SAN JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 31 de enero de 1996
Anuncio de la maternidad mesiánica
1. Tratando de la
figura de María en el Antiguo Testamento, el Concilio (cf. Lumen gentium,
55) se refiere al conocido texto de Isaías, que ha atraído de modo particular
la atención de los primeros cristianos: "He aquí que una doncella está
encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel" (Is 7,
14).
En el contexto del
anuncio del ángel, que invita a José a tomar consigo a María su esposa,
"porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo", Mateo atribuye
un significado cristológico y mariano al oráculo. En efecto, añade: "Todo
esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta:
Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel,
que quiere decir: 'Dios con nosotros' " (Mt 1, 22-23).
2. Esta profecía, en
el texto hebreo, no anuncia explícitamente el nacimiento virginal del Emmanuel.
En efecto, el vocablo usado (almah) significa simplemente una mujer
joven, no necesariamente una virgen. Además, es sabido que la tradición
judaica no proponía el ideal de la virginidad perpetua, ni había expresado
nunca la idea de una maternidad virginal.
Por el contrario, en la traducción griega, el vocablo hebreo se tradujo con el término párthenos, virgen. En este hecho, que podría parecer simplemente una particularidad de la traducción, debemos reconocer una misteriosa orientación dada por el Espíritu Santo a las palabras de Isaías, para preparar la comprensión del nacimiento extraordinario del Mesías. La traducción con el término virgen se explica basándose en el hecho de que el texto de Isaías prepara con gran solemnidad el anuncio de la concepción y lo presenta como un signo divino (cf. Is 7, 10-14), suscitando la espera de una concepción extraordinaria. Ahora bien, que una mujer joven conciba un hijo después de haberse unido al marido no constituye un hecho extraordinario. Por otra parte, el oráculo no alude de ningún modo al marido. Esa formulación sugería, por tanto, la interpretación que después se dio en la versión griega.
3. En el contexto
original, el oráculo de Isaías 7, 14 constituía la respuesta divina a
una falta de fe del rey Acaz, que, frente a la amenaza de una invasión de los
ejércitos de los reyes vecinos, buscaba su salvación y la de su reino en la
protección de Asiria. Al aconsejarle que pusiera su confianza sólo en Dios, y
renunciara a la temible intervención asiria, el profeta Isaías lo invita en
nombre del Señor a un acto de fe en el poder divino: "Pide para ti una señal
del Señor tu Dios...". Ante el rechazo del rey, que prefiere buscar la
salvación en la ayuda humana, el profeta pronuncia el célebre oráculo:
"Oíd, pues, casa de David: ¿Os parece poco cansar a los hombres, que
cansáis también a mi Dios? Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He
aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo y le pondrá por
nombre Emmanuel'' (Is 7, 13-14).
El anuncio del signo
del Emmanuel, Dios con nosotros, implica la promesa de la presencia
divina en la historia que encontrará su pleno significado en el misterio de la
encarnación del Verbo.
4. En el anuncio del
nacimiento prodigioso del Emmanuel, la indicación de la mujer que concibe y da
a luz muestra cierta intención de unir la madre al destino del hijo ―un
príncipe destinado a establecer un reino ideal, el reino mesiánico―, y
permite vislumbrar un designio divino particular, que destaca el papel de la
mujer.
En efecto, el signo no
es sólo el niño, sino también la concepción extraordinaria, revelada después en
el parto, acontecimiento pleno de esperanza que subraya el papel central de la
madre.
Además, el oráculo del
Emmanuel se ha de entender en la perspectiva que abrió la promesa hecha a
David, promesa que se lee en el segundo libro de Samuel. Aquí el profeta Natán
promete al rey el favor divino para su descendiente: "Él constituirá una
casa para mi Nombre y yo consolidaré el trono de su realeza para siempre. Yo
seré para él padre y él será para mí hijo" (2 S 7, 13-14).
Ante la estirpe
davídica, Dios quiere desempeñar una función paternal, que manifestará su
significado pleno y auténtico en el Nuevo Testamento, con la encarnación del
Hijo de Dios en la familia de David (cf. Rm 1, 3).
5. El mismo profeta
Isaías, en otro texto muy conocido, reafirma el carácter excepcional del
nacimiento del Emmanuel. Estas son sus palabras: "Un niño nos ha nacido,
un hijo se nos ha dado. Estará el señorío sobre su hombro, y es su nombre
"Maravilla de consejero", "Dios fuerte", "Padre
perpetuo" "Príncipe de paz" (Is 9, 5). Así, en la serie de
nombres dados al niño, el profeta expresa las cualidades de su misión real:
sabiduría, fuerza, benevolencia paterna y acción pacificadora.
Aquí ya no se nombra a
la madre, pero la exaltación del hijo, que da al pueblo todo lo que puede
esperarse en el reino mesiánico, la comparte también la mujer que lo ha
concebido y dado a luz.
6. Del mismo modo, un
famoso oráculo de Miqueas alude al nacimiento del Emmanuel. Dice el profeta:
"Mas tú Belén de Efratá, aunque eres la menor entre las aldeas de Judá, de
ti ha de salir aquel que ha de dominar en Israel, y cuyos orígenes son de
antigüedad, desde los días de antaño. Por eso él los abandonará hasta el tiempo
en que dé a luz la que ha de dar a luz..." (Mi 5 1-2). En estas
palabras resuena la espera de un parto rebosante de esperanza mesiánica, en el
que se resalta, una vez más el papel de la madre, recordada y exaltada
explícitamente por el admirable acontecimiento que trae gozo y salvación.
7. El favor que Dios
concedió a los humildes y a los pobres (cf. Lumen gentium, 55)
preparó de un modo más general la maternidad virginal de María.
Los pobres poniendo
toda su confianza en el Señor, anticipan con su actitud el significado profundo
de la virginidad de María, que, renunciando a la riqueza de la maternidad
humana, esperó de Dios toda la fecundidad de su propia vida.
Así pues, el Antiguo
Testamento no contiene un anuncio formal de la maternidad virginal, que se
reveló plenamente sólo en el Nuevo Testamento. Sin embargo, el oráculo de
Isaías (Is 7, 14) prepara la revelación de este misterio, y, en este
sentido se precisó en la traducción griega del Antiguo Testamento. El evangelio
de Mateo, citando el oráculo traducido de este modo, proclama su perfecto
cumplimiento mediante la concepción de Jesús en el seno virginal de María.
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