martes, 18 de agosto de 2020

Imbuido de un gran fervor sacerdotal, San Alberto Hurtado es un modelo de devoción eucarística

 

Con motivo de su viaje a Chile en 1987, el Papa Juan Pablo II pronunció estas palabras llenas de esperanza: «¿Podrá también en nuestros días el Espíritu suscitar apóstoles de la estatura del padre Hurtado, que muestren con su abnegado testimonio de caridad la vitalidad de la Iglesia? Estamos seguros que sí; y se lo pedimos con fe».

Alberto Hurtado Cruchaga nace en Viña del Mar, Chile, el 22 de enero de 1901. Sólo tiene cuatro años cuando muere su padre. Su madre, Ana, en medio de la angustia de aquella repentina viudez que la deja sin recursos, se refugia con sus dos hijos en la capital, Santiago. Al carecer de domicilio, no tienen más remedio que ir de casa en casa a merced de parientes más o menos benévolos. Alberto sufre mucho a causa de esa precariedad familiar, pero, a pesar de todo, consigue culminar la escolaridad y, en marzo de 1918, empieza estudios de derecho en la Universidad Católica de Chile.

«¿A quiénes amar?»

Los años difíciles de su infancia marcan profundamente al joven Alberto, ya que, durante toda su vida, se dedicará a cuidar de los desdichados. Se entrega a actividades apostólicas a favor de ellos y, si se compromete en política, es para procurarles ayuda social. Tanto es así que es incapaz de ver el dolor o una necesidad cualquiera sin intentar ponerles remedio. Más tarde escribirá: «¿A quiénes amar? A todos mis hermanos de humanidad. Sufrir con sus fracasos, con sus miserias, con la opresión de que son víctimas. Alegrarme de sus alegrías. Comenzar por traer de nuevo a mi espíritu todos aquellos a quienes he encontrado en mi camino: Aquellos de quienes he recibido la vida, quienes me han dado la luz y el pan. Aquellos con los cuales he compartido techo y pan« Aquellos a quienes he combatido, a quienes he causado dolor, amargura, daño« A todos aquellos a quienes he socorrido, ayudado, sacado de un apuro« Los que me han contrastado, me han despreciado, me han hecho daño« Todos los de mi ciudad, los de mi país« Todos los del mundo: son mis hermanos».

¿Es posible, no obstante, semejante amor para con el prójimo? El Papa Benedicto XVI responde que sí: «De este modo se ve que es posible el amor al prójimo en el sentido enunciado por la Biblia, por Jesús. Consiste justamente en que, en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco. Esto sólo puede llevarse a cabo a partir del encuentro íntimo con Dios, un encuentro que se ha convertido en comunión de voluntad, llegando a implicar el sentimiento. Entonces aprendo a mirar a esta otra persona no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo. Su amigo es mi amigo. Más allá de la apariencia exterior del otro, descubro su anhelo interior de un gesto de amor, de atención« Puedo dar al otro mucho más que cosas externas necesarias: puedo ofrecerle la mirada de amor que él necesita» (Encíclica Deus caritas est, 25 de diciembre de 2005, n. 18).

Alberto duda entre el sacerdocio, la vida consagrada y el matrimonio. Finalmente, después de una intensa plegaria, se ofrece al Señor: «Yo te hago la entrega de todo lo que soy y poseo, yo deseo dártelo todo, servirte donde no haya restricción alguna en mi don total»; a continuación, opta por el noviciado de la Compañía de Jesús. El 7 de agosto de 1923, el joven aprueba con brillantez el examen final en la Universidad Católica y recibe el título de abogado. A pesar de la perspectiva de un futuro que se presenta muy prometedor, él prefiere ingresar en el noviciado de los jesuitas. Escribe lo siguiente a un amigo: «Por fin me tienes de jesuita, feliz y contento como no se puede ser más en la tierra: reboso de alegría y no me canso de dar gracias a Nuestro Señor porque me ha traído a este verdadero paraíso, donde uno puede dedicarse a Él las 24 horas del día». Es enviado a Córdoba, Argentina, donde profesa sus votos el 15 de agosto de 1925. Su espíritu de servicio le mueve a solicitar los humildes trabajos de la cocina. Se aplica a la práctica de las virtudes, en especial la del respeto al prójimo: «No criticar a mis hermanos, velar sus defectos, hablar de sus cualidades« Hablar siempre bien de los superiores y de sus disposiciones». En efecto, pues «el honor es el testimonio social dado a la dignidad humana, y cada uno posee un derecho natural al honor de su nombre, a su reputación y a su respeto. Así, la maledicencia y la calumnia lesionan las virtudes de la justicia y de la caridad» (Catecismo de la Iglesia Católica, 2479).

