Con motivo de su
viaje a Chile en 1987, el Papa Juan Pablo II pronunció estas palabras llenas de
esperanza: «¿Podrá también en nuestros días el Espíritu suscitar apóstoles de
la estatura del padre Hurtado, que muestren con su abnegado testimonio de
caridad la vitalidad de la Iglesia? Estamos seguros que sí; y se lo pedimos con
fe».
Alberto Hurtado
Cruchaga nace en Viña del Mar, Chile, el 22 de enero de 1901. Sólo tiene cuatro
años cuando muere su padre. Su madre, Ana, en medio de la angustia de aquella
repentina viudez que la deja sin recursos, se refugia con sus dos hijos en la
capital, Santiago. Al carecer de domicilio, no tienen más remedio que ir de
casa en casa a merced de parientes más o menos benévolos. Alberto sufre mucho a
causa de esa precariedad familiar, pero, a pesar de todo, consigue culminar la
escolaridad y, en marzo de 1918, empieza estudios de derecho en la Universidad
Católica de Chile.
«¿A quiénes amar?»
Los años difíciles
de su infancia marcan profundamente al joven Alberto, ya que, durante toda su
vida, se dedicará a cuidar de los desdichados. Se entrega a actividades
apostólicas a favor de ellos y, si se compromete en política, es para
procurarles ayuda social. Tanto es así que es incapaz de ver el dolor o una
necesidad cualquiera sin intentar ponerles remedio. Más tarde escribirá: «¿A
quiénes amar? A todos mis hermanos de humanidad. Sufrir con sus fracasos, con
sus miserias, con la opresión de que son víctimas. Alegrarme de sus alegrías.
Comenzar por traer de nuevo a mi espíritu todos aquellos a quienes he
encontrado en mi camino: Aquellos de quienes he recibido la vida, quienes me
han dado la luz y el pan. Aquellos con los cuales he compartido techo y pan«
Aquellos a quienes he combatido, a quienes he causado dolor, amargura, daño« A
todos aquellos a quienes he socorrido, ayudado, sacado de un apuro« Los que me
han contrastado, me han despreciado, me han hecho daño« Todos los de mi ciudad,
los de mi país« Todos los del mundo: son mis hermanos».
¿Es posible, no
obstante, semejante amor para con el prójimo? El Papa Benedicto XVI responde
que sí: «De este modo se ve que es posible el amor al prójimo en el sentido
enunciado por la Biblia, por Jesús. Consiste justamente en que, en Dios y con
Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco. Esto
sólo puede llevarse a cabo a partir del encuentro íntimo con Dios, un encuentro
que se ha convertido en comunión de voluntad, llegando a implicar el
sentimiento. Entonces aprendo a mirar a esta otra persona no ya sólo con mis
ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo. Su amigo es mi
amigo. Más allá de la apariencia exterior del otro, descubro su anhelo interior
de un gesto de amor, de atención« Puedo dar al otro mucho más que cosas
externas necesarias: puedo ofrecerle la mirada de amor que él necesita»
(Encíclica Deus caritas est, 25 de diciembre de 2005, n. 18).
Alberto duda entre el sacerdocio, la vida consagrada y el matrimonio. Finalmente, después de una intensa plegaria, se ofrece al Señor: «Yo te hago la entrega de todo lo que soy y poseo, yo deseo dártelo todo, servirte donde no haya restricción alguna en mi don total»; a continuación, opta por el noviciado de la Compañía de Jesús. El 7 de agosto de 1923, el joven aprueba con brillantez el examen final en la Universidad Católica y recibe el título de abogado. A pesar de la perspectiva de un futuro que se presenta muy prometedor, él prefiere ingresar en el noviciado de los jesuitas. Escribe lo siguiente a un amigo: «Por fin me tienes de jesuita, feliz y contento como no se puede ser más en la tierra: reboso de alegría y no me canso de dar gracias a Nuestro Señor porque me ha traído a este verdadero paraíso, donde uno puede dedicarse a Él las 24 horas del día». Es enviado a Córdoba, Argentina, donde profesa sus votos el 15 de agosto de 1925. Su espíritu de servicio le mueve a solicitar los humildes trabajos de la cocina. Se aplica a la práctica de las virtudes, en especial la del respeto al prójimo: «No criticar a mis hermanos, velar sus defectos, hablar de sus cualidades« Hablar siempre bien de los superiores y de sus disposiciones». En efecto, pues «el honor es el testimonio social dado a la dignidad humana, y cada uno posee un derecho natural al honor de su nombre, a su reputación y a su respeto. Así, la maledicencia y la calumnia lesionan las virtudes de la justicia y de la caridad» (Catecismo de la Iglesia Católica, 2479).
