La ideología de género. Su imposición en la Argentina
En la ideología de
género se desposan el constructivismo gnoseológico, moral y social, y la
dialéctica marxista, presente en la oposición agresiva varón - mujer propia del
feminismo extremo y en la antinatural superación de la duplicidad humana
originaria, en el invento subjetivista de los géneros.
Se habla habitualmente
de perspectiva de género. Pero tal designación no es la que en
realidad corresponde a esa manera de pensar. Le cabe mejor el nombre de
ideología. La perspectiva es el punto de vista determinado desde el cual los
objetos se presentan al espectador, especialmente cuando están lejos. El
discurso sobre el género es una ideología; así se llama el conjunto de
ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad
o época, que en este caso pretende fijar con ambición de totalidad una posición
antropológica, en especial la relación de la dimensión biológica del ser humano
y su comportamiento con la cultura que lo envuelve y en la cual vive. Con todo,
cabría hablar de perspectiva de género según la acepción 4 que ofrece
el Diccionario de la Real Academia Española: «Apariencia o representación
engañosa y falaz de las cosas», ya que la abrumadora e invasiva propaganda para
imponer ese discurso induce a tener por cierto lo que no lo es. Por otra parte,
el término ideología suele recibir en el uso una connotación
negativa, que en el caso que nos ocupa se justifica plenamente.
El movimiento
feminista, que desde el siglo XIX abogaba por revalorizar el papel de la mujer
en la sociedad, fue radicalizándose hasta el extremo, asumiendo posturas
contrarias a la identidad femenina hasta despreciarla completamente. Muchas
veces he citado a Simone de Beauvoir, una de las más destacadas protagonistas
del movimiento: «Mujer no se nace, se hace». Según ella, la mujer es un término
medio «entre el macho y el castrado». De esos planteos procede la ideología de
género.
Según esta manera de
pensar, claramente expresada por sus autores y fautores, las diferencias
biológicas, psicológicas y espirituales entre varones y mujeres, no cuentan; lo
decisivo es lo que cada uno siente y quiere ser. No existe una naturaleza
humana, una naturaleza de la persona varón que establece la condición varonil,
y una naturaleza de la persona mujer, de la que se sigue la condición femenina.
No hay dos sexos, varones y mujeres, sino diversos géneros según la percepción
subjetiva de cada persona; el número de géneros es variable, y ha ido
aumentando en virtud de una inventiva extravagante. El Estado debería reconocer
la decisión de cada uno de cambiar su sexo por el género autopercibido,
apoyarlo y dotarlo de un nuevo documento de identidad que oficialice su nueva
situación en la sociedad. Lo decisivo sería la cultura, que modela y construye
el rol a desempeñar según nuevos paradigmas en los que el sexo y la
configuración corporal correspondiente es desplazado por la autopercepción
subjetiva que lleva a cambiar libremente lo recibido de la naturaleza. Cada uno
sería no lo que es, sino lo que autopercibe que es; además, dispone del recurso
a la cirujía o a la ingestión de hormonas.
En la ideología de género se desposan el constructivismo gnoseológico, moral y social, y la dialéctica marxista, presente en la oposición agresiva varón - mujer propia del feminismo extremo y en la antinatural superación de la duplicidad humana originaria, en el invento subjetivista de los géneros. La naturaleza que nos ha sido dada está bien hecha: el cuerpo del varón y el de la mujer ajustan perfectamente el uno en el otro, y también sus almas. Esta es la realidad de la creación.
Un eminente biblista,
el padre Horacio Bojorge, SJ, en su libro «Varón y mujer. Entre designio divino
y abolición demoníaca», establece la traducción correcta del texto hebreo del
versículo 18 del segundo capítulo del Génesis, que hay que leer: «No es
conveniente que el ser humano (Adam) conste de uno solo, le haré un
complemento». Según este bellísimo pasaje, así discurre el Creador consigo
mismo al sacar de la nada al hombre. El varón, ish, y la mujer, ishah (varona)
constituyen una unidad complementaria (cf. Gén 2, 23). En la catedral de
Monreale (Sicilia), un mosaico del siglo XIII registra la escena: el Creador
toma de la mano a la mujer y la presenta al varón, que la recibe con los brazos
abiertos; «¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!». Es
notoria la expresión de gozo; uno y otra participan de la misma condición y
destino, el amor y el atractivo mutuos fundan la naturaleza originaria de la
familia.
