Mateo 25, 31-46
"Y cuando viniere el Hijo del hombre en su majestad, y todos los
ángeles con él, entonces se sentará sobre el trono de su majestad: Y serán
ayuntadas ante él todas las gentes y apartará los unos de los otros, como el
pastor aparta las ovejas de los cabritos: Y pondrá las ovejas a su derecha y los
cabritos a la izquierda. Entonces dirá el Rey a los que estarán a su derecha:
Venid, benditos de mi Padre, poseed el reino que os está preparado desde el
establecimiento del mundo: Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed,
y me disteis de beber; era huésped, y me hospedasteis; desnudo, y me
cubristeis; era enfermo, y me visitasteis; estaba en la cárcel, y me vinisteis
a ver. Entonces le responderán los justos, y dirán: Señor, ¿cuándo te vimos
hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber? ¿Y cuándo te
vimos huésped y te hospedamos, o desnudo y te vestimos? ¿O cuándo te vimos
enfermo o en la cárcel y te fuimos a ver? Y respondiendo el Rey les dirá: En
verdad os digo, que cuando lo hicisteis a uno de estos mis hermanos pequeñitos,
a mí lo hicisteis. Entonces dirá también a los que estarán a la izquierda:
Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, que está aparejado para el diablo y
para sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me
disteis de beber. Era huésped y no me hospedasteis; desnudo, y no me
cubristeis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis. Entonces ellos le
responderán, diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, o sediento, o
huésped, o desnudo, o enfermo, o en la cárcel y no te servimos? Entonces les
responderá diciendo: En verdad os digo, que en cuanto no lo hicisteis a uno de
estos pequeñitos, ni a mí lo hicisteis".
"E irán éstos al suplicio eterno y los justos a la vida
eterna".
Rábano
Después de las parábolas sobre el fin
del mundo expone el Señor el modo cómo será juzgado.
San Juan Crisóstomo, homiliae in
Matthaeum, hom. 79,1
Escuchemos esta parte sublime del
discurso con la mayor compunción, grabándola profundamente en nuestra alma,
pues es el mismo Jesucristo quien lo profiere del modo más terrible y claro. No
dice como en las parábolas anteriores: el reino de los cielos es semejante,
sino que manifestándose y revelando su propia persona dice: "Cuando
viniere el Hijo del hombre en su majestad".
San Jerónimo
El que, dos días después había de
celebrar la Pascua y ser entregado al escarnio de los hombres y a la muerte de
cruz, oportunamente promete el triunfo de su resurrección, para compensar el
escándalo con la promesa del premio. Y es de notar que quien ha de ser visto
con majestad es el Hijo del hombre.
San Agustín, in Ioannem, 21
En forma humana, pues, le verán los impíos
y los justos; porque en el juicio aparecerá con la misma forma que tomó de
nosotros; pero después será visto en la forma divina que todos los fieles
ansían.
Remigio
Estas palabras destruyen el error de
aquéllos que dijeron que el Señor no conservará la forma de siervo: pues de
dice majestad de su divinidad en la que es igual al Padre y al Espíritu Santo.
Orígenes, homilia 34 in Matthaeum
Volverá con gloria para que su cuerpo
aparezca transfigurado como lo fue en el monte. Su asiento debe entenderse lo
más perfecto de los Santos de quienes está escrito: "Porque allí se
colocaron los tronos para el juicio" ( Sal121,5); o ciertas virtudes
angélicas, de las que se dice: Sean Tronos o Dominaciones ( Col 1,16),
etc.
San Agustín, de civitate Dei, 20,24
Bajará, pues, con los ángeles, que
convocó de las alturas para celebrar el juicio, por lo que dice: Y todos sus
ángeles con El.
San Juan Crisóstomo, homiliae in
Matthaeum, hom. 79,1
Concurrirán todos los ángeles para dar
testimonio ellos mismos del ministerio que ejercieron por orden de Dios para la
salvación de los hombres.
San Agustín, sermones, 351,8
Con el nombre de ángeles designó también
a los hombres, que juzgarán con Cristo, pues siendo los ángeles nuncios, como a
tales consideramos también a todos los que predicaron a los hombres su
salvación.
