BENEDICTO
XVI
ÁNGELUS
Domingo 30 de septiembre de 2007
Domingo 30 de septiembre de 2007
Queridos
hermanos y hermanas:
Hoy el
evangelio de san Lucas presenta la parábola del hombre rico y del pobre Lázaro
(cf. Lc 16, 19-31). El rico personifica el uso injusto de las riquezas
por parte de quien las utiliza para un lujo desenfrenado y egoísta, pensando
solamente en satisfacerse a sí mismo, sin tener en cuenta de ningún modo al
mendigo que está a su puerta. El pobre, al contrario, representa a la persona
de la que solamente Dios se cuida: a diferencia del rico, tiene un
nombre, Lázaro, abreviatura de Eleázaro (Eleazar), que significa precisamente
"Dios le ayuda". A quien está olvidado de todos, Dios no lo olvida;
quien no vale nada a los ojos de los hombres, es valioso a los del Señor. La
narración muestra cómo la iniquidad terrena es vencida por la justicia divina:
después de la muerte, Lázaro es acogido "en el seno de Abraham", es
decir, en la bienaventuranza eterna, mientras que el rico acaba "en el
infierno, en medio de los tormentos". Se trata de una nueva situación
inapelable y definitiva, por lo cual es necesario arrepentirse durante la vida;
hacerlo después de la muerte no sirve para nada.
Esta
parábola se presta también a una lectura en clave social. Sigue siendo
memorable la que hizo hace precisamente cuarenta años el Papa Pablo VI en la
encíclica Populorum progressio. Hablando de la lucha contra el hambre,
escribió: "Se trata de construir un mundo donde todo hombre (...)
pueda vivir una vida plenamente humana, (...) donde el pobre Lázaro pueda
sentarse a la misma mesa que el rico" (n. 47). Las causas de las numerosas
situaciones de miseria son —recuerda la encíclica—, por una parte, "las
servidumbres que le vienen de la parte de los hombres" y, por otra,
"una naturaleza insuficientemente dominada" (ib.). Por
desgracia, ciertas poblaciones sufren por ambos factores a la vez. ¿Cómo no
pensar, en este momento, especialmente en los países de África subsahariana,
afectados durante los días pasados por graves inundaciones? Pero no podemos
olvidar otras muchas situaciones de emergencia humanitaria en diversas regiones
del planeta, en las que los conflictos por el poder político y económico
contribuyen a agravar problemas ambientales ya serios. El llamamiento que en
aquel entonces hizo Pablo VI: "Los pueblos hambrientos interpelan
hoy, con acento dramático, a los pueblos opulentos" (Populorum progressio,
3), conserva hoy toda su urgencia. No podemos decir que no conocemos el
camino que hay que recorrer: tenemos la ley y los profetas, nos dice
Jesús en el Evangelio. Quien no quiere escucharlos, no cambiará ni siquiera si
alguien de entre los muertos vuelve para amonestarlo.
La
Virgen María nos ayude a aprovechar el tiempo presente para escuchar y poner en
práctica esta palabra de Dios. Nos obtenga que estemos más atentos a los
hermanos necesitados, para compartir con ellos lo mucho o lo poco que tenemos,
y contribuir, comenzando por nosotros mismos, a difundir la lógica y el estilo
de la auténtica solidaridad.
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