Decimoctavo domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 2828-2837: “danos hoy nuestro pan de cada día”
CEC 1335: el milagro de la multiplicación de los panes prefigura la
Eucaristía
CEC 1391-1401: los frutos de la comunión
La multiplicación de los panes y los peces - Goya |
CEC 2828-2837: “danos hoy nuestro pan de cada día”
«Danos hoy nuestro pan de
cada día»
2828 “Danos”:
es hermosa la confianza de los hijos que esperan todo de su Padre. “Hace salir
su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos” (Mt 5,
45) y da a todos los vivientes “a su tiempo su alimento” (Sal 104,
27). Jesús nos enseña esta petición; con ella se glorifica, en efecto, a
nuestro Padre reconociendo hasta qué punto es Bueno más allá de toda bondad.
2829 Además,
“danos” es la expresión de la Alianza: nosotros somos de Él y Él de nosotros,
para nosotros. Pero este “nosotros” lo reconoce también como Padre de todos los
hombres, y nosotros le pedimos por todos ellos, en solidaridad con sus
necesidades y sus sufrimientos.
2830 “Nuestro
pan”. El Padre que nos da la vida no puede dejar de darnos el alimento
necesario para ella, todos los bienes convenientes, materiales y espirituales.
En el Sermón de la Montaña, Jesús insiste en esta confianza filial que coopera
con la Providencia de nuestro Padre (cf Mt 6, 25-34). No nos
impone ninguna pasividad (cf 2 Ts 3, 6-13) sino que quiere
librarnos de toda inquietud agobiante y de toda preocupación. Así es el
abandono filial de los hijos de Dios:
«A los que buscan el
Reino y la justicia de Dios, Él les promete darles todo por añadidura. Todo en
efecto pertenece a Dios: al que posee a Dios, nada le falta, si él mismo no
falta a Dios» (San Cipriano de Cartago, De dominica Oratione, 21).
2831 Pero la
existencia de hombres que padecen hambre por falta de pan revela otra hondura
de esta petición. El drama del hambre en el mundo llama a los cristianos que
oran en verdad a una responsabilidad efectiva hacia sus hermanos, tanto en sus
conductas personales como en su solidaridad con la familia humana. Esta
petición de la Oración del Señor no puede ser aislada de las parábolas del
pobre Lázaro (cf Lc 16, 19-31) y del juicio final (cf Mt 25,
31-46).
2832 Como la
levadura en la masa, la novedad del Reino debe fermentar la tierra con el
Espíritu de Cristo (cf AA 5).
Debe manifestarse por la instauración de la justicia en las relaciones
personales y sociales, económicas e internacionales, sin olvidar jamás que no
hay estructura justa sin seres humanos que quieran ser justos.
2833 Se trata de
“nuestro” pan, “uno” para “muchos”: La pobreza de las Bienaventuranzas entraña
compartir los bienes: invita a comunicar y compartir bienes materiales y
espirituales, no por la fuerza sino por amor, para que la abundancia de unos
remedie las necesidades de otros (cf 2 Co 8, 1-15).
2834 “Ora et
labora” (Lema de tradición benedictina. Cf. San Benito, Regla, 20).
“Orad como si todo dependiese de Dios y trabajad como si todo dependiese de
vosotros”. Después de realizado nuestro trabajo, el alimento continúa siendo
don de nuestro Padre; es bueno pedírselo, dándole gracias por él. Este es el
sentido de la bendición de la mesa en una familia cristiana.
2835 Esta petición
y la responsabilidad que implica sirven además para otra clase de hambre de la
que desfallecen los hombres: “No sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre
vive de todo lo que sale de la boca de Dios” (Mt 4, 4, cf Dt 8,
3), es decir, de su Palabra y de su Espíritu. Los cristianos deben movilizar
todos sus esfuerzos para “anunciar el Evangelio a los pobres”. Hay hambre sobre
la tierra, “mas no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la Palabra de
Dios” (Am 8, 11). Por eso, el sentido específicamente cristiano de
esta cuarta petición se refiere al Pan de Vida: la Palabra de Dios que se tiene
que acoger en la fe, el Cuerpo de Cristo recibido en la Eucaristía (cf Jn 6,
26-58).
2836 “Hoy” es
también una expresión de confianza. El Señor nos lo enseña (cf Mt 6,
34; Ex 16, 19); no hubiéramos podido inventarlo. Como se trata
sobre todo de su Palabra y del Cuerpo de su Hijo, este “hoy” no es solamente el
de nuestro tiempo mortal: es el Hoy de Dios:
«Si recibes el pan
cada día, cada día para ti es hoy. Si Jesucristo es para ti hoy, todos los días
resucita para ti. ¿Cómo es eso? “Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy” (Sal 2,
7). Hoy, es decir, cuando Cristo resucita» (San Ambrosio, De
sacramentis, 5, 26).
