Decimonoveno domingo del Tiempo Ordinario
CEC 164: la fe
puede ser puesta a prueba
CEC 272-274: solo
la fe se puede unir a los caminos misteriosos de la Providencia
CEC 671-672: en
tiempos difíciles, cultivar la confianza, ya que todo está sometido a Cristo
CEC 56-64, 121-122,
218-219: historia de alianzas, el amor de Dios por Israel
CEC 839-840: la
relación de la Iglesia con el pueblo hebreo
Jesús invita a Pedro a caminar sbre el agua - Francois Boucher
CEC 164: la fe
puede ser puesta a prueba
164 Ahora, sin embargo, «caminamos en la fe y no [...] en
la visión» (2 Co 5,7), y conocemos a Dios «como en un espejo, de una
manera confusa [...], imperfecta" (1 Co 13,12). Luminosa por aquel en quien cree, la
fe es vivida con frecuencia en la oscuridad. La fe puede ser puesta a prueba. El
mundo en que vivimos parece con frecuencia muy lejos de lo que la fe nos
asegura; las experiencias del mal y del sufrimiento, de las injusticias y de la
muerte parecen contradecir la buena nueva, pueden estremecer la fe y llegar a
ser para ella una tentación.
CEC 272-274: solo
la fe se puede unir a los caminos misteriosos de la Providencia
El misterio de la aparente impotencia de Dios
272 La fe en Dios
Padre Todopoderoso puede ser puesta a prueba por la experiencia del mal y del
sufrimiento. A veces Dios puede parecer ausente e incapaz de impedir el mal.
Ahora bien, Dios Padre ha revelado su omnipotencia de la manera más misteriosa
en el anonadamiento voluntario y en la Resurrección de su Hijo, por los cuales
ha vencido el mal. Así, Cristo crucificado es "poder de Dios y sabiduría
de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres,
y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres" (1 Co 2,
24-25). En la Resurrección y en la exaltación de Cristo es donde el Padre
"desplegó el vigor de su fuerza" y manifestó "la soberana
grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes" (Ef 1,19-22).
273 Sólo la fe
puede adherir a las vías misteriosas de la omnipotencia de Dios. Esta fe se
gloría de sus debilidades con el fin de atraer sobre sí el poder de Cristo
(cf. 2 Co 12,9; Flp 4,13). De esta fe, la
Virgen María es el modelo supremo: ella creyó que "nada es imposible para
Dios" (Lc 1,37) y pudo proclamar las grandezas del Señor:
"el Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre es Santo" (Lc 1,49).
274 "Nada es,
pues, más propio para afianzar nuestra fe y nuestra esperanza que la convicción
profundamente arraigada en nuestras almas de que nada es imposible para Dios.
Porque todo lo que (el Credo) propondrá luego a nuestra fe, las cosas más
grandes, las más incomprensibles, así como las más elevadas por encima de las
leyes ordinarias de la naturaleza, en la medida en que nuestra razón tenga la
idea de la omnipotencia divina, las admitirá fácilmente y sin vacilación
alguna" (Catecismo Romano, 1,2,13).
CEC 671-672: en
tiempos difíciles, cultivar la confianza, ya que todo está sometido a Cristo
671 El Reino de
Cristo, presente ya en su Iglesia, sin embargo, no está todavía acabado
"con gran poder y gloria" (Lc 21, 27; cf. Mt 25,
31) con el advenimiento del Rey a la tierra. Este Reino aún es objeto de los
ataques de los poderes del mal (cf. 2 Ts 2, 7), a pesar de que
estos poderes hayan sido vencidos en su raíz por la Pascua de Cristo. Hasta que
todo le haya sido sometido (cf. 1 Co 15, 28), y "mientras
no [...] haya nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia, la
Iglesia peregrina lleva en sus sacramentos e instituciones, que pertenecen a
este tiempo, la imagen de este mundo que pasa. Ella misma vive entre las
criaturas que gimen en dolores de parto hasta ahora y que esperan la
manifestación de los hijos de Dios" (LG 48). Por esta razón los
cristianos piden, sobre todo en la Eucaristía (cf. 1 Co 11,
26), que se apresure el retorno de Cristo (cf. 2 P 3, 11-12)
cuando suplican: "Ven, Señor Jesús" (Ap 22, 20; cf. 1
Co 16, 22; Ap 22, 17-20).