Alberto Hurtado es
enviado a España para estudiar teología. Pero en 1931, los disturbios políticos
que castigan la Península Ibérica le obligan a dirigirse a la Universidad de
Lovaina, en Bélgica. Los testimonios de sus hermanos son unánimes cuando lo
describen diciendo que es alegre, ardiente en el trabajo y servicial con todos.
El 24 de agosto de 1933, es ordenado sacerdote. «¡Ya me tiene sacerdote del
Señor! –escribe a un amigo« Dios me ha concedido la gran gracia de vivir
contento en todas las casas por donde he pasado y con todos los compañeros que
he tenido. Pero ahora, al recibir para siempre la ordenación sacerdotal, mi
alegría llega a su colmo. Ahora ya no deseo más que ejercer mi ministerio
sacerdotal con la mayor plenitud posible de vida interior y de actividad
exterior compatible con la primera. El secreto de esta adaptación y del éxito
está en la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, es decir, al Amor desbordante
de Nuestro Señor».
Lo más alto posible
Colabora en la
fundación de la Facultad de Teología de la Universidad Católica de Chile,
teniendo grandes dificultades para encontrar profesores, libros y
publicaciones. El 10 de octubre de 1935, defiende brillantemente su tesis
doctoral en pedagogía en la Universidad de Lovaina, visitando a continuación
diversos centros educativos por varios países de Europa. De regreso a Santiago
de Chile en febrero de 1936, el padre Alberto empieza a dar clases en el
colegio de los jesuitas, atrayendo a los jóvenes y animándolos a realizar obras
sociales y de caridad. Durante los retiros espirituales según los Ejercicios de
san Ignacio, exhorta a las almas a un encuentro cada vez más profundo con el
Señor, ayudándolas a buscar con seriedad la voluntad de Dios: «Los retiros son
para almas que quieran subir, y mientras más arriba mejor; son para quienes han
entendido qué significa Amar, y que el cristianismo es amor, que el gran
mandamiento por excelencia es el amor».
Imbuido de un gran
fervor sacerdotal, el padre Hurtado es un modelo de devoción eucarística; un
misionero capuchino llegó a decir que si los sacerdotes celebrasen la Misa de
la misma manera que él, todos llegarían a ser santos. En 1941, es nombrado
capellán de la Acción Católica de los jóvenes para la ciudad de Santiago, lo
que extiende su apostolado a los alumnos de los institutos públicos. Su tarea
consiste en fomentar las vocaciones. En un libro que lleva por título ¿Es
Chile un país católico?, abre los ojos de sus contemporáneos sobre de la
situación de su país, señalando el grave problema de la escasez de vocaciones
sacerdotales. Sin embargo, esa dificultad no merma su natural optimismo, y su
éxito pastoral le valdrá muy pronto para convertirse en capellán nacional de la
juventud católica. Durante sus viajes por el país, predica por todas partes a
favor de los retiros espirituales.
Con motivo de una
gran procesión con antorchas en honor de la Santísima Virgen María, en la
colina que domina Santiago, el padre Alberto interpela a los miles de jóvenes
presentes con estas palabras: «Si Cristo descendiese esta noche caldeada de
emoción, les repetiría, mirando la ciudad oscura: «Me compadezco de ella», y
volviéndose a ustedes les diría con ternura infinita: «Ustedes son la luz del
mundo« Ustedes son los que deben alumbrar estas tinieblas. ¿Quieren colaborar
conmigo? ¿Quieren ser mis apóstoles?»». El padre se hace eco de esa manera de
san Ignacio, quien, en sus Ejercicios espirituales, presta a Jesús estas
palabras: «Mi voluntad es de conquistar todo el mundo y todos los enemigos, y
así entrar en la gloria de mi Padre; por tanto, quien quisiere venir conmigo ha
de trabajar conmigo, porque, siguiéndome en la pena, también me siga en la
gloria» (n. 95). Y el padre Hurtado comenta, poniendo estas palabras en boca de
Jesús: «Necesito de ti« No te obligo, pero necesito de ti para realizar mis
planes de amor. Si tú no vienes, una obra quedará sin hacerse que tú, sólo tú
puedes realizar. Nadie puede tomar esa obra, porque cada uno tiene su parte de
bien que realizar. Mira el mundo: los campos amarillean, cuánta hambre, cuánta
sed en el mundo« Hay un hambre en muchos de Religión, de espíritu, de confianza,
de sentido de la vida».
