Presentación general de
los contenidos cristológicos
de la Declaración Dominus Iesus
Por el Card. Angelo Amato S.D.B.
Realizada en el año 2000
Siendo entonces consultor de la
Congregación para la Doctrina de la Fe
Tres son sustancialmente, desde un punto
de vista cristológico, los contenidos doctrinales que la Declaración DominusIesus trata de confirmar para contrastar interpretaciones erróneas o
ambiguas sobre el acontecimiento central de la revelación cristiana, es decir,
sobre el significado y sobre el valor universal del misterio de la Encarnación:
1. La plenitud y la definitividad de la Revelación de Jesús (nn. 5-8). 2. La
unidad de la economía salvífica del Verbo encarnado y del Espíritu Santo (nn.
9- 12). 3. La unicidad y la universalidad del misterio salvífico de Jesucristo
(nn. 13-16).
La reafirmación de la plenitud y de la
definitividad de la revelación cristiana es una oposición a la tesis sobre el
carácter limitado, incompleto e imperfecto de la revelación de Jesucristo,
considerada por tanto complementaria a la que está presente en otras
religiones. El fundamento de este aserto erróneo sería el hecho de que la plena
y completa verdad sobre Dios no podría ser monopolio de ninguna religión
histórica. Ninguna religión, y por consiguiente tampoco el cristianismo, podría
expresar adecuadamente todo el entero misterio de Dios. Esta tesis es rechazada
como contraria a la fe de la Iglesia. Jesús, en cuanto Verbo del Padre,
es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6). Y es Él quien
revela la plenitud del misterio de Dios: A Dios nadie lo ha visto
nunca; precisamente el Hijo unigénito que está en el seno del Padre lo ha
revelado (Jn 1, 18).
Precisamente, la Declaración pone de
relieve que la fuente de la plenitud y de la universalidad de la revelación
cristiana es la persona divina del Verbo encarnado: La verdad sobre
Dios no queda abolida o reducida porque está dicha con un lenguaje humano; más
bien al contrario, sigue siendo única, plena y completa, porque quien habla y
actúa es el Hijo de Dios encarnado (n. 6). En consecuencia, la
revelación cristiana cumple cualquier otra revelación salvífica de Dios a la
Humanidad.
En este contexto, la Declaración propone
dos aclaraciones: ante todo, la distinción entre fe teologal y creencia. A
la verdad de la revelación cristiana se responde con la obediencia de la fe,
virtud teologal que implica un asentimiento libre y personal a toda la verdad
que Dios ha revelado. Si la fe es acogida de la verdad revelada por Dios, Uno y
Trino, la creencia, en cambio, es experiencia religiosa a la búsqueda todavía
de la verdad absoluta, y, por consiguiente, privada del asentimiento a Dios que
se revela (n. 7).
La segunda aclaración se refiere a la
hipótesis acerca del valor inspirado de los textos sagrados de
otras religiones. Se reafirma, a este propósito que la tradición de la Iglesia
reserva la cualificación de textos inspirados sólo a los libros canónicos del
Antiguo y del Nuevo Testamento, en cuanto inspirados por el Espíritu Santo (n.
8). De todos modos, se reconocen las riquezas espirituales de los pueblos, a
pesar de sus lagunas, insuficiencias y errores. En consecuencia, los
libros sagrados de otras religiones, que de hecho alimentan y guían la
existencia de sus fieles, reciben del misterio de Cristo los elementos de
bondad y de gracia que están presentes en ellos (n. 8).
Tesis erróneas
* Por lo que respecta a la unidad de la
economía salvífica del Verbo, la Declaración se propone contrastar tres tesis
que, para fundar teológicamente el pluralismo religioso, tratan de relativizar
y de disminuir la originalidad del misterio de Cristo. Una primera tesis
considera a Jesús de Nazaret como una de tantas encarnaciones
histórico-salvíficas del Verbo eterno, reveladora de lo divino en una medida no
exclusiva, sino complementaria de otras figuras históricas. Contra tal
hipótesis se reafirma la unidad entre el Verbo eterno y Jesús de Nazaret. Sólo
Jesús es el Hijo y el Verbo del Padre. Es, pues, contrario a la fe cristiana
introducir cualquier tipo de separación entre el Verbo y Jesucristo: Jesús es
el Verbo encarnado, persona una e indivisible, que se hizo hombre para la
salvación de todos (n. 10).
