jueves, 3 de mayo de 2018

El desafío pastoral y pedagógico después de Amoris Laetitia - Mons. Dr. Livio Melina



Reconstruir el sujeto:
el desafío pastoral y pedagógico
después de Amoris Laetitia

Mons. Dr. Livio Melina

Para el pastor que atiende las almas, como para el teólogo moralista, Amoris Laetitia representa un desafío sin muchos precedentes en la historia reciente de la Iglesia. Desde su publicación, la exhortación apostólica del Papa Francisco ha sido objeto de interpretaciones diametralmente opuestas e incompatibles entre ellas, que han causado gran confusión entre los fieles. No se puede negar que había enormes expectativas alrededor de esta exhortación apostólica, centradas en un punto muy concreto: el de la admisión de los divorciados «que se han vuelto a casar» a los sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía.


1. La preocupación de fondo

Es necesario, sin embargo, captar la preocupación de fondo que ha llevado al Papa Francisco a escribir este documento: renovar la pastoral familiar de la Iglesia, para así llegar a todas las familias y, sobre todo, a las que están heridas, para acogerlas, acompañarlas e integrarlas en la vida de la Iglesia. Dicha preocupación se vincula a esa conversión pastoral y a ese «dinamismo de salida misionera» solicitado en la otra exhortación, Evangelii Gaudium (n. 20).

«¿Qué aporta Cristo a la familia?». En el vuelo de vuelta de su viaje a Tierra Santa, el 26 de mayo de 2014, el Papa Francisco expresó con estas palabras la intuición fundamental y la finalidad por las que había iniciado en la Iglesia el largo y articulado camino sinodal, que ha llevado a la publicación de la exhortación apostólica Amoris Laetitia. Por lo tanto, no nos debemos centrar en las problemáticas de casuística moral si queremos ir al corazón de la preocupación pastoral del Santo Padre. Debemos, más bien, enfocar la perspectiva de fondo, sin la cual todo se vuelve borroso. Y la perspectiva fundamental está determinada por la intención de buscar, de nuevo, el mensaje de Jesús acerca de la familia; no sólo para saber algo, sino para abrir un camino de vida mejor, para que llegue a las personas allí donde se encuentren, las impulse a convertirse, a sanar y a caminar hacia la santidad.


2. Una lectura coherente del Magisterio


Es necesario, sobre todo, interpretar Amoris Laetitia según una lectura coherente a tres niveles. En primer lugar buscando, principalmente, su coherencia interna, dictada por la intención pastoral, en plena unidad con la doctrina (AL 3). En segundo lugar, en coherencia con el camino sinodal: el Papa de la colegialidad no ha querido ir más allá de lo que los obispos en el Sínodo han concordado. En tercer lugar, la coherencia con el Magisterio precedente, sobre todo con el de Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Este último describió así el ministerio petrino en el momento solemne en el que inauguraba su pontificado, el 7 de mayo de 2005, en la Basílica Lateranense: «El Papa no es un soberano absoluto, cuyo pensamiento y voluntad son ley. Al contrario: el ministerio del Papa es garantía de la obediencia a Cristo y a su Palabra. No debe proclamar sus propias ideas, sino vincularse constantemente a sí mismo y la Iglesia a la obediencia a la Palabra de Dios, frente a todos los intentos de adaptación y alteración, así como frente a todo oportunismo. (…) El Papa es consciente de que, en sus grandes decisiones, está unido a la gran comunidad de la fe de todos los tiempos, a las interpretaciones vinculantes surgidas a lo largo del camino de peregrinación de la Iglesia. Así, su poder no está por encima, sino al servicio de la Palabra de Dios, y tiene la responsabilidad de hacer que esta Palabra siga estando presente en su grandeza y resonando en su pureza, de modo que no la alteren los continuos cambios de las modas».

