Mateo 25,1-13
"Entonces será semejante el reino de los cielos a diez vírgenes,
que tomando sus lámparas, salieron a recibir al esposo y a la esposa. Mas las
cinco de ellas eran fatuas, y las cinco prudentes. Y las cinco fatuas, habiendo
tomado sus lámparas, no llevaron consigo aceite. Mas las prudentes tomaron
aceite en sus vasijas juntamente con las lámparas. Y tardándose el esposo
comenzaron a cabecear, y se durmieron todas. Cuando a la media noche se oyó
gritar: Mirad que viene el esposo, salid a recibirle. Entonces se levantaron
todas aquellas vírgenes, y aderezaron sus lámparas. Y dijeron las fatuas a las
prudentes: Dadnos de vuestro aceite, porque nuestras lámparas se apagan.
Respondieron las prudentes, diciendo: Porque tal vez no alcance para nosotras y
para vosotras, id antes a los que lo venden y comprad para vosotras. Y mientras
que ellas fueron a comprarlo, vino el esposo; y las que estaban apercibidas
entraron con él a las bodas, y fue cerrada la puerta. Al fin vinieron también
las otras vírgenes, diciendo: Señor, Señor, ábrenos. Mas él respondió, y dijo:
En verdad os digo, que no os conozco. Velad, pues, porque no sabéis el día ni
la hora".
San Juan Crisóstomo, homiliae in
Matthaeum, hom. 78,1
En la anterior parábola manifestó el
Señor la pena que sufría el soberbio y el lujurioso que disipaban los bienes
del Señor; en ésta conmina con el castigo aun a aquél que no saca utilidad y no
se provee abundantemente de lo que le hace falta. Tienen ciertamente aceite las
vírgenes necias, pero no abundante. Por lo que dice: "Entonces será el
reino de los Cielos semejante a diez vírgenes".
San Hilario, in Matthaeum, 27
Dice, "entonces" porque todo
esto se refiere al gran día del Señor del que arriba hablaba.
San Gregorio Magno, homiliae in
Evangelia, 12,1
El reino de los cielos, del presente
tiempo, se llama la Iglesia; como se lee en San Mateo: "Enviará el Hijo
del hombre sus ángeles y quitarán de su reino todos los escándalos"
( Mt 13,41).
San Jerónimo
La semejanza de las diez vírgenes necias
y prudentes, es aplicada por algunos sencillamente a las vírgenes, de las
cuales unas según el Apóstol lo son de cuerpo y de espíritu; y otras solamente
de cuerpo, careciendo de las demás obras; o guardadas bajo la custodia de sus
padres; pero que sin embargo intentan casarse. Pero a mí me parece, por lo
arriba dicho, que es otro el sentido, y que no pertenece esta comparación a la
virginidad corporal, sino a todo género de personas.
San Gregorio Magno, homiliae in
Evangelia, 12,1
En cada hombre se encuentran duplicados
los cinco sentidos, y el número de los cinco duplicados completa el de diez; y
porque de la reunión de los fieles de uno y otro sexo resulta la multitud, la
Santa Iglesia la compara a diez vírgenes. Y como los buenos están mezclados con
los malos, y los réprobos con los elegidos, propiamente se asemeja a la mezcla
de las vírgenes prudentes y las necias.
San Juan Crisóstomo, homiliae in
Matthaeum, hom. 78,1
Por esto, pues, expone esta parábola en
la persona de las vírgenes para demostrar que aunque la virginidad sea una gran
virtud, sin embargo será arrojada fuera con los adúlteros si no practica las
obras de misericordia.
Orígenes, in Matthaeum, 32
O de otro modo: los sentidos de todos
los que recibieron la palabra de Dios, son vírgenes; pues tal es la virtud de
la palabra divina, que de su pureza participan todos los que por su doctrina
abandonaron la idolatría y se convirtieron por Jesucristo al culto de Dios. Y
sigue: "Que tomando sus lámparas salieron", etc. Toman sus lámparas,
es decir, los órganos de sus sentidos, y salen del mundo de los errores al
encuentro del Salvador, que siempre está preparado a venir para entrar
juntamente con los que son dignos en la Iglesia, su bienaventurada esposa.
San Hilario, in Matthaeum, 27
O de otro modo: nuestro esposo y nuestra
esposa es nuestro Dios encarnado, pues, para el espíritu la esposa es la carne.
Las lámparas que tomaron es la luz de las almas que resplandecieron por el
Sacramento del Bautismo.
San Agustín, de diversis
quaestionibus octoginta tribus liber, 59
También las lámparas que llevan en las
manos son las buenas obras; pues escrito está en San Mateo: brillen vuestras
obras delante de los hombres ( Mt5,16).
