Lunes de la 22ª semana
SACERDOCIO DE CRISTO
Teniendo, pues, tal
Sumo Sacerdote que penetró los cielos - Jesús, el Hijo de Dios (Hebr 4, 1l).
I. Cristo es
sacerdote.
El oficio propio del
sacerdote es ser mediador entre Dios y el pueblo, por cuanto entrega al pueblo
las cosas divinas y por eso se le llama sacerdote, que quiere decir, en cierto
modo, que da las cosas sagradas (sacra dans), según aquello de Malaquías: La
ley buscarán de su boca (2, 7), esto es, del sacerdote. Además, en cuanto
ofrece a Dios las plegarias del pueblo y satisface a Dios, en cierta manera,
por sus pecados. Por eso dice San Pablo: Porque todo Sumo Sacerdote es tomado
de entre los hombres y está puesto en favor de los hombres en lo que se refiere
a Dios para ofrecer dones y sacrificios por los pecados (Hebr 5, 1).
Esto conviene
principalmente a Cristo, porque por él han sido conferidos a los hombres los
dones divinos, como dice el apóstol San Pedro: Por el cual (por Cristo) nos han
sido concedidas las preciosas y sublimes promesas, para que por ellas os
hicierais partícipes de la naturaleza divina (2 Pedro 1, 4). También él mismo
reconcilió con Dios al género humano según aquello: Pues Dios tuvo a bien hacer
residir en él toda la Plenitud, y reconciliar por él y para él todas las cosas
(Colos 1, 19-20). Luego compete muchísimo a Cristo ser sacerdote.
II. Es al mismo tiempo
sacerdote y hostia.
Todo sacrificio
visible es sacramento, esto es, signo sagrado de un sacrificio invisible. El
sacrificio invisible es aquél por el cual el hombre ofrece a Dios su espíritu,
como dice David: Sacrificio para Dios es el espíritu atribulado (Sal 50, 19),
por lo tanto todo lo que se presenta a Dios, para que el espíritu del hombre
sea elevado a Dios, puede llamarse sacrificio. Y el hombre necesita del sacrificio
por tres razones.
1º) Para la remisión
del pecado, por el cual el hombre se aparta de Dios, y por eso dice el Apóstol
que al sacerdote pertenece ofrecer dones y sacrificios por los pecados (Hebr 5,
1).
2º) Para que el hombre se conserve en estado de gracia, unido siempre a Dios, en quien consiste su paz y salvación; razón por la cual también se inmolaba en la antigua ley la víctima pacífica por la salvación de los que la ofrecían.
3º) Para que el
espíritu del hombre se una perfectamente a Dios, lo cual ocurrirá
principalmente en la gloria. Por eso en la ley antigua se ofrecía el
holocausto, que era consumido enteramente en el fuego.
Todos estos bienes nos
vinieron por la humanidad de Cristo.
1º) Nuestros pecados
fueron destruidos; como dice San Pablo: Fue entregado por nuestros pecados (Rom
4, 25).
2º) Por él hemos
recibido la gracia que nos salva, según aquello: Fue hecho autor de salud
eterna para todos los que le obedecen (Hebr 5, 9).
3º) Por él hemos
alcanzado la perfección de la gloria: Teniendo confianza de entrar en el
santuario (esto es, en la gloria celestial) por la sangre de Cristo (Hebr 10,
19). Por lo tanto, Cristo, en cuanto hombre, no sólo fue sacerdote, sino
también hostia perfecta, siendo a la vez hostia por el pecado, hostia pacífica
y holocausto.
(3ª q. XXII, arts. 1 y
2)
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