Por esto hay que decir claramente que ningún Papa tiene poder superior a la Palabra de Jesús; que ningún Papa, como si fuera un déspota absoluto, puede cambiar el depósito de la fe o los sacramentos. Tampoco el Papa Francisco ha intentado hacerlo: impulsado por el anhelo pastoral de llegar a los alejados, los heridos y los pecadores, ha querido, más bien, renovar el enfoque pastoral, abriendo nuevos caminos y recorridos, suscitando en la Iglesia un compromiso renovado de creatividad pastoral. La novedad de esta exhortación apostólica está, por lo tanto, en la urgencia pastoral que fomenta, partiendo de una toma de conciencia realista sobre la situación concreta de las familias. Es un llamamiento a iniciar una gran obra de reconstrucción de las familias. Antes de entrar en la propuesta positiva, detengámonos en esto: la realidad dramática y sus urgencias las observamos siempre con la mirada de Jesús.


3. Una mirada de misericordia sobre la miseria del pecado y la fragilidad

El Papa Francisco evoca, precisamente al inicio de Amoris Laetitia, la parábola de Jesús sobre las dos casas: la del hombre prudente, construida sobre la roca y la del necio construida sobre la arena (AL 8). Es un pasaje evangélico muy conocido, que resuena a menudo en la liturgia de las bodas y que es citado en la versión de Mateo (Mt 7, 24-27), previsto también por el leccionario del rito. El Papa sitúa esta imagen al inicio del documento ofreciendo, así, una referencia que orienta la mirada del lector hacia la luz de la Palabra de Dios, mientras lleva a cabo su intención –como él dice– de entrar con discreción en las casas de nuestras familias para llevar «la alegría del amor» procedente del Evangelio de Jesucristo.

A quienes forman una nueva familia y con trepidante esperanza celebran el sacramento del matrimonio, Cristo no les promete que en su casa en construcción no caerá nunca un aguacero, o que una violenta ola no arrolle lo que más aman; ni siquiera les promete que no habrá vientos impetuosos que soplen sobre lo que han construido, a veces al precio de sacrificios inmensos. Sabemos que, por desgracia, en las viviendas de los hombres no sólo baten vientos tormentosos y borrascas, sino que a veces están sacudidas y devastadas por terremotos desastrosos. Y sabemos muy bien que pueden resistir sólo si han sido construidas con medidas antisísmicas fiables.

Cristo mira con simpatía el deseo de los hombres y de las mujeres de dar una morada a su amor, de construir una familia sólida que dure en el tiempo y que resista a las pruebas y las múltiples amenazas. Él se inclina lleno de misericordia sobre la fragilidad, las derrotas y los pecados que provocan grietas en los muros y en los corazones, derrumbes desastrosos y ruinas desoladoras. Jesús dirige a todos una grave advertencia: «¡Construid sobre la roca de la escucha y la práctica de mi Palabra!». Para resistir a la intemperie y a los terremotos de la vida no basta escuchar, es necesario llevar una vida coherente con la Palabra escuchada. Él ofrece, sobre todo, el don irrevocable de su gracia, que encontramos en los sacramentos de la Iglesia. Él es, por lo tanto, la Roca sobre la que construir. Pero también es –somos muy conscientes de ello– esa piedra angular, descartada hoy más que nunca por los constructores, porque prefieren edificar sobre la arena refugios provisionales.

Y así, mientras tanto, el panorama de nuestras familias y de las que nos rodean es cada vez más preocupante: a veces se parecen a ciudades devastadas por un terremoto de enorme magnitud, con edificios destruidos o seriamente dañados, con viviendas provisionales, con tiendas de campaña precarias, porque el miedo a nuevos derrumbes disuade de realizar proyectos comprometidos y duraderos. Familias hechas añicos, nuevas pobrezas y soledades de quien ha perdido, también, los recursos espirituales y materiales para vivir con la propia familia, el consiguiente descenso de la natalidad, el invierno demográfico de Europa, signo inquietante y expresamente olvidado de una crisis histórica y, por último, las víctimas más débiles: niños no acogidos por los progenitores o disputados como presas inocentes tras el fracaso conyugal, ancianos abandonados y descartados.

