15 de
agosto
Solemnidad
de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María
CEC
411, 966-971, 974-975, 2853: María, la nueva Eva, es ascendida a los cielos
CEC
773, 829, 967, 972: María, imagen escatológica de la Iglesia
CEC 2673-2679:
en oración con María
La Asunción de la Virgen - Rubens
CEC
411, 966-971, 974-975, 2853: María, la nueva Eva, es ascendida a los cielos
411 La tradición
cristiana ve en este pasaje un anuncio del "nuevo Adán" (cf. 1 Co 15,21-22.45)
que, por su "obediencia hasta la muerte en la Cruz" (Flp 2,8)
repara con sobreabundancia la desobediencia de Adán (cf. Rm 5,19-20).
Por otra parte, numerosos Padres y doctores de la Iglesia ven en la mujer
anunciada en el "protoevangelio" la madre de Cristo, María, como
"nueva Eva". Ella ha sido la que, la primera y de una manera única,
se benefició de la victoria sobre el pecado alcanzada por Cristo: fue
preservada de toda mancha de pecado original (cf. Pío IX: Bula Ineffabilis
Deus: DS 2803) y, durante toda su vida terrena, por una gracia especial de
Dios, no cometió ninguna clase de pecado (cf. Concilio de Trento: DS 1573).
... también en su
Asunción ...
966 "Finalmente,
la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de pecado original,
terminado el curso de su vida en la tierra, fue asunta en cuerpo y alma a la
gloria del cielo y enaltecida por Dios como Reina del universo, para ser
conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores y vencedor del pecado
y de la muerte" (LG 59; cf. Pío XII, Const. apo. Munificentissimus
Deus, 1 noviembre 1950: DS 3903). La Asunción de la Santísima Virgen constituye
una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de
la resurrección de los demás cristianos:
«En el parto te conservaste
Virgen, en tu tránsito no desamparaste al mundo, oh Madre de Dios. Alcanzaste
la fuente de la Vida porque concebiste al Dios viviente, y con tu intercesión
salvas de la muerte nuestras almas (Tropario en el día de la Dormición de la
Bienaventurada Virgen María).
... ella es nuestra
Madre en el orden de la gracia
967 Por su total
adhesión a la voluntad del Padre, a la obra redentora de su Hijo, a toda moción
del Espíritu Santo, la Virgen María es para la Iglesia el modelo de la fe y de
la caridad. Por eso es "miembro supereminente y del todo singular de la
Iglesia" (LG 53), incluso constituye "la figura" [typus] de
la Iglesia (LG 63).
968 Pero su papel
con relación a la Iglesia y a toda la humanidad va aún más lejos.
"Colaboró de manera totalmente singular a la obra del Salvador por su
obediencia, su fe, esperanza y ardiente amor, para restablecer la vida
sobrenatural de los hombres. Por esta razón es nuestra madre en el orden de la
gracia" (LG 61).
969 "Esta
maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el
consentimiento que dio fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar
al pie de la cruz, hasta la realización plena y definitiva de todos los
escogidos. En efecto, con su asunción a los cielos, no abandonó su misión
salvadora, sino que continúa procurándonos con su múltiple intercesión los
dones de la salvación eterna [...] Por eso la Santísima Virgen es invocada en
la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora" (LG 62).
970 "La
misión maternal de María para con los hombres de ninguna manera disminuye o
hace sombra a la única mediación de Cristo, sino que manifiesta su eficacia. En
efecto, todo el influjo de la Santísima Virgen en la salvación de los hombres
[...] brota de la sobreabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su
mediación, depende totalmente de ella y de ella saca toda su eficacia" (LG 60).
"Ninguna creatura puede ser puesta nunca en el mismo orden con el Verbo
encarnado y Redentor. Pero, así como en el sacerdocio de Cristo participan de
diversas maneras tanto los ministros como el pueblo fiel, y así como la única
bondad de Dios se difunde realmente en las criaturas de distintas maneras, así
también la única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en las
criaturas una colaboración diversa que participa de la única fuente" (LG 62).
II. El culto a la Santísima Virgen
971 "Todas
las generaciones me llamarán bienaventurada" (Lc 1, 48):
"La piedad de la Iglesia hacia la Santísima Virgen es un elemento
intrínseco del culto cristiano" (MC 56). La Santísima Virgen «es
honrada con razón por la Iglesia con un culto especial. Y, en efecto, desde los
tiempos más antiguos, se venera a la Santísima Virgen con el título de
"Madre de Dios", bajo cuya protección se acogen los fieles
suplicantes en todos sus peligros y necesidades [...] Este culto [...] aunque
del todo singular, es esencialmente diferente del culto de adoración que se da
al Verbo encarnado, lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo, pero lo favorece
muy poderosamente" (LG 66); encuentra su expresión en las fiestas
litúrgicas dedicadas a la Madre de Dios (cf. SC 103) y en la oración
mariana, como el Santo Rosario, "síntesis de todo el Evangelio" (MC 42).