672 Cristo afirmó antes de su Ascensión que aún no era la hora del establecimiento glorioso del Reino mesiánico esperado por Israel (cf. Hch 1, 6-7) que, según los profetas (cf. Is 11, 1-9), debía traer a todos los hombres el orden definitivo de la justicia, del amor y de la paz. El tiempo presente, según el Señor, es el tiempo del Espíritu y del testimonio (cf Hch 1, 8), pero es también un tiempo marcado todavía por la "tribulación" (1 Co 7, 26) y la prueba del mal (cf. Ef 5, 16) que afecta también a la Iglesia (cf. 1 P 4, 17) e inaugura los combates de los últimos días (1 Jn 2, 18; 4, 3; 1 Tm 4, 1). Es un tiempo de espera y de vigilia (cf. Mt 25, 1-13; Mc 13, 33-37).
CEC 56-64, 121-122,
218-219: historia de alianzas, el amor de Dios por Israel
La alianza con Noé
56 Una vez rota
la unidad del género humano por el pecado, Dios decide desde el comienzo salvar
a la humanidad a través de una serie de etapas. La alianza con Noé después del
diluvio (cf. Gn 9,9) expresa el principio de la Economía
divina con las "naciones", es decir con los hombres agrupados
"según sus países, cada uno según su lengua, y según sus clanes" (Gn 10,5;
cf. Gn 10,20-31).
57 Este orden a
la vez cósmico, social y religioso de la pluralidad de las naciones (cf. Hch 17,26-27),
está destinado a limitar el orgullo de una humanidad caída que, unánime en su
perversidad (cf. Sb 10,5), quisiera hacer por sí misma su
unidad a la manera de Babel (cf. Gn 11,4-6). Pero, a causa del
pecado (cf. Rm 1,18-25), el politeísmo, así como la idolatría
de la nación y de su jefe, son una amenaza constante de vuelta al paganismo
para esta economía aún no definitiva.
58 La alianza con
Noé permanece en vigor mientras dura el tiempo de las naciones (cf. Lc 21,24),
hasta la proclamación universal del Evangelio. La Biblia venera algunas grandes
figuras de las "naciones", como "Abel el justo", el
rey-sacerdote Melquisedec (cf. Gn 14,18), figura de Cristo
(cf. Hb 7,3), o los justos "Noé, Daniel y Job" (Ez 14,14).
De esta manera, la Escritura expresa qué altura de santidad pueden alcanzar los
que viven según la alianza de Noé en la espera de que Cristo "reúna en uno
a todos los hijos de Dios dispersos" (Jn 11,52).
Dios elige a Abraham
59 Para reunir a
la humanidad dispersa, Dios elige a Abram llamándolo "fuera de su tierra,
de su patria y de su casa" (Gn 12,1), para hacer de él
"Abraham", es decir, "el padre de una multitud de naciones"
(Gn 17,5): "En ti serán benditas todas las naciones de la
tierra" (Gn 12,3; cf. Ga 3,8).
60 El pueblo
nacido de Abraham será el depositario de la promesa hecha a los patriarcas, el
pueblo de la elección (cf. Rm 11,28), llamado a preparar la
reunión un día de todos los hijos de Dios en la unidad de la Iglesia (cf. Jn 11,52;
10,16); ese pueblo será la raíz en la que serán injertados los paganos hechos
creyentes (cf. Rm 11,17-18.24).
61 Los
patriarcas, los profetas y otros personajes del Antiguo Testamento han sido y
serán siempre venerados como santos en todas las tradiciones litúrgicas de la
Iglesia.
Dios forma a su pueblo Israel
62 Después de la
etapa de los patriarcas, Dios constituyó a Israel como su pueblo salvándolo de
la esclavitud de Egipto. Estableció con él la alianza del Sinaí y le dio por
medio de Moisés su Ley, para que lo reconociese y le sirviera como al único
Dios vivo y verdadero, Padre providente y juez justo, y para que esperase al
Salvador prometido (cf. DV 3).
63 Israel es el
pueblo sacerdotal de Dios (cf. Ex 19, 6), "sobre el que
es invocado el nombre del Señor" (Dt 28, 10). Es el pueblo de
aquellos "a quienes Dios habló primero" (Viernes Santo, Pasión y
Muerte del Señor, Oración universal VI, Misal Romano), el pueblo de los
"hermanos mayores" en la fe de Abraham (cf. Discurso en la
sinagoga ante la comunidad hebrea de Roma, 13 abril 1986).