En la época del amor líquido o, tal vez, por definirlo de una manera más evangélica, del amor «arenoso», cualquier vínculo estable parece un sueño imposible o un peso insoportable: la modernidad líquida está dominada por deseos momentáneos que contrastan con los vínculos cultivados, principio de estabilidad 1. Si las cosas están así, esto explica la ofensiva –porque de esto se trata– contra la familia fundada en el matrimonio, que no se adecua a las normas, es decir, a la desregulación: es necesario liquidarla. El discurso sobre los distintos modelos de familia es también, en realidad, una variante estratégica de la negación de la familia auténtica, que no es una agregación provisional de individuos, sino una relación fuerte y generadora de vida a partir de la comunión entre un hombre y una mujer, unidos en una alianza para toda la existencia. Sabemos bien que no se puede vivir mucho tiempo en tiendas o en viviendas precarias y provisionales. Antes o después llega el invierno. La razón nos dice que es necesario proveer de inmediato y el corazón anhela lo definitivo, lo que resiste en el tiempo.

Ante esta situación, la inspiración pastoral ha llevado al Papa Francisco a salir al encuentro de las personas que están en dificultad, marcadas por el fracaso, siendo conscientes que «el bien de la familia es decisivo para el futuro del mundo y de la Iglesia» (AL 31).  

La perspectiva pastoral domina, por lo tanto, la preocupación del Papa: salir al encuentro de quien está herido, perdido, alejado, y acogerlo, escucharlo, acompañarlo, curarlo, reintegrarlo en la comunidad cristiana. Así es como la Iglesia sale al encuentro de la mayor de las miserias humanas, esa que la Madre Teresa de Calcuta veía asolar las metrópolis de Occidente, más aún que la pobreza material de las periferias: la incapacidad de amar, la enfermedad espiritual del emotivismo, del analfabetismo afectivo, del amor líquido o arenoso, que no permite edificar nada que dure en el tiempo, que no permite construir moradas, sino sólo refugios precarios e instituciones inútiles, como ya dijo proféticamente T.S. Eliot en Los coros de la roca 2.

Un hospital de campaña, ésta es la otra imagen amada por Francisco y que se repite en esta exhortación (AL 291): la urgencia de la situación nos insta a acercarnos a quien está en dificultades. Y, sin embargo, ante una epidemia de semejantes dimensiones, es necesario captar las causas que están en la raíz del problema: si no lo hacemos, si no detenemos el foco infeccioso, el enorme y, sin embargo, necesario esfuerzo de asistencia a los enfermos será poco eficaz: la pandemia crecerá exponencialmente. La verdadera misericordia no se limita a cubrir el mal o a atenuar el dolor con paños calientes, sino que quiere sanar y volver a dar la capacidad de ponerse de nuevo en pie. O, continuando con la otra metáfora, de reconstruir sobre la roca.


4. ¿Qué «cambio de paradigma»?

Desearía dedicar una reflexión algo más amplia a un punto al que ya he aludido al principio: la cuestión del cambio de «paradigma» en la teología moral y en la pastoral solicitado por la exhortación postsinodal Amoris Laetitia 3. El tema del cambio de «paradigma» (Paradigmenwechsel) en el conocimiento ha sido ampliamente tratado por el epistemólogo Thomas S. Kuhn 4, que lo define como un código de creencias compartidas por una comunidad que regula el lenguaje y determina, normativamente, el contexto semántico de las afirmaciones.

Está claro para todos que la doctrina de la Iglesia no es un sistema rígido e inmutable de fórmulas, sino que es un organismo vivo, que se desarrolla como un cuerpo pero que, sin embargo, pretende honrar hasta el fondo la enseñanza de Jesús, por lo que «el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mt 24, 35). La reflexión doctrinal y teológica de la Iglesia ha madurado, en el curso de los siglos, una criteriología para verificar la coherencia vital de la tradición con sus orígenes, sin añadidos espurios y pérdida de elementos esenciales: «eodem sensu, eademque sententia» («Con el mismo sentido y el mismo significado»).