En la Sagrada
Escritura se encuentra la fuente de la auténtica dignificación de la mujer, que
es, en la historia obra del cristianismo. San Pablo enuncia una ley en la que
reluce una especie de feliz «simetría asimétrica». Dice el Apóstol: «Las
mujeres deben respetar a sus maridos»; «maridos, amen a su
esposa» (Ef 5, 22), «como a su propio cuerpo» (ib. 28), porque «el que ama a su
esposa se ama a sí mismo». Los esposos han de vivir sometidos el uno
al otro, en una reciprocidad que atiende a la identidad propia del varón y de
la mujer; el verbo empleado es hypotásso, que significa subordinarse,
referirse uno al otro, como poniéndose detrás, en su seguimiento. Respetar,
reverenciar, tomar en consideración, se expresa con el verbo phobéo,
temer. Amar, la obligación del marido, no se refiere al sentimiento natural o a
la pasión, sino al amor cristiano, a la caridad que es participación en el amor
de Dios; el verbo agapân es el mismo que expresa el amor de Cristo
por la Iglesia, que le está sometida (hypotássetai). El matrimonio, concluye el
Apóstol, es un gran misterio (tò mysterion toûto méga estín, Ef 5, 32), es la
realidad divino-humana del sacramento.
La tradición cristiana
ha desarrollado estos principios a lo largo de los siglos, encarnándolos en la
cultura de las distintas épocas, en situaciones muchas veces azarosas. Juan
Pablo II ha ofrecido a la Iglesia y al mundo contemporáneo un amplio magisterio
sobre el amor esponsal y la sexualidad humana, y abordó el desafío de los
feminismos en su encíclica Mulieris dignitatem. Cito finalmente un pasaje
del discurso que el Papa Pío XII dirigió a los recién casados en una audiencia
del 11 de marzo de 1942: «La esposa viene a ser como el sol que ilumina a la
familia... Sí, la esposa y la madre es el sol de la familia. Es el sol con su
generosidad y abnegación, con su constante prontitud, con su delicadeza
vigilante y previsora en todo cuanto puede alegrar la vida a su marido y a sus
hijos. Ella difunde en torno a sí luz y calor; y si suele decirse de un
matrimonio que es feliz cuando cada uno de los cónyuges, al contraerlo, se
consagra a hacer feliz, no a sí mismo, sino al otro, este noble sentimiento e
intención, aunque los obligue a ambos, es sin embargo virtud principal de la
mujer, que le nace con las palpitaciones de madre y con la madurez del corazón;
madurez que, si recibe amarguras, no quiere dar sino alegrías; si recibe
humillaciones, no quiere devolver, sino dignidad y respeto, semejante al sol
que con sus albores alegra la nebulosa mañana, y dora las nubes con los rayos
de su ocaso». ¿Qué ha quedado de esas bellas realidades al cabo de 75 u 80
años?.
La ideología de género
representa una última etapa del proceso de descristianización y deshumanización
de la cultura y la sociedad; aborrece el matrimonio, la familia, el hogar, y
masculiniza a la mujer, desfigurando su identidad. Significa destrucción,
ruina.
La abolición del
hombre, sobre la que escribió bellamente Clive Staples Lewis, se cumple en la
ideología de género. Bojorge habla de «abolición demoníaca», y con toda razón.
Hay mucho de misterioso en el proceso moderno de desacralización del varón y la
mujer, del sexo, la familia y la sociedad. Desacralización equivale a
deshumanización. Detrás de esos conatos, inspirándolos, se encuentra aquel que
es «homicida desde el principio» (anthropoktónos, asesino del hombre),
«mentiroso (pséustes) y padre de la mentira» (Jn 8, 44), como lo llama Jesús.
Joseph Ratzinger -
Benedicto XVI escribió en su libro La sal de la tierra:
«La pretendida
revolución contra las formas históricas de la sexualidad culmina en una
revolución contra los presupuestos biológicos. Ya no admite que la naturaleza
tenga algo que decir, es mejor que el hombre pueda modelarse a su gusto, tiene
que liberarse de cualquier presupuesto de su ser: el ser humano tiene que
hacerse a sí mismo según lo que él quiera, solo de ese modo será libre y
liberado. Todo esto, en el fondo, disimula una insurrección del hombre contra
los límites que lleva consigo como ser biológico: se opone, en último extremo,
a ser criatura. El ser humano tiene que ser su propio creador, versión moderna
de aquel seréis como dioses: tiene que ser como Dios».
El pontífice señala
también que la ideología de género es «la última rebelión de la criatura contra
el Creador», y tiene una consecuencia inmediata en el orden cultural y de la
organización social: al repudio de la dualidad natural varon - mujer se sigue
la negación de la realidad natural de la familia, que no es una invención
cultural de la evolución histórica, sino un dato originario, obra de la
creación de Dios.
Si no existe una
naturaleza humana, tampoco hay comportamientos objetivos universalmente
válidos, preceptuados por una ley inscripta en la conciencia del hombre en la
que se expresa su dignidad. La cultura que se va imponiendo globalmente y que
cuenta con medios poderosos para su difusión, intenta la destrucción de la
familia especialmente promoviendo la homosexualidad, y suscitando la curiosidad
de los jóvenes de probar nuevas experiencias en un contexto de «revolución
sexual». Es una nueva versión de la vida pagana que reprochaba ya el Apóstol
Pablo como pasiones ignominiosas (páthē atimías), inversión del uso natural (ten
physiken jresin), en el contrario a la naturaleza (parà phýsin), obrando
torpezas varones con varones (ársenes en ársesin), Rom 1, 26s; igualmente
señalaba entre otros desvíos el de los afeminados (malakói) y pervertidos (arsenokôitai,
literalmente: «varones que tienen coito con varones»), 1 Cor 6, 9. Recurro,
para actualizar estos juicios, a una autoridad insospechable, Sigmund Freud,
quien en en «Introducción al psicoanálisis» califica de perversiones e
impudicias, entre otras conductas, a la sodomía y el onanismo, porque frustran
la finalidad principal de la actuación sexual, la comunicación de la vida. La
estrategia a nivel mundial incluye inocultables designios políticos, la
imposición imperialista del reino de la sinrazón, de los cuales los dirigentes
de las naciones se hacen cómplices por interés, ignorancia, negligencia o
malicia.
En la Argentina, el
presidente anterior, hablando ante un grupo de mujeres del G20, proclamó que en
nuestro país «rige transversalmente la ideología de género» (él dijo
«perspectiva»), y se jactó de haber sucitado el debate para una legalización
plena del aborto. Transversalmente: en todo el territorio, en todas las
actividades. La Ciudad Autónoma de Buenos Aires, declarada gay friendly,marcha
a la cabeza en la promoción de la homosexualidad por la decisión de su
gobierno.
El Estado argentino se
caracteriza desde hace décadas, y con gobiernos de diverso signo partidario,
por una inclinación al autoritarismo, aun en contra de los derechos y garantías
tutelados por la Constitución Nacional. Con el gobierno actual, la inclinación
al autoritarismo se ha agravado como pretensión totalitaria; la consigna es
«¡Vamos por todo!». El Episcopado ha sido muy sensible y activo en la denuncia
de las situaciones de pobreza e indigencia, que han crecido enormemente en el
período democrático que va de 1983 a la actualidad, cuando el índice se acerca
al 50 por ciento de la población; en un país que podría alimentar a
cuatrocientos millones de personas. La escandalosa corrupción de los
funcionarios y de los amigos del poder, el peso del aparato estatal y el costo
de la política son causa principal de la decadencia argentina. En mi opinión,
los colegas no han mostrado la misma preocupación por las cuestiones antes
señaladas, los problemas de moral social, la cultura, el laicismo agresivo del
Estado y los avances contra la libertad de educación y de culto, esta última
gravemente menoscabada so pretexto de cuidar la salud de la población con
motivo de la pandemia que sufrimos.
Dentro de la
burocracia estatal contamos con un Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad,
en cuyo ámbito funciona una Secretaría para la Promoción de Masculinidades (!).
Como si la dicha burocracia no fuera frondosa ya, y de elevadísimo costo, acaba
de crearse un Gabinete Nacional para la Transversalización de las Políticas de
Género, cuya finalidad es «garantizar la incorporación de la perspectiva de
género en el diseño e implementación de las políticas públicas nacionales», que
incluirá tanto el componente presupuestario como de gestión y ejecución«. Pero
existen otras iniciativas que responden a la misma intencionalidad, algunas de
ellas ya concretadas y en plena vigencia.
Se ha tornado
obligatorio el uso del así llamado »lenguaje inclusivo« en documentos públicos.
