Homilía del Cardenal Rouco Varela
Arzobispo de Madrid
en la misa de San Isidro Labrador
15 mayo 2013
1. Celebramos
de nuevo en este año 2013 la Solemnidad de San Isidro Labrador Patrono de
Madrid festivamente. En la vida cristiana, en sus fuentes espirituales de
inspiración, en su forma de realizarla en el presente y de proyectarla hacia el
futuro siempre está presente indestructiblemente la esperanza. Las dificultades
que pueden presentarse en el camino de la existencia para un cristiano e
incluso para la comunidad de los que conciben y conducen su vida en este mundo
a la luz de la fe, es decir, para la Iglesia, pueden ser muchas y formidables;
nunca, sin embargo, serán capaces de arruinar la esperanza. Su fundamento es
inamovible: la certeza de que Jesucristo ha resucitado y ha ascendido al Cielo
no para abandonar la tierra sino para llenarla con una nueva presencia suya,
visible sacramentalmente y actuante por el don de su Espíritu, el Espíritu
Santo en el interior de cada persona y, análogamente, en el corazón de la
humanidad. El tiempo litúrgico de la Pascua, que estamos a punto de concluir el
próximo Domingo de Pentecostés, nos confirma definitivamente la verdad de la
esperanza cristiana; y la Solemnidad de nuestro Santo Patrono San Isidro nos
enseña cómo puede y debe ser vivida en el día a día de nuestra vida sin que
nada ni nadie pueda interponerse en el camino del bien y de la felicidad que
nos vienen de Jesucristo resucitado y ascendido al Cielo, Cabeza y Pastor de la
Iglesia, “Nuestro Hermano, Nuestro Señor”; ni siquiera en una situación
como la actual de una crisis tan dura y sumamente dolorosa para tantas familias
y ciudadanos madrileños. Una esperanza que los cristianos podemos y debemos
comunicar creíblemente y compartir con todos. La figura del Patrono de Madrid
ilumina nítidamente la forma con la que se puede mantener viva y, en su caso,
recuperar la esperanza. Lo ha hecho siempre a lo largo y a lo ancho de la
historia milenaria de la devoción de los madrileños a San Isidro, sobre todo en
sus más difíciles y cruciales momentos, y lo continúa haciendo hoy. ¿Cómo no
vamos a celebrar la Fiesta del día de su “Memoria” anual? ¿Cómo no
vamos a celebrarla festiva y gozosamente?
2. Se
trata de una “memoria” viva. Él, un Santo reconocido por la Iglesia
como uno de sus mejores hijos, heroico en sus virtudes naturales y
sobrenaturales, vive en la Gloria de los que han seguido a Cristo crucificado y
resucitado en los itinerarios de este mundo, fiel y ejemplarmente, participando
ya del Banquete de su Reino. Isidro Labrador goza de la plenitud del Amor que
es Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo al lado del que está sentado a la derecha
del Padre presentándole el infinito sacrificio de su amor ofrecido en la Cruz:
¡“el Viviente” por excelencia, Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hijo del
hombre en el seno purísimo de la Virgen María, triunfador del pecado y de la
muerte! Isidro Labrador, uno de los madrileños más populares del Madrid de
todos los tiempos, ha llegado a la meta de la plenitud feliz y bienaventurada
de la vida a lo que todos estamos llamados y que no tiene fin. Ha llegado como
uno de los integrantes de esa multitud de los que “han lavado sus
vestiduras blancas en la sangre del Cordero” a la que se refería el
vidente del Apocalipsis?, para formar parte de la Comunión de los Santos que
interceden en el cielo por nosotros, los que todavía andamos en la tierra. Cada
uno de nosotros, viviendo en el espacio y en el tiempo, estamos en camino. Un
camino en el que nuestro Santo nos ayuda con la luz de su biografía de
cristiano ejemplar y, muy especialmente, con la actualidad espiritual de su
intercesión por este nuestro Madrid del año 2013 y por todo ese mundo rural
español que le recibió como Patrono del Beato Juan XXIII el 16 de diciembre de
1960.
3. El
siglo de San Isidro Labrador, el siglo XII de nuestra era, no fue un tiempo
fácil para el Madrid y la España que él vivió. Las fronteras de los Reinos
Cristianos, al sur de la Capital del que había sido siglos atrás el Reino
Visigodo, Toledo, la ciudad de los Concilios y de los Padres de la Iglesia
Hispana, no estaban consolidadas frente al peligro almorávide. Las luchas
internas de los Reinos Cristianos no facilitaban el desarrollo armónico y
pacífico de sus comarcas y pueblos. El mismo Isidro había tenido que vivir como
cristiano mozárabe en el incipiente Madrid, villorrio y fortaleza, con las
zozobras y peligros del cambio reiterado de sus conquistadores, musulmanes y
cristianos, que se sucedieron en su dominio varias veces y en pocas décadas.