De manera particular, el beato John Henry Newman, partiendo de su experiencia personal, escribió un ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana 5, mostrando que no se trata de adaptarse a los ritmos del tiempo dejándose cambiar por las modas para, así, ser aceptado, sino más bien dejar que sea ella misma la que determine el ritmo de la historia. El desarrollo de la doctrina, sin renegar nada de lo que le fue revelado, mostraría de este modo su perenne fecundidad, poniendo en evidencia aspectos nuevos e inéditos en su encuentro con el mundo y convirtiéndose, así, en matriz de nueva historia, como demuestra precisamente el hecho singular de la introducción de la indisolubilidad del matrimonio en la costumbre pública y en la legislación de la sociedad tardo antigua, en la que se practicaba el divorcio 6.

Podemos, entonces, comprender que la idea de un cambio legítimo de paradigma puede ser aceptada sólo si tiene un significado muy circunscrito y con la condición que no se ponga en discusión la forma básica de la doctrina moral de la Iglesia. Pongamos un ejemplo. Si nos encontramos en un contexto lingüístico anglófono, el término «gift» tiene un significado muy positivo y agradable: significa «don». Pero si cambiamos de paradigma lingüístico y vamos a Alemania, entonces las mismas letras significan «veneno». ¿Podemos decir que hemos cambiado sólo el paradigma y no la propia realidad si aplicamos a un fármaco, producido en Alemania como peligroso, la etiqueta «don»? Si en el discurso de la montaña Jesús habla de «adulterio» y lo indica como un pecado, ¿podemos decir que custodiamos la misma doctrina si lo definimos como una imperfección en un camino gradual hacia el ideal, cuya moralidad hay que dejar al juicio de cada conciencia individualmente?

El n. 300 de Amoris laetitia habla de la necesidad de discernir cada situación «caso por caso». ¿En qué sentido nos invita esto a un cambio de paradigma en la teología moral, que no traicione la doctrina de la Iglesia y no convierta en vana la revelación divina contenida en la Palabra de Jesús?

La encíclica de San Juan Pablo II Veritatis Splendor sigue siendo un punto magisterial irrenunciable para la superación de los riesgos de una casuística arbitraria y una ética de la situación subjetivista. Con autoridad nos enseñó el criterio límite de verificación de la conformidad con la «sana doctrina»: la atención a las personas y la conversión pastoral de la teología moral no puede significar la renuncia a la doctrina concerniente al carácter absoluto de las normas morales negativas, que prohíben siempre y sin excepción los actos que son, por su objeto, «intrínsecamente malos» (n. 115).
No puede ser auténtico un cambio que, en lugar de sanar las heridas y la incapacidad de amar, interpreta el ministerio pastoral como una adaptación de la ley del Señor Jesús a las presuntas capacidades subjetivas de las personas, eliminado así el pecado y haciendo superflua la exhortación a la conversión.

El Papa Francisco, en la exhortación Amoris Laetitia, nos invita a dar un paso adelante y no uno hacia atrás. No a volver a la casuística, sino a desarrollar una teología moral que sepa hacerse cargo de la instancia pedagógica de un camino de seguimiento de Cristo, claramente caracterizado por el primado de la gracia.

El verdadero cambio de paradigma, respecto a una visión legalista y deductiva, un cambio plenamente conforme a la gran tradición de la Iglesia, ya había sido auspiciado e indicado por Veritatis Splendor (cfr. n. 78) que, al mismo tiempo, había enunciado el criterio límite para no caer en un cambio de forma (type) de la moral católica, que desnaturalizara su esencia, en ruptura con la «sana doctrina» (2 Tim 4, 3). La coherencia con esta encíclica de San Juan Pablo II y con el núcleo esencial de su enseñanza, a saber: la existencia de un criterio límite en el carácter absoluto de las normas morales negativas, que prohíben los actos intrínsecamente malos, no es sólo garantía de continuidad de la interpretación de Amoris Laetitia con la Tradición, sino que es también la condición para realizar la preocupación fundamental expresada por el Papa Francisco de un acompañamiento pastoral a la verdad del amor de los más alejados, frágiles y pecadores.


