NO
TEMÁIS, SOY YO
(Jn 6,20)
Vuelvo
a vosotras, almas doloridas, a daros nuevos alientos, a traeros nuevos aires
del Sagrario.
¡Es
tan humano el miedo!
¡Nos
visita con tanta frecuencia el dolor y nos acostumbramos tan poco a su visita!
Pudiera
decirse que nuestro corazón anda siempre entre el dolor del mal que se va y el
miedo del mal que viene.
Es
el Evangelio, el feliz descubridor de los secretos del Corazón de Jesús, el que
va a darte, pobre corazoncillo obligado a andar ese triste camino, una nueva
lección de valor, digo más, de alegría en el padecer.
El
por qué de nuestros miedos
¿Sabes
a qué atribuye el Evangelio muchos de tus miedos y de tus angustias?
A
tu falta de vista y de oído.
No
te extrañes de esta aparente incoherencia entre los males del corazón y los de
la vista y oído.
Créeme.
El sufrir es irremediable, somos hijos del pecado y el dolor es su necesario e
imprescindible redentor; pero el turbarse en el sufrir, el vivir muriendo por
el miedo a sufrir, el sentirse desgraciado porque se sufre, en una palabra, el
tenerse por esclavo del dolor y no como su señor, eso es y debe ser remediable
para un cristiano.
El
remedio del miedo
¿Cómo?
Como
te decía antes, abriendo los ojos y los oídos para ver y oír.
¿A
quién?
Hojea
el Evangelio y verás qué escena de grandes sufrimientos por no querer ver ni
oír a Jesucristo.
Era
la noche que había seguido al gran día de la multiplicación de los panes y de
los peces; el Maestro se había quedado solo en la tierra buscando su descanso
en la oración; sus discípulos dedicaron la noche a la pesca; sabían muy bien
que las multiplicaciones milagrosas de Aquél no les eximían de trabajar y
trabajar rudamente como en aquella ocasión en que el viento les era contrario;
por la madrugada, a eso de las tres, Jesús, andando sobre las aguas, se llega
hasta ellos, quedándose fuera de la barca.
Sus
discípulos se alarman, se asustan y gritan tomándolo por un fantasma.
El
buen Maestro sobre las aguas, les habla y les dice:
-Confiad,
soy yo, no temed.
A
pesar de esas palabras tan reanimantes y tan características de Él, siguen
encogidos por el miedo y no se atreven a responderle.
Jesús
lleva más adelante su condescendencia. Entra en la barca y manda enmudecer al
viento, que obedece.
El
estupor de los discípulos sube de punto.
Y
así callados y encogidos ellos por el miedo y pesaroso El de la desconfianza de
los suyos, pasaron la madrugada en el mar hasta llegar al ser de día a las
orillas de Genesaret, en donde desembarcaron.
Y
entonces, dice el santo Evangelio, lo conocieron...
Estudiad
esa escena y veréis en ella retratadas muchas escenas de nuestra vida.
En
aquélla había una contrariedad verdadera, real; la del viento tempestuoso que
dificultaba la pesca y ponía en peligro las vidas de los pescadores.
Y
de esa contrariedad ni se quejan ni se preocupan.
El
miedo al fantasma
En
cambio lo que les preocupa y acobarda y pone fuera de sí hasta dar gritos, es
el fantasma y la voz del fantasma y el poder del fantasma, que anda por las
aguas sin sumergirse y que serena los vientos...
¡Pobre
limitación humana!
¡Pobre
fe que tan pronto olvidas o que tan poco penetras!
Unas
horas no más, hacía que habías visto a Jesús hacer el milagro de multiplicar
panes y peces, mucho tiempo que lo venías oyendo y sabías además que quería
tanto a sus discípulos que su Corazón no le dejaba pasar una noche entera sin
tenerlos a su lado, debías ya conocer sus trazas de acudir al auxilio de los
suyos hasta con milagros cuando era menester y... ¡te pones a gritar delante de
Él, y a taparte la cara con las manos para defenderte del fantasma!
¿Cómo
explicar ese misterio, o, mejor, esa aberración?
El
Evangelista apunta con pena que el corazón de aquellos hombres estaba obcecado.
Corazón
que te extrañas y hasta te indignas ante esa cerrazón de vista y oído de los
discípulos acobardados, espera, detén tu extrañeza y tu indignación y aplícalas
a ti mismo.
El
miedo a Jesús
¡Se
te ha presentado tantas veces en medio de la noche de tus dolores y padeceres
el Médico divino para curártelos y lo has tomado como fantasma, obstinándote en
no dejarlo ejercer su caritativo oficio...!
¡Te
ha dicho tantas veces el confía, soy Yo... queriendo serenar las
tempestades de tu espíritu y tú le has respondido con gritos de protestas y de
miedo...!
¿No
has hecho eso cuando te ha visitado en forma de dolor o de contrariedad?
¿Y
no te parece que es tener a Jesucristo por un fantasma, creerlo tan cerquita de
nosotros en el Sagrario y dejarnos devorar y consumir por nuestras penillas,
como si éstas fueran más fuertes y poderosas que Él?
¿No
te parece ofuscación funestísima del corazón, saber que con sólo aplicar un
poquito el oído al Sagrario y quedarse allí en paz y silencio un ratito se oye
el «Confía, soy Yo, no temas» y dejarse envolver y ahogar por las olas de la tribulación?
Almas
obligadas a surcar los mares del dolor, no imitéis a los discípulos que
necesitan la luz del día para conocer al Maestro, imitad a los que, buscándolo
con humildad, limpieza y paz del corazón en el Sagrario, acaban por verlo y
oírlo de día y de noche, y en todas partes...
Madre
Inmaculada, ten mis ojos y mis oídos abiertos para que cuando tu Jesús me
visite, sea con vestiduras moradas de Pasión, sea con vestiduras blancas de
Transfiguración, mi alma lo vea, lo oiga y se dé cuenta de que es Él...
No hay comentarios:
Publicar un comentario