Alberto Hurtado es enviado a España para estudiar teología. Pero en 1931, los disturbios políticos que castigan la Península Ibérica le obligan a dirigirse a la Universidad de Lovaina, en Bélgica. Los testimonios de sus hermanos son unánimes cuando lo describen diciendo que es alegre, ardiente en el trabajo y servicial con todos. El 24 de agosto de 1933, es ordenado sacerdote. «¡Ya me tiene sacerdote del Señor! –escribe a un amigo« Dios me ha concedido la gran gracia de vivir contento en todas las casas por donde he pasado y con todos los compañeros que he tenido. Pero ahora, al recibir para siempre la ordenación sacerdotal, mi alegría llega a su colmo. Ahora ya no deseo más que ejercer mi ministerio sacerdotal con la mayor plenitud posible de vida interior y de actividad exterior compatible con la primera. El secreto de esta adaptación y del éxito está en la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, es decir, al Amor desbordante de Nuestro Señor».

Lo más alto posible

Colabora en la fundación de la Facultad de Teología de la Universidad Católica de Chile, teniendo grandes dificultades para encontrar profesores, libros y publicaciones. El 10 de octubre de 1935, defiende brillantemente su tesis doctoral en pedagogía en la Universidad de Lovaina, visitando a continuación diversos centros educativos por varios países de Europa. De regreso a Santiago de Chile en febrero de 1936, el padre Alberto empieza a dar clases en el colegio de los jesuitas, atrayendo a los jóvenes y animándolos a realizar obras sociales y de caridad. Durante los retiros espirituales según los Ejercicios de san Ignacio, exhorta a las almas a un encuentro cada vez más profundo con el Señor, ayudándolas a buscar con seriedad la voluntad de Dios: «Los retiros son para almas que quieran subir, y mientras más arriba mejor; son para quienes han entendido qué significa Amar, y que el cristianismo es amor, que el gran mandamiento por excelencia es el amor».

Imbuido de un gran fervor sacerdotal, el padre Hurtado es un modelo de devoción eucarística; un misionero capuchino llegó a decir que si los sacerdotes celebrasen la Misa de la misma manera que él, todos llegarían a ser santos. En 1941, es nombrado capellán de la Acción Católica de los jóvenes para la ciudad de Santiago, lo que extiende su apostolado a los alumnos de los institutos públicos. Su tarea consiste en fomentar las vocaciones. En un libro que lleva por título ¿Es Chile un país católico?, abre los ojos de sus contemporáneos sobre de la situación de su país, señalando el grave problema de la escasez de vocaciones sacerdotales. Sin embargo, esa dificultad no merma su natural optimismo, y su éxito pastoral le valdrá muy pronto para convertirse en capellán nacional de la juventud católica. Durante sus viajes por el país, predica por todas partes a favor de los retiros espirituales.

Con motivo de una gran procesión con antorchas en honor de la Santísima Virgen María, en la colina que domina Santiago, el padre Alberto interpela a los miles de jóvenes presentes con estas palabras: «Si Cristo descendiese esta noche caldeada de emoción, les repetiría, mirando la ciudad oscura: «Me compadezco de ella», y volviéndose a ustedes les diría con ternura infinita: «Ustedes son la luz del mundo« Ustedes son los que deben alumbrar estas tinieblas. ¿Quieren colaborar conmigo? ¿Quieren ser mis apóstoles?»». El padre se hace eco de esa manera de san Ignacio, quien, en sus Ejercicios espirituales, presta a Jesús estas palabras: «Mi voluntad es de conquistar todo el mundo y todos los enemigos, y así entrar en la gloria de mi Padre; por tanto, quien quisiere venir conmigo ha de trabajar conmigo, porque, siguiéndome en la pena, también me siga en la gloria» (n. 95). Y el padre Hurtado comenta, poniendo estas palabras en boca de Jesús: «Necesito de ti« No te obligo, pero necesito de ti para realizar mis planes de amor. Si tú no vienes, una obra quedará sin hacerse que tú, sólo tú puedes realizar. Nadie puede tomar esa obra, porque cada uno tiene su parte de bien que realizar. Mira el mundo: los campos amarillean, cuánta hambre, cuánta sed en el mundo« Hay un hambre en muchos de Religión, de espíritu, de confianza, de sentido de la vida».

