sábado, 18 de noviembre de 2017

Qué hace y qué dice el Corazón de Jesús en el Sagrario 33 - No temáis Soy Yo - San Manuel González García

NO TEMÁIS, SOY YO
(Jn 6,20)



Vuelvo a vosotras, almas doloridas, a daros nuevos alientos, a traeros nuevos aires del Sagrario.

¡Es tan humano el miedo!
¡Nos visita con tanta frecuencia el dolor y nos acostumbramos tan poco a su visita!
Pudiera decirse que nuestro corazón anda siempre entre el dolor del mal que se va y el miedo del mal que viene.
Es el Evangelio, el feliz descubridor de los secretos del Corazón de Jesús, el que va a darte, pobre corazoncillo obligado a andar ese triste camino, una nueva lección de valor, digo más, de alegría en el padecer.

El por qué de nuestros miedos
¿Sabes a qué atribuye el Evangelio muchos de tus miedos y de tus angustias?
A tu falta de vista y de oído.
No te extrañes de esta aparente incoherencia entre los males del corazón y los de la vista y oído.
Créeme. El sufrir es irremediable, somos hijos del pecado y el dolor es su necesario e imprescindible redentor; pero el turbarse en el sufrir, el vivir muriendo por el miedo a sufrir, el sentirse desgraciado porque se sufre, en una palabra, el tenerse por esclavo del dolor y no como su señor, eso es y debe ser remediable para un cristiano.

El remedio del miedo

¿Cómo?
Como te decía antes, abriendo los ojos y los oídos para ver y oír.
¿A quién?
Hojea el Evangelio y verás qué escena de grandes sufrimientos por no querer ver ni oír a Jesucristo.
Era la noche que había seguido al gran día de la multiplicación de los panes y de los peces; el Maestro se había quedado solo en la tierra buscando su descanso en la oración; sus discípulos dedicaron la noche a la pesca; sabían muy bien que las multiplicaciones milagrosas de Aquél no les eximían de trabajar y trabajar rudamente como en aquella ocasión en que el viento les era contrario; por la madrugada, a eso de las tres, Jesús, andando sobre las aguas, se llega hasta ellos, quedándose fuera de la barca.
Sus discípulos se alarman, se asustan y gritan tomándolo por un fantasma.
El buen Maestro sobre las aguas, les habla y les dice:
-Confiad, soy yo, no temed.
A pesar de esas palabras tan reanimantes y tan características de Él, siguen encogidos por el miedo y no se atreven a responderle.
Jesús lleva más adelante su condescendencia. Entra en la barca y manda enmudecer al viento, que obedece.
El estupor de los discípulos sube de punto.
Y así callados y encogidos ellos por el miedo y pesaroso El de la desconfianza de los suyos, pasaron la madrugada en el mar hasta llegar al ser de día a las orillas de Genesaret, en donde desembarcaron.
Y entonces, dice el santo Evangelio, lo conocieron...
Estudiad esa escena y veréis en ella retratadas muchas escenas de nuestra vida.
En aquélla había una contrariedad verdadera, real; la del viento tempestuoso que dificultaba la pesca y ponía en peligro las vidas de los pescadores.
Y de esa contrariedad ni se quejan ni se preocupan.

El miedo al fantasma
En cambio lo que les preocupa y acobarda y pone fuera de sí hasta dar gritos, es el fantasma y la voz del fantasma y el poder del fantasma, que anda por las aguas sin sumergirse y que serena los vientos...
¡Pobre limitación humana!
¡Pobre fe que tan pronto olvidas o que tan poco penetras!
Unas horas no más, hacía que habías visto a Jesús hacer el milagro de multiplicar panes y peces, mucho tiempo que lo venías oyendo y sabías además que quería tanto a sus discípulos que su Corazón no le dejaba pasar una noche entera sin tenerlos a su lado, debías ya conocer sus trazas de acudir al auxilio de los suyos hasta con milagros cuando era menester y... ¡te pones a gritar delante de Él, y a taparte la cara con las manos para defenderte del fantasma!
¿Cómo explicar ese misterio, o, mejor, esa aberración?
El Evangelista apunta con pena que el corazón de aquellos hombres estaba obcecado.
Corazón que te extrañas y hasta te indignas ante esa cerrazón de vista y oído de los discípulos acobardados, espera, detén tu extrañeza y tu indignación y aplícalas a ti mismo.

El miedo a Jesús
¡Se te ha presentado tantas veces en medio de la noche de tus dolores y padeceres el Médico divino para curártelos y lo has tomado como fantasma, obstinándote en no dejarlo ejercer su caritativo oficio...!
¡Te ha dicho tantas veces el confía, soy Yo... queriendo serenar las tempestades de tu espíritu y tú le has respondido con gritos de protestas y de miedo...!
¿No has hecho eso cuando te ha visitado en forma de dolor o de contrariedad?
¿Y no te parece que es tener a Jesucristo por un fantasma, creerlo tan cerquita de nosotros en el Sagrario y dejarnos devorar y consumir por nuestras penillas, como si éstas fueran más fuertes y poderosas que Él?
¿No te parece ofuscación funestísima del corazón, saber que con sólo aplicar un poquito el oído al Sagrario y quedarse allí en paz y silencio un ratito se oye el «Confía, soy Yo, no temas» y dejarse envolver y ahogar por las olas de la tribulación?
Almas obligadas a surcar los mares del dolor, no imitéis a los discípulos que necesitan la luz del día para conocer al Maestro, imitad a los que, buscándolo con humildad, limpieza y paz del corazón en el Sagrario, acaban por verlo y oírlo de día y de noche, y en todas partes...
Madre Inmaculada, ten mis ojos y mis oídos abiertos para que cuando tu Jesús me visite, sea con vestiduras moradas de Pasión, sea con vestiduras blancas de Transfiguración, mi alma lo vea, lo oiga y se dé cuenta de que es Él...


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