1.
8. DE GRECIA A CRISTO
“Nadie es malo, mientras no se demuestre".
Derecho Romano (Orden natural).
“Nadie es bueno, sino sólo Dios”.
Jesús (Orden sobrenatural).
I
“Gnothi sautón” (conócete a ti mismo); Aforismo griego y pagano, de muchos
admirado. No es esto lo que enseña la
Escritura de la divina Revelación. Poco me importa, dice S. Pablo, ser juzgado por vosotros
o por cualquier juicio humano. Ni yo mismo me juzgo. . . El Señor es quien me
juzga (I Cor. IV, 3-4). “De
tu rostro (oh Señor) salga mi sentencia”, dice David (Salmo XVI, 2),
anhelando poder entregar por entero la suerte de su causa a Aquel que es la
fidelidad, la luz y la sabiduría, la omnipotencia y sobre todo la bondad y la
misericordia que perdona.
Para nosotros hay más aún que para David:
la Redención, que justifica por los méritos de Cristo. Aún hallándome yo deudor
insolvente, el divino Padre me perdona y para eso sé que mi seguridad es
absoluta; pues Jesús “es la víctima de propiciación por nuestros pecados, y
no sólo por los nuestros, sino también por los de todo el mundo" (I
Juan II, 2).
"Conózcate yo, Señor, y conózcame yo a mí mismo”, dice San Agustín; pero este conocimiento propio, presentado así en parangón con el
conocimiento de Dios, no tiene nada de esa "ciencia del bien y del
mal", cuya ambición fué lo que corrompió a Adán. Esta oración, pues, del
gran Doctor de la gracia, equivale a decir: sepa yo, Señor, vivir este gran
dogma de que Tú lo eres todo y yo soy la nada.
Es que Jesús no dice, como el oráculo
griego: "conócete a ti mismo", sino: "niégate a ti mismo".
La explicación es muy clara. El pagano ignoraba el dogma de la caída original.
Entonces decía lógicamente: analízate a ver qué hay en ti de bueno y qué hay de
malo. Jesús nos enseña simplemente a descalificarnos a priori, por lo cual ese
juicio previo del autoanálisis resulta harto inútil, dada la amplitud inmensa
que tuvo y que conserva nuestra caída original. Ella nos corrompió y depravó
nuestros instintos de tal manera, que San Pablo nos pudo decir con el Salmista:
"Todo hombre es mentiroso" (Rom. III, 4; Salmo CXV, 2). Por lo
cual el Profeta Jeremías nos previene: "Perverso es el corazón de
todos, e impenetrable: ¿Quién podrá conocerlo?" (Jer. XVII, 9). Ese
mismo profeta dice también: “Maldito el hombre que confía en el hombre"
(Ibid. 5), y de Jesús sabemos que no se fiaba de los hombres, "porque los
conocía a todos" (Juan II, 24).
II
La Iglesia católica ha sacado de esta doctrina revelada un conjunto
acabadísimo de definiciones dogmáticas sobre la necesidad de la divina gracia,
entre las cuales descuella el canon 22 del segundo Concilio Arausicano,
confirmado por Bonifacio II, que
hablando de la justificación por Cristo
dice terminantemente: "El hombre no tiene de propio más que la mentira
y el pecado" (Denz. 195). Es la misma doctrina que vemos expresada en
la Secuencia de la Misa de Pentecostés, en la cual decirnos al Espíritu Santo:
Sine tuo numine
nihil est in homine
nihil est innoxium.
Sin tu ayuda,
nada hay en el
hombre,
nada que sea bueno
O sea, todo lo bueno y santo de que nos
gloriamos, es vano, sino es lo que El nos dé. No otra cosa enseñó Jesús cuando
dijo que "el espíritu está pronto, pero la carne es flaca"
(Mat. XXVI, 41), por lo cual, para no caer, debernos velar y orar
constantemente a fin de recibir ese buen espíritu que no es nuestro sino que
nos viene de aquel Padre celestial que “dará el buen espíritu a quienes se lo
pidan" (Luc. XI, 13).