5. Centralidad de la cuestión educativa para la pastoral

Acercándome a la conclusión, me gustaría desarrollar la última alusión hecha citando una declaración muy aguda y actual del cardenal Jean- Marie Lustiger acerca del tema de la gradualidad 7 . Su argumento principal puede ser sintetizado así: la exclusión de toda gradualidad de la ley es la condición que hace posible la verdadera gradualidad pedagógica. Es decir, sólo si se mantiene el valor obligatorio y no meramente «ideal» del mandamiento de Dios, sólo entonces es posible un acompañamiento basado en la gracia y la conversión.

Actualizando su argumentación, podríamos decir que sólo la interpretación de Amoris Laetitia que, en fidelidad al magisterio precedente, mantiene el valor vinculante de la praxis tradicional, es capaz de fundamentar esa actitud pastoral de acompañamiento que el Papa Francisco pide a los pastores de la Iglesia y que la teología moral tiene la tarea de apoyar. Las interpretaciones permisivas piensan que los problemas de integración de las situaciones «irregulares» se resuelven con un cambio de la norma disciplinar. En realidad, esta acción, sólo aparentemente misericordiosa, no es una acción pastoral, sino más bien un acto legal, que hace superflua la atención pastoral 8.

Una teología moral que responda a los desafíos planteados por Amoris Laetitia y la conversión pastoral solicitada por el Papa Francisco deberá, por lo tanto, desarrollar coherentemente la doctrina de Veritatis Splendor en línea con la centralidad de la cuestión educativa respecto a la moral. Indico brevemente cuatro líneas a desarrollar:

a) Primero de todo, se recomienda la perspectiva de las virtudes, que es también la de la reconstrucción del sujeto moral cristiano; se trata de colocarse en la perspectiva del sujeto agente (cfr. VS 78), que hay que formar en la verdad y en los afectos «para que aprenda a amar», y no en la perspectiva del observador externo, que juzga para excusar o condenar los actos.

b) Precisamente en la línea apenas indicada se incluye la justa comprensión de la racionalidad práctica y de la prudencia, que Santo Tomás de Aquino ha valorizado en la fase madura de su pensamiento ético 9. Esta virtud no funciona aplicando los principios generales a la variedad de los casos, según la metodología de la casuística decadente o la deducción de verdades metafísicas de tipo especulativo como enseñaba la neoescolástica, sino más bien captando en la concreción la acción más adecuada a la realización de la veritas practica, en virtud de una naturalidad inherente del sujeto con el bien, garantizada por las otras virtudes morales.

c) La vida moral de las personas necesita un ambiente favorable a su alrededor y, por lo tanto, la ética tiene necesidad de un «ethos» compartido en una comunidad y una cultura, aunque sea minoritaria. Puede ser útil y eficaz la idea de las «prácticas de vida buena», que ponen en juego el carácter comunitario de la vida moral y la necesidad de la mediación de la cultura ambiente para la formación del carácter moral del sujeto 10.

d) Por último, pero es una dimensión originaria y fundacional: se trata de reconocer el carácter cristocéntrico de la vida moral cristiana y, por lo tanto, también el primado de la gracia, que sostiene tanto la necesaria y permanente conversión, como el crecimiento progresivo en la caridad.

El Papa Francisco pide que se atienda a las familias heridas, marcadas por pobrezas materiales y espirituales. Pero es necesario saber acercarse a los dramas y las miserias humanas con la mirada de la fe, en la perspectiva de la Redención y, por este motivo, sin resignarse y sin adaptar la ley a la medida de las posibilidades humanamente previsibles. San Juan Pablo II, en la encíclica Veritatis Splendor, puso en guardia ante esta tentación pelagiana: «Sólo en el misterio de la Redención de Cristo están las posibilidades concretas del hombre» (n. 103).


