Vitalizar la fe por la oración
«Sin una vida de oración
personal, la participación en los sacramentos corre el peligro de quedarse en
lago superficial y no dar los frutos para los que han sido instituidos»
El Padre Jacques Philippe
(1947), de la Comunidad de las Bienaventuranzas, es un autor reconocido de
libros de espiritualidad. También predica retiros, tanto en Francia como en
otros países. En la preparación del Año de la fe, en esta entrevista en
exclusiva, habla de la oración y afirma que la cuestión de fondo es la de
encontrar una nueva vitalidad de la fe, a través de un encuentro personal con
Cristo y que la renovación de la Iglesia no puede proceder más que de una
renovación de la oración.
El Santo Padre, en su Discurso a
la Curia del pasado 22 de diciembre (2011), señaló algunos motivos de
preocupación en la Iglesia, como el hecho de que los que van regularmente a la
Iglesia son cada vez más ancianos y su número disminuye, el estancamiento de
las vocaciones al sacerdocio, el crecimiento del escepticismo y la
incredulidad. Y para dar respuesta a estos problemas propone, especialmente en
Europa, que la fe adquiera una nueva vitalidad, con una convicción profunda y
una fuerza real gracias al encuentro con Jesucristo.
¿Cómo le parece a usted que tiene que ser este encuentro con
Jesucristo?
Es cierto que la Iglesia, por lo menos en Occidente, atraviesa una
profunda crisis espiritual. Esta crisis es dolorosa y no se resolverá fácil ni
rápidamente, pero creo que es un tiempo de purificación de la Iglesia, y que
después de este tiempo de crisis habrá una gran renovación de la fe y de la
vida de la Iglesia. Debemos por tanto seguir esperanzados. Dicho esto, pienso
efectivamente que la cuestión de fondo es la de encontrar una nueva vitalidad
de la fe, a través de un encuentro personal con Cristo. Con este fin, toda la
comunidad cristiana, como ya dijo Juan Pablo II en la Novo Millenio Ineunte
(n. 33), debe ser ante todo una escuela de oración.
La renovación de la Iglesia no puede proceder más que de una
renovación de la oración que hace posible una experiencia personal con Dios. No
puede existir un encuentro profundo con Cristo sin una vida de oración fiel y
perseverante. Pero el encuentro con Jesucristo no es solamente una experiencia
subjetiva, sino que tiene también una dimensión objetiva, eclesial. De ahí la
necesidad de que, además de la oración personal, exista un enraizamiento en la
Iglesia para un acompañamiento, para compartir y verificar la fe. No se puede
ser creyente aislándose de los demás, tenemos necesidad de formar parte de una
familia espiritual (parroquia, movimiento, comunidad...). Hace falta al mismo
tiempo educar a las personas en la oración personal y suscitar comunidades
vivas y fraternales.
Un problema de las personas que se plantean la vida de oración es
tener un diálogo con Dios, de tú a tú. ¿Cuáles serían los signos de que este
diálogo se produce?
El árbol se conoce por sus frutos. El diálogo con Dios es una
realidad misteriosa. Al no ser Dios un interlocutor como una persona humana, el
diálogo con él se vive dentro de una oscuridad de fe. La señal de que haya un
verdadero diálogo con Dios no deriva necesariamente del hecho de percibir
sensaciones particulares (aunque esto pueda suceder) o de tener algún tipo de
revelaciones. El verdadero signo es que la fe se haga más fuerte, la esperanza
más confiada y que estemos más decididos a amar a Dios y al prójimo. El
crecimiento de las virtudes teologales es el signo de la verdad del diálogo con
Dios. Con estas consecuencias: estamos más serenos, nos distanciamos de los
problemas, estamos más desprendidos, percibimos de forma más clara en qué
sentido Dios desea orientar nuestras decisiones, etc.
Hay gente que empieza el trato con Dios pero que después no
continúa. ¿Qué les diría?
Es una lástima... la perseverancia en la oración es sin duda el
combate más difícil de nuestra vida, por tanto vale la pena llevarlo a cabo,
porque solamente la perseverancia y la fidelidad permiten a la oración dar sus
frutos, llegar a una experiencia personal de Dios y a cambios interiores. Hay
que intentar comprender por qué razones no perseveramos (un sentimiento de
inutilidad, una experiencia de la propia miseria, dejarse llevar por otras
prioridades...) e intentar poner remedio. La razón más frecuente por la cual no
perseveramos es la falta de esperanza, el desánimo... Hay que convencerse de
que no tenemos nada que perder y mucho que ganar perseverando en la oración y
poniendo toda la confianza en Dios. Una vez adquirida la fidelidad, las cosas
resultan más fáciles.
Usted escribe sobre la oración y otros temas relacionados en varios
libros. ¿Cuál ha sido el orden de composición? ¿En qué orden conviene que sean
leídos? Por otra parte: ¿Para qué públicos están pensados?
Sólo he escrito un libro sobre la oración (Tiempo para Dios).
Fue mi segundo libro después de La paz interior. Quizás sea bueno
empezar por éste último, pues es una invitación a fundamentar la relación con
Dios sobre la confianza, el abandono, la aceptación serena de las
debilidades... lo que resulta una base necesaria para la vida de oración. Estos
libros han sido escritos a partir de mi experiencia en la predicación de
retiros a un público variado, constituidos muchas veces por "cristianos
normales" que tiene el deseo de ir más a fondo en su vida de fe. Los
testimonios que he podido recibir muestran que estos libros pueden dirigirse a
todos los públicos.
“La paz interior” es uno de sus libros que más se ha difundido,
especialmente en Francia. ¿Por qué es tan importante tener esta paz?
Todos tenemos sed de paz interior. Quizás sea esto lo que explica
el éxito del libro. Tiene como fin ayudarnos a encontrar en Dios esta paz, pues
solamente Él puede dárnosla. Pero yo recuerdo también en este libro una ley
espiritual importante y a veces desconocida: esforzarse por permanecer serenos
en toda circunstancia (en tanto que esto dependa de nosotros) es un medio
fundamental para dejar actuar más a Dios en nuestra vida. Cuanto más vivimos en
un clima de paz, confianza, de abandono, más permeables somos a la tarea del
Espíritu Santo y podemos dar frutos. Mientras que el miedo, la inquietud, la
agitación nos cierran a la acción de Dios. «Adquiere paz interior y una
multitud encontrará la salvación junto a ti», dice San Serafín de Sarov, un
gran santo ruso de principios del siglo XIX.
La oración interior u oración mental completa la vida sacramental y
está íntimamente unida a ella. ¿De qué modo le parece que se complementan la
oración y los sacramentos?
Lo específico de la oración cristiana es que está enraizada en la
gracia sacramental. Podríamos dar muchos ejemplos. Hacer oración nos ayuda a
desplegar nuestra identidad de hijos de Dios, don que tiene su origen en la
gracia bautismal. Es también mantener y profundizar en la relación con Dios en
Cristo, comunión que se nutre particularmente de la eucaristía. El sacramento
de la reconciliación purifica el corazón para que pueda "ver a
Dios", encontrarlo en la oración. Los sacramentos son medios
privilegiado por los cuales Cristo se nos presenta y nos permite encontrarle
como fuente de vida; suscitan y fortalecen la vida de oración. Pero, en sentido
inverso, sin una vida de oración personal, la participación en los sacramentos
corre el peligro de quedarse en lago superficial y no dar los frutos para los
que han sido instituidos. La oración personal es indispensable para que la
participación en los sacramentos sea vivificante y fecunda.
En esta civilización en la que estamos cuesta mucho el silencio
interior: la gente está pendiente del teléfono móvil, de lo más inmediato y le
cuesta meditar. ¿Cómo conseguir este silencio?
Es cierto que frecuentemente estamos atraídos por los diversos
medios de comunicación y que este hecho hace a veces difícil encontrar el clima
de silencio y de recogimiento que permite la oración y escuchar a Dios. Hay que
intentar tanto como sea posible, crear en nuestra vida un cierto ritmo de "cortes"
respecto a estas llamadas exteriores. Ritmo diario de encuentro personal con
Jesús, de meditación de las Sagradas Escrituras; estamos hablando de un cuarto
de hora. Hacer de vez en cuando unos días de retiro espiritual. Todo esto pide
un esfuerzo que vale la pena... Si no, corremos el riesgo de vivir siempre de
una manera superficial.
¿Por qué hay que hacer la oración siempre y no sólo cuando uno
tenga ganas?
Como cualquier relación auténtica con otra persona, nuestra vida de
oración, que es la expresión concreta de nuestro amor de Dios, no se puede
basar únicamente en el hecho de tener o no tener ganas... sino que debe derivar
de algo más profundo, de una verdadera elección de vida que compromete toda
nuestra libertad y nuestra responsabilidad. Es la condición necesaria de una
profundización y de una purificación que hace que las dimensiones afectivas y
emocionales estén al servicio de algo más profundo y no sean solamente el motor
de nuestra elección.
En sus obras aparecen diversos maestros de la vida espiritual. ¿Qué
autores podría recomendar para aquellas personas que llevan una vida corriente
y que intentan mejorar su vida cristiana?
A cada uno le toca descubrir entre sus maestros espirituales, los
que más le hablan y le ayudan a avanzar en función de las afinidades y en
función también de las etapas de nuestra vida. Si tenemos un verdadero deseo de
progresar y una auténtica búsqueda, el Señor pondrá en nuestro camino hermanos
y hermanas del Cielo que estarán en condiciones de ayudarnos. Dicho esto, me
parece que hoy en día uno de los referentes más preciados de nuestra vida
espiritual es Santa Teresa de Lisieux. Su mensaje es universal, y nos conduce
con mucha fuerza y verdad al corazón del Evangelio: el descubrimiento de la
misericordia infinita de Padre y la invitación a ir hacia él con sencillez, la
confianza, sin inquietarnos jamás por nuestras limitaciones y miserias.
El P. Rainiero Cantalamessa ha señalado que la nueva evangelización
correrá a cargo sobre todo de los laicos, entre otras cosas porque los
ministros de la Iglesia son sólo decenas de miles mientras que los laicos son
centenares de millones. ¿Cómo conseguir que los laicos sean los nuevos
evangelizadores?
La idea es correcta, y nuestra época es la del apostolado de los
laicos. El Concilio Vaticano II ha querido animar a todos los laicos a
responder a su llamada a la santidad y a jugar así un papel privilegiado en la
difusión del evangelio. Dicho esto, ser evangelizador no sale porque sí. Supone
tener una experiencia de Cristo suficientemente profunda y bella para que se
tenga el deseo de comunicarla a los otros. Ello supone también una cierta
formación espiritual y teológica para responder adecuadamente a los desafíos
del mundo de hoy.
Finalmente uno solo no puede ser evangelizador, sin estar vinculado
a una comunidad eclesial de quien recibe una misión. Si se quiere que los
laicos jueguen el papel al que son llamados en la difusión del evangelio, hay
que hacer lo que ya he dicho más arriba: conducirlos a una experiencia personal
con Cristo a través de una vida de oración y una vida espiritual auténtica, y
suscitar comunidades vivas, bien enraizadas en la Iglesia que sean un sustento
y una guía para el apostolado de los laicos dándoles los medios de formación de
los que tienen necesidad, etc.
temesdavui.org (Entrevista de Joaquim González Llanos)
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