El éxito de los fracasos

Pero el celo del padre Hurtado no es comprendido por todos. Se le acusa de falta de sumisión a la jerarquía, de tener ideas avanzadas y excesivas en el ámbito social, así como una exagerada independencia con respecto a las otras ramas de la Acción Católica. La oposición procede sobre todo del capellán general de la juventud. En noviembre de 1944, el padre Hurtado considera conveniente dimitir de su cargo de capellán de la Acción Católica, lo que le produce un profundo sufrimiento. Sin embargo, no pierde de vista la fecundidad de esa tribulación, según escribe: «En la acción cristiana hay ¡el éxito de los fracasos! ¡Los triunfos tardíos! En el mundo de lo invisible, lo que en apariencia no sirve, es lo que sirve más. Un fracaso completo aceptado de buen grado, tiene más éxito sobrenatural que todos los triunfos. Sembrar sin preocuparse de lo que saldrá. No cansarse de sembrar. Dar gracias a Dios de los frutos apostólicos de mis fracasos. Cuando Cristo habló al joven rico del Evangelio, fracasó, pero, cuántos han escuchado la lección; y ante la Eucaristía, huyeron, pero ¡cuántos han venido después! ¡Trabajarás!, tu celo parecerá muerto, pero ¡cuántos vivirán gracias a ti!».

Una noche fría y lluviosa, se encuentra con un pobre hombre, enfermo y tiritando, que se le acerca y que le dice no tener dónde guarecerse. Aquella miseria le hace estremecerse. Unos días después, dando un retiro a un grupo de mujeres, habla sobre la miseria que reina en Santiago: «Cristo vaga por nuestras calles en la persona de tantos pobres, enfermos, desalojados de su mísero conventillo« ¡Cristo no tiene hogar! ¿No queremos dárselo nosotros, los que tenemos la dicha de tener hogar confortable, comida abundante, medios para educar y asegurar el porvenir de los hijos? Lo que hagan al más pequeño de mis hermanos, me lo hacen a mí, ha dicho Jesús (Mt 25, 45)». A la salida del retiro, recibe un terreno, joyas y varios cheques, que permiten la fundación del «Hogar de Cristo». Seis meses más tarde, el arzobispo de Santiago bendice su primera sede. A partir de entonces, esa obra no dejará de expandirse para poder recibir a los más pobres, creando una corriente de solidaridad que sobrepasará las fronteras del país. Pero su objetivo es principalmente espiritual: «Una de las primeras cualidades que hay que devolver a nuestros indigentes es la conciencia de su valor de personas, de su dignidad de ciudadanos, más aún, de hijos de Dios».

La primera pobreza

Esta experiencia del padre Hurtado ilustra a la perfección las intenciones del Papa Benedicto XVI en su mensaje para la Cuaresma de 2006: «Ante los terribles desafíos de la pobreza de gran parte de la humanidad, la indiferencia y el encerrarse en el propio egoísmo aparecen como un contraste intolerable frente a la «mirada» de Cristo« Hoy, en el contexto de la interdependencia global, se puede constatar que ningún proyecto económico, social o político puede sustituir el don de uno mismo a los demás en el que se expresa la caridad. Quien actúa según esta lógica evangélica vive la fe como amistad con el Dios encarnado y, como Él, se preocupa por las necesidades materiales y espirituales del prójimo. Lo mira como un misterio inconmensurable, digno de infinito cuidado y atención. Sabe que quien no da a Dios, da demasiado poco; como decía a menudo la beata Teresa de Calcuta: «la primera pobreza de los pueblos es no conocer a Cristo». Por esto es preciso ayudar a descubrir a Dios en el rostro misericordioso de Cristo: sin esta perspectiva, no se construye una civilización sobre bases sólidas».