A la luz de esta doctrina revelada y
definida, se comprende ahora bien la suavidad de esa palabra de Jesús, que al
principio parecía tan dura: "Niégate a ti mismo". Bien vemos que ella
significa decirnos, para nuestro bien: líbrate de ese enemigo, pues ahora sabes
que es malo, corrompido, perverso. Si tú renuncias a ese mal amigo y consejero
que llevas adentro, yo lo sustituiré con mi Espíritu, sin el cual nada
puedes hacer (Juan XIII, 5).
¿Y cómo será de total ese apartamiento que necesitamos hacer del
auto-enemigo, puesto que Jesús
nos enseña que es indispensable nacer de nuevo, para poder entrar en el Reino
de Dios? (Juan III, 3). Renacer
del Espíritu, echar fuera aquel yo que nos aconsejaba y nos prometía quizá
tantas grandezas. Echarlo fuera, destituido de su cargo de consejero, por
mentiroso, malo e ignorante.
III
He aquí lo que tanto cuesta a nuestro
amor propio: reconocer que nuestro fulano de tal es "mentiroso" (Rom.
III, 4), y de suyo digno de la ira de Dios. Oh, el diablo se opondrá terriblemente a dejamos entender esto, porque él
–“padre de la mentira" (Juan 8, 44)-, sabe muy bien que aquí está toda la
sabiduría y toda nuestra felicidad: en saber vivir de prestado; del valor que
se nos da, a falta del propio.
Porque si bien miramos, todo el fruto de la Pasión de Cristo
consiste en habernos conseguido esa maravilla de que el Espíritu de Dios, que
es todo luz, y amor, y gozo, entre en nosotros, confortándonos, consolándonos,
inspirándonos en todo momento. Pero va sin decirlo que para entrar ese nuevo
rector es necesario que el anterior le ceda el puesto. Eso quiere decir
simplemente el negarse a si mismo.
De ahí que, quien no lo hace, está impidiendo su salvación, rechaza
la gracia, está diciéndole de hecho a Dios: yo no te necesito como rector,
porque me basto y me sobro. Ese tal ya está juzgado: la palabra que él no
quiso escuchar, esa es la que lo juzgará en el último día. (Juan XII, 48).
Dígnese nuestro Padre divino hacernos comprender estas luces a un
tiempo simples y profundísimas, sencillas y sublimes, para inspirarnos esa
fácil humildad que nos lleva sin esfuerzo al desprecio de nuestra opinión, una
vez que hemos descubierto su falacia, pues que es Jesús quien lo enseña, y a El hay que creerle, creerle todo cuanto
dice. "En esto consiste LA OBRA de Dios: en que creáis en Aquel que El
envió” (Juan VI, 29). "A
El habéis de escuchar" (Mat.
XVII, 5).
El que abra su alma a esta inmensa luz,
sentirá la necesidad de una humillación total, absoluta, delante del divino
Padre, que nos dio a Jesús y con El la sabiduría y la gracia. Y se entregará
apasionadamente al conocimiento del Evangelio para descubrir en esas palabras
de Jesús, lo que El nos promete de ellas, esto es: el espíritu y la vida
(Juan VI, 64), la verdad y la libertad (Juan VIII, 31-32); la
plenitud del gozo (Juan XVII, 13).
Entonces verá cuán pobre y cuán falaz era
aquella sabiduría sin Dios, que tanto se respeta todavía, entre los hombres más
prestigiosos, en nuestra civilización que, aunque se llame cristiana, se
inspira en gran parte en "el mundo", enemigo de Cristo.
Decir a un cristiano: "conócete a ti
mismo -bien se ve que hablo en el terreno religioso y sobrenatural, único que
aquí interesa—, es incurrir en la misma inconsecuencia que Kant (esta vez
descendemos al terreno filosófico) al emprender la crítica de la razón pura con
el propio instrumento de esa razón que, según él, era incapaz.
Los griegos no podían comprender esa
incapacidad del hombre para juzgarse a sí mismo: Era esta una luz reservada a
los discípulos del verdadero Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario