martes, 21 de noviembre de 2017

Los contenidos cristológicos de la Declaración Dominus Iesus - Card. Ángelo Amato

 Presentación general de
los contenidos cristológicos
de la Declaración Dominus Iesus

Por el Card. Angelo Amato S.D.B.
Realizada en el año 2000
Siendo entonces consultor de la 
Congregación para la Doctrina de la Fe




Tres son sustancialmente, desde un punto de vista cristológico, los contenidos doctrinales que la Declaración DominusIesus trata de confirmar para contrastar interpretaciones erróneas o ambiguas sobre el acontecimiento central de la revelación cristiana, es decir, sobre el significado y sobre el valor universal del misterio de la Encarnación: 1. La plenitud y la definitividad de la Revelación de Jesús (nn. 5-8). 2. La unidad de la economía salvífica del Verbo encarnado y del Espíritu Santo (nn. 9- 12). 3. La unicidad y la universalidad del misterio salvífico de Jesucristo (nn. 13-16).
La reafirmación de la plenitud y de la definitividad de la revelación cristiana es una oposición a la tesis sobre el carácter limitado, incompleto e imperfecto de la revelación de Jesucristo, considerada por tanto complementaria a la que está presente en otras religiones. El fundamento de este aserto erróneo sería el hecho de que la plena y completa verdad sobre Dios no podría ser monopolio de ninguna religión histórica. Ninguna religión, y por consiguiente tampoco el cristianismo, podría expresar adecuadamente todo el entero misterio de Dios. Esta tesis es rechazada como contraria a la fe de la Iglesia. Jesús, en cuanto Verbo del Padre, es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6). Y es Él quien revela la plenitud del misterio de Dios: A Dios nadie lo ha visto nunca; precisamente el Hijo unigénito que está en el seno del Padre lo ha revelado (Jn 1, 18).
Precisamente, la Declaración pone de relieve que la fuente de la plenitud y de la universalidad de la revelación cristiana es la persona divina del Verbo encarnado: La verdad sobre Dios no queda abolida o reducida porque está dicha con un lenguaje humano; más bien al contrario, sigue siendo única, plena y completa, porque quien habla y actúa es el Hijo de Dios encarnado (n. 6). En consecuencia, la revelación cristiana cumple cualquier otra revelación salvífica de Dios a la Humanidad.

En este contexto, la Declaración propone dos aclaraciones: ante todo, la distinción entre fe teologal y creencia. A la verdad de la revelación cristiana se responde con la obediencia de la fe, virtud teologal que implica un asentimiento libre y personal a toda la verdad que Dios ha revelado. Si la fe es acogida de la verdad revelada por Dios, Uno y Trino, la creencia, en cambio, es experiencia religiosa a la búsqueda todavía de la verdad absoluta, y, por consiguiente, privada del asentimiento a Dios que se revela (n. 7).
La segunda aclaración se refiere a la hipótesis acerca del valor inspirado de los textos sagrados de otras religiones. Se reafirma, a este propósito que la tradición de la Iglesia reserva la cualificación de textos inspirados sólo a los libros canónicos del Antiguo y del Nuevo Testamento, en cuanto inspirados por el Espíritu Santo (n. 8). De todos modos, se reconocen las riquezas espirituales de los pueblos, a pesar de sus lagunas, insuficiencias y errores. En consecuencia, los libros sagrados de otras religiones, que de hecho alimentan y guían la existencia de sus fieles, reciben del misterio de Cristo los elementos de bondad y de gracia que están presentes en ellos (n. 8).