En 1947, el padre Hurtado funda, junto a jóvenes universitarios, la Acción Sindical y Económica Chilena (ASICH), como un modo de buscar «la manera de realizar una labor que hiciera presente a la Iglesia en el terreno del trabajo organizado». La obra ofrece a los obreros una formación cristiana centrada en la enseñanza social de la Iglesia, a fin de defender la dignidad del trabajo humano fuera de toda influencia ideológica. Hay gente –escribe el padre– que quiere progresar pero sin dolor. No han entendido lo que significa crecer. Quieren desarrollarse mediante el canto, el estudio, el placer, pero no mediante el hambre, la angustia, el fracaso, el duro esfuerzo de cada día, ni mediante la aceptación de la impotencia que nos enseña a encomendarse al poder de Dios; ni mediante el abandono de los proyectos personales, que nos ayuda a reconocer los de Dios. El sufrimiento es beneficioso porque me muestra mis límites, me purifica, me ayuda a colgarme de la cruz de Cristo, me obliga a volver mi rostro hacia Dios». En el contexto de ese trabajo, el padre se dirige a los Estados Unidos y a Europa, participando, entre otras cosas, en la 34a Semana Social en París, y luego en la Semana Internacional de los jesuitas en Versalles. En Lión, participa en un congreso de teólogos moralistas sobre las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Su opinión sobre el movimiento católico social en Francia es positiva, pero mantiene ciertas reservas, sobre todo respecto a las intenciones oídas en el Congreso de Lión, donde constata «un afán excesivo de renovación y una tendencia a olvidar los valores reales de la Iglesia, la visión tradicional», tendencia que tiene como consecuencia dejar a la Iglesia «sin dirigentes auténticamente cristianos, sino con hombres de mística social, pero no cristiano-social»; pero, a la vez, señala que «hay mucho deseo de servir a la Iglesia, y una abnegación realísima». Con motivo de una peregrinación a Roma, en octubre de ese mismo año, recibe ánimos del general de los jesuitas, así como del Papa Pío XII.

Como una roca golpeada por las olas

De regreso a Chile, el padre Hurtado madura su proyecto de la ASICH, poniendo como punto de partida su sólido fundamento en Cristo y en la Iglesia. En 1948, imparte conferencias muy apreciadas que atraen en ocasiones a más de cuatro mil personas, y que son retransmitidas por radio. Sin embargo, es objeto de malentendidos y de críticas injustificadas. Él mismo había escrito: «Si alguien ha comenzado a vivir para Dios en abnegación y amor a los demás, todas las miserias se darán cita en su puerta». De hecho, anota lo siguiente: «Soy con frecuencia como una roca golpeada por todos lados por las olas que suben. No queda más escapada que por arriba. Durante una hora, durante un día, dejo que las olas azoten la roca; no miro el horizonte, sólo miro hacia arriba, hacia Dios. ¡Oh bendita vida activa, toda consagrada a mi Dios, toda entregada a los hombres, y cuyo exceso mismo me conduce para encontrarme a dirigirme hacia Dios! Él es la sola salida posible en mis preocupaciones, mi único refugio».

Pero el padre Hurtado, que es un santo, mantiene los pies en el suelo, pues sabe que el hombre, incluso en el servicio a Dios, debe controlar sus energías: «No hay que exagerar y disipar sus fuerzas en un exceso de tensión conquistadora. El hombre generoso tiende a marchar demasiado a prisa: querría instaurar el bien y pulverizar la injusticia, pero hay una inercia de los hombres y de las cosas con la cual hay que contar. Místicamente se trata de caminar al paso de Dios, de tomar su sitio justo en el plan de Dios. Todo esfuerzo que vaya más lejos es inútil, más aún, nocivo. A la actividad reemplazará el activismo que se sube como el champán, que pretende objetos inalcanzables, quita todo tiempo para la contemplación; deja el hombre de ser el dueño de su vida« El peligro del exceso de acción es la compensación. Un hombre agotado busca fácilmente la compensación. Este momento es tanto más peligroso cuanto que se ha perdido una parte del control de sí mismo: el cuerpo está cansado, los nervios agitados, la voluntad vacilante. Las mayores tonterías son posibles en estos momentos. Entonces hay sencillamente que disminuir el ritmo, volver a encontrar la calma entre amigos bondadosos, recitar maquinalmente el rosario y dormitar dulcemente en Dios».

