El CURA BROCHERO (1840-1904)
Homilía
del cardenal Ángelo Amato SDB, prefecto de la Congregación para las Causas de
los Santos y enviado papal para la beatificación del Cura Brochero, en la Misa
de beatificación del 14 de septiembre de 2013 en Villa Cura Brochero,
Córdoba.
1. Eminencias, Excelencias, Señor
Nuncio, Autoridades civiles, militares y académicas, queridos amigos:
En primer lugar, saludemos y
agradezcamos al Papa Francisco, al Papa llegado a Roma desde esta noble nación
para ser ahora, en Cristo, padre de todos los creyentes. Le agradecemos de
corazón por el precioso don de la beatificación del Cura Brochero (1), una auténtica
perla de la santidad argentina, comparable al Santo Cura de Ars. En la Carta
Apostólica que leímos hace unos momentos, el Papa Francisco llama al Cura
Brochero un “sacerdote diocesano, pastor según el corazón de Cristo, ministro
fiel del Evangelio, testigo del amor de Cristo hacia los pobres”. Son los
rasgos esenciales que retratan a este héroe cristiano, sembrador del bien, a
manos llenas, en estas tierras argentinas.
Es por este mismo motivo que su
beatificación se convierte en un acontecimiento de suma relevancia tanto en el
plano social como religioso, y no sólo para la arquidiócesis de Córdoba y para
la diócesis de Cruz del Eje, sino para toda la República. El Beato José Gabriel
Brochero fue un verdadero bienhechor del pueblo argentino que, con su apoyo al
crecimiento moral y espiritual de los fieles, promovió el progreso de la
sociedad y el bienestar de los individuos, de las familias, de la comunidad
toda. Ese trabajo profundo en bien de la dignificación de la persona humana
provenía de su anuncio del Evangelio de Cristo y de su santidad personal, un
rasgo que todos reconocían en él, ya en vida.
En 1883, por ejemplo, el diario
cordobés El Interior publicó una biografía del Cura Brochero, a modo de lectura
espiritual, para la Semana Santa de ese año. Por su parte, a partir del 1906,
la historia de la conversión del gaucho Santos Guayama fue incorporada a los
libros de lectura para las escuelas primarias de todo el país.(2)
Después de su muerte, acaecida en
1914, esta fama se acrecienta aún más. Una inmensa cantidad de fieles comienza
a acudir espontáneamente a visitar su tumba en busca de ayuda y
protección.
2. ¿Quién era este sacerdote y qué
fue lo que hizo para ser tan querido y venerado por el pueblo argentino y para
que hoy la Iglesia lo beatifique solemnemente?
La respuesta es simple: fue un
sacerdote completamente dedicado a las almas. Todo lo que hizo tuvo como
horizonte el bien y la santificación de los fieles, sobre todo de los más
necesitados.
La enorme fecundidad de su apostolado
brotaba de su experiencia de Dios. Desde su primera juventud alimentó esa
relación, sobre todo con la lectura periódica del evangelio, al punto de
saberlo de memoria. No sólo en los días de fiesta, sino cada día predicaba la
Palabra de Dios con homilías bien pensadas y articuladas, preparadas con
dedicación, sin improvisaciones.
Si bien había concluido sus estudios
en la Universidad de Córdoba obteniendo el título de Maestro en Filosofía, su
lenguaje era simple, sencillo. Se dirigía a la gente con palabras y expresiones
típicas del lugar, que formaban parte del modo de hablar popular, para que sus
fieles pudiesen comprender fácilmente lo que les decía. Este lenguaje
coloquial, nada académico, tenía una precisa intencionalidad pastoral:
posibilitar que también las personas más humildes y sin cultura –pero que
comprendían la originalidad de su vocabulario serrano– se abrieran al mensaje
del Evangelio. Nuestro Beato era un verdadero comunicador. Su predicación
despertaba alegría, esperanza, entusiasmo. Tocaba los corazones convirtiendo,
incluso, a los pecadores más empedernidos. Si bien a primera vista podía dar la
impresión de ser algo tosco, al conocerlo personalmente y ver la coherencia
perfecta entre su vida y las enseñanzas evangélicas, se descubría enseguida la
nobleza humana y la riqueza espiritual de su persona.