El éxito de los
fracasos
Pero el celo del
padre Hurtado no es comprendido por todos. Se le acusa de falta de sumisión a
la jerarquía, de tener ideas avanzadas y excesivas en el ámbito social, así
como una exagerada independencia con respecto a las otras ramas de la Acción
Católica. La oposición procede sobre todo del capellán general de la juventud.
En noviembre de 1944, el padre Hurtado considera conveniente dimitir de su
cargo de capellán de la Acción Católica, lo que le produce un profundo
sufrimiento. Sin embargo, no pierde de vista la fecundidad de esa tribulación,
según escribe: «En la acción cristiana hay ¡el éxito de los fracasos! ¡Los
triunfos tardíos! En el mundo de lo invisible, lo que en apariencia no sirve,
es lo que sirve más. Un fracaso completo aceptado de buen grado, tiene más
éxito sobrenatural que todos los triunfos. Sembrar sin preocuparse de lo que
saldrá. No cansarse de sembrar. Dar gracias a Dios de los frutos apostólicos de
mis fracasos. Cuando Cristo habló al joven rico del Evangelio, fracasó, pero,
cuántos han escuchado la lección; y ante la Eucaristía, huyeron, pero ¡cuántos
han venido después! ¡Trabajarás!, tu celo parecerá muerto, pero ¡cuántos
vivirán gracias a ti!».
Una noche fría y
lluviosa, se encuentra con un pobre hombre, enfermo y tiritando, que se le
acerca y que le dice no tener dónde guarecerse. Aquella miseria le hace
estremecerse. Unos días después, dando un retiro a un grupo de mujeres, habla
sobre la miseria que reina en Santiago: «Cristo vaga por nuestras calles en la
persona de tantos pobres, enfermos, desalojados de su mísero conventillo«
¡Cristo no tiene hogar! ¿No queremos dárselo nosotros, los que tenemos la dicha
de tener hogar confortable, comida abundante, medios para educar y asegurar el
porvenir de los hijos? Lo que hagan al más pequeño de mis hermanos, me lo
hacen a mí, ha dicho Jesús (Mt 25, 45)». A la salida del retiro, recibe un
terreno, joyas y varios cheques, que permiten la fundación del «Hogar de
Cristo». Seis meses más tarde, el arzobispo de Santiago bendice su primera
sede. A partir de entonces, esa obra no dejará de expandirse para poder recibir
a los más pobres, creando una corriente de solidaridad que sobrepasará las
fronteras del país. Pero su objetivo es principalmente espiritual: «Una de las
primeras cualidades que hay que devolver a nuestros indigentes es la conciencia
de su valor de personas, de su dignidad de ciudadanos, más aún, de hijos de
Dios».
La primera pobreza
Esta experiencia del
padre Hurtado ilustra a la perfección las intenciones del Papa Benedicto XVI en
su mensaje para la Cuaresma de 2006: «Ante los terribles desafíos de la pobreza
de gran parte de la humanidad, la indiferencia y el encerrarse en el propio
egoísmo aparecen como un contraste intolerable frente a la «mirada» de Cristo«
Hoy, en el contexto de la interdependencia global, se puede constatar que
ningún proyecto económico, social o político puede sustituir el don de uno
mismo a los demás en el que se expresa la caridad. Quien actúa según esta
lógica evangélica vive la fe como amistad con el Dios encarnado y, como Él, se
preocupa por las necesidades materiales y espirituales del prójimo. Lo mira
como un misterio inconmensurable, digno de infinito cuidado y atención. Sabe
que quien no da a Dios, da demasiado poco; como decía a menudo la beata Teresa
de Calcuta: «la primera pobreza de los pueblos es no conocer a Cristo». Por
esto es preciso ayudar a descubrir a Dios en el rostro misericordioso de
Cristo: sin esta perspectiva, no se construye una civilización sobre bases
sólidas».
