Semblanza realizada por el Arzobispo emérito de Corrientes,
monseñor Domingo Salvador Castagna, en el marco del Año Sacerdotal sobre el
Venerable José Gabriel Brochero, conocido como el cura Brochero.
¿Quién es Brochero? Es difícil decir
algo sobre lo mucho que expresa la vida de un hombre como Brochero. Me pregunto
por qué este sacerdote ejemplar ha sido sometido a prejuicios inexplicables y
minimizada su gravitación pastoral y social. Las razones que habitualmente se exponen
no logran justificar el cerco histórico que le han impuesto. Algo parecido ha
ocurrido con el proceso canónico del hoy Beato Ceferino Namuncurá. El camino a
la Beatificación del Padre Brochero está hoy despejado y espera ser recorrido
con mayor celeridad. El gran empujón proviene de un movimiento sacerdotal que
no deja de organizar encuentros al amparo de su original imagen de incansable
surcador de caminos. Detrás de ese cascarón de hombre campechano, montado en su
“mala cara”, está lo que interesa a nuestros sacerdotes, mayores y jóvenes, en
el intento contemporáneo de llegar a los corazones de los hombres hambrientos
de Dios. ¿Quién es Brochero? ¿De dónde saca la pasión apostólica que lo domina?
Para comprenderlo es preciso remontar el vuelo hacia los Apóstoles y entender
el fervor evangelizador que aparece en ellos. El Padre Brochero es un apóstol,
de la estirpe de aquellos, formados diligentemente por Jesús en la intimidad de
su Colegio. Se corre el riesgo de sindicarlo entre quienes se dedican a resolver
los graves problemas de los más pobres y excluidos. También lo logra, de manera
eminente, pero la motivación principal de su generosa entrega es el amor a
Cristo. No es el cura agauchado, de armas tomar, más movilizador social que
siervo paciente. Es capaz de jugarlo todo al ideal misterioso que el Evangelio
le propone. Para él, el Evangelio es Cristo, y se interna con valiente y tierna
devoción en su constante y principal contemplación.
Testigo humilde y
fiel de Jesús. Cuando llega el fin de su vida, ciego y solitario, se sacia con
breves frases evangélicas leídas por una humilde y piadosa religiosa. El final
es la rúbrica de una existencia de fidelidad a la Eucaristía y al servicio
humilde de sus feligreses. No deja de pensar en las necesidades de la gente,
hambrienta de la gracia que él dispensa incansablemente en el ejercicio de su
ministerio sagrado. Para ello se hace cargo de sus necesidades y, abriendo
nuevos caminos a través de las altas sierras, conduce a su rebaño a la ciudad
de Córdoba, donde, mediante el método de los Ejercicios ignacianos produce un
movimiento evangelizador que transforma a los fieles más difíciles de su vasta
parroquia. No es un fenómeno hecho cura, popular y líder, en una población que
busca ampararse en él como el niño al prestigio de su padre. Es un apóstol,
testigo humilde y fiel de Jesús; no tiene otro propósito que cumplir la misión
recibida, como su Maestro cumplió la encomendada por su Padre. Quiere ser el
servidor de todos, muy lejos de servirse de ellos, y, con su estilo y
temperamento peculiares, terminar calladamente su vida en el silencio agónico
de su aisladora enfermedad.
El gran secreto es
la santidad. Siempre hay un secreto que explica lo inexplicable de una vida
heroica y socialmente incomprendida como la suya. Me refiero a la santidad. El
sacerdote Brochero aprende, sorteando dificultades, a no desaprovechar las
oportunidades que le brindan las diversas etapas del Seminario. Avanza sin
estridencias hacia la grave responsabilidad de un ministerio sólo comprensible
por la fe y vivido en el amor. Su temperamento generoso no autoriza otro
movimiento espiritual sino el que acaba en el don total y silencioso de su
vida. Alimenta su espiritualidad bajo la conducción de sus formadores y
responde, atravesando las vacilaciones propias de una juventud normal, hasta
decidirse definitivamente por el Reino. Las vísperas de su Ordenación
constituyen un verdadero Getsemaní. Aprende de su Maestro a conformarse con la
voluntad del Padre. Aquel “fiat” es para siempre y ya no vuelve su mirada
atrás. Su vida sacerdotal es el crecimiento, hasta la heroicidad, de aquel
consentimiento inicial. Sin elucubraciones piadosas amaneradas se mantiene fiel
a lo aprendido: amor a la Eucaristía y a la Virgen, rezo piadoso del Breviario
y atención a la salud espiritual de su pueblo. Todo lo hace como naturalmente.
No se le ocurre proponerse como modelo a nadie, hace lo que debe, interiormente
animado por el amor a Cristo y a su gente. Brochero es un amigo de Dios que,
por serlo, no puede dejar de ser amigo de los hombres. Su modelo es Jesús, que
desborda su amor al Padre en su amor a los más desamados, hasta la Cruz. El
Evangelio que medita y predica es la fuente innegable de la dignidad de sus
feligreses, humildes serranos, que él defiende contra viento y marea. Su
fidelidad a Cristo se traduce en fidelidad a la Iglesia. Su celo pastoral no
tiene fronteras, por ello se atreve a todo y reduce a nada las dificultades que
se interponen en su proyecto misionero.
