Y
VOSOTROS, ¿QUIÉN DECÍS QUE SOY YO?
(Mt 16,15)
Él
«Y
vosotros, ¿quién decís que soy Yo?».
Hace
veinte siglos que tus labios, Maestro santo, se abrieron para dar paso a esa
pregunta y durante esos veinte siglos no ha alumbrado el sol ningún día en que
no hayas repetido tu pregunta.
¿Quién
decís que soy? sacerdotes que servís a mi altar, cristianos los que me coméis
en Comunión, y los que nunca pasáis por delante de mis Sagrarios... ¿quién
soy?, ¿quién soy?
Y
¿por qué tanto preguntar lo mismo, Señor?
Y
¿por qué precisamente a los que mejor deben saberlo?
¿No
te vienen respondiendo los hombres llamándote Padre nuestro, Cristo Hijo de
Dios vivo, Salvador del mundo, Maestro de toda la verdad, Corazón santo, Dios
con nosotros, santísimo Sacramento, Buena Gracia o Eucaristía?…
¿No
te responden cada día los coros de las catedrales y de los monasterios y las
bocas de tus sacerdotes y vírgenes con las alabanzas y confesiones de sus Misas
y de sus Oficios?
¿Por
qué a pesar de esas respuestas sigues preguntando?
¡Ah!,
no me lo digas, que ya mi corazón lo adivina y lo siente.
Es
nuestro comportamiento contigo la causa de tu insistencia.
Es
la discrepancia, que diría infinita, entre la respuesta de nuestros labios y la
de nuestras obras la que te hace, ¡qué vergüenza para nosotros!, no creernos,
ni fiarte de nuestra palabra.
Porque
si te decimos Padre, ¿por qué no quererte como hijos? Si te decimos Hijo de
Dios vivo ¿por qué no adorarte sobre todo y por qué tratarte como muerto? Si te
proclamamos Salvador y Maestro del mundo, ¿por qué buscar nuestro bien y
nuestra verdad fuera de Ti? Sí Corazón Santo, ¿por qué no te rendimos el
nuestro pecador? Si Dios con nosotros y Eucaristía, ¿por qué abandonamos el
Sagrario y dejamos a Dios con las telarañas y los ratones?
¡Qué
razón tienes, Señor, para no dejar de preguntar: pero, por fin, ¿quién decís
que soy Yo?!
Nosotros
El Evangelio dice que la primera vez
que se hizo esta pregunta fue respondida con gallarda y bellísima confesión: Tú
eres Cristo Hijo de Dios vivo (Mt
16,16; Mc 8,29; Lc 9,20), pero que la segunda vez que se volvió a hacer
obtuvo esta otra tan triste como injusta y falsa: No conozco a ese hombre
(Mt 26,72; Mc 14,68; Lc 22,57)
Y
cuenta que fueron los mismos labios los que dieron las dos respuestas.
Y esa frase ¡ha tenido tanto eco!,
¡se ha dicho y se dice tantas veces por los cristianos de boca y paganos de
obras y de corazón!
¡Son tantos los discípulos en los
que no se conoce nada del Maestro y que dan muestras de no conocerlo!
De
verdad, Jesús querido, que tienes motivos para seguir, como en el Evangelio, no
fiándote de nosotros (Jn 7,5) y que
todavía tiene que seguir siendo cierta, en una proporción que asombra, la queja
de tu Evangelio. ¡Ni aun tus discípulos creen en Ti!
¡Dios
mío, Dios mío! ¿que a los veinte siglos de Sagrario no se te conozca ni se te
crea?
Marías,
Discípulos de san Juan
Os
duele , os azota la cara y el alma esa queja, ¿verdad?
¿Verdad
también que es menester suavizarla, desagraviarla y si pudierais, quitarle sus
motivos?
¿Vamos?
Corazón
de Jesús Sacramentado
¡Qué
alegría para el que escribe estos renglones poderte obsequiar con este
mensaje!:
Muchos
miles de Marías y Discípulos de san Juan de España y muchos miles aun no
contados de América y del mundo están respondiendo más que con sus bocas, con
sus obras y sus sacrificios a la pregunta que desde tus Sagrarios abandonados
les haces, «¿quién soy Yo?», con la gallarda y bellísima de Simón: «Tú eres
Cristo Hijo de Dios vivo».
¡Siempre!
Para
que al menos de ellas y de ellos ¡te puedas fiar!
No hay comentarios:
Publicar un comentario