San Gregorio Magno, homiliae in
Evangelia, 12
Los que rectamente creen y justamente
viven, son comparados a las cinco vírgenes prudentes. Pero los que confiesan en
verdad la fe de Jesucristo, pero no se preparan con buenas obras para la
salvación, son como las cinco vírgenes necias. Por lo que añade: cinco de ellas
eran necias, y cinco prudentes.
San Jerónimo
Son ciertamente cinco los sentidos que
aspiran a las cosas celestiales y las desean. Acerca, pues, de la vista, del
oído y del tacto, ha dicho especialmente San Juan: "lo que vimos, lo que
oímos, lo que con nuestros ojos examinamos y nuestras manos tocaron"
( 1Jn 1,1). Sobre el gusto: "gustad y ved cuán suave es el
Señor" ( Sal 33,9). Sobre el olfato: "corremos siguiendo el
olor de tus unciones" ( Cant 1,3). También son cinco los
sentidos terrenos que exhalan fetidez.
San Agustín, de diversis
quaestionibus octoginta tribus liber, 59
Por las cinco vírgenes necias se
entiende la pérdida de la continencia destruida por los cinco deleites de la
carne; pues debe contenerse el apetito de la voluptuosidad de los ojos, de los
oídos, del olfato, del gusto y del tacto. Pero como esta continencia se hace en
parte delante de Dios para agradarle con el gozo interior de la conciencia y en
parte delante de los hombres únicamente para captarse la gloria humana, por eso
se llaman cinco prudentes y cinco necias, si bien unas y otras se llaman
vírgenes. Porque ambas gozan del mismo título aunque por diverso motivo.
Orígenes, in Matthaeum, 32
Así como las virtudes simultáneamente se
acompañan entre sí, de modo que el que tuviese una las tenga todas, del mismo
modo los sentidos se siguen mutuamente. Por tanto, es necesario que, o todos
los cinco sentidos sean prudentes, o todos necios.
San Hilario, in Matthaeum, 27
La división entre cinco prudentes y
cinco necias, debe entenderse en absoluto de los fieles y de los infieles.
San Gregorio Magno, homiliae in
Evangelia, 12
Pero es de notar que todas llevan
lámparas, pero no todas tienen aceite: sigue pues: "Pero las cinco necias
no tomaron aceite", etc.
San Hilario, in Matthaeum, 27
El aceite es el fruto de las buenas
obras; las lámparas son los cuerpos humanos, en cuyas entrañas debe esconderse
el tesoro de la buena conciencia.
San Jerónimo
Aceite tienen las vírgenes, que según la
fe se adornan con buenas obras. No tienen aceite los que parece que profesan la
misma fe, pero descuidan la práctica de las virtudes.
San Agustín, de diversis
quaestionibus octoginta tribus liber, 59
Por aceite pienso puede significarse la
alegría, según aquello del salmo: "Te ungió el Señor tu Dios con el aceite
del regocijo" ( Sal 44,8). Por consiguiente, el que no se alegra
porque interiormente agrada a Dios, éste no tiene aceite, pues no siente placer
sino en las alabanzas de los hombres. Pero las prudentes tomaron aceite con las
lámparas, esto es, pusieron la alegría de las buenas obras "en sus
vasos", esto es, en el corazón y en la conciencia: "pusieron".
Como el Apóstol avisa: "Pruébese, dice, a sí mismo el hombre y entonces
tendrá la gloria en sí, y no en otro" ( Gál 6,4).
San Juan Crisóstomo, homiliae in
Matthaeum, hom. 78,1
Llama aquí aceite a la caridad y a la
limosna y a cualquier socorro prestado a los indigentes: llama también carismas
de la virginidad a las lámparas; y por eso llama necias a las que vencieron la
dificultad mayor y por la menor lo perdieron todo. Pues ciertamente cuesta más
vencer los deseos de la carne que los de las riquezas.
Orígenes, in Matthaeum, 32
El aceite es la palabra divina que llena
los vasos de las almas; pues nada conforta tanto como la predicación moral, que
es como el aceite de la luz. Las prudentes, pues, tomaron este aceite, que les
fue bastante aun tardando la salida, y la permanencia del Verbo que venía a
perfeccionarlas. Las necias, no obstante que tomaron las lámparas desde el
principio encendidas en verdad, no tomaron el aceite suficiente hasta el fin;
siendo negligentes en recibir la doctrina que confirma en la fe y alumbra las
buenas obras.
Sigue: "Tardando, pues, el esposo,
dormitaron", etc.