Sigue: "Y serán congregados ante El
todos", etc.
Remigio
Estas palabras prueban la verdad de la
futura resurrección.
San Agustín, de civiate Dei, 20,24
Esta reunión se verificará por
ministerio de los ángeles, a quienes se dice en el salmo: "Congregad al
Señor todos sus Santos" ( Sal 49,5).
Orígenes, homilia 34 in Matthaeum.
No entendamos que serán reunidos ante El
en un local todos los pueblos porque ya no estarán dispersos por muchos y
falsos dogmas sobre El. Se hará patente la Divinidad de Cristo, para que no
sólo ninguno de los justos, sino ninguno de los pecadores lo ignoren. Ya no
aparecerá el Hijo de Dios en un lugar y en otro no, sino como dio a entender El
mismo con la comparación del relámpago. Mientras, pues, los malos no se
conocen, ni conocen a Cristo, y los justos sólo lo ven como por espejo y
enigma, no están separados los buenos de los malos. Pero cuando por la
aparición del Hijo de Dios entraren todos en el conocimiento de sí mismos,
entonces el Salvador separará a los buenos de los malos, por lo que sigue:
"Y los separará unos de otros", etc. Por cuanto los pecadores
conocerán sus delitos y los justos verán patentes los frutos de su justicia que
les acompañaron hasta el fin. Se llaman ovejas los que se salvan, por la
mansedumbre con que aprendieron de Aquél que dijo: aprended de mí, que soy
manso ( Mt 11,29); y por cuanto estuvieron dispuestos hasta sufrir la
muerte, imitando a Jesucristo, que como oveja fue llevado a la muerte ( Is 53,7).
Los malos, en cambio, son llamados cabritos, los que trepan los más ásperos
peñascos y caminan por sus precipicios.
San Juan Crisóstomo, homiliae in
Matthaeum, hom. 79,1
A éstos llama cabritos, pero a los otros
ovejas, para demostrar la inutilidad de aquéllos pues de nada aprovechan, y la
utilidad de éstas, porque es mucho el fruto que de las ovejas se saca, como la
lana, la leche y los corderillos que nacen. La Sagrada Escritura suele designar
la sencillez y la inocencia con el nombre de oveja. Bellamente, pues, se
designan aquí los elegidos con este nombre.
San Jerónimo
El cabrito es animal lascivo, que en la
ley antigua se ofrecía para víctima de los pecados; y no dice cabras, que
pueden tener crías y salen esquiladas del lavadero.
San Juan Crisóstomo, homiliae in
Matthaeum, hom. 79,1
Después los separa hasta de lugar, pues
sigue: "Y colocará a las ovejas a la derecha, y los cabritos a la
izquierda".
Orígenes, homilia 34 in Matthaeum
Los Santos, pues, que obraron obras
derechas, recibieron en premio de sus obras derechas la derecha del Rey, en la
cual está el descanso y la gloria. Pero los malos por sus obras pésimas y
siniestras, cayeron en la siniestra, esto es, en la tristeza de los tormentos.
Continúa: "Entonces dirá el Rey, etc". Venid, para que, habiendo
estado unidos perfectamente con Jesucristo, alcancen aun lo que más
insignificante había sido para ellos; y añade: "Benditos de mi
Padre", para que se manifieste la grandeza de la bendición de ellos, pues
con preferencia son benditos del Señor que hizo el cielo y la tierra ( Sal 113,15).
Rábano
O son llamados benditos, aquéllos a
quienes por sus buenos méritos, se les debe la bendición eterna. Y dice que el
reino es de su Padre, porque atribuye la potestad del reino, a aquél por quien
El mismo ha sido engendrado Rey. De aquí que con autoridad regia, con la que
sólo El será exaltado en aquel día, pronunciará la sentencia del juicio, por
esto se dice claramente: "Entonces dirá el Rey".
