EL
CORAZÓN DE JESÚS AL CORAZÓN DEL SACERDOTE
II. ¡SI
CONOCIERAS El DON DE DIOS...!
(Jn 4,10)
El don difícilmente conocido
¡El
don de Dios!, ¡el don de Dios! ¿Lo conoces, sacerdote mío?
No
te extrañes ni te quejes de mi pregunta.
¡Le
han pasado unas cosas tan extrañas a ese don de Dios hasta llegar a ser
conocido de sus sacerdotes!
Si
has leído despacio mi Evangelio y, sobre todo, si a través de sus letras has
tratado con la meditación de meterte dentro del espíritu que las vivifica,
habrás descubierto que Yo vine a la tierra con el decidido y principal
propósito de quedarme en ella entre mis hijos.
Mi
Eucaristía no es en el Evangelio una casualidad, un accidente, una de tantas
cosas bellas, un milagro más, uno de sus beneficios..., no, no, es algo, es
infinitamente más que eso, es una idea dominante, una revelación constante y
evidentemente hecha, un fin siempre buscado, y si me lo dejas decir, una gran
obsesión.
Y
verás lo que fueron haciendo los hombres a medida que les iba dando a conocer
mi Eucaristía.
Historia de dificultades
Se
anunció por vez primera a continuación de un gran milagro de multiplicación de
panes y peces y, apenas insinué las nuevas e indefinidas multiplicaciones de mi
Pan, los que me oyen, los hartos de mi otro pan, me miran con ceño airado,
llaman dura mi palabra, me vuelven las espaldas y... se van.
Sigo
aprovechando las ocasiones que se me presentan para seguir descubriendo a los
que no se fueron el don de Dios que preparaba y... no se enteran y, lo que es
más triste, no se preocupan por enterarse.
Me
preguntan de mi reino, de la liberación de Israel, del pago de los tributos, de
la supremacía de unos sobre otros... De la Eucaristía que les preparaba ¡ni una
palabra!
Llegó
la noche, con deseo deseada, de realizar lo anunciado y de cumplir lo
prometido.
Instituí
¡mi Eucaristía!
¡La
di a comer y a beber a mis sacerdotes!
Y
¡qué pena me cuesta decirlo!, mis sacerdotes siguieron discutiendo la antigua
cuestión de la supremacía, menos uno que se dedicó a la torpe tarea de buscarme
compradores y verdugos...
Éste
y aquéllos, ¡como si tal don hubieran recibido! ¡Siguieron pensando,
sintiendo, temiendo y obrando lo mismo que si no tuvieran Eucaristía!
Don escasamente agradecido
Cuando nací, ángeles y pastores
celebran mi nacimiento y se muestran agradecidos a pesar de mis pobrezas y
anonadamientos; cuando me presenté al templo, a pesar de mi riguroso anónimo,
no faltan un anciano y una anciana que me agradezcan y prediquen; cuando nací a
mi vida de Sagrario, a pesar de mis anuncios, de mis milagros, de mi santidad,
de mis promesas de bienes temporales y eternos para los que me comieran... ¡ni
un estremecimiento de alegría, ni un gesto de agradecimiento, ni una lágrima de
consuelo, ni una palabra siquiera, de acuse de recibo! ¡Nada!
¡Lo
que interesaba a mis sacerdotes en aquel momento, el más solemne y augusto de
los siglos, era dejar bien discutidas y asentadas sus categorías!...
Don poco paladeado
¿Te
extrañarás ahora, sacerdote mío, de que te pregunte con un acento un sí es no
es desconfiado y amargo?
Sacerdote,
¿conoces tú el don que Dios te ha regalado en el Sagrario?
¡Me halaga tanto sentirme conocido,
querido y saboreado por ti, sacerdote mío!
Y
¡edifica y levanta tanto a mi pueblo el darse cuenta, ¡y se la da tan pronto!
de que el sacerdote que le habla, lo apacienta y lo gobierna es de los que me
quieren y saborean en mi Sagrario!...
Y
¡le hace tanta falta al pueblo la evidencia de la fe viva del sacerdote en Mí y
en mis misterios!
El
día en que mis sacerdotes fueran evangelios vivos andando por las
calles, te aseguro que apenas quedaría un incrédulo ni un hereje.
¡Esto
es cierto!
***
Para respuesta, el Salmo 83: Qué
amables son tus moradas, Señor...
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