3. ¿Qué predicaba nuestro Beato?
Predicaba el amor ilimitado de Dios manifestado en Cristo Jesús, el Hijo de
Dios encarnado. Fuertemente compenetrado de la espiritualidad de San Ignacio de
Loyola, el Cura Brochero se transformó en un difusor y promotor del Reino de Dios,
en un abanderado de Cristo. El estilo evangelizador brocheriano está
caracterizado por los Ejercicios Espirituales, que solía llamar ‘baños del
alma’, escuela de virtudes y muerte de los vicios.(3)
El Cura Brochero estaba convencido de
la eficacia de los ejercicios espirituales como instrumento para comunicar a la
inteligencia la luz de la verdad divina y para que la gracia triunfe en los
corazones, aún en los más rebeldes. Por ello organizaba continuamente turnos de
ejercicios, frecuentados por un número de fieles cada vez mayor. El Cura
Brochero predicaba, confesaba, dirigía, asistía a los participantes dedicándose
enteramente a ellos. De este modo, los ejercicios espirituales se convirtieron
en fermento renovador de vida evangélica en el corazón de los fieles, en un
camino para su transformación profunda.
Además de predicador y
catequista, Brochero fue un hombre de oración, de misa diaria, profundamente
devoto de la Virgen María a quien le dedicaba el rezo del Santo Rosario. De
esta unión con Dios brotaba la fortaleza con la que superó las numerosas
pruebas de su ministerio sacerdotal, no sólo las críticas y la adversidad, sino
también las enfermedades y la lepra. El misterio del dolor fue superado desde
el misterio del amor.
4. La característica más relevante de
la santidad de nuestro Beato fue la caridad frente a los más necesitados.
Confiando en la providencia divina, el corazón del Cura Brochero se abría para
abrazar a los indigentes con una inmensa caridad pastoral. Se olvidaba de sí
mismo para hacerse todo para todos. Salía a caballo con el fin de llegar a los
lugares más remotos con la Palabra de Dios y la esperanza de la fe. Se lo
recuerda sereno, alegre, sincero, dedicado a los demás, un hijo de su pueblo
consagrado totalmente a su pueblo. Si embargo, no por eso dejó de ser, al mismo
tiempo, amigo de ricos y aristócratas, muchos de los cuales eran sus
colaboradores en las obras de caridad que emprendía, como la construcción de
iglesias, albergues y asilos, escuelas y talleres.
Las palabras fueron acompañadas con
el ejemplo. Brochero era el primero en poner manos a la obra, en acarrear
piedras, en cavar la tierra. Sufría viendo que los niños dejaban de ir a la
escuela para dedicarse a trabajar. Un día se detuvo en el camino frente a un grupo
de campesinos y, sin apearse del caballo, los encaró: “¿Qué hacen con esos
pobres chicos, ahí, en lugar de mandarlos a la escuela? Vamos, llévenlos, para
que sean menos ignorantes que yo y que ustedes”.(4)
Los fieles sentían que era uno de
ellos, lo amaban y lo seguían. Su caridad pastoral generaba comunión. Era un
pastor y un padre para todos. Pero sus predilectos fueron los pobres, los
enfermos, los pequeños. Se encargaba de conseguirles alimentos, ropa, de
asistirlos de acuerdo a sus posibilidades. Durante una epidemia de cólera,
nuestro Beato no se alejó del lugar para evitar el peligro de contagio, se
quedó confortando a los enfermos con los sacramentos y aliviando sus
necesidades con alimentos y suministros médicos. Una sobrina de nuestro Beato recuerda
que había un leproso que no aceptaba su enfermedad, que blasfemaba y echaba,
con muy malos modos, a cualquiera que se le acercase. Sólo Brochero podía
aproximarse a él, acostarlo, darle de comer, lavarlo, matear juntos. Es
probable que haya sido el contacto con este enfermo la vía por la cual
contrajo, él mismo, la enfermedad.