San Agustín, de diversis
quaestionibus octoginta tribus liber, 59
En el intervalo de tiempo desde la
venida del Señor hasta la resurrección de los muertos, mueren hombres de ambos
géneros.
San Gregorio Magno, homiliae in
Evangelia, 12
Dormir es morir, y dormitar antes del
sueño es desfallecer en la virtud antes de la muerte, porque del peso de la
enfermedad viene el sueño de la muerte.
San Jerónimo
Dormitaron, esto es, murieron. Por
consiguiente, dice: "durmieron" porque después han de ser
despertadas. Por esto, pues, dice: "haciéndose esperar el esposo",
manifestó que no es corto el tiempo que ha de pasar entre la primera y segunda
venida del Señor.
Orígenes, in Matthaeum, 32
Tardando el esposo, y no viniendo pronto
el Verbo a la consumación de la vida, padecen algo los sentidos dormitando y
como en la noche del mundo vegetando: "Y durmieron" como obrando
perezosamente en sentido espiritual, pero no abandonaron las lámparas ni
desconfiaron de la conservación del aceite las prudentes. De lo que sigue:
"a la media noche, pues, se dio la voz", etc.
San Jerónimo
La tradición judía es que Cristo vendrá
a media noche como en tiempo de los egipcios, cuando se celebró la Pascua y
vino el Angel exterminador, y el Señor pasó por encima de los tabernáculos, y
los postes de los frontispicios de nuestras casas fueron consagrados con la
sangre del cordero. De lo que infiero que permanece la tradición apostólica, de
que en el día de la vigilia de Pascua, no es lícito despedir al pueblo antes de
media noche, esperando la venida de Cristo, para que después de pasado este
tiempo se tenga la seguridad de que todos celebran el día festivo. Por lo que
dice el salmo: "Me levantaba a media noche a confesar tu nombre"
( Sal 118,62).
San Agustín, de diversis
quaestionibus octoginta tribus liber, 59
A media noche, esto es, cuando nadie lo
sabe ni lo espera.
San Jerónimo
De repente, y como en intempestiva hora
de la noche, tranquilos todos, y cuando sea más pesado el sueño, los ángeles
que precedan al Señor anunciarán al clamor de sonoras trompetas la venida de
Jesucristo, significada por estas palabras: "He aquí que viene el esposo;
salid a su encuentro".
San Hilario, in Matthaeum, 27
Al sonido de la trompeta sale a su
encuentro la esposa: serán, pues, ya dos en uno, esto es, la naturaleza humana
y Dios, porque la bajeza de la carne será transformada en gloria espiritual.
San Agustín, de diversis
quaestionibus octoginta tribus liber, 59
Lo que dice arriba, de que tan sólo las
vírgenes irán al encuentro del esposo, debe entenderse, que la llamada esposa
está formada de la reunión de las vírgenes; a la manera que todos los
cristianos que concurren a la Iglesia son llamados hijos porque acuden a su
madre. De la reunión de estos mismos hijos, se compone la que se llama madre.
Ahora bien, la Iglesia queda desposada y virgen, convoca a las nupcias, pero
éstas se celebran en el tiempo en que estando para perecer toda la humanidad,
entra por esta unión en el goce de la inmortalidad.
Orígenes, in Matthaeum, 32
A la media noche, esto es, en la
profundidad del sueño, dieron, según pienso, los ángeles el grito de alerta,
queriendo despertar a todos. Son los ángeles los custodios de las almas, que
clamando despiertan interiormente a todos los que duermen: "He aquí que
viene el esposo, salid a su encuentro", y a esta excitación que todos
oyeron, se levantaron. Pero no todos prepararon bien sus lámparas, por lo que
sigue: "Entonces todos se levantaron, y prepararon sus lámparas",
etc. Se preparan las lámparas con el recto uso de los sentidos, según los
preceptos evangélicos, porque los que hacen mal uso de ellos, no llevan
provisión en sus lámparas.
San Gregorio Magno, homiliae in
Evangelia, 12
Entonces todas las vírgenes se levantan
porque tanto los elegidos como los réprobos despiertan del sueño de la muerte;
preparan sus lámparas, porque cuentan en su conciencia sus obras, por las que
esperan recibir la bienaventuranza.
San Agustín, de diversis
quaestionibus octoginta tribus liber, 59
Prepararon sus lámparas, esto es, la
cuenta de sus obras.
San Hilario, in Matthaeum, 27
Tomar las lámparas, es volver las almas
a sus cuerpos; y su luz es la conciencia de las buenas obras, que brilla en los
vasos de los cuerpos.