San Juan Crisóstomo, homiliae in
Matthaeum, hom. 79,2
Observa que no dijo: recibid, sino poseed,
o por mejor decir, heredad; como bienes familiares, o más bien paternos, como
bienes vuestros que se os deben desde hace mucho tiempo, por esto se dice: El
reino que os está preparado desde el establecimiento del mundo.
San Jerónimo
Todas estas cosas se han de tomar en el
sentido de la presciencia de Dios, para quien las cosas futuras ya han
sucedido.
San Agustín, de civitate Dei, 20,9
Hecha excepción de aquel reino del cual,
en el juicio final, se ha de decir: Poseed el reino que os está preparado,
también la Iglesia presente, aunque de una manera más impropia, es llamada su
reino, en el que aun se lucha con el enemigo, hasta que se llegue a aquel
pacificadísimo reino en donde se reinará sin enemigos.
San Agustín, sermones, 351,8
Pero dirá alguno: Yo no quiero reinar,
me basta salvarme. En eso se engaña, primero, porque no hay salvación alguna
para aquéllos cuya iniquidad persevera; además si hay alguna diferencia entre
los que reinan y los que no reinan, conviene que todos estén en un mismo reino,
para que no sean considerados como enemigos o de otro orden distinto y perezcan
mientras los otros reinan. Pues todos los romanos poseen el reino romano,
aunque no todos reinan en él.
San Juan Crisóstomo, homiliae in
Matthaeum, hom. 79,2.
Y por qué méritos los escogidos reciben
los bienes del reino celestial, lo manifiesta cuando añade: "Porque tuve
hambre, y me disteis de comer".
Remigio
Y hay que notar que en este lugar
menciona el Señor las siete obras de misericordia, las cuales, cualquiera que
tuviere cuidado de cumplirlas, merecerá alcanzar el reino preparado a los
escogidos desde el establecimiento del mundo.
Rábano
Pues en un sentido místico observa las
leyes del verdadero amor, quien al que tiene hambre y sed de justicia le
alimenta con el pan de la palabra, o bien le da de beber la bebida de la
sabiduría, y el que recibe en la casa de la Madre Iglesia al que anda errante
por la herejía o por el pecado, y el que admite al que está enfermo en la fe.
San Gregorio Magno, Moralia 26,25
Mas éstos a quienes dirá el Juez cuando
venga, teniéndolos a la derecha: "Tuve hambre", son la parte de los
escogidos que son juzgados y reinan, los que limpian las manchas de la vida con
lágrimas, los que redimiendo los pecados precedentes con las acciones buenas
consiguientes, todo lo ilícito que obraron en otro tiempo, lo cubren
enteramente ante los ojos del juez. Y hay otros que no son juzgados y reinan,
los cuales superan los preceptos de la ley con la virtud de la perfección.
Orígenes, homilia 34 in Matthaeum
Y a causa de su humildad se proclaman
indignos de alabanza por sus buenas obras; no por haberse olvidado de aquello
que hicieron, pues El mismo les muestra su compasión en los suyos. Por esto
sigue diciendo: Entonces le responderán los justos: ¿Cuándo te vimos? etc.
Rábano
Dicen esto ciertamente no desconfiando
de las palabras del Señor, sino pasmándose de tan extraordinaria excelencia y
de la grandeza de su majestad. O porque les parecerá mezquino el bien que
habían obrado, según aquello del Apóstol: "No son de comparar los trabajos
de este tiempo con la gloria venidera, que se manifestará en nosotros"
( Rom 8,18).
Continúa: Y respondiendo el Rey, dirá:
"En verdad os digo, que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos
pequeñitos, a mí me lo hicisteis".
San Jerónimo
Libremente podíamos entender que
Jesucristo hambriento sería alimentado en todo pobre, y sediento saciado, y de la
misma manera respecto de lo otro. Pero por esto que sigue: "En cuanto lo
hicisteis a uno de mis hermanos", etc., no me parece que lo dijo
generalmente refiriéndose a los pobres, sino a los que son pobres de espíritu,
a quienes había dicho alargando su mano: "Son hermanos míos, los que hacen
la voluntad de mi Padre" ( Mt 12,50).