5. Se preocupaba de manera especial
de quienes iban por mal camino y de los presos. Se cuenta que un día montó la
mula para internarse en medio del bosque en busca de un peligroso bandido.
Apenas lo ve, lo invita a participar de los ejercicios espirituales. El
malviviente le responde con insultos y amenazas. Pero el Cura Brochero, sin
perder la calma, saca una estampa de Jesús y le dice: “No soy yo; es Él quien
te invita”. El bandido se tranquiliza, empieza a conversar con el sacerdote y,
al final, acepta la invitación. Los testigos de aquella época concluyen
afirmando que hoy es un ciudadano decente y un esposo irreprensible.(5)
Ya hicimos una referencia a otro
malviviente, Santos Guayama. Fue convertido por la influencia del Cura, que le
habló del corazón misericordioso de Dios para con los pecadores más
empedernidos. Nuestro Beato se hizo amigo de Santos, le mandó una medalla con
la imagen de Cristo para llevarla al cuello, le envió una foto suya con una
dedicatoria. Incluso se dirigió a las autoridades judiciales, si bien en vano,
para implorar que el gaucho arrepentido recibiera gracia. Santos Guayama fue
encarcelado y luego fusilado, para desconsuelo de nuestro Beato, sin que se le
hiciera un proceso judicial.
6. Al comienzo dije que el Cura fue
un verdadero benefactor de la humanidad. Su caridad pastoral, de hecho, tenía
como horizonte la promoción integral de los fieles. De ahí que se dedicara a
edificar escuelas para la instrucción de los jóvenes, a abrir calles, a
construir canales de irrigación. Logró que la extensión de las vías
ferroviarias llegara hasta el pueblo y que se construyera una oficina de Correo
Postal. El desarrollo social fue para él tan importante como el bienestar
espiritual. Se preocupaba de que los trabajadores recibieran el salario justo,
de implorar gracia para algunos prisioneros. Para sostener estas iniciativas,
extendía su mano solicitando la colaboración de aquellos que pudiesen prestársela,
sobre todo de los gobernantes y de las personas con mayores recursos
económicos. Las obras sociales que llevó adelante tuvieron siempre como
finalidad que la vida de sus fieles fuese más digna y más humana.
También cultivaba la gentileza de
agradecer a sus benefactores a través de cartas, de visitas personales, con el
obsequio de algunos productos de la zona, con palabras que siempre expresaban
gratitud y reconocimiento. Para este fin, y también para estimular la
generosidad, publicaba regularmente en los diarios los nombres y las donaciones
recibidas.
Los fieles no permanecían insensibles
frente a las muestras concretas de su caridad. Un día recibió de regalo una
medallita artesanal en la cual estaban grabadas, de un lado, las palabras
Evangelio, Escuelas, Calles mientras que en su reverso estaba escrito Las damas
de San Alberto al Cura Brochero. Este gesto tan simple lo conmovió de tal modo
que la colgó a la cadena de su reloj, llevándola consigo hasta su muerte.
7. Nuestro Beato era magnánimo, paciente,
incansable, tenaz y perseverante cuando se trataba de esparcir la semilla de la
Palabra de Dios entre sus fieles. Fue un verdadero sacerdote según el corazón
de Cristo. Amaba a los enemigos, perdonaba las ofensas. Un día fue a visitar al
Doctor Láinez, un famoso anticlerical que había fundado escuelas en las que
estaba prohibida la enseñanza religiosa. Al entrar a su oficina lo saludó
diciendo: “¿Usted es el Doctor Láinez, el enemigo de nosotros, los curas?” “¿Y
Usted es el Señor Brochero?” Luego de esta presentación tan sincera se
abrazaron mutuamente y se hicieron amigos.(6)
La bondad de nuestro Beato era capaz
de aplacar cualquier enemistad. En otra oportunidad, estando con el Señor
Guillermo Molina, fue expulsado de su casa con muy malos modos en razón de una
divergencia de opiniones. Con mucha humildad el Cura Brochero regresó al día
siguiente y, arrodillándose, pidió perdón. Molina le respondió, confundido, que
era él quien debía disculparse.