974 La Santísima
Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue llevada en cuerpo y
alma a la gloria del cielo, en donde ella participa ya en la gloria de la
resurrección de su Hijo, anticipando la resurrección de todos los miembros de
su cuerpo.
975 "Creemos
que la Santísima Madre de Dios, nueva Eva, Madre de la Iglesia, continúa en el
cielo ejercitando su oficio materno con respecto a los miembros de Cristo (Credo
del Pueblo de Dios, 15).
2853 La victoria
sobre el “príncipe de este mundo” (Jn 14, 30) se adquirió de una vez por
todas en la Hora en que Jesús se entregó libremente a la muerte para darnos su
Vida. Es el juicio de este mundo, y el príncipe de este mundo está “echado
abajo” (Jn 12, 31; Ap 12, 11). “Él se lanza en persecución de la
Mujer” (cf Ap 12, 13-16), pero no consigue alcanzarla: la nueva Eva,
“llena de gracia” del Espíritu Santo es preservada del pecado y de la
corrupción de la muerte (Concepción inmaculada y Asunción de la santísima Madre
de Dios, María, siempre virgen). “Entonces despechado contra la Mujer, se fue a
hacer la guerra al resto de sus hijos” (Ap 12, 17). Por eso, el Espíritu y
la Iglesia oran: “Ven, Señor Jesús” (Ap 22, 17. 20) ya que su Venida nos
librará del Maligno.
CEC
773, 829, 967, 972: María, imagen escatológica de la Iglesia
829 "La Iglesia en la
Santísima Virgen llegó ya a la perfección, sin mancha ni arruga. En cambio, los
creyentes se esfuerzan todavía en vencer el pecado para crecer en la santidad.
Por eso dirigen sus ojos a María" (LG 65): en ella, la Iglesia es ya
enteramente santa.
967 Por su total adhesión a la
voluntad del Padre, a la obra redentora de su Hijo, a toda moción del Espíritu
Santo, la Virgen María es para la Iglesia el modelo de la fe y de la caridad.
Por eso es "miembro supereminente y del todo singular de la Iglesia" (LG 53),
incluso constituye "la figura" [typus] de la Iglesia (LG 63).
María icono escatológico de la
Iglesia
972 Después
de haber hablado de la Iglesia, de su origen, de su misión y de su destino, no
se puede concluir mejor que volviendo la mirada a María para contemplar en ella
lo que es la Iglesia en su misterio, en su "peregrinación de la fe",
y lo que será al final de su marcha, donde le espera, "para la gloria de
la Santísima e indivisible Trinidad", "en comunión con todos los
santos" (LG 69), aquella a quien la Iglesia venera como la Madre de
su Señor y como su propia Madre:
«Entre tanto, la Madre
de Jesús, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y
comienzo de la Iglesia que llegará a su plenitud en el siglo futuro. También en
este mundo, hasta que llegue el día del Señor, brilla ante el Pueblo de Dios en
marcha, como señal de esperanza cierta y de consuelo» (LG 68).
CEC 2673-2679:
en oración con María
En comunión con la
santa Madre de Dios
2673 En la
oración, el Espíritu Santo nos une a la Persona del Hijo Único, en su humanidad
glorificada. Por medio de ella y en ella, nuestra oración filial nos pone en
comunión, en la Iglesia, con la Madre de Jesús (cf Hch 1, 14).
2674 Desde el sí
dado por la fe en la Anunciación y mantenido sin vacilar al pie de la cruz, la
maternidad de María se extiende desde entonces a los hermanos y a las hermanas
de su Hijo, “que son peregrinos todavía y que están ante los peligros y las
miserias” (LG 62). Jesús, el único Mediador, es el Camino de nuestra
oración; María, su Madre y nuestra Madre es pura transparencia de Él: María
“muestra el Camino” [Odighitria], es su Signo, según la iconografía tradicional
de Oriente y Occidente.