El Presidente de la Nación, que carece del sentido del ridículo, habla de
»todos, todas y todes«, y cuando se dirige a los jóvenes los llama »chicos,
chicas y chiques«. Ideología e ignorancia marchan de la mano. El masculino es
en español »género no marcado«; en la designación de personas y animales, los
sustantivos de género masculino se emplean para referirse a los individuos de
ese sexo, pero también para designar a toda la especie, sin distinción de
sexos, sea en singular o en plural. El uso genérico del masculino incluye a los
individuos femeninos. Existe una tendencia en el lenguaje político,
administrativo y periodístico a construir series de sustantivos de persona que
manifiesten los dos géneros y así usar un circunloquio innecesario, por
ejemplo: argentinos y argentinas, sin advertir que el empleo del género no
marcado es suficientemente explícito para abarcar a los individuos de uno y
otro sexo. Pero »todes« y »chiques« no existen en nuestra lengua.
En una reciente nota
editorial, el diario »La Nación«, de Buenos AireS, revela los proyectos del
actual gobierno para imponer la ideología de género, con el pretexto de la
»ampliación de derechos de diversas minorías«. Ya rige la obligación de un cupo
femenino del 50 por ciento en las listas de candidatos a cargos electivos.
Podría uno preguntarse por qué limitar esa participación si hubiere, por
ejemplo, un 75 por ciento de mujeres más capaces que los varones para
desempeñar la función legislativa, teniendo en cuenta que la Constitución
Nacional, en su artículo 16, prescribe que todos los habitantes de la Nación
Argentina »son iguales ante la ley y admisibles en los empleos sin otra
condición que la idoneidad«. Hay proyectos parlamentarios tendientes a
garantizar otros derechos a las minorías sexuales.
El partido de la
oposición presentó un proyecto para sumar a las categorías de »hombre« y
»mujer« en el Docimento Nacional de Identidad otra no binaria cuyo nombre aún
no fue determinado; por su parte, el oficialismo impulsa una ley integral de
transgénero. La Secretaría General de la Presidencia de la Nación ha elaborado
un protocolo para incorporar la perspectiva de género a las audiencias
presidenciales. »De ahora en más -leemos en el editorial de «La Nación»- se
exigirá que quienes se entrevisten con el jefe del Estado en un número mayor de
cuatro personas deberán asegurar la participación de al menos el 33 por ciento
de mujeres y de LGBT en esa comitiva. Si la representación no cumpliera con
esos requisitos, oficialmente se les recordará tal exigencia para que realicen
las modificaciones necesarias«. Esta delirante disposición muestra la
influencia del lobby LGBT en la estructura del Estado, en la cual se
ha infiltrado. La Inspección General de Justicia ha impuesto una decisión
inconstitucional que viola el derecho de asociarse libremente: todas las
sociedades y entidades sin fines de lucro por crearse deberán integrar en sus
directorios o cuerpos una cuota de mujeres idéntica a la de hombres. Sigue el
malévolo absurdo: el Banco Nación deberá cubrir, al menos, el uno por ciento de
su planta de empleados con personas travestis, transexuales y transgénero
durante los próximos procesos de selección de personal. De manera escalonada,
ese porcentaje deberá llegar al cinco por ciento del total de ingresantes por
semestre. El editorial que he citado concluye, sensatamente, »que no se imponga
lo que debe surgir naturalmente de una base sociocultural debidamente
desarrollada, tendiente a asegurar que cualquier persona se postule por
sus méritosy no por su condición sexual«. Conclusión mía: si se cumpliera el
único requisito constitucional, probablemente la Argentina no se vería hundida
en la miseria, el atraso y la corrupción como lo está hoy.
Paso a considerar
ahora el problema de la educación sexual, ámbito en el cual desde hace por lo
menos una década campean el constructivismo gnoseológico y la ideología de
género, una situación que se ha ido agravando progresivamente por las presiones
totalitarias del Estado. Se ha divulgado muchas veces que la Iglesia está en
contra de la educación sexual. Es esta una afirmación calumniosa e interesada.
Lo que no podemos aceptar, obviamente, es que un aspecto fundamental de la
formación de la personalidad se reduzca a transmitir información parcializada,
y a instruir sobre el «cuidado» que consiste en el uso de anticonceptivos y
preservativos, para animar a los adolescentes a fornicar alegremente. Se la
llama Educación Sexual Integral (ESI), pero con mayor exactitud debería
llamarse Perversión Sexual Integral (PSI), ya que al constructivismo se suma la
ideología de género, negadora de la naturaleza humana y promotora de las
aberraciones sexuales.