2837 “De cada
día”. La palabra griega, epiousion, no tiene otro sentido en el
Nuevo Testamento. Tomada en un sentido temporal, es una repetición pedagógica
de “hoy” (cf Ex 16, 19-21) para confirmarnos en una confianza
“sin reserva”. Tomada en un sentido cualitativo, significa lo necesario a la
vida, y más ampliamente cualquier bien suficiente para la subsistencia
(cf 1 Tm 6, 8). Tomada al pie de la letra (epiousion:
“lo más esencial”), designa directamente el Pan de Vida, el Cuerpo de Cristo,
“remedio de inmortalidad” (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad
Ephesios, 20, 2) sin el cual no tenemos la Vida en nosotros (cf Jn 6,
53-56) Finalmente, ligado a lo que precede, el sentido celestial es claro: este
“día” es el del Señor, el del Festín del Reino, anticipado en la Eucaristía, en
que pregustamos el Reino venidero. Por eso conviene que la liturgia eucarística
se celebre “cada día”.
«La Eucaristía es
nuestro pan cotidiano [...] La virtud propia de este divino alimento es una
fuerza de unión: nos une al Cuerpo del Salvador y hace de nosotros sus miembros
para que vengamos a ser lo que recibimos [...] Este pan cotidiano se encuentra,
además, en las lecturas que oís cada día en la Iglesia, en los himnos que se
cantan y que vosotros cantáis. Todo eso es necesario en nuestra peregrinación»
(San Agustín, Sermo 57, 7, 7).
El Padre del cielo
nos exhorta a pedir como hijos del cielo el Pan del cielo (cf Jn 6,
51). Cristo “mismo es el pan que, sembrado en la Virgen, florecido en la Carne,
amasado en la Pasión, cocido en el Horno del sepulcro, reservado en la iglesia,
llevado a los altares, suministra cada día a los fieles un alimento celestial”
(San Pedro Crisólogo, Sermo 67, 7)
CEC 1335: el milagro de la multiplicación de los panes prefigura la
Eucaristía
1335 Los milagros
de la multiplicación de los panes, cuando el Señor dijo la bendición, partió y
distribuyó los panes por medio de sus discípulos para alimentar la multitud,
prefiguran la sobreabundancia de este único pan de su Eucaristía (cf. Mt 14,13-21; 15, 32-29). El signo del agua
convertida en vino en Caná (cf Jn 2,11) anuncia ya la Hora de la glorificación de Jesús.
Manifiesta el cumplimiento del banquete de las bodas en el Reino del Padre,
donde los fieles beberán el vino nuevo (cf Mc 14,25) convertido en Sangre de Cristo.
CEC 1391-1401: los frutos de la comunión
Los frutos de la comunión
1391 La comunión
acrecienta nuestra unión con Cristo. Recibir la Eucaristía en la comunión
da como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús. En efecto, el Señor
dice: "Quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él"
(Jn 6,56). La vida en Cristo encuentra su fundamento en el banquete
eucarístico: "Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive, y yo vivo por
el Padre, también el que me coma vivirá por mí" (Jn 6,57):
«Cuando en las
fiestas [del Señor] los fieles reciben el Cuerpo del Hijo, proclaman unos a
otros la Buena Nueva, se nos han dado las arras de la vida, como cuando el
ángel dijo a María [de Magdala]: "¡Cristo ha resucitado!" He aquí que
ahora también la vida y la resurrección son comunicadas a quien recibe a
Cristo» (Fanqîth, Breviarium iuxta ritum Ecclesiae Antiochenae Syrorum,
v. 1).
1392 Lo que el
alimento material produce en nuestra vida corporal, la comunión lo realiza de
manera admirable en nuestra vida espiritual. La comunión con la Carne de Cristo
resucitado, "vivificada por el Espíritu Santo y vivificante" (PO 5),
conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo. Este
crecimiento de la vida cristiana necesita ser alimentado por la comunión
eucarística, pan de nuestra peregrinación, hasta el momento de la muerte,
cuando nos sea dada como viático.
1393 La comunión
nos separa del pecado. El Cuerpo de Cristo que recibimos en la comunión es
"entregado por nosotros", y la Sangre que bebemos es "derramada
por muchos para el perdón de los pecados". Por eso la Eucaristía no puede
unirnos a Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos y
preservarnos de futuros pecados:
«Cada vez que lo
recibimos, anunciamos la muerte del Señor (cf. 1 Co 11,26). Si
anunciamos la muerte del Señor, anunciamos también el perdón de los pecados .
Si cada vez que su Sangre es derramada, lo es para el perdón de los pecados,
debo recibirle siempre, para que siempre me perdone los pecados. Yo que peco
siempre, debo tener siempre un remedio» (San Ambrosio, De sacramentis 4,
28).