San Juan Crisóstomo, homiliae in
Matthaeum, hom. 79,1
Mas si son sus hermanos, ¿por qué los
llama pequeñitos? Por lo mismo que son humildes, pobres y abyectos. Y no
entiende por éstos tan sólo a los monjes que se retiraron a los montes, sino
que también a cada fiel aunque fuere secular; y, si tuviere hambre, u otra cosa
de esta índole, quiere que goce de los cuidados de la misericordia: porque el
bautismo y la comunicación de los misterios le hacen hermano.
Continúa: "Entonces dirá también a
los que estarán a la izquierda: Apartaos", etc.
Orígenes, homilia 34 in Matthaeum
Así como había dicho a los justos, venid
( Mt 25,34), así también dice a los inicuos, apartaos. Los que
guardan los Mandamientos de Dios, están más próximos al Verbo y son llamados
para que se aproximen todavía más. Pero están muy alejados de El (aunque parece
que le asisten) los que no cumplen sus Mandamientos, por esto oyen, apartaos,
para que los que al presente parecen estar en su presencia, después ni siquiera
le vean. Y hay que advertir que a los escogidos se ha dicho: "Benditos de
mi Padre" ( Mt 25,34); mas no se dice ahora: malditos de mi
Padre, porque el dispensador de la bendición es el Padre; mas el autor de la
maldición es para sí mismo cada uno de los que han obrado cosas dignas de
maldición. Los que se apartan de Jesús, caen en el fuego eterno, el cual es de
distinta naturaleza del fuego de que hacemos uso: pues ningún fuego es eterno
entre los hombres, y ni siquiera de mucha duración. Y ten presente que no dice
que el reino está preparado, en verdad, para los ángeles, mas sí que el fuego
eterno lo está para el diablo y para sus ángeles. Porque por lo que a El toca,
no ha creado a los hombres para que se pierdan, pero los que pecan son los que
se unen con el diablo, para que así como los que se salvan son comparados a los
ángeles santos, de la misma manera sean comparados a los ángeles del diablo los
que perecen.
San Agustín, de civiate Dei, 21,10
De aquí se colige que será uno mismo el
fuego destinado para suplicio de los hombres y de los demonios. Y si será
dañoso al tacto corporal, para que por él puedan ser atormentados los cuerpos,
¿de qué manera podrá contenerse en él la pena de los espíritus malignos, salvo
que los demonios tengan ciertos cuerpos, formados del aire denso y húmedo, como
algunos han opinado? Mas si alguno afirma que los demonios no tienen cuerpos,
no se ha de entablar disputa acerca de este asunto discutible: pues ¿por qué no
diremos -con términos que, aunque maravillosos, son sin embargo razonables- que
los espíritus incorpóreos pueden ser afligidos con la pena del fuego corporal?
Si las almas de los hombres -aun siendo enteramente incorpóreas- podrán ser
encerradas ahora en los miembros corporales y también entonces ser sujetos
indisolublemente a los vínculos de sus cuerpos, se adherirán, por consiguiente,
los demonios (aunque incorpóreos) a los fuegos corporales para ser
atormentados, recibiendo la pena de los fuegos, mas no dando la vida a los
fuegos. Y aquel fuego será corporal, y atormentará a los cuerpos de los hombres
juntamente con sus espíritus; pero los espíritus de los demonios sin cuerpo.
Orígenes, in Matthaeum, 34
O tal vez aquel fuego tenga tal
sustancia, que siendo invisible queme las cosas invisibles; a esto se refiere
lo que dice el Apóstol: "Las cosas que se ven son temporales; mas las que no
se ven son eternas" ( 2Cor 4,18). No te admires, pues, cuando
oigas que el fuego es invisible y castigador, y cuando veas que el calor se
aproxima y atormenta no poco interiormente a los cuerpos. Continúa:
"Porque tuve hambre, y no me disteis, etc." Se escribió a los fieles:
"Vosotros sois cuerpo de Cristo" ( 1Cor 12,27). Luego así
como el alma que habita en el cuerpo, aun cuando no tenga hambre respecto a su
naturaleza espiritual, tiene necesidad, sin embargo, de tomar el alimento del
cuerpo, porque está unida a su cuerpo, así también el Salvador, siendo El mismo
impasible, padece todo lo que padece su cuerpo, que es la Iglesia. Y ten en
consideración que, cuando habla a los justos, cuenta sus beneficios
enumerándolos de uno en uno, mas cuando lo hace a los inicuos, abreviando la
narración, juntó en una ambas palabras, diciendo: "Enfermo y en la cárcel,
y no me visitasteis", etc. Porque propio era de la misericordia del Juez
publicar con más encomio y ampliar las obras buenas de los hombres, y hacer
mención transitoriamente y abreviar sus maldades.
