viernes, 11 de mayo de 2018

Qué hace y qué dice el Corazón de Jesús en el Sagrario 37 - Si os digo la verdad - San Manuel González García


SI OS DIGO LA VERDAD…
(Jn 8,46)



Solos aquí en el Sagrario Yo, tu Jesús, y tú, mi María, y en la intimidad de estas mis confidencias quiero depositar una queja que mi Corazón tiene con no pocos de los que me sirven y andan conmigo.

El Evangelio poco tenido en cuenta
¡Hacen tan poco caso de mi Evangelio!
Lo leen, es verdad; lo creen, algunos hasta lo meditan, pero... te repito, ¡hacen tan poco caso de lo que leen, creen y meditan!
Unas veces salen con que aquello que digo o hago es sólo para que se lo apliquen los pecadores empedernidos o las almas de elección; otras, con que aquello es bueno y hacedero de vía extraordinaria, pero no ordinaria; ora que aquellos hombres y aquellos tiempos eran otros hombres y otros tiempos; ora me ponen tan lejos en tiempo y en distancia, que lo cierto es que, porque unos no se tienen por tan malos o tan buenos, porque otros no se crean llamados a vías extraordinarias y porque casi ninguno vive persuadido de que sigo viviendo y siendo el mismo en el Sagrario, mi Evangelio no acaba de entrar en la vida y en la piedad de muchos hijos míos.
¿Te extraña esta mi queja? ¿No habías parado mientes en esa falta de Evangelio, no ya de los impíos, como es natural, ni aun de los cristianos indiferentes, sino de las almas piadosas?
Pues tan justa es mi queja como cierto el motivo que la produce.

Lo conocido que debiera ser

Después de la claridad con que hablé en mi Evangelio, de la paciencia con que respondía una y muchas veces a las dudas de buena fe de mis discípulos y hasta alas de mala fe de mis enemigos, de la publicidad que di a mi vida y a mis milagros y a mis predicaciones...
Después de haber enviado al Espíritu santo, para que enterara del todo a los que me habían oído...; después de constituir mi Iglesia infalible e indefectible para que estuviera repitiendo siglos tras siglos mi palabra al mundo; después de haber creado Obispos y sacerdotes sin número que fueran «Evangelios» con pies...
Después de haberme quedado Yo mismo en el Sagrario de cada templo de la tierra todos los días y todas las noches para seguir haciendo y diciendo mi Evangelio de modo tan maravilloso como verdadero...
Después de tanto anunciar mi Evangelio, todavía me encuentro con que los hombres del mundo, ¿qué digo del mundo? ¡de mi casa y de mi fe!, siguen teniendo paralíticos del cuerpo y del alma incurables sin traérmelos al Sagrario para que se los cure; deseando mandar para ser servidos y no servir ellos como Yo mandé y mando; empeñados en hacerse grandes despreciando el hacerse niños, como Yo me hice y me sigo haciendo en mi vida de Eucaristía o de Dios abreviado...
¡Me da una pena el ver agitarse en torno mío a los que amo, unas veces andando a tientas como si estuvieran a oscuras, otras retorciéndose de dolor como si sus males no tuvieran cura y muchas y muchas veces mendigando en puerta ajena lo que con sólo abrir la boca tendrían a raudales en la casa propia!
¡Mendigos de luz, de medicina, de consuelo, de cariño, de solución con mi Evangelio a un lado y mi Sagrario al frente!
¿Verdad que eso no debía ser?
¿Verdad que es justa, justísima mi queja del Evangelio? Si os digo la verdad ¿por qué no me creéis?
¿Verdad que puedo seguir repitiendo delante de esos cristianos no enterados del Evangelio ni conformados con él: si mi Evangelio es la verdad de ayer y de hoy y de siempre y de todos los hombres, ¿por qué no lo creéis?, y si lo creéis, ¿por qué no os acabáis de enterar de lo que DICE mi Evangelio? ¿Por qué no os acabáis de fiar de él?


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