4. Isidro,
primero pocero por no mucho tiempo y, luego, labrador en el periodo más largo y
último de su vida, era un hombre de fe. De fe en Dios, a quien confiaba y
dedicaba su persona, la de su esposa y de su hijo, su tiempo y su trabajo:
¡toda su existencia! En él se cumplía verdaderamente lo que cantábamos con el
Salmista: “Su gozo es la ley del Señor”. Comenzaba el día, antes de
encaminarse a sus labores del campo, visitando la Iglesia de Santa María,
situada en la Almudena de aquel Madrid musulmán, y finalmente cristiano, en el
que habitaba. Sus vecinos lo estimaban y apreciaban como un hombre piadoso. En
el templo de la Madre de Dios, venerada mucho antes de la ocupación musulmana
por los habitantes del lugar, se encontraba con Jesucristo, “el Dios con
nosotros”, en su presencia eucarística y con la proximidad tierna de su Madre,
la Virgen Santísima. Todos los acontecimientos, que van trenzando la historia
de su vida, se explican sólo desde su fe cristiana en Dios. Precisamente, desde
esa sentida fe en Dios, profesada y confesada cristianamente, se alimentaba la
esperanza con la que se enfrentaba sereno, tranquilo y paciente con los mayores
desafíos que podían depararle las circunstancias personales, familiares y
profesionales en las que se desenvolvía su quehacer diario. Cuando compañeros
de labranza, envidiosos, le acusan al amo, Iván de Vargas, de descuido en el
trabajo, no se inquieta ni se defiende con la réplica fácil e indignada tan
habitual en ocasiones semejantes. Confía en Dios. La conocida y enternecedora
tradición de las dos yuntas de bueyes guiadas por los ángeles, que aran al lado
de las suyas ante la mirada atónita del vigilante amo, refleja muy bellamente
al hombre de Dios que era Isidro Labrador. Hombre de fe y de oración
cristiana y, por ello, testigo y servidor de la verdadera esperanza, que sostiene
indefectiblemente al hombre cuando se propone y decide vivir en el amor de
Cristo. La biografía del Santo Patrono de Madrid está marcada en sus más
sencillos y humildes detalles por un amor a Dios y al prójimo heroicamente
ejercido, como un estilo habitual de vida: de la vida de un cristiano entregado
a la alabanza a Dios y al bien de todos: de su familia, de sus vecinos, de sus
compañeros, del amo… y de los pobres que hallaban en su casa una olla siempre
llena a veces milagrosamente llena? y una fraterna acogida.
5. El
pueblo de Madrid reconoció pronto como un Santo a aquel hombre de Dios que
tanto bien había hecho en vida y que continuaba haciéndolo después de muerto.
La fama de “sus milagros” ¡“milagros” de la caridad cristiana! se extiende por todos los lugares y gentes de aquella comarca madrileña
definitivamente incorporada al Reino de Castilla. Y, con la fama, crece y se
agigante una veneración popular que alcanza a toda la Iglesia ¡a la Iglesia
Universal! el día de su Canonización en Roma por el Papa Gregorio XV, el 12 de
marzo de 1622, junto a Ignacio de Loyola, Francisco Javier, Teresa de Jesús y
el italiano Felipe Neri. La clave para explicar certeramente la vida del
humilde y sencillo labrador de aquel primer Madrid, Isidro, el criado de los
Vargas, que se hace famoso para la historia, es la evangélica. Acaba de
anunciarse y de enunciarse en la parábola del Evangelio de San Juan que se ha
proclamado. Isidro sabe ser y portarse como “un sarmiento” que
permanece unido siempre a “la verdadera vid” que es Cristo y que, por
ello, da fruto abundante: el mismo fruto que se había dado en la primera
comunidad de los discípulos del Señor, de los primeros creyentes, en la
que “todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie
llamaba suyo propio nada de lo que tenía”, como lo relata el Libro de los
Hechos de los Apóstoles (Hech 4,32). Así configuró San Isidro Labrador su vida
de esposo, padre, trabajador y ciudadano: como “un sarmiento” injertado
en “la Vid”, que es Cristo. Sí, el fruto abundante y generoso de la
caridad fue “el fruto” de la vida de ese primer Santo madrileño que
es y veneramos como nuestro Patrono: fruto de un amor vivido heroicamente en la
perfección de la caridad del Corazón de Cristo. Isidro amaba como Cristo nos
amó.
6. La
fórmula de San Isidro ¿sigue siendo válida para afrontar los retos del momento
actual de nuestras vidas y de nuestra sociedad? ¿Hay otra más duradera,
auténtica y eficaz para responder a las necesidades del hombre contemporáneo
que son en definitiva, en su fondo y origen último, necesidades morales y
espirituales: necesidades de verdadera humanidad? Fe, esperanza y caridad
es la tríada de las virtudes, que vivió ejemplarmente San Isidro Labrador en,
por y con su unión a Jesucristo. Fe, esperanza y caridad ¡amor
verdadero!, bebidas en su fuente primera y originaria que es Jesucristo, son
las virtudes que sanan y salvan al hombre en todos los tiempos y las que pueden
sanarle y salvarle hoy. Las meras y simples virtudes naturales, aún en la
hipótesis de que se lograsen solas, por el solo esfuerzo de la voluntad humana,
sin Dios, sin Jesucristo, serían incapaces de curar los males del hombre en su
raíz y menos de salvarlo del pecado y de la muerte. La responsabilidad de los
cristianos personalmente y, en especial, la de sus Pastores se mide en esta
situación de encrucijada histórica por su disponibilidad para ser testigos:
¡testigos de la fe, de la esperanza y del Amor de Cristo en medio de sus
hermanos! Sólo así, como Testigos de Jesucristo crucificado y resucitado,
podrán evangelizar de nuevo vigorosa y creativamente. Sólo así podrán ser
instrumentos eficaces de la superación de las crisis que amenaza en esta grave
histórica a sus hermanos.
Apoyados en el amor
maternal de Nuestra Señora, la Virgen de La Almudena, de quien tan devoto fue
San Isidro Labrador, nos es y será siempre posible el Sí generoso y sacrificado
a la llamada de la nueva evangelización: el sí del testimonio de una vida
cristiana auténtica, probada en el amor a Dios y en el amor al prójimo; el Sí
apostólico de “la Misión-Madrid”.
Amén.
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