San Juan Crisóstomo, homiliae in
Matthaeum, hom. 79, 1
Y mira cómo abandonaron la misericordia
no en un sólo concepto, sino en todos. Porque no tan sólo no dieron de comer al
hambriento, sino que (lo que era menos penoso) tampoco visitaron al enfermo. Y
observa de qué manera añade las cosas más soportables, porque no dijo: Estaba
en la cárcel y no me sacasteis; enfermo y no me curasteis; sino dice, no me
visitasteis, y no vinisteis a mi casa. Además, cuando tiene hambre no pide una
mesa espléndida, sino la comida necesaria. Todas estas cosas, por tanto, bastan
para sufrir la pena. Primero, la facilidad en dar lo que se pide (pues era
pan); segundo, la miseria del que pedía (pues era pobre); tercero, la compasión
de la naturaleza (pues era hombre); cuarto, el deseo de alcanzar lo que se
prometía (pues prometía el reino); quinto, la dignidad del que recibía (pues
era Dios el que recibía por medio de los pobres); sexto, la superabundancia del
honor (porque se dignó recibir de mano de los hombres); séptimo, lo justo que
era dar (pues recibía de nosotros lo que es suyo): mas los hombres ante todas
estas cosas son cegados por la avaricia.
San Gregorio Magno, Moralia 26,24
Esos de quienes esto se dice, son los
malos fieles, que son juzgados y perecen, pues los otros (a saber, los
infieles) no son juzgados y perecen: porque entonces no se discutirá la causa
de los que se acercan a la presencia del severo juez, ya con la condenación de
su infidelidad. Pero los que retienen la profesión de su fe, mas no tienen las
obras propias de esta profesión, son confundidos para que perezcan. Estos por
lo menos oyen las palabras del juez, porque por lo menos tuvieron las palabras
de su fe; aquéllos ni siquiera perciben en su condenación las palabras del Juez
eterno, porque ni siquiera en las palabras quisieron guardar la reverencia que
se le debe: pues el príncipe que gobierna una república terrena, de una manera
castiga al ciudadano que delinque en el interior; y de otra distinta al enemigo
que se rebela en el extranjero. Contra aquél procede, consultando sus leyes;
contra el enemigo promueve la guerra y no averigua lo que diga la ley acerca de
la pena que merece.
San Juan Crisóstomo, homiliae in
Matthaeum, hom. 79,1
Mas reprochados por las palabras del
juez, hablan con mansedumbre, pues continúa: "Entonces ellos también le
responderán, diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y no te alimentamos,
sediento?", etc.
Orígenes, in Matthaeum, 34
Advierte que los justos se paran en cada
una de las palabras; y los réprobos no lo hacen así en cada una, sino que pasan
por ellas ligeramente: porque es propio de los justos, a causa de su humildad,
desmentir diligentemente y de una en una sus buenas obras, narradas en
presencia de los mismos. Y es propio de los hombres malos, para excusarse, dar
a entender que no tienen culpas, o que son leves y pocas; y esto mismo lo
indica la respuesta de Jesucristo. Por esto continúa: "Entonces les
responderá: En verdad os digo: que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos
pequeñitos", etc. Y queriendo demostrar que las acciones buenas de los
justos son sublimes, y que las culpas de los pecadores no son sublimes, dice a
los justos: "Por lo mismo que lo hicisteis a uno de mis hermanos
pequeñitos", mas al referirse a los inicuos, no añadió la palabra
hermanos. Porque verdaderamente, los que son perfectos, son sus hermanos: más
agradable es a Dios la obra buena que se hace en obsequio a los más santos, que
la que se hace en obsequio a los menos santos; y es culpa más leve desdeñar a
los menos santos que a los más santos.
