Viernes de la 18ª semana
IMITACIÓN DE CRISTO
Porque ejemplo os he
dado, para que como yo he hecho a vosotros, vosotros también hagáis (Jn 13,
15).
I. En los actos
humanos más mueven los ejemplos que las palabras; pues el hombre ejecuta y
elige lo que le parece bueno. Por eso más eficazmente demuestra lo que es bueno
eligiéndolo él mismo, que enseñando lo que debe ser elegido. De ahí que cuando
alguien dice una cosa pero hace otra, mejor persuade a los demás por lo que
hace, que por lo que enseña. Por consiguiente, es absolutamente necesario dar
ejemplo con los hechos.
Mas el ejemplo de un
simple hombre no era suficiente para arrastrar al género humano a imitarlo; ya
porque la razón humana desfallece en la reflexión, ya porque es engañada en el
examen mismo de las cosas.
Y por ese motivo se
nos da el ejemplo del Hijo de Dios, que es infalible y suficiente para todo.
Por eso dice San Agustín: "¿Que soberbia no será sanada, si es sanada por
la humildad divina? Del mismo modo ¿qué avaricia, y así en lo demás?"
Pero advierte cómo es
conveniente que el Hijo de Dios sea para nosotros un ejemplo de virtudes. Él es
el arte del Padre, de suerte que, así como, fue el ejemplar de la creación,
conviene que sea también ejemplar de la justificación. Cristo padeció por nosotros,
dejándoos ejemplo para que sigáis sus pisadas (1 Pedro 2, 21). Sus pisadas
siguió mi pie, su camino guardé, y no me desvié de él (Job 23, 11).
(In Joan XIII)
II. Cristo es un
ejemplo infalible, pues de ninguna manera pudo pecar. Puede ser considerado
como viador, como comprensor y como Dios.
Como viador, parece ser el guía que nos conduce por el camino derecho. Pues es necesario en cada género que el primer regulador no pueda torcerse; porque, en caso contrario, existiría error en todas las cosas que se regulan por él. Por ello poseyó Cristo tanta plenitud de gracia, que no podía pecar, aun como viador. Por la misma razón, fueron también confirmados los que estuvieron próximos a él, para que tampoco pudiesen pecar mortalmente los apóstoles aun como viadores, aunque pudieron pecar venialmente.
En cuanto fue
comprensor*, su mente estuvo totalmente unida
al fin, de modo que no podía obrar sino en orden al fin.
En cuanto Dios, su
alma y su cuerpo fueron como órgano de la Divinidad, por cuanto la Divinidad
regulaba al alma, y ésta al cuerpo. Por lo cual no podía el pecado tocar a su
alma, del mismo modo que Dios no puede pecar.
También podemos
nosotros participar de algún modo de esta impecabilidad, si seguimos el camino
de nuestro guía, si procuramos unir nuestra mente al fin, si dejamos a Dios
regir nuestra alma.
(3, dist. 12, q. II,
a. 1)
Nota:
*COMPRENSOR, RA. adj. y
s. I. Que comprende o abraza alguna cosa. II. Teol. Dícese del que goza la
eterna bienaventuranza.
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