Orígenes
Pero las lámparas de las vírgenes necias
se apagan, porque las obras, que por defuera parecían buenas a los hombres, a
la venida del Juez quedan por dentro oscuras. Por lo que sigue: Las necias
dijeron a las prudentes: "Dadnos de vuestro aceite", etc. ¿Por qué
piden entonces aceite a las prudentes, sino porque a la venida del Juez se
encuentran interiormente vacías, y buscan apoyo fuera de sí? Como si
desconfiadas de sí mismas digan a sus prójimos: porque veis que nosotras
seremos rechazadas por falta de buenas obras, sed vosotras testigos de que las
hicimos.
San Agustín, de diversis
quaestionibus octoginta tribus liber, 59
Se acostumbra siempre buscar aquello que
nos complace. Así es que se quiere el testimonio de los hombres, que no
penetran el corazón, para presentarlo ante Dios, que registra en el corazón;
pero las obras que se apoyan en alabanza ajena, quitada ésta, desaparecen, por
lo que sus lámparas se apagan.
San Jerónimo
Pero las vírgenes que sienten apagarse
sus lámparas, hacen ver que en parte alumbran; pero no con luz inextinguible,
ni con obras duraderas. Si, pues, alguno tiene alma pura y ama la honestidad,
no debe contentarse con aquellas obras mediocres y que pronto se agostan; sino
con perfectas virtudes para que brillen eternamente.
San Juan Crisóstomo, homiliae in
Matthaeum, hom. 78,1
Estas vírgenes no sólo eran necias
porque descuidaron las obras de misericordia, sino que también, porque creyeron
que encontrarían aceite en donde inútilmente lo buscaban. Aunque nada hay más
misericordioso que aquellas vírgenes prudentes, que por su caridad fueron
aprobadas; sin embargo, no accedieron a la súplica de las vírgenes necias.
Respondieron, pues, diciendo: "No sea que falte para nosotras y para
vosotras", etc. De aquí, pues, aprendemos que a nadie de nosotros podrán
servirles otras obras sino las propias suyas.
San Jerónimo
Las vírgenes prudentes responden así no
por avaricia, sino por temor, pues cada uno recibirá el premio por sus obras.
Ni en el día del juicio podrán compensarse los vicios de los unos con las
virtudes de los otros. Aconsejan las vírgenes prudentes, que no vayan a recibir
al esposo sin aceite en las lámparas. Y sigue: "Más vale que vayáis a la
tienda y lo compréis".
San Hilario, in Matthaeum, 27
Son vendedores aquéllos que necesitando
la misericordia de los fieles, nos venden por lo que nos piden, la satisfacción
de nuestras buenas obras. Este es el aceite copioso de la luz indeficiente que
debe comprarse y guardarse con los frutos de la misericordia.
San Juan Crisóstomo, homiliae in
Matthaeum, hom. 78, 2
Ya ves qué buena es nuestra negociación
con los pobres. Estos no se encuentran allá, sino aquí; por tanto aquí es donde
conviene acopiar el aceite para que nos sirva allá, cuando Jesucristo nos
llame.
San Jerónimo
Este aceite se compra y se vende a mucho
precio, y se logra con mucho trabajo: no sólo con las limosnas, sino también
con las virtudes y consejos de los maestros.
Orígenes, in Matthaeum, 32
Aunque eran necias, comprendían sin
embargo, que debían recibir al esposo con luz en todas las lámparas de sus
sentidos. Pues veían también que teniendo poco aceite de virtud y acercándose
la noche, se apagarían sus lámparas. Pero las prudentes envían a las necias a
buscar el aceite de los vendedores porque veían que no habían reunido tanto
aceite, esto es, palabra divina que bastase para salvarlas a ellas e instruir a
las otras. Por lo que dicen: "Id mejor a los vendedores", esto es, a
los Doctores, y "compráoslo" esto es, recibidlo de ellos. Y el precio
es la perseverancia y el deseo, la diligencia y el trabajo de los que quieren
aprender.
San Agustín, de diversis
quaestionibus octoginta tribus liber, 59
No se crea que dieron un consejo, sino
que les recordaron indirectamente su descuido. Los aduladores que alabando lo que
es falso o lo que ellos ignoran, meten a las almas en el camino del error,
halagándolas como fatuas con falsas satisfacciones, venden también aceite,
recibiendo en pago de él alguna gracia temporal. Dícese, por tanto: "Id a
los vendedores y compráoslo" esto es, veamos ahora quién os ayuda de los
que acostumbraron a venderos alabanzas. Dicen, pues: "No suceda que falte
para nosotras y para vosotras" porque de nada sirve el testimonio ajeno en
la presencia de Dios, que ve los secretos del corazón. Y apenas a cada uno le
basta el testimonio de su conciencia.