San Agustín, de civitate Dei, 20,1
Aquí, pues, se trata del último juicio,
cuando Jesucristo ha de venir del cielo con el fin de juzgar a los vivos y a los
muertos. Llamamos último a este día del juicio divino, esto es, último tiempo,
pues es incierto por cuántos días se alargará dicho juicio; según costumbre de
las Escrituras Santas, el día suele ponerse en lugar del período. Por lo mismo,
pues, decimos el último juicio o novísimo, porque juzga ahora, y juzgó desde el
principio del género humano, separando a los primeros hombres del árbol de la
vida ( Gén 3,24) y no perdonando a los ángeles que pecaron ( 2Pe 2,4).
Y en aquel juicio final serán juzgados a un mismo tiempo los hombres y los
ángeles, porque por el poder divino se hará que a cada uno se le representen en
su memoria todas sus obras (ya buenas, ya malas); y que sean vistas con
admirable celeridad por la vista de la mente, a fin de que el entendimiento
acuse o excuse a la conciencia.
San Agustín, de fide et operibus c.
25
Algunos se engañan a sí mismos diciendo
que el expresado fuego eterno no es la pena eterna: previendo esto el Señor,
concluyó su sentencia diciendo así: E irán éstos al suplicio eterno y los
justos a la vida eterna.
Orígenes, in Matthaeum, 34
Advierte que, habiendo dicho
primeramente: Venid (Mt 25,34), benditos, dice después: Apartaos, malditos
(Mt 25,41): porque es propio del buen Dios recordar primero las acciones
buenas de los buenos, que las malas de los malos. En este lugar nombra primero
la pena de los malos y luego la vida de los justos, para que evitemos primero
los males (que son causa del temor); y luego apetezcamos los bienes (que son
causa del honor).
San Gregorio Magno, Moralia, 25,10
Si con tan extraordinaria pena es
castigado el que es acusado de no haber dado lo suyo, ¿con qué pena habrá de
ser vulnerado el que es increpado por haber quitado lo ajeno?
San Agustín, de civitate Dei, 19,11
La vida eterna es, pues, nuestro sumo
bien, y el fin de la ciudad de Dios. De este fin dice el Apóstol: "Y por
fin la vida eterna" ( Rom 6,22). Y además, como quiera que
aquéllos que no están muy versados en las Escrituras Santas pueden tomar la
vida eterna por la vida de los malos, a causa de la inmortalidad del alma, o a
causa de las penas interminables de los impíos: verdaderamente se ha de decir
que el fin de esta ciudad en la cual se tendrá el sumo bien para que todos
puedan entenderlo es o la paz en la vida eterna, o la vida eterna en la
paz.
San Agustín, de Trinitate, 1,8
Pues lo que dijo el Señor a su siervo
Moisés: "Yo soy el que soy" (Ex 3,14), lo veremos cuando vivamos
para siempre: y así lo dice el Señor: "Esta es la vida eterna, que te conozcan
a ti Dios verdadero" (Jn 17,3). Porque esta visión nos promete el fin
de todas las acciones, y la perfección eterna de todos los goces, de la cual
dice San Juan: "Le veremos así como Él es" (1Jn 3,2).
San Jerónimo
Mas, ¡oh lector prudente! advierte que
los suplicios son eternos y que la vida perpetua no tendrá peligro de acabarse.
San Gregorio, Dialog. 4,44
Mas dicen algunos, que ha amenazado a
los pecadores, tan sólo para refrenarlos en el pecar. A los estos
responderemos: si ha amenazado con falsedades para corregirlos en su
injusticia, también prometió cosas falsas para provocarlos a la justicia; y
así, mientras andan solícitos para presentar a Dios como misericordioso no se
avergüenzan de predicarle falaz. Pero (dicen), la culpa limitada no debe ser
castigada ilimitadamente: a los cuales responderemos que hablarían bien, si el
juez justo apreciara, no los corazones de los hombres, sino sus obras. A la
justicia, por tanto, del severo juez corresponde que jamás carezcan de suplicio
aquéllos cuyo espíritu jamás quiso carecer de pecado en esta vida.