2675 A partir de
esta cooperación singular de María a la acción del Espíritu Santo, las Iglesias
han desarrollado la oración a la santa Madre de Dios, centrándola sobre la
persona de Cristo manifestada en sus misterios. En los innumerables himnos y
antífonas que expresan esta oración, se alternan habitualmente dos movimientos:
uno “engrandece” al Señor por las “maravillas” que ha hecho en su humilde
esclava, y por medio de ella, en todos los seres humanos (cf Lc 1,
46-55); el segundo confía a la Madre de Jesús las súplicas y alabanzas de los
hijos de Dios, ya que ella conoce ahora la humanidad que en ella ha sido
desposada por el Hijo de Dios.
2676 Este doble
movimiento de la oración a María ha encontrado una expresión privilegiada en la
oración del Avemaría:
“Dios te salve, María
(Alégrate, María)”. La salutación del ángel Gabriel abre la oración del
Avemaría. Es Dios mismo quien por mediación de su ángel, saluda a María.
Nuestra oración se atreve a recoger el saludo a María con la mirada que Dios ha
puesto sobre su humilde esclava (cf Lc 1, 48) y a alegrarnos con el
gozo que Dios encuentra en ella (cf So 3, 17)
“Llena de gracia, el
Señor es contigo”: Las dos palabras del saludo del ángel se aclaran
mutuamente. María es la llena de gracia porque el Señor está con ella. La
gracia de la que está colmada es la presencia de Aquel que es la fuente de toda
gracia. “Alégrate [...] Hija de Jerusalén [...] el Señor está en medio de ti” (So 3,
14, 17a). María, en quien va a habitar el Señor, es en persona la hija de Sión,
el Arca de la Alianza, el lugar donde reside la Gloria del Señor: ella es “la
morada de Dios entre los hombres” (Ap 21, 3). “Llena de gracia”, se ha
dado toda al que viene a habitar en ella y al que entregará al mundo.
“Bendita tú eres entre
todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús”. Después del
saludo del ángel, hacemos nuestro el de Isabel. “Llena [...] del Espíritu
Santo” (Lc 1, 41), Isabel es la primera en la larga serie de las
generaciones que llaman bienaventurada a María (cf. Lc 1, 48):
“Bienaventurada la que ha creído... ” (Lc 1, 45): María es “bendita [...
]entre todas las mujeres” porque ha creído en el cumplimiento de la palabra del
Señor. Abraham, por su fe, se convirtió en bendición para todas las “naciones
de la tierra” (Gn 12, 3). Por su fe, María vino a ser la madre de los
creyentes, gracias a la cual todas las naciones de la tierra reciben a Aquél
que es la bendición misma de Dios: Jesús, el fruto bendito de su vientre.
2677 “Santa
María, Madre de Dios, ruega por nosotros... ” Con Isabel, nos maravillamos
y decimos: “¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?” (Lc 1,
43). Porque nos da a Jesús su hijo, María es madre de Dios y madre nuestra;
podemos confiarle todos nuestros cuidados y nuestras peticiones: ora por
nosotros como oró por sí misma: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,
38). Confiándonos a su oración, nos abandonamos con ella en la voluntad de
Dios: “Hágase tu voluntad”.
“Ruega por nosotros,
pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”. Pidiendo a María que ruegue
por nosotros, nos reconocemos pecadores y nos dirigimos a la “Madre de la
Misericordia”, a la Toda Santa. Nos ponemos en sus manos “ahora”, en el hoy de
nuestras vidas. Y nuestra confianza se ensancha para entregarle desde ahora,
“la hora de nuestra muerte”. Que esté presente en esa hora, como estuvo en la
muerte en Cruz de su Hijo, y que en la hora de nuestro tránsito nos acoja como
madre nuestra (cf Jn 19, 27) para conducirnos a su Hijo Jesús, al
Paraíso.
2678 La piedad
medieval de Occidente desarrolló la oración del Rosario, en sustitución popular
de la Oración de las Horas. En Oriente, la forma litánica del Acáthistos y
de la Paráclisis se ha conservado más cerca del oficio coral en las
Iglesias bizantinas, mientras que las tradiciones armenia, copta y siríaca han
preferido los himnos y los cánticos populares a la Madre de Dios. Pero en el
Avemaría, los theotokía, los himnos de San Efrén o de San Gregorio de
Narek, la tradición de la oración es fundamentalmente la misma.
2679 María es la
orante perfecta, figura de la Iglesia. Cuando le rezamos, nos adherimos con
ella al designio del Padre, que envía a su Hijo para salvar a todos los
hombres. Como el discípulo amado, acogemos en nuestra intimidad (cf Jn 19,
27) a la Madre de Jesús, que se ha convertido en la Madre de todos los
vivientes. Podemos orar con ella y orarle a ella. La oración de la Iglesia está
como apoyada en la oración de María. Y con ella está unida en la esperanza
(cf LG 68-69).
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