San Jerónimo
Como había ya pasado el tiempo de vender
y llegado el día del juicio, no había lugar a penitencia ni a hacer nuevas
obras buenas, y se ven obligados a dar cuenta de las pasadas. Por eso sigue:
"Mientras fueron a comprarlo vino el esposo; y las que estaban preparadas,
entraron con él a las bodas".
San Hilario, in Matthaeum, 27
Las bodas son la adquisición de la
inmortalidad y la unión de la corrupción con la incorrupción por un nuevo
consorcio.
San Juan Crisóstomo, homiliae in
Matthaeum, hom. 78,2
Por lo que dice: "Mientras fueron a
comprarlo", manifiesta, que aunque queramos ser misericordiosos para
después de la muerte, de nada nos servirá para evitar la pena; como tampoco le
aprovechó a aquel rico, que fue misericordioso y solícito para con sus
allegados.
Orígenes, in Matthaeum, 32
"Mientras fueron a comprarlo";
se encuentran algunos que cuando debieron aprender algo útil lo despreciaron y
al fin de la vida cuando quieren aprender, los coge la muerte.
San Agustín, de diversis
quaestionibus octoginta tribus liber, 59
"Mientras fueron a comprar",
esto es, cuando se inclinaban a las cosas del mundo buscando gozar como
acostumbraban de ellas, porque no conocían los placeres del espíritu, vino el
Juez, y las que estaban preparadas, eso es, aquéllas que delante de Dios tenían
el testimonio de su conciencia, entraron con él a las bodas. Eso es, adonde el
alma pura, unida con puro afecto al Verbo divino, alcanza la perfección.
San Jerónimo
Después del día del juicio no hay lugar
para las buenas obras y la justificación, la puerta está cerrada.
San Agustín, de diversis quaestionibus
octoginta tribus liber, 59
Recibidos en el reino de los cielos
aquéllos que han cambiado su vida por la de los Angeles se cierra la entrada;
porque después del juicio no tienen lugar los méritos ni las súplicas.
San Hilario, in Matthaeum, 27
Y sin embargo, cuando ya no hay lugar a
penitencia vienen las vírgenes necias pidiendo que se les abra. Por lo que
sigue: "Vienen últimamente las demás vírgenes diciendo: Señor",
etc.
San Jerónimo
En verdad es magnífica confesión esta
apelación a Dios y es digno de premio este indicio de fe: pero ¿de qué sirve
invocar con la voz a quien niegas con las obras?
San Gregorio Magno, homiliae in
Evangelia, 12
Afligidas bajo el peso del sentimiento
de la repulsa, redoblan la súplica implorando la autoridad del Señor y sin
atreverse a llamar Padre a aquél cuya misericordia despreciaron en vida.
San Agustín, de diversis
quaestionibus octoginta tribus liber, 59
No se dice que compraron aceite; y así
debe entenderse que no quedando ya satisfacción ninguna de alabanza ajena,
volvieron llenas de angustia y aflicción a implorar la misericordia de Dios.
Pero después del juicio es muy grande la severidad de aquél que antes del
juicio ensanchó tanto su inefable misericordia. Y por esto sigue: Y el Señor
respondiendo dice: "En verdad os digo, que no os conozco". De aquí,
pues, aquella regla: no sabe los secretos de Dios, esto es, su sabiduría para
entrar en su reino, el que, si bien se afana en obrar según sus preceptos, no
es por agradar a Dios sino a los hombres.
San Jerónimo
Conoce, pues, el Señor a los suyos, y el
que no le conoce será desconocido ( 2Tim 2,19). Y aunque sean
vírgenes, ya por la pureza del cuerpo, o ya por la confesión de la verdadera
fe, sin embargo, son desconocidas por el esposo porque no tienen aceite. De
aquí se infiere aquello de "Vigilad, pues, porque ignoráis el día y la
hora": esta sentencia comprende todo lo que queda dicho antes; a fin de
que siéndonos desconocido el día del juicio, nos preparemos solícitamente con
la luz de las buenas obras.
San Agustín, de diversis
quaestionibus octoginta tribus liber, 59
No sólo ignoramos en qué tiempo ha de
venir el esposo, sino que también la hora de la muerte, para la que cada uno
debe estar preparado y aun preparado, se encontrará sorprendido cuando suene
aquella voz, que despertará a todos.
San Agustín, epistola 80
No faltaron quienes quisieron enseñar
que esta parábola de las diez vírgenes se refiere a la venida que todos los
días celebra la Iglesia; pero esta interpretación no puede admitirse, pues
podría ser impugnada por alguno con razón.
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