San Agustín, de civitate Dei, 21,11
Ninguna ley justa exige que sea igual la
duración del tiempo de la pena al de la culpa, pues no hay quien haya querido
sostener que la pena del homicida o del adúltero deba durar tan poco como
duraron estas faltas. Cuando por algún gran crimen es condenado alguno a
muerte, ¿acaso toman en consideración las leyes el tiempo que dura el suplicio;
y no la necesidad de quitarle para siempre de la sociedad de los vivos? Los
azotes, la deshonra, el destierro, la esclavitud que frecuentemente se imponen
sin remisión alguna, ¿no se parece en esta vida, en la forma, a las penas
eternas? Y eso que no pueden ser eternas, porque ni la misma vida durante la
cual se imponen es eterna. Pero se dice: ¿Cómo, pues, puede ser verdad lo que
dice Jesucristo: "¿Con la misma medida que midiereis seréis medidos",
si el pecado temporal es castigado con pena eterna? Pero no se considera que la
medida de la pena se entiende, no por la igual duración del tiempo, sino por la
reciprocidad del mal, esto es, que el que mal hizo mal padezca; hízose digno de
la pena eterna, el hombre que aniquiló en sí el bien que pudiera ser eterno.
San Gregorio, Dialog. 4,44
No se ha dicho jamás de hombre justo que
se complaciese en la crueldad, y si manda castigar al siervo delincuente, es
para corregirle de su falta: los malos, pues, condenados al fuego eterno, ¿por
qué razón arderán eternamente? A esto responderemos que Dios Omnipotente no se
complace en el tormento de los desgraciados, porque es misericordioso. Pero
porque es justo no le es suficiente el castigo de los inicuos. Y por alguna
razón el fuego eternamente devorará a los malvados, así, pues, servirá para que
reconozcan los justos cuán deudores son a la gracia divina, con cuyo auxilio
pudieron evitar los eternos males que ven.
San Agustín, de civitate Dei, 21,3
Pero dirán que de todos los cuerpos
creados por Dios, no hay ninguno que pueda padecer y no pueda morir. Es, pues,
necesario que viva sufriendo, y no es necesario que muera de dolor. Porque no
cualquier dolor mata a estos cuerpos mortales; para que un dolor pueda matar es
necesario que sea de tal naturaleza, que estando íntimamente unida el alma a
este cuerpo, cediendo a acerbos dolores, salga de él. Entonces, el alma se une
a tal cuerpo con un lazo tan íntimo que ningún dolor podrá romperlo; y no se
extinguirá la muerte, sino que será muerte sempiterna, cuando el alma no podrá
vivir sin Dios, ni librarse de los dolores del cuerpo muriendo. Entre los que
negaron semejante eterno suplicio el más misericordioso fue Orígenes, que
incurrió en el error de que después de largos y crueles suplicios serían
libertados hasta el mismo diablo y sus ángeles, y asociados a los ángeles
santos. Pero la Iglesia no sin razón lo condenó no sólo por éste, sino por
muchos otros errores, y le abandonó a esta ilusión de falsa misericordia que le
había hecho inventar en los santos verdaderas miserias, para evitar los futuros
castigos y falsas bienaventuranzas, en las que no gozaran con seguridad de la
eterna dicha. También yerran en diversos sentidos otros llevados de un
sentimiento de compasión puramente humano, que suponen que después de sufrir
temporalmente aquellas penas serán tarde o temprano libertados de ellas en el
último juicio. ¿Por qué, pues, tanta misericordia con toda la naturaleza
humana, y ninguna con la angélica?
San Gregorio, Dialog. 4,44
Pero preguntan cómo pueden ser santos
los que no rogarán por sus enemigos cuando los verán ardiendo. Ruegan, en
verdad por sus enemigos, durante el tiempo que pueden reducirlos a fructuosa
penitencia y convertir sus corazones, pero ¿cómo orarán por aquéllos que ya de
ningún modo pueden convertirse de la iniquidad?