Derivada de la primera, una segunda
tesis errónea establece una distinción dentro de la economía del misterio del
Verbo, por lo que tendríamos una doble economía salvífica: la del Verbo eterno
distinta de la del Verbo encarnado: La primera tendría una plusvalía de
universalidad respecto a la segunda, limitada solamente a los cristianos, si
bien la presencia de Dios en ella sería más plena (n. 9). La
Declaración rechaza esta distinción y reafirma la fe de la Iglesia en la
unicidad de la economía salvífica querida por Dios Uno y Trino, en cuya
fuente y en cuyo centro está el misterio de la encarnación del Verbo, mediador
de la gracia divina en el plan de la creación y de la redención (n.
11). Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, es el único mediador y redentor de
toda la Humanidad. Si hay elementos de salvación y de gracia fuera del
cristianismo, encuentran su fuente y su centro en el misterio de la encarnación
del Verbo.
Una tercera tesis errónea separa, en
cambio, la economía del Espíritu Santo de la del Verbo encarnado: la primera
tendría una carácter más universal que la segunda. La Declaración rechaza
también esta hipótesis como contraria a la fe católica. La encarnación del
Verbo es, efectivamente, un acontecimiento salvífico trinitario: El
misterio de Jesús, Verbo encarnado, constituye el lugar de la presencia del
Espíritu Santo y el principio de su efusión a la Humanidad no sólo en los
tiempos mesiánicos, sino también en los tiempos precedentes su venida en la
Historia (n. 12). El misterio de Cristo está íntimamente conectado con
el del Espíritu Santo, por lo cual la acción salvífica de Jesucristo, con y por
su Espíritu, se extiende más allá de los confines visibles de la Iglesia, a
toda la Humanidad. Hay una única economía divina trinitaria que abarca a la
Humanidad entera, en virtud de la cual los hombres no pueden entrar en
comunión con Dios si no es por medio de Cristo, bajo la acción del Espíritu (n.
12).
* La Declaración, por último, y contra
la tesis que niega la unicidad y la universalidad salvífica del misterio de
Cristo, reafirma que debe ser «firmemente creída», como dato perenne de
la fe de la Iglesia, la verdad de Jesucristo, Hijo de Dios, Señor y Único
Salvador, que en su acontecimiento de encarnación, muerte y resurrección ha
llevado a cumplimiento la historia de la Salvación que tiene en Él su plenitud
y su centro (n. 13). Recogiendo los numerosos datos bíblicos y
magisteriales, se declara que la voluntad salvífica, universal de Dios
Uno y Trino es ofrecida y cumplida de una vez para siempre en el misterio de la
encarnación, muerte y resurrección del Hijo de Dios (n. 14).
En este sentido, la Declaración responde
a las propuestas de evitar en teología términos como unicidad,
universalidad y absoluticidad que pondrían un énfasis
excesivo en el significado y en el valor del acontecimiento salvífico de Jesús,
precisando que tal lenguaje trata de permanecer fiel al dato revelado. El uso
de estos términos es asertivo; es decir, la Iglesia, desde el principio, ha
creído en Jesucristo, Hijo unigénito del Padre, que con su encarnación ha
regalado a la Humanidad la verdad de la revelación y su vida divina (n. 15).
Recordando estas doctrinas
cristológicas, la Declaración se propone reafirmar sobre todo la firme
conciencia de fe de la Iglesia contra hipótesis ambiguas y erróneas. En segundo
lugar, ha tratado de invitar a una ulterior y más profunda exploración del
significado de las figuras y de los elementos positivos de otras religiones.
Si la única mediación del redentor no excluye, sino que suscita en las
criaturas una variada cooperación (Lumen gentium, 62), queda
todavía por profundizar el contenido de esta mediación participada, que
sin embargo debe permanecer siempre regulada por el principio de la única
mediación de Cristo (n. 14).
En suma: el debate teológico permanece
abierto. Han sido cerradas únicamente aquellas vías que llevaban a callejones
sin salida.
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