Vigésimo segundo domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 618: Cristo
llama a sus discípulos a tomar la cruz y a seguirle
CEC 555, 1460,
2100: la cruz es el camino para entrar en la Gloria de Cristo
CEC 2015: el camino
de la perfección pasa por el camino de la cruz
CEC 2427: llevar la
cruz en la vida de cada día
CEC 618: Cristo
llama a sus discípulos a tomar la cruz y a seguirle
Nuestra
participación en el sacrificio de Cristo
618 La
Cruz es el único sacrificio de Cristo "único mediador entre Dios y los
hombres" (1 Tm 2, 5). Pero, porque en su Persona divina
encarnada, "se ha unido en cierto modo con todo hombre" (GS 22,
2) Él "ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de Dios sólo
conocida [...] se asocien a este misterio pascual" (GS 22, 5). Él
llama a sus discípulos a "tomar su cruz y a seguirle" (Mt 16,
24) porque Él "sufrió por nosotros dejándonos ejemplo para que sigamos sus
huellas" (1 P 2, 21). Él quiere, en efecto, asociar a su
sacrificio redentor a aquellos mismos que son sus primeros beneficiarios
(cf. Mc 10, 39; Jn 21, 18-19; Col 1,
24). Eso lo realiza en forma excelsa en su Madre, asociada más íntimamente que
nadie al misterio de su sufrimiento redentor (cf. Lc 2, 35):
«Esta es la única
verdadera escala del paraíso, fuera de la Cruz no hay otra por donde subir al
cielo» (Santa Rosa de Lima, cf. P. Hansen, Vita mirabilis, Lovaina,
1668)
CEC 555, 1460,
2100: la cruz es el camino para entrar en la Gloria de Cristo
555 Por un instante, Jesús muestra
su gloria divina, confirmando así la confesión de Pedro. Muestra también que
para "entrar en su gloria" (Lc 24, 26), es necesario
pasar por la Cruz en Jerusalén. Moisés y Elías habían visto la gloria de Dios
en la Montaña; la Ley y los profetas habían anunciado los sufrimientos del
Mesías (cf. Lc 24, 27). La Pasión de Jesús es la voluntad por
excelencia del Padre: el Hijo actúa como siervo de Dios (cf. Is 42,
1). La nube indica la presencia del Espíritu Santo: Tota Trinitas
apparuit: Pater in voce; Filius in homine, Spiritus in nube clara ("Apareció
toda la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu en la
nube luminosa" (Santo Tomás de Aquino, S.th. 3, q. 45, a.
4, ad 2):
«En el monte te
transfiguraste, Cristo Dios, y tus discípulos contemplaron tu gloria, en cuanto
podían comprenderla. Así, cuando te viesen crucificado, entenderían que
padecías libremente, y anunciarían al mundo que tú eres en verdad el resplandor
del Padre» (Liturgia bizantina, Himno Breve de la festividad de la
Transfiguración del Señor)
1460 La penitencia que
el confesor impone debe tener en cuenta la situación personal del penitente y
buscar su bien espiritual. Debe corresponder todo lo posible a la gravedad y a
la naturaleza de los pecados cometidos. Puede consistir en la oración, en
ofrendas, en obras de misericordia, servicios al prójimo, privaciones
voluntarias, sacrificios, y sobre todo, la aceptación paciente de la cruz que
debemos llevar. Tales penitencias ayudan a configurarnos con Cristo que, el
Único, expió nuestros pecados (Rm 3,25; 1 Jn 2,1-2)
una vez por todas. Nos permiten llegar a ser coherederos de Cristo resucitado,
"ya que sufrimos con él" (Rm 8,17; cf Concilio de Trento:
DS 1690):
«Pero nuestra satisfacción, la que realizamos por nuestros pecados, sólo es posible por medio de Jesucristo: nosotros que, por nosotros mismos, no podemos nada, con la ayuda "del que nos fortalece, lo podemos todo" (Flp 4,13). Así el hombre no tiene nada de que pueda gloriarse sino que toda "nuestra gloria" está en Cristo [...] en quien nosotros satisfacemos "dando frutos dignos de penitencia" (Lc 3,8) que reciben su fuerza de Él, por Él son ofrecidos al Padre y gracias a Él son aceptados por el Padre (Concilio de Trento: DS 1691).
2100 El sacrificio exterior, para ser auténtico,
debe ser expresión del sacrificio espiritual. “Mi sacrificio es un espíritu
contrito...” (Sal 51, 19). Los profetas de la Antigua Alianza denunciaron
con frecuencia los sacrificios hechos sin participación interior (cf Am 5, 21-25) o sin relación con el amor al
prójimo (cf Is 1, 10-20). Jesús recuerda las palabras del profeta
Oseas: “Misericordia quiero, que no sacrificio” (Mt 9, 13; 12, 7; cf Os 6, 6). El único sacrificio perfecto es el que ofreció
Cristo en la cruz en ofrenda total al amor del Padre y por nuestra salvación
(cf Hb 9, 13-14). Uniéndonos a su sacrificio, podemos hacer de
nuestra vida un sacrificio para Dios.
CEC 2015: el camino
de la perfección pasa por el camino de la cruz
2015 “El camino de la perfección
pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual
(cf 2 Tm 4). El progreso espiritual implica la ascesis y la
mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las
bienaventuranzas:
«El que asciende no
termina nunca de subir; y va paso a paso; no se alcanza nunca el final de lo
que es siempre susceptible de perfección. El deseo de quien asciende no se
detiene nunca en lo que ya le es conocido» (San Gregorio de Nisa, In
Canticum homilia 8).
CEC 2427: llevar la
cruz en la vida de cada día
2427 El trabajo humano procede directamente de personas creadas a
imagen de Dios y llamadas a prolongar, unidas y para mutuo beneficio, la obra
de la creación dominando la tierra (cf Gn 1, 28; GS 34; CA 31).
El trabajo es, por tanto, un deber: “Si alguno no quiere trabajar, que tampoco
coma” (2 Ts 3, 10; cf 1 Ts 4, 11). El trabajo honra los dones del
Creador y los talentos recibidos. Puede ser también redentor. Soportando el
peso del trabajo (cf Gn 3, 14-19), en unión con Jesús, el carpintero de Nazaret
y el crucificado del Calvario, el hombre colabora en cierta manera con el Hijo
de Dios en su obra redentora. Se muestra como discípulo de Cristo llevando la Cruz
cada día, en la actividad que está llamado a realizar (cf LE 27).
El trabajo puede ser un medio de santificación y de animación de las realidades
terrenas en el espíritu de Cristo.
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