San Agustín, De civ. Dei 21,19
También hay algunos que no prometen a
todos los hombres la redención del suplicio eterno, sino tan sólo a aquéllos
que están lavados con el bautismo de Cristo y que han participado de su cuerpo,
de cualquier modo que hayan vivido. Por aquello que dice el Señor por San Juan:
"Si alguno comiere de este pan no morirá eternamente" (Jn 6,51).
Así mismo otros no hacen la misma promesa a todos los que participan del
sacramento de Cristo sino solamente a los católicos (aunque vivan mal), y que
no solamente hayan participado del cuerpo de Cristo, sino que de hecho hayan
formado parte de su cuerpo, que es la Iglesia, a pesar de que después hayan
incurrido en alguna herejía o idolatría. No falta quien teniendo fijos los ojos
en aquellas palabras de San Mateo: "El que perseverare hasta el fin, ésta
será salvo" (Mt24,3); promete tan sólo a los que perseveran en la Iglesia
católica (aunque vivan mal), que por el mérito del fundamento, es decir, de la
fe, se salvarán por el fuego con que en el último juicio serán castigados los
malos. Pero todo esto lo refuta el Apóstol diciendo: "Evidentes son las
obras de la carne, que son la impureza, la fornicación y otras semejantes: yo
os predico que todos los que tal hacen no poseerán el reino de Dios" (Gál 5,19-21).
Si, pues, alguno prefiere en su corazón las cosas temporales a Cristo, aunque
parezca que tiene la fe de Cristo, sin embargo no es Cristo el fundamento en
quien tales cosas antepone. Y con mayor razón, si comete pecados, queda
convicto de que no sólo no prefiere a Dios, sino que le pospone. He hallado
algunos que piensan que tan solamente arderán en el fuego eterno los que
descuidan el compensar con dignas limosnas sus pecados y por eso sostienen que
el juez en su sentencia no ha querido hacer mención de otra cosa, que de si han
hecho o no limosnas. Pero el que dignamente hace limosna por sus pecados,
empieza primero a hacerla para sí mismo: pues es indigno que no la haga para
sí, el que la hace para el prójimo, y no oiga la voz de Dios que dice:
"Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Y asimismo en el Eclesiástico
"Compadécete de tu alma agradando a Dios" (Eclo 30,24). No
haciendo esta limosna por su alma, esto es, la de agradar a Dios, ¿cómo puede
decirse que hace limosnas suficientes por sus pecados? Por esta razón se han de
hacer las limosnas para que seamos oídos cuando pedimos perdón por los pecados
pasados, y no creamos que con ellas compramos el permiso de perseverar obrando
mal. Por esto, pues, el Señor predijo que colocaría a su derecha a los que
hicieron limosnas y a la izquierda a los que no las hicieron; para demostrar
cuánto vale la limosna para borrar los pecados pasados; no para continuar
pecando impunemente.
Orígenes, in Matthaeum, 34
Pero no piensan algunos que tan sólo es
digno de premio este medio de justificación, sino también cualquier otro de los
que mandó Jesucristo, porque da de comer y beber a Jesucristo el que alimenta a
los fieles con la verdad y la justicia. Así mismo vestimos a Cristo desnudo,
cuando enseñamos a algunos, vistiéndoles con las ropas de la sabiduría, y
entrañas de misericordia. Le recibimos como peregrino en la casa de nuestro
pecho, cuando preparamos nuestro corazón y el de nuestros prójimos, para
recibir diversas virtudes. Igualmente cuando visitáremos a nuestros hermanos
enfermos en la fe o en las costumbres, enseñándoles, reprendiéndoles o
consolándoles, al mismo Cristo visitamos. Finalmente, todo lo que aquí en el
mundo existe, es cárcel de Cristo y de los suyos, que se encuentran como
prisioneros y encarcelados por las exigencias del mundo y las necesidades de la
naturaleza. Cuando, pues, les hiciéremos bien, les visitamos en la cárcel y a
Jesucristo en ellos.
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