En enero de 1950, el episcopado boliviano lo invita a participar en la Primera Concentración Nacional de Dirigentes del Apostolado Económico Social. También la Juventud Agrícola Católica boliviana reclama su presencia en una asamblea nacional. «Ha llegado la hora en que nuestra acción económico-social debe cesar de contentarse con repetir consignas generales sacadas de las encíclicas de los Pontífices, y que debe proponer soluciones bien estudiadas de aplicación inmediata en el campo económico y social». Mientras tanto, impulsado por su interés por el apostolado intelectual, funda la revista Mensaje, revista que desea de «vuelo», con la finalidad de dar formación religiosa, filosófica y social.

Una colaboración de cada momento

Pero la profundidad del alma del padre Hurtado se revela sobre todo con motivo de su última enfermedad y de su muerte. Sabiendo que padece un cáncer de páncreas, exclama: «¡Cómo no voy a estar contento! ¡Cómo no estar agradecido con Dios! En lugar de una muerte violenta me manda una larga enfermedad para que pueda prepararme. Verdaderamente, Dios ha sido para mí un Padre cariñoso, el mejor de los padres». Desde hacía tiempo, nuestro santo había organizado su intensa actividad para ese momento: «La vida ha sido dada al hombre para cooperar con Dios, para realizar su plan; la muerte es el complemento de esa colaboración, pues es la entrega de todos nuestros poderes en manos del Creador. Que cada día sea como la preparación de mi muerte, entregándome minuto a minuto a la obra de cooperación que Dios me pide, cumpliendo mi misión, la que Dios espera de mí, la que no puedo hacer sino yo». El padre Hurtado ha deseado siempre la vida eterna, es decir, el encuentro definitivo con Cristo. Así lo muestra en una de sus páginas: «¿Y yo?, ante mí la eternidad. Yo, un disparo en la eternidad« No apegarme aquí, sino a través de todo mirar la vida venidera. Que todas las creaturas sean transparentes y me dejen siempre ver a Dios y la eternidad. A la hora que se hagan opacas, me vuelvo terreno y estoy perdido. Después de mí la eternidad. Allá voy y muy pronto« Cuando uno piensa que tan pronto terminará lo presente, saca uno la conclusión: ser ciudadanos del cielo, no del suelo». La imagen del disparo, además de manifestar la fugacidad de la vida, insiste en que la vida está concentrada en una sola dirección: la eternidad. Es esta visión de eternidad lo que le había llevado a comprometerse tan profundamente con el mundo y con los hombres, según escribe: «Encerrar a los hombres en mi corazón, todos a la vez. Pero cada uno en su lugar, pues, como es normal, hay diferentes lugares en un corazón de hombre« Hacer en Cristo la unidad de mis amores. Todo esto en mí como una ofrenda, como un don que revienta el pecho; un movimiento de Cristo en mi interior que despierta y aviva mi caridad; un movimiento de la humanidad, por mí, hacia Cristo. ¡Eso es ser sacerdote!».

El padre Hurtado muere santamente el 18 de agosto de 1952, rodeado de sus hermanos de comunidad. Pocos días antes, había escrito: «Al partir, volviendo a mi Padre Dios, me permito confiarles un último anhelo: a medida que aparezcan las necesidades y dolores de los pobres, busquen cómo se ayudaría al Maestro». La Misa de funerales resulta un verdadero triunfo. Al salir de la iglesia, se forma en el cielo una cruz de nubes, hecho impresionante que aparece en los periódicos de la época.

El padre Hurtado fue beatificado el 16 de octubre de 1994 por Juan Pablo II, y canonizado el 23 de octubre de 2005 por Benedicto XVI, que resaltaba lo siguiente: «El ministerio sacerdotal de san Alberto Hurtado se distinguía por su sensibilidad y disponibilidad hacia los demás, siendo la verdadera imagen viva del Maestro apacible y humilde de corazón. Al final de sus días, y a pesar de los intensos dolores de la enfermedad, tuvo fuerzas para seguir repitiendo: «Estoy contento, Señor, estoy contento», expresando de ese modo el gozo con el que siempre había vivido».

Pidamos a san Alberto Hurtado que nos conceda la gracia del gozo profundo en el servicio a Dios y al prójimo, a través de los sufrimientos que imponga esa dedicación.

Dom Antoine Marie osb


Ver también

La Eucaristía - San Alberto Hurtado





Publicado por la Abadía San José de Clairval en: www.clairval.com

 

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