En 1947, el padre
Hurtado funda, junto a jóvenes universitarios, la Acción Sindical y Económica
Chilena (ASICH), como un modo de buscar «la manera de realizar una labor que
hiciera presente a la Iglesia en el terreno del trabajo organizado». La obra
ofrece a los obreros una formación cristiana centrada en la enseñanza social de
la Iglesia, a fin de defender la dignidad del trabajo humano fuera de toda
influencia ideológica. Hay gente –escribe el padre– que quiere progresar pero
sin dolor. No han entendido lo que significa crecer. Quieren desarrollarse
mediante el canto, el estudio, el placer, pero no mediante el hambre, la
angustia, el fracaso, el duro esfuerzo de cada día, ni mediante la aceptación
de la impotencia que nos enseña a encomendarse al poder de Dios; ni mediante el
abandono de los proyectos personales, que nos ayuda a reconocer los de Dios. El
sufrimiento es beneficioso porque me muestra mis límites, me purifica, me ayuda
a colgarme de la cruz de Cristo, me obliga a volver mi rostro hacia Dios». En
el contexto de ese trabajo, el padre se dirige a los Estados Unidos y a Europa,
participando, entre otras cosas, en la 34a Semana Social en París, y luego
en la Semana Internacional de los jesuitas en Versalles. En Lión, participa en
un congreso de teólogos moralistas sobre las relaciones entre la Iglesia y el
Estado. Su opinión sobre el movimiento católico social en Francia es positiva,
pero mantiene ciertas reservas, sobre todo respecto a las intenciones oídas en
el Congreso de Lión, donde constata «un afán excesivo de renovación y una
tendencia a olvidar los valores reales de la Iglesia, la visión tradicional»,
tendencia que tiene como consecuencia dejar a la Iglesia «sin dirigentes
auténticamente cristianos, sino con hombres de mística social, pero no
cristiano-social»; pero, a la vez, señala que «hay mucho deseo de servir a la
Iglesia, y una abnegación realísima». Con motivo de una peregrinación a Roma,
en octubre de ese mismo año, recibe ánimos del general de los jesuitas, así
como del Papa Pío XII.
Como una roca
golpeada por las olas
De regreso a Chile,
el padre Hurtado madura su proyecto de la ASICH, poniendo como punto de partida
su sólido fundamento en Cristo y en la Iglesia. En 1948, imparte conferencias
muy apreciadas que atraen en ocasiones a más de cuatro mil personas, y que son
retransmitidas por radio. Sin embargo, es objeto de malentendidos y de críticas
injustificadas. Él mismo había escrito: «Si alguien ha comenzado a vivir para
Dios en abnegación y amor a los demás, todas las miserias se darán cita en su
puerta». De hecho, anota lo siguiente: «Soy con frecuencia como una roca
golpeada por todos lados por las olas que suben. No queda más escapada que por
arriba. Durante una hora, durante un día, dejo que las olas azoten la roca; no
miro el horizonte, sólo miro hacia arriba, hacia Dios. ¡Oh bendita vida activa,
toda consagrada a mi Dios, toda entregada a los hombres, y cuyo exceso mismo me
conduce para encontrarme a dirigirme hacia Dios! Él es la sola salida posible
en mis preocupaciones, mi único refugio».
Pero el padre
Hurtado, que es un santo, mantiene los pies en el suelo, pues sabe que el
hombre, incluso en el servicio a Dios, debe controlar sus energías: «No hay que
exagerar y disipar sus fuerzas en un exceso de tensión conquistadora. El hombre
generoso tiende a marchar demasiado a prisa: querría instaurar el bien y
pulverizar la injusticia, pero hay una inercia de los hombres y de las cosas
con la cual hay que contar. Místicamente se trata de caminar al paso de Dios,
de tomar su sitio justo en el plan de Dios. Todo esfuerzo que vaya más lejos es
inútil, más aún, nocivo. A la actividad reemplazará el activismo que se sube
como el champán, que pretende objetos inalcanzables, quita todo tiempo para la
contemplación; deja el hombre de ser el dueño de su vida« El peligro del exceso
de acción es la compensación. Un hombre agotado busca fácilmente la
compensación. Este momento es tanto más peligroso cuanto que se ha perdido una
parte del control de sí mismo: el cuerpo está cansado, los nervios agitados, la
voluntad vacilante. Las mayores tonterías son posibles en estos momentos.
Entonces hay sencillamente que disminuir el ritmo, volver a encontrar la calma
entre amigos bondadosos, recitar maquinalmente el rosario y dormitar dulcemente
en Dios».