Conclusión
Enseñar a construir la casa sobre la roca: he aquí la indicación de una pastoral verdaderamente adecuada a las urgencias del mundo hodierno. La advertencia de Jesús es severa: una casa construida sobre la arena inevitablemente se derrumbará. No sería un signo de misericordia por parte de los pastores descuidar esta advertencia: sería como si una sección del ayuntamiento concediera la habitabilidad a viviendas mal construidas; sería culpable del derrumbe que, indefectiblemente, tendría lugar.

Del mismo modo, no demostraría ser sabiduría pastoral ante personas débiles y tibias presentarse una noche invernal, llamar a la puerta y quitar las vigas de la casa, los muros maestros y los pilares para alimentar el confort provisional de un pequeño fuego. Así se derrumbaría también la gran casa a la que se ha dirigido esa pobre gente, la casa construida por Cristo, verdadero sabio, sobre la roca de los sacramentos. Es mucho más sabio invitar a esas personas tan exhaustas y probadas a acercarse progresivamente al gran hogar de la morada donde arde el fuego para toda la familia.

«Donde no hay templo no habrá hogares, / aunque vosotros tenéis refugios e instituciones, / precarios alojamientos mientras se pague el alquiler, / sótanos hundidos donde cría la rata / o letrinas con puertas numeradas / o una casa algo mejor que la del vecino» 11. Así expresa el poeta T.S. Eliot la relación íntima que media entre la construcción de la Iglesia, templo de Dios, y la estabilidad de las casas en las que habitan nuestras familias. Salvar la gran casa de la Iglesia, edificada sobre los siete sacramentos, es la primera y fundamental misericordia. Y es la premisa para reconstruir también las casas de los hombres, hoy tan trágicamente dañadas por los terremotos.

Notas:
1Cfr. Z. BAUMAN, L’amore liquido, Laterza, Bari 2004.
2 T.S. Eliot, Cori da “La Rocca”, en Opere, Bompiani, Milano 1971, 412-413.
3 Es una tesis sostenida ya por muchos que la exhortación apostólica representa un cambio histórico en la teología moral. Ver: S. Goertz – C. Witting (Hrsg.), Amoris laetitia – Wendepunkt für Moraltheologie?, Herder, Freiburg 2016.
4 Cfr. T. S. Kuhn, The Structure of Scientific Revolution, The University of Chicago, Chicago 1970, en particular el Postscriptum 1969.
5 Cfr. J. H. Newman, An Essay on Development of Christian Doctrine, Notre Dame University Press, Notre Dame 1989.
6 Lo documenta D. D’Avray, Medieval Marriage: Symbolism and Society. Oxford University Press 2005, 206-207.
7 J.M. Lustiger, “Gradualità e conversione”, in AA.VV., La “Familiaris consortio”, Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano 1982, 31-57.
8 Véase para todo esto: J. Granados – S. Kampowski – J.J. Pérez-Soba, Amoris laetitia. Accompagnare, discernere, integrare. Vademecum per una nuova pastorale familiare, Cantagalli, Siena 2016.
9 Véase: G. Abbà, Lex et virtus. Studi sull’evoluzione della dottrina morale di san Tommaso d’Aquino, Las, Roma 1983.
10 Sobre este punto, ver la reflexión de A. McIntyre en la segunda parte de su famoso ensayo: After Virtue. A Study in Moral Theory, 2° edition, Duckworth, London 1985. Para una aplicación a la familia: S. Kampowski (a cura di), Pratiche di vita buona per una cultura della famiglia, Cantagalli, Siena 2017.
11 T.S. Eliot, Cori da “La Rocca”, III, in Opere, Bompiani, Milano 1971, 413.






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