1394 Como el
alimento corporal sirve para restaurar la pérdida de fuerzas, la Eucaristía
fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta
caridad vivificada borra los pecados veniales (cf Concilio de
Trento: DS 1638). Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor y nos hace
capaces de romper los lazos desordenados con las criaturas y de arraigarnos en
Él:
«Porque Cristo murió
por nuestro amor, cuando hacemos conmemoración de su muerte en nuestro
sacrificio, pedimos que venga el Espíritu Santo y nos comunique el amor;
suplicamos fervorosamente que aquel mismo amor que impulsó a Cristo a dejarse
crucificar por nosotros sea infundido por el Espíritu Santo en nuestro propios
corazones, con objeto de que consideremos al mundo como crucificado para
nosotros, y sepamos vivir crucificados para el mundo [...] y, llenos de
caridad, muertos para el pecado vivamos para Dios» (San Fulgencio de
Ruspe, Contra gesta Fabiani 28, 17-19).
1395 Por la misma
caridad que enciende en nosotros, la Eucaristía nos preserva de futuros
pecados mortales. Cuanto más participamos en la vida de Cristo y más
progresamos en su amistad, tanto más difícil se nos hará romper con Él por el
pecado mortal. La Eucaristía no está ordenada al perdón de los pecados
mortales. Esto es propio del sacramento de la Reconciliación. Lo propio de la
Eucaristía es ser el sacramento de los que están en plena comunión con la
Iglesia.
1396 La unidad
del Cuerpo místico: La Eucaristía hace la Iglesia. Los que reciben la
Eucaristía se unen más estrechamente a Cristo. Por ello mismo, Cristo los une a
todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia. La comunión renueva, fortifica,
profundiza esta incorporación a la Iglesia realizada ya por el Bautismo. En el
Bautismo fuimos llamados a no formar más que un solo cuerpo (cf 1 Co 12,13).
La Eucaristía realiza esta llamada: "El cáliz de bendición que bendecimos
¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? y el pan que partimos ¿no es
comunión con el Cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un
solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan" (1 Co 10,16-17):
«Si vosotros mismos
sois Cuerpo y miembros de Cristo, sois el sacramento que es puesto sobre la
mesa del Señor, y recibís este sacramento vuestro. Respondéis "Amén"
[es decir, "sí", "es verdad"] a lo que recibís, con lo que,
respondiendo, lo reafirmáis. Oyes decir "el Cuerpo de Cristo", y
respondes "amén". Por lo tanto, sé tú verdadero miembro de Cristo
para que tu "amén" sea también verdadero» (San Agustín, Sermo 272).
1397 La
Eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres: Para recibir
en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros debemos reconocer
a Cristo en los más pobres, sus hermanos (cf Mt 25,40):
«Has gustado la
sangre del Señor y no reconoces a tu hermano. [...] Deshonras esta mesa, no
juzgando digno de compartir tu alimento al que ha sido juzgado digno [...] de
participar en esta mesa. Dios te ha liberado de todos los pecados y te ha
invitado a ella. Y tú, aún así, no te has hecho más misericordioso (S. Juan
Crisóstomo, hom. in 1 Co 27,4).
1398 La
Eucaristía y la unidad de los cristianos. Ante la grandeza de esta
misterio, san Agustín exclama: O sacramentum pietatis! O signum
unitatis! O vinculum caritatis! ("¡Oh sacramento de piedad, oh
signo de unidad, oh vínculo de caridad!") (In Iohannis evangelium
tractatus 26,13; cf SC 47).
Cuanto más dolorosamente se hacen sentir las divisiones de la Iglesia que
rompen la participación común en la mesa del Señor, tanto más apremiantes son
las oraciones al Señor para que lleguen los días de la unidad completa de todos
los que creen en Él.
1399 Las Iglesias
orientales que no están en plena comunión con la Iglesia católica celebran la
Eucaristía con gran amor. "Estas Iglesias, aunque separadas, [tienen]
verdaderos sacramentos [...] y sobre todo, en virtud de la sucesión apostólica,
el sacerdocio y la Eucaristía, con los que se unen aún más con nosotros con
vínculo estrechísimo" (UR 15).
Una cierta comunión in sacris, por tanto, en la Eucaristía,
"no solamente es posible, sino que se aconseja...en circunstancias
oportunas y aprobándolo la autoridad eclesiástica" (UR 15,
cf CIC can. 844, §3).
1400 Las
comunidades eclesiales nacidas de la Reforma, separadas de la Iglesia católica,
"sobre todo por defecto del sacramento del orden, no han conservado la
sustancia genuina e íntegra del misterio eucarístico" (UR 22).
Por esto, para la Iglesia católica, la intercomunión eucarística con estas
comunidades no es posible. Sin embargo, estas comunidades eclesiales "al
conmemorar en la Santa Cena la muerte y la resurrección del Señor, profesan que
en la comunión de Cristo se significa la vida, y esperan su venida
gloriosa" (UR 22).
1401 Si, a juicio
del Ordinario, se presenta una necesidad grave, los ministros católicos pueden
administrar los sacramentos (Eucaristía, Penitencia, Unción de los enfermos) a
cristianos que no están en plena comunión con la Iglesia católica, pero que
piden estos sacramentos con deseo y rectitud: en tal caso se precisa que
profesen la fe católica respecto a estos sacramentos y estén bien dispuestos
(cf CIC, can. 844, §4).
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