En enero de 1950, el
episcopado boliviano lo invita a participar en la Primera Concentración
Nacional de Dirigentes del Apostolado Económico Social. También la Juventud
Agrícola Católica boliviana reclama su presencia en una asamblea nacional. «Ha
llegado la hora en que nuestra acción económico-social debe cesar de
contentarse con repetir consignas generales sacadas de las encíclicas de los
Pontífices, y que debe proponer soluciones bien estudiadas de aplicación
inmediata en el campo económico y social». Mientras tanto, impulsado por su
interés por el apostolado intelectual, funda la revista Mensaje, revista que
desea de «vuelo», con la finalidad de dar formación religiosa, filosófica y
social.
Una colaboración de
cada momento
Pero la profundidad
del alma del padre Hurtado se revela sobre todo con motivo de su última
enfermedad y de su muerte. Sabiendo que padece un cáncer de páncreas, exclama:
«¡Cómo no voy a estar contento! ¡Cómo no estar agradecido con Dios! En lugar de
una muerte violenta me manda una larga enfermedad para que pueda prepararme.
Verdaderamente, Dios ha sido para mí un Padre cariñoso, el mejor de los
padres». Desde hacía tiempo, nuestro santo había organizado su intensa
actividad para ese momento: «La vida ha sido dada al hombre para cooperar con
Dios, para realizar su plan; la muerte es el complemento de esa colaboración,
pues es la entrega de todos nuestros poderes en manos del Creador. Que cada día
sea como la preparación de mi muerte, entregándome minuto a minuto a la obra de
cooperación que Dios me pide, cumpliendo mi misión, la que Dios espera de mí,
la que no puedo hacer sino yo». El padre Hurtado ha deseado siempre la vida
eterna, es decir, el encuentro definitivo con Cristo. Así lo muestra en una de
sus páginas: «¿Y yo?, ante mí la eternidad. Yo, un disparo en la eternidad« No
apegarme aquí, sino a través de todo mirar la vida venidera. Que todas las
creaturas sean transparentes y me dejen siempre ver a Dios y la eternidad. A la
hora que se hagan opacas, me vuelvo terreno y estoy perdido. Después de mí la
eternidad. Allá voy y muy pronto« Cuando uno piensa que tan pronto terminará lo
presente, saca uno la conclusión: ser ciudadanos del cielo, no del suelo». La
imagen del disparo, además de manifestar la fugacidad de la vida, insiste en
que la vida está concentrada en una sola dirección: la eternidad. Es esta
visión de eternidad lo que le había llevado a comprometerse tan profundamente
con el mundo y con los hombres, según escribe: «Encerrar a los hombres en mi
corazón, todos a la vez. Pero cada uno en su lugar, pues, como es normal, hay
diferentes lugares en un corazón de hombre« Hacer en Cristo la unidad de mis amores.
Todo esto en mí como una ofrenda, como un don que revienta el pecho; un
movimiento de Cristo en mi interior que despierta y aviva mi caridad; un
movimiento de la humanidad, por mí, hacia Cristo. ¡Eso es ser sacerdote!».
El padre Hurtado
muere santamente el 18 de agosto de 1952, rodeado de sus hermanos de comunidad.
Pocos días antes, había escrito: «Al partir, volviendo a mi Padre Dios, me
permito confiarles un último anhelo: a medida que aparezcan las necesidades y
dolores de los pobres, busquen cómo se ayudaría al Maestro». La Misa de
funerales resulta un verdadero triunfo. Al salir de la iglesia, se forma en el
cielo una cruz de nubes, hecho impresionante que aparece en los periódicos de
la época.
El padre Hurtado fue
beatificado el 16 de octubre de 1994 por Juan Pablo II, y canonizado el 23 de
octubre de 2005 por Benedicto XVI, que resaltaba lo siguiente: «El ministerio
sacerdotal de san Alberto Hurtado se distinguía por su sensibilidad y
disponibilidad hacia los demás, siendo la verdadera imagen viva del
Maestro apacible y humilde de corazón. Al final de sus días, y a pesar de
los intensos dolores de la enfermedad, tuvo fuerzas para seguir repitiendo:
«Estoy contento, Señor, estoy contento», expresando de ese modo el gozo con el
que siempre había vivido».
Pidamos a san
Alberto Hurtado que nos conceda la gracia del gozo profundo en el servicio a
Dios y al prójimo, a través de los sufrimientos que imponga esa dedicación.
Dom Antoine Marie osb
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