Esa misma humildad lo llevó a
rechazar la posibilidad de ser propuesto como obispo de Córdoba, alegando como
razón su ignorancia, su falta de tino y la carencia de virtudes.(7)
8. ¿Qué nos enseña el Cura Brochero
con su vida de santidad y con su apostolado caritativo?
En primer lugar, nos recuerda que la
santidad es tarea de todo bautizado. Todos, sea cual fuera el estado de vida en
el cual vivimos, debemos santificarnos. San Juan Bosco invitaba permanentemente
a sus muchachos a hacerse santos. En la Basílica de San Pedro, en el Vaticano,
hay una gran estatua de Don Bosco con dos de sus discípulos santos: el italiano
San Domingo Savio y el Beato argentino Ceferino Namuncurá, hijo de un cacique
mapuche.
Hoy, la Iglesia y el mundo tienen una
urgente necesidad de santos: en la familia, en los medios de comunicación, en
la educación, en la política, en la economía. Los santos son promotores del
verdadero bienestar social y humanizadores del progreso.
De modo particular, el Cura Brochero
les dirige una palabra a sus hermanos en el sacerdocio. Èl tenía una caridad
especial para con ellos, un amor que se manifestaba en su exhortaciones a la
oración, a la predicación, a la observancia de la confesión semanal y al
cultivo de una actitud misericordiosa para con los fieles, sobre todo para con
los penitentes.
El Beato Brochero les recuerda a los
sacerdotes tres consignas:
En primer lugar:
La constancia en el ministerio de la
Sagrada Doctrina, en el ejercicio generoso de regalar a todos la Palabra de
Dios. El Papa Francisco dijo recientemente a los sacerdotes: “Lean y mediten
asiduamente la Palabra del Señor para, creyendo aquello que han leído, enseñen
lo que han creído y practiquen lo que han enseñado”.(8)
En segundo lugar:
No cansarse de ser misericordioso,
rezando, celebrando, adorando, perdonando. La celebración de los Sacramentos y
la oración de alabanza y súplica, hecha por los sacerdotes, es la voz del
pueblo de Dios y de la humanidad toda.
En tercer lugar:
Ejercitar con alegría el ministerio sacerdotal
de Cristo: es en esta alegría donde florece la caridad y la santidad. El Beato
Bochero siempre estaba sereno, alegre.
Queridos fieles, la presente
celebración es tan sólo un comienzo para conocer al Cura Brochero, a este
sacerdote santo. Sigamos admirándolo, imitándolo y, sobre todo, confiémonos a
su intercesión pidiendo por nuestras necesidades materiales y
espirituales.
Amén.
Notas:
(1) José Gabriel Brochero nació en el seno de una familia cristiana, en
Santa Rosa de Río Primero (Córdoba, Argentina), el 16 de marzo de
1840. El 4 de noviembre de 1866 fue ordenado sacerdote. En 1869 fue
nombrado párroco de la Iglesia de San Pedro, en el departamento de San Alberto
(en Traslasierra), dedicándose completamente al servicio de las almas que le
fueron confiadas y convirtiéndose en promotor de los Ejercicios Espirituales
Ignacianos. Después de un tiempo trasladó la sede parroquial a “Villa del
Tránsito”, el lugar que se transformará en la base de sus actividades
pastorales. En 1908 se enfermó de lepra, motivo por el cual se recluyó en su
pueblo natal. En los últimos meses de su vida, estando ya ciego, regresó a
Villa del Tránsito, donde murió el 26 de enero de 1914.
(2) Positio, vol. II, Relatio p. 135.
(3) Positio, vol II, Relatio p. 38.
(4) Ib., p. 58.
(5) Ib., p. 69.
(6) Ib., p. 113-114.
(7) Ib., p. 115.
(8) Papa Francisco, Homilía del 21 de abril de 2013.
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