ANDA
(Mt 9,5-6)
¡Cuántas,
cuántas veces te he oído esa palabra en tu Evangelio! ¡Cuántas veces la debes
repetir en tu Sagrario!
Ese
anda era casi la única condición que ponías al agradecimiento de los
beneficiados por tus milagros.
Es
para hacerme pensar y meditar muy despacio que al paralítico a quien das
movimiento, al ciego y al leproso a quienes devuelves la salud, al muerto a
quien das vida, o a la pecadora a quien otorgas el más generoso de los
perdones, al apóstol a quien entregas el universo para convertirlo, a todo el
que pasa junto a Ti, sacándote virtud, le impones siempre este mandato: Anda...
¡Cuánto
dice esa palabra pronunciada en los momentos solemnes que seguían a aquellas
curaciones y operaciones estupendas!
El
«anda» de las madres
¿Os
habéis fijado en lo que hacen las madres, sobre todo las madres pobres
cristianas, con sus hijos pequeños antes de mandarlos a la escuela?
Han rezado con ellos las oraciones
de la mañana, los han lavado y peinado, han sustituido la ropita sucia o rota
del día anterior con otra limpia y remendada y después de darles el frugal
desayuno y de prepararles la meriendita en el canastillo que cuelgan del brazo
del pequeño escolar, estampan un beso sonoro en su frente, y... anda, hijo mío,
les dicen, mientras los ven partir bañados en las oleadas de una mirada toda
satisfacción y todo cariño.
El
«anda» del Evangelio
Se
parece mucho a este otro anda de las madres a sus hijos...
No
es la palabra de la despedida para siempre, no es la repulsa del que fastidia,
no, no es eso, es la palabra del Amor que ha terminado su obra y espera la
correspondencia, es la palabra de la complacencia no en el bien realizado sino
en la felicidad del que lo ha recibido, es el deber sobreponiéndose al gusto,
es el amor haciéndose principio y móvil de la actividad, es Jesús Madre despertando,
aseando, curando, vistiendo, engalanando, alimentando y besando a sus hijos
para que éstos vayan cada día con nuevo gusto al surco que les toca abrir... a
la siembra que les toca hacer... a la cosecha que les toca recoger...
Almas
de fe, que por misericordia de Él estáis de pie y sentís en el alma las santas
impaciencias del celo que quiere andar, o los penosos decaimientos de la
flaqueza humana que no quiere seguir andando, tomad este consejo que os da
quien conoce un poquito a Él y os quiere mucho a vosotras:
No
echéis a andar por ningún camino ni dejéis de andar por el que hayáis comenzado
mientras en vuestra Comunión de la mañana no oigáis el anda del Jesús Madre que
recibís. Es decir, que el Sagrario sea el punto de partida y el punto de
llegada de toda actividad.
Ya veréis qué bien se andan los caminos más escabrosos cuando al
pisarlos, y aun al herirnos, podemos saborear allá dentro el anda del
Jesús de la Comunión de aquella mañana...
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