En la Provincia de
Buenos Aires, la ley 14.744, sancionada hace casi una década, fue agravada por
disposiciones ulteriores. Los ministros de Educación y los legisladores ignoran
la Constitución provincial, vigente desde 1994, que en su artículo 199
prescribe: »Los escolares bonaerenses deberán recibir una educación integral,
de sentido trascendente y según los principios de la moral cristiana,
respetando la libertad de conciencia«. La norma vale, por supuesto, para los
establecimientos estatales, donde nunca ha sido respetada; y en cambio son
continuas las presiones sobre las escuelas y colegios católicos poniendo
obstáculos para el desarrollo de una educación para el amor, la castidad, el
matrimonio y la familia. Pero reconozcamos que la grave crisis de la Iglesia,
con la archiconocida difusión de errores dogmáticos y morales, hace difícil
muchas veces el cumplimiento de ese ideal irrenunciable en nuestras
instituciones de enseñanza. Contemporáneamente, en la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires (la Capital Federal) se puso en circulación un programa de internet
titulado »Chau tabú«; el »tabú« es la concepción natural y cristiana de la
sexualidad. El autor del engendro ha sido un conocido militante gay.
Si ha de tratarse de
verdadera educación, y si esa temática debe extenderse transversalmente a
varias materias del currículo, tiene que fundamentarse en una concepción
integral de la persona humana, su dimensión ética y las finalidades esenciales
de la función sexual. Lamentablemente, también en esta área se desliza el
constructivismo: la sexualidad suele ser presentada como una construcción
histórica y sociocultural, según la ideología de género, con desprecio de la
unidad viviente que es el ser humano, varón o mujer, unidad en la que se
verifica una continuidad entre la esfera biológica, la dimensión psicológica y
la espiritual. Sobre esta estructura de la Creación se apoya el don de la
gracia, que la eleva al plano sobrenatural y otorga fuerzas para vencer
la entropía, las vueltas del pecado. El influjo de los medios de
comunicación es deletéreo, ahora agravado por el anonimato y la extensión sin
límites de las redes; el acceso a la pornografía está a la mano de los niños, a
través del telefonito o la táblet. Los artistas y las periodistas
se suman a la difusión del mal, salvo raras excepciones.
Las disposiciones oficiales proponen para la
educación sexual escolar un »enfoque de derechos« -así lo proclaman- es decir,
se presenta a los niños y adolescentes el »derecho al sexo« como un derecho
humano, y concretamente, a decidir tener o no tener relaciones sexuales libres
de todo tipo de coerción, y a no sufrir ninguna consecuencia indeseada de esas
relaciones. Ni amor, ni responsabilidad, ni matrimonio, ni familia como
proyecto de vida. No se puede aceptar, asimismo, que el Estado se arrogue la
potestad de entrometerse en un ámbito tan íntimo de la formación personal sin
la participación de los padres de los alumnos. Pienso singularmente y con viva
preocupación, en los niños y adolescentes que frecuentan las escuelas de
gestión estatal, muchísimos de ellos bautizados, de cuya suerte los pastores de
la Iglesia no pueden desentenderse. Todo se complica a causa del desbarajuste
de la realidad familiar, las frecuentes separaciones y divorcios, que dejan un
tendal de huérfanos de padres vivos. Añádanse los efectos culturales del
»matrimonio igualitario«, la adopción de niños por parejas del mismo sexo, y la
fabricación de hijos mediante la donación o compra de gametos y el alquiler de
vientres. No se me oculta que las calamidades señaladas existen en muchos
países del mundo, que algún día fueron cristianos, pero la impávida
constatación del »mal de muchos« solo sirve como »consuelo de zonzos. ¡Qué
paradoja: tenemos que admirar al Islam, que conserva el respeto a la realidad
de la Creación!.
El totalitarismo del
gobierno argentino incluye una policía del pensamiento, el Instituto
Nacional de la Antidiscriminación (INADI), que ya existía bajo gobiernos
anteriores, invariablemente dirigido por gente de izquierda. Por lo que acabo
de escribir, yo podría ser denunciado ante este organismo, y eventualmente ser
sometido a juicio e ir a parar a la cárcel. Después de todo, me resultaría
divertido.
+ Héctor Aguer,
arzobispo de La Plata
Viernes 28 de agosto de 2020.
Memoria de San Agustín, Obispo y Doctor de la Iglesia.
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