Tesis erróneas

* Por lo que respecta a la unidad de la economía salvífica del Verbo, la Declaración se propone contrastar tres tesis que, para fundar teológicamente el pluralismo religioso, tratan de relativizar y de disminuir la originalidad del misterio de Cristo. Una primera tesis considera a Jesús de Nazaret como una de tantas encarnaciones histórico-salvíficas del Verbo eterno, reveladora de lo divino en una medida no exclusiva, sino complementaria de otras figuras históricas. Contra tal hipótesis se reafirma la unidad entre el Verbo eterno y Jesús de Nazaret. Sólo Jesús es el Hijo y el Verbo del Padre. Es, pues, contrario a la fe cristiana introducir cualquier tipo de separación entre el Verbo y Jesucristo: Jesús es el Verbo encarnado, persona una e indivisible, que se hizo hombre para la salvación de todos (n. 10).
Derivada de la primera, una segunda tesis errónea establece una distinción dentro de la economía del misterio del Verbo, por lo que tendríamos una doble economía salvífica: la del Verbo eterno distinta de la del Verbo encarnado: La primera tendría una plusvalía de universalidad respecto a la segunda, limitada solamente a los cristianos, si bien la presencia de Dios en ella sería más plena (n. 9). La Declaración rechaza esta distinción y reafirma la fe de la Iglesia en la unicidad de la economía salvífica querida por Dios Uno y Trino, en cuya fuente y en cuyo centro está el misterio de la encarnación del Verbo, mediador de la gracia divina en el plan de la creación y de la redención (n. 11). Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, es el único mediador y redentor de toda la Humanidad. Si hay elementos de salvación y de gracia fuera del cristianismo, encuentran su fuente y su centro en el misterio de la encarnación del Verbo.
Una tercera tesis errónea separa, en cambio, la economía del Espíritu Santo de la del Verbo encarnado: la primera tendría una carácter más universal que la segunda. La Declaración rechaza también esta hipótesis como contraria a la fe católica. La encarnación del Verbo es, efectivamente, un acontecimiento salvífico trinitario: El misterio de Jesús, Verbo encarnado, constituye el lugar de la presencia del Espíritu Santo y el principio de su efusión a la Humanidad no sólo en los tiempos mesiánicos, sino también en los tiempos precedentes su venida en la Historia (n. 12). El misterio de Cristo está íntimamente conectado con el del Espíritu Santo, por lo cual la acción salvífica de Jesucristo, con y por su Espíritu, se extiende más allá de los confines visibles de la Iglesia, a toda la Humanidad. Hay una única economía divina trinitaria que abarca a la Humanidad entera, en virtud de la cual los hombres no pueden entrar en comunión con Dios si no es por medio de Cristo, bajo la acción del Espíritu (n. 12).
* La Declaración, por último, y contra la tesis que niega la unicidad y la universalidad salvífica del misterio de Cristo, reafirma que debe ser «firmemente creída», como dato perenne de la fe de la Iglesia, la verdad de Jesucristo, Hijo de Dios, Señor y Único Salvador, que en su acontecimiento de encarnación, muerte y resurrección ha llevado a cumplimiento la historia de la Salvación que tiene en Él su plenitud y su centro (n. 13). Recogiendo los numerosos datos bíblicos y magisteriales, se declara que la voluntad salvífica, universal de Dios Uno y Trino es ofrecida y cumplida de una vez para siempre en el misterio de la encarnación, muerte y resurrección del Hijo de Dios (n. 14).
En este sentido, la Declaración responde a las propuestas de evitar en teología términos como unicidad, universalidad y absoluticidad que pondrían un énfasis excesivo en el significado y en el valor del acontecimiento salvífico de Jesús, precisando que tal lenguaje trata de permanecer fiel al dato revelado. El uso de estos términos es asertivo; es decir, la Iglesia, desde el principio, ha creído en Jesucristo, Hijo unigénito del Padre, que con su encarnación ha regalado a la Humanidad la verdad de la revelación y su vida divina (n. 15).
Recordando estas doctrinas cristológicas, la Declaración se propone reafirmar sobre todo la firme conciencia de fe de la Iglesia contra hipótesis ambiguas y erróneas. En segundo lugar, ha tratado de invitar a una ulterior y más profunda exploración del significado de las figuras y de los elementos positivos de otras religiones. Si la única mediación del redentor no excluye, sino que suscita en las criaturas una variada cooperación (Lumen gentium, 62), queda todavía por profundizar el contenido de esta mediación participada, que sin embargo debe permanecer siempre regulada por el principio de la única mediación de Cristo (n. 14).
En suma: el debate teológico permanece abierto. Han sido cerradas únicamente aquellas vías que llevaban a callejones sin salida.


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