64 Por los
profetas, Dios forma a su pueblo en la esperanza de la salvación, en la espera
de una Alianza nueva y eterna destinada a todos los hombres (cf. Is 2,2-4),
y que será grabada en los corazones (cf. Jr 31,31-34; Hb 10,16).
Los profetas anuncian una redención radical del pueblo de Dios, la purificación
de todas sus infidelidades (cf. Ez 36), una salvación que
incluirá a todas las naciones (cf. Is 49,5-6; 53,11). Serán
sobre todo los pobres y los humildes del Señor (cf. So 2,3)
quienes mantendrán esta esperanza. Las mujeres santas como Sara, Rebeca,
Raquel, Miriam, Débora, Ana, Judit y Ester conservaron viva la esperanza de la
salvación de Israel. De ellas la figura más pura es María (cf. Lc 1,38).
121 El Antiguo
Testamento es una parte de la sagrada Escritura de la que no se puede
prescindir. Sus libros son divinamente inspirados y conservan un valor permanente
(cf. DV 14), porque la Antigua Alianza no ha sido revocada.
122 En efecto, «el
fin principal de la economía del Antiguo Testamento era preparar la venida de
Cristo, redentor universal». «Aunque contienen elementos imperfectos y
pasajeros», los libros del Antiguo Testamento dan testimonio de toda la divina
pedagogía del amor salvífico de Dios: «Contienen enseñanzas sublimes sobre Dios
y una sabiduría salvadora acerca de la vida del hombre, encierran admirables
tesoros de oración, y en ellos se esconden el misterio de nuestra salvación» (DV 15).
218 A lo largo de
su historia, Israel pudo descubrir que Dios sólo tenía una razón para
revelársele y escogerlo entre todos los pueblos como pueblo suyo: su amor
gratuito (cf. Dt 4,37; 7,8; 10,15). E Israel comprendió,
gracias a sus profetas, que también por amor Dios no cesó de salvarlo
(cf. Is 43,1-7) y de perdonarle su infidelidad y sus pecados
(cf. Os 2).
219 El amor de
Dios a Israel es comparado al amor de un padre a su hijo (cf. Os 11,1).
Este amor es más fuerte que el amor de una madre a sus hijos (cf. Is 49,14-15).
Dios ama a su pueblo más que un esposo a su amada (Is 62,4-5); este
amor vencerá incluso las peores infidelidades (cf. Ez 16; Os 11);
llegará hasta el don más precioso: "Tanto amó Dios al mundo que dio a su
Hijo único" (Jn 3,16).
CEC 839-840: la
relación de la Iglesia con el pueblo hebreo
839 "[...]
Los que todavía no han recibido el Evangelio también están ordenados al Pueblo
de Dios de diversas maneras" (LG 16):
La relación de la Iglesia con el pueblo judío. La Iglesia, Pueblo de
Dios en la Nueva Alianza, al escrutar su propio misterio, descubre su
vinculación con el pueblo judío (cf. NA 4) "a quien Dios ha
hablado primero" (Misal Romano, Viernes Santo: Oración universal
VI). A diferencia de otras religiones no cristianas la fe judía ya es una
respuesta a la revelación de Dios en la Antigua Alianza. Pertenece al pueblo
judío "la adopción filial, la gloria, las alianzas, la legislación, el
culto, las promesas y los patriarcas; de todo lo cual [...] procede Cristo
según la carne" (cf Rm 9, 4-5), "porque los dones y
la vocación de Dios son irrevocables" (Rm 11, 29).
840 Por otra
parte, cuando se considera el futuro, el Pueblo de Dios de la Antigua Alianza y
el nuevo Pueblo de Dios tienden hacia fines análogos: la espera de la venida (o
el retorno) del Mesías; pues para unos, es la espera de la vuelta del Mesías,
muerto y resucitado, reconocido como Señor e Hijo de Dios; para los otros, es
la venida del Mesías cuyos rasgos permanecen velados hasta el fin de los
tiempos, espera que está acompañada del drama de la ignorancia o del rechazo de
Cristo Jesús.
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