Su método
evangelizador. Confía en el poder de la gracia y echa mano a medios ya consagrados
por la Iglesia. El que atrae su particular empeño es el método ignaciano de los
Ejercicios Espirituales. Los populariza de tal modo que su feligresía se
acostumbra a confesarse de no haber acudido a ellos al expirar cada año. Él
mismo se pone al frente y realiza esfuerzos heroicos para superar los
obstáculos que impiden su cumplimiento. Me refiero a las largas travesías por
las altas sierras, el cuidado del ganado familiar y tantos otros detalles, presentes
en una ausencia prolongada, que miran las casas y tareas de campo de aquella
humilde gente. El Padre Brochero, por temperamento y, principalmente, por
convicción, no rehúye el desafío proveniente de las personas y lleva adelante
su propósito de cambiarlas, sea cual fuere el estado moral en que se
encuentren. Su trayectoria de Pastor está colmada de anécdotas, algunas de
original colorido. Es verdad que abre senderos en la dura piedra serrana; esa
tarea ímproba no responde al intento demagógico de acumular poder, su intención
es abrirse paso en los corazones de todos para depositar la gracia del
Evangelio y de los sacramentos. De otra manera no se entienden sus pintorescas
predicas y su extremo empeño por acercar la Eucaristía a sus distantes comunidades
y la santa Unción a los enfermos.
El leproso heroico. Los hombres
revelan su auténtica calidad cuando sobreviene la ancianidad, la enfermedad, la
soledad y la muerte. Brochero entra en esa misteriosa y apasionante etapa final
sin dejar de comportarse como lo había hecho siempre. Se enferma de lepra, la
recibe como contagio de otro leproso a quien recupera del pecado. Transcribo el
relato de una testigo de su tiempo: “En la salida del Tránsito a Pocho vivía un
leproso. Era este de tan mala condición y hablar que nadie se arrimaba por no
oírle los insultos y blasfemias. Brochero, con todo, no temía visitarlo. Le
llevaba ropas y alimentos y hasta se supo que tomaba mate con él. Le
disuadíamos, más Brochero respondía con gracia: “Pero, por favor; si allí hay
un alma”. Al fin, lo confesó y le llevó la Santa Comunión. Murió el leproso en
sus brazos, resignado como un santo”. (“Pregonero del Amor” – Del Forno
pág.102) El Padre Brochero acepta con humildad el aislamiento al que lo reduce
la temible enfermedad. Se preocupa de disponer de lo necesario para celebrar
diariamente la Santa Misa en su pobre pieza de enfermo. Se lo ve en silencio,
sereno, “desgranando rosarios”. Allí está el secreto de su vigor apostólico y
de la santidad sacerdotal que lo identifica. Ciego, ya no ve sino desde el
corazón, pero, se abre camino, como lo hacía en las altas sierras, entre las
tinieblas de la tierra, en busca de la Luz que supo y sabe dispensar,
incansablemente, a sus feligreses y amigos.
Brochero santo. No dudo que Brochero
llegará a ser venerado como santo. El santo constituye la obra exclusiva de
Dios. Para ello es preciso que su libertad active un consentimiento personal,
del todo necesario, para que la obra de santidad se cumpla. Brochero aprende a
dejarlo hacer a Dios. Su santidad sacerdotal es silenciosa, como la brisa en la
que Dios se hace presente, pasando a veces desapercibida o disimulada. La
identificación del venerable sacerdote con su pueblo y su cultura, que aún
atrae ciertas miradas de incomprensión y sospecha, sabe ocultar, “a los
perfectos de este mundo”, la verdadera identidad del Brochero santo. Finalmente
lo que es desde el momento de su tránsito al cielo se revela por el
reconocimiento y dictamen de la Iglesia peregrina. Han pasado muchos años desde
su muerte (1914) y aún no se llega al término deseado. El pueblo capta su
virtud heroica, la Iglesia la reconoce y los sacerdotes de todas las edades la
constituyen en modelo para sus vidas. A medida que se avanza en el conocimiento
de su temple de hombre de Dios, la sorpresa y la veneración brotan
espontáneamente. La santidad que se observa en él es consecuencia de un proceso
oculto en el que actúa principalmente la gracia. Brochero descubre, desde su
corazón humilde y silencioso, que es simple y doloroso abrir el alma a la
acción del Espíritu. Su vida no es fácil; sabe ser pobre con su Señor y, desde
esa pobreza, “hacer la voluntad del Padre”.
Como lo quiere Dios
y el pueblo lo necesita. No nació santo, ni le fue fácil la santidad. Acabo de leer una
afirmación suya sobre el sacerdote que me ha conmovido: “el sacerdote que no
tiene mucha lástima de los pecadores, es medio sacerdote - y no tanto- estos
trapos benditos que llevo encima no son los que me hacen sacerdote: si no llevo
en mi pecho la caridad, ni a cristiano llego”. (Referido por el P.
L.Castellani) Los testigos de su vida afirman que Brochero podría haber
desempeñado, por su talento y cultura, una función destacada en el clero
cordobés. Se decide por un heroico anonadamiento y se hace serrano con su
humilde feligresía: adopta su lenguaje, sus imágenes ingenuas, su estilo pobre
de vida. Aprende de Dios que, en su Hijo divino, se hace Hombre por amor. Se
goza al referir todos los gestos de su ministerio al comportamiento ejemplar de
su Maestro. ¡Qué clara su enseñanza al señalar que el sacerdote debe seguir a
Jesús en el “anonadamiento” o desacredita la imagen sacerdotal! Mi breve
reflexión sobre la personalidad del Cura Brochero es una invitación tímida a
conocerlo en su intimidad de hombre santo, de sacerdote como Dios lo quiere y
el pueblo lo necesita.
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