Domingo de la 22ª semana
FIESTA DE LA DEDICACIÓN
A tu casa conviene
santidad (Sal 92, 5).
I. El sacramento de la
Eucaristía debe celebrarse regularmente en la casa, que simboliza la Iglesia,
según aquello del Apóstol: Para que sepas cómo debes portarte en la casa de
Dios, que es la Iglesia de Dios vivo (1 Tim 3, 15); pues fuera de la Iglesia no
hay lugar para el verdadero sacrificio. Y como la Iglesia no había de tener por
límites el pueblo judío, sino que había de ser fundada en todo el mundo, por
eso la Pasión de Cristo no se realizó dentro de la ciudad de los judíos, sino
al aire libre, para que así todo el mundo fuese como una casa con relación a la
Pasión de Cristo.
La casa en que se
celebra este sacramento significa a la Iglesia, se llama iglesia, y se consagra
convenientemente, ya para representar la santificación que la Iglesia adquirió
por la Pasión de Cristo, ya también para significar la santidad que se requiere
en los que deben recibir este sacramento. El altar simboliza al mismo Cristo,
del cual dice el Apóstol: Ofrezcamos por él a Dios, sin cesar, un sacrificio de
alabanza (Hebr 13, 15). Por lo tanto, la consagración del altar significa la
santidad de Cristo.
La Iglesia, el altar y
otras cosas se consagran, no porque sean capaces de recibir la gracia, sino
porque en virtud de la consagración adquieren cierta virtud espiritual; por la
que se hacen aptos para el culto divino, de modo que de esto reciban los
hombres cierta devoción para estar mejor preparados a las cosas divinas, a
menos que este efecto no sea impedido por la irreverencia. Por lo cual se dice
en el libro 2º de los Macabeos: Verdaderamente hay cierta virtud divina en
aquel lugar. Porque aquel mismo que tiene su morada en los cielos, es el
visitador y protector de aquel lugar (III, 38, 39). De ahí que estas cosas se
limpien y se exorcicen antes de la consagración para expulsar de ellas la
virtud del enemigo. Y por eso algunos dicen también, probablemente, que, por la
entrada en una Iglesia consagrada, obtiene el hombre perdón de los pecados
veniales, aduciendo en su favor aquello del Salmo (84, 2-3): Bendijiste, Señor,
a tu tierra... Remitiste la maldad de tu pueblo. Por consiguiente, no se
reitera la consagración de la Iglesia a causa de la virtud que adquiere con la
consagración.
II. Los fieles son
templos de Dios, según el Apóstol: El templo de Dios, que sois vosotros, santo
es (1 Cor 3, 17), y son santificados por tres cosas que se encuentran o se
realizan materialmente en la Iglesia, cuando es consagrada.
1º) La ablución;
porque así como la Iglesia es lavada cuando se le consagra, así también los
fieles son lavados por la sangre de Cristo.
2º) La unción; porque así como la Iglesia es ungida, así también los fieles son ungidos con unción espiritual para que sean santificados; en caso contrario no serían cristianos, pues Cristo es lo mismo que ungido. Esa unción es la gracia del Espíritu Santo.
3º) La inhabitación;
pues, dondequiera que mora Dios, aquel lugar es santo: A tu casa conviene
santidad (92, 5).
4º). Puede añadirse la
invocación. Tú, Señor, entre nosotros estás, y tu nombre ha sido invocado sobre
nosotros (Jer 14, 9).
Debemos, pues,
guardarnos después de tal santificación, de manchar con el pecado nuestra alma,
que es templo de Dios.
(De Humanitate
Christi.)
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