamiento
también lleva aparejada la gracia que ayuda a la libertad humana a cumplirlo.
La oración constante, el recurso frecuente a los sacramentos y el ejercicio de
la castidad conyugal son necesarios. […] Hoy más que nunca, el hombre está de
nuevo empezando a sentir la necesidad de la verdad y de la recta razón en su
experiencia diaria. Estad siempre preparados para decir sin ambages, la verdad
sobre lo bueno y lo malo con respecto al hombre y a la familia” (Juan Pablo II,
Discurso a los participantes en la reunión de estudio sobre la procreación
responsable, 5 de junio de 1987).
• “La carta encíclica
Humanae vitae constituye un significativo gesto de valentía al reafirmar la
continuidad de la doctrina y de la tradición de la Iglesia. […] Esa doctrina no
sólo sigue manifestando inmutable su verdad; también revela la clarividencia
con la que se afrontó el problema. […] Lo que era verdad ayer, sigue siéndolo
también hoy. La verdad expresada en la Humanae vitae no cambia; más aún,
precisamente a la luz de los nuevos descubrimientos científicos, su doctrina se
hace más actual e impulsa a reflexionar sobre el valor intrínseco que posee.”
(Benedicto XVI, Discurso a los participantes en un Congreso Internacional en el
40mo aniversario de la encíclica “Humanae vitae”, 10 de mayo de 2008).
• “La encíclica
Humanae Vitae está inspirada en la intocable doctrina bíblica y evangélica que
convalida las normas de la ley natural y los dictados insuprimibles de la
conciencia sobre el respeto de la vida, cuya transmisión ha sido confiada a la
paternidad y a la maternidad responsables. Aquel documento resulta hoy de nueva
y más urgente actualidad por las heridas que las legislaciones públicas han
causado a la santidad indisoluble del vínculo matrimonial y a la intangibilidad
de la vida humana desde el seno materno. […] Ante los peligros que hemos
delineado y frente a dolorosas defecciones de carácter eclesial o social, nos
sentimos impulsados, al igual que Pedro, a acudir a El como a una única salvación
y a gritar: “Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,
68)” (Pablo VI, Homilía, 29 de junio de 1978).
Toda la historia
humana ha dado suficientes pruebas del hecho que el verdadero progreso de la
sociedad depende en gran medida de las familias numerosas. Eso es aún más
válido para la vida de la Iglesia. El Papa Francisco nos recuerda esta verdad:
“Da consuelo y esperanza ver a muchas familias numerosas que acogen a los hijos
como un auténtico don de Dios. Ellos saben que cada hijo es una bendición”
(Papa Francisco, Audiencia general, 21 de enero de 2015).
Que las siguientes
palabras de san Juan Pablo II, el papa de la familia, sean luz, fortaleza,
consolación y alegre coraje para las parejas casadas católicas y para los
varones y mujeres jóvenes que se preparan para la vida del matrimonio y de la
familia cristiana.
“Tenemos una singular
confirmación de que el camino de santidad recorrido juntos, como matrimonio, es
posible, hermoso y extraordinariamente fecundo, y es fundamental para el bien
de la familia, de la Iglesia y de la sociedad. Esto impulsa a invocar al Señor,
para que sean cada vez más numerosos los matrimonios capaces de reflejar, con
la santidad de su vida, el “misterio grande” del amor conyugal, que tiene su
origen en la creación y se realiza en la unión de Cristo con la Iglesia (cf. Ef
5, 22-33). Como todo camino de santificación, también el vuestro es difícil.
Sabemos cuántas familias sienten en estos casos la tentación del desaliento.
Pienso, en particular, en los que viven el drama de la separación; pienso en
los que deben afrontar la enfermedad y en los que sufren la muerte prematura
del cónyuge o de un hijo. También en estas situaciones se puede dar un gran
testimonio de fidelidad en el amor, que llega a ser más significativo aún
gracias a la purificación en el crisol del dolor. Amadísimos esposos, que jamás
os venza el desaliento: la gracia del sacramento os sostiene y ayuda a elevar
continuamente los brazos al cielo, como Moisés, de quien ha hablado la primera lectura
(cf. Ex 17, 11-12). La Iglesia os acompaña y ayuda con su oración, sobre todo
en los momentos de dificultad. Al mismo tiempo, pido a todas las familias que a
su vez sostengan los brazos de la Iglesia, para que no falte jamás a su misión
de interceder, consolar, guiar y alentar” (Juan Pablo II, Homilía para la
beatificación de los Siervos de Dios Luigi Beltrame Quattrocchi y Maria
Corsini, 21 de octubre de 2001).
“Que la Virgen María,
como es Madre de la Iglesia, sea también Madre de la «Iglesia doméstica», y,
gracias a su ayuda materna, cada familia cristiana pueda llegar a ser
verdaderamente una «pequeña Iglesia», en la que se refleje y reviva el misterio
de la Iglesia de Cristo. Sea ella, Esclava del Señor, ejemplo de acogida
humilde y generosa de la voluntad de Dios; sea ella, Madre Dolorosa a los pies
de la Cruz, la que alivie los sufrimientos y enjugue las lágrimas de cuantos
sufren por las dificultades de sus familias. Que Cristo Señor, Rey del
universo, Rey de las familias, esté presente como en Caná, en cada hogar
cristiano para dar luz, alegría, serenidad y fortaleza” (Juan Pablo II,
Exhortación Apostólica Familiaris consortio, 86).
Astana, 13 de mayo de
2018, Memoria de la Santísima Virgen Maria de Fátima
Vuestros Obispos y
Ordinarios:
+ José Luis Mumbiela
Sierra, Obispo de la diócesis de la Santísima Trinidad en Almaty y Presidente
de la Conferencia de los Obispos Católicos de Kazajstán
+ Tomash Peta,
Arzobispo Metropolita del arquidiócesis de Maria Santísima en Astana
+ Adelio Dell’Oro,
Obispo de Karaganda
+ Athanasius
Schneider, Obispo Auxiliar del archidiócesis de Maria Santísima en Astana
Reverendísimo Sac.
Dariusz Buras, Administrador Apostólico de Atyrau
Reverendísimo Protopresbítero Mitrado Vasyl Hovera, Delegado de la Congregación para las Iglesias Orientales para los fieles greco-católicos de Kazajstán y Asia Central
Reverendísimo Protopresbítero Mitrado Vasyl Hovera, Delegado de la Congregación para las Iglesias Orientales para los fieles greco-católicos de Kazajstán y Asia Central
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