Y decía también a sus discípulos: "Había un hombre rico que
tenía un mayordomo, y éste fue acusado delante de él como disipador de sus
bienes. Y le llamó y le dijo: ¿Qué es esto que oigo decir de ti? Da cuenta de
tu mayordomía porque ya no podrás ser mi mayordomo. Entonces el mayordomo dijo
entre sí: ¿Qué haré porque mi señor me quita la mayordomía? Cavar no puedo, de
mendigar tengo vergüenza. Yo sé lo que he de hacer, para que cuando fuere
removido de la mayordomía me reciban en sus casas. Llamó, pues, a cada uno de
los deudores de su señor, y dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi señor? Y éste
le respondió: Cien barriles de aceite. Y le dijo: Toma tu escritura, y siéntate
luego, y escribe cincuenta. Después dijo a otro: ¿Y tú, cuánto debes? Y él
respondió: Cien coros de trigo. El le dijo: Toma tu vale y escribe
ochenta".
"Y
loó el señor al mayordomo infiel, porque lo hizo cuerdamente; porque los hijos
de este siglo, más sabios son en su generación, que los hijos de la luz. Y yo
os digo: Que os ganéis amigos de las riquezas de iniquidad, para que cuando
falleciereis, os reciban en las eternas moradas. El que es fiel en lo menor,
también lo es en lo mayor; y el que es injusto en lo poco, también es injusto
en lo mucho. Pues en las riquezas injustas no fuisteis fieles, ¿quién os fiará
lo que es verdadero? Y si no fuisteis fieles en lo ajeno, lo que es vuestro,
¿quién os lo dará? Ningún siervo puede servir a dos señores; porque o
aborrecerá al uno y amará al otro, o al uno se llegará y al otro despreciará:
no podéis servir a Dios y a las riquezas".
Beda
Después que el Salvador reprendió en tres parábolas a los que
murmuraban porque daba buena acogida a los penitentes, ahora añade la cuarta y
después la quinta para aconsejar la limosna y la moderación en los gastos,
porque la buena doctrina enseña que la limosna debe de seguir a la penitencia.
Por esto continúa: "Decía a sus discípulos: Había un hombre rico",
etc.
Crisóstomo
Una opinión errónea, agravada en los hombres, que aumenta sus
pecados y disminuye sus buenas obras, consiste en creer que todo lo que tenemos
para las atenciones de la vida debemos poseerlo como señores y, por
consiguiente, nos lo procuramos como el bien principal. Pero es todo lo
contrario, porque no hemos sido colocados en la vida presente como señores en
su propia casa, sino que somos huéspedes y forasteros llevados a donde no
queremos ir y cuando no pensamos. El que ahora es rico, en breve será mendigo.
Así que, seas quien fueres, has de saber que eres sólo dispensador de bienes
ajenos y se te ha dado de ellos uso transitorio y derecho muy breve. Lejos,
pues, de nosotros el orgullo de la dominación y abracemos la humildad y la
modestia del arrendatario o casero.
Beda
El arrendatario es el que gobierna la granja o caserío, por lo
que toma el nombre de ella. El ecónomo es el administrador, tanto del dinero
como de los frutos y de todo lo que tiene el Señor.
San Ambrosio
En esto conocemos que no somos los dueños, sino más bien
arrendatarios de bienes ajenos.
Teofilacto
Ahora bien, cuando en vez de administrar a satisfacción del
Señor los bienes que nos han sido confiados, abusamos de ellos para satisfacer
nuestros gustos, nos convertimos en arrendatarios culpables. Y prosigue:
"Y éste fue acusado delante de él", etc.
Crisóstomo
Entonces se le quita la administración, conforme a lo que sigue:
"Y le llamó y le dijo: ¿Qué es esto que oigo decir de ti? Da cuenta de tu
administración, porque ya no podrás ser mi mayordomo". Todos los días nos
dice lo mismo el Señor, poniéndonos como ejemplo al que gozando de salud a
mediodía muere antes de la noche y al que expira en un festín. Así es como
dejamos la administración de varios modos. Pero el buen administrador, que
tiene confianza debida a su administración, desea ser separado de este mundo y
estar con Cristo, como San Pablo ( Flp 3,20), mientras
que el que se fija en los bienes de la tierra, se encuentra lleno de angustia a
la hora de su salida de este mundo. Por tanto, se dice de este mayordomo:
"Entonces el mayordomo dijo entre sí: ¿Qué haré yo, porque mi señor me
quita la administración? Cavar no puedo, de mendigar tengo vergüenza".
Cuando falta fuerza para trabajar es porque se lleva una vida perezosa. Nada
hubiera temido en esta ocasión si se hubiese acostumbrado al trabajo. Si
tomamos esta parábola en sentido alegórico, comprendemos que después que
hayamos salido de esta vida, no será ya tiempo de trabajar. La vida presente es
para el cumplimiento de los mandamientos y la venidera para el consuelo. Si
aquí no hacemos nada, en vano esperamos merecer en la otra vida, porque ni el
mendigar nos servirá. Prueba de esto son las vírgenes imprevisoras que en su necedad
pidieron a las que eran prudentes, pero nada alcanzaron ( Mt
25). Cada uno, pues, se reviste de sus obras como de una túnica y no puede
quitársela, ni cambiarla por otra. Pero el mayordomo infiel perdona a los
deudores, sus compañeros, lo que deben, para tener en ellos el remedio de sus
males. Sigue, pues: "Yo sé lo que he de hacer para que cuando fuere
removido de la mayordomía me reciban en sus casas"; porque todo el que,
previendo su fin, alivia el peso de sus pecados con buenas obras (perdonando al
que debe o dando a los pobres buenas limosnas) y da generosamente los bienes
del señor, se granjea muchos amigos, que habrán de dar buen testimonio de él
delante de su juez, no con palabras sino manifestando sus buenas obras. Y
habrán de prepararle además con su testimonio, la mansión del consuelo. Nada
hay que sea nuestro, pues todo es del dominio de Dios. Prosigue: "Llamó,
pues, a cada uno de los deudores de su señor y dijo al primero: ¿Cuánto debes a
mi señor? Y él le respondió: Cien barriles de aceite".
Beda
Un barril es entre los griegos el ánfora que contenía dos
cántaros. Prosigue: Y le dijo: "Toma tu escritura y
siéntate luego y escribe cincuenta", perdonándole así la mitad. Prosigue:
"Después dijo a otro: ¿Y tú, cuánto debes? Y él respondió: Cien coros de
trigo". Un coro tiene treinta modios o celemines. "El le dijo: Toma
tu vale y escribe ochenta", perdonándole la quinta parte. Este pasaje da a
entender que al que alivia la miseria del pobre en la mitad o en la quinta
parte, se le recompensará por su misericordia.
San Agustín, De quaest. Evang. 2,34
Respecto a lo que dice que de cien barriles de aceite hizo que
el deudor escribiese sólo cincuenta y que al que debía cien coros de trigo le
hizo escribir sólo ochenta, creo que debe entenderse en el sentido de que lo
que cada judío daba a los sacerdotes y a los levitas debe aumentarse en la
Iglesia de Cristo. Es decir, que si aquéllos daban la décima parte, éstos den
la mitad, como hizo de sus bienes Zaqueo ( Lc 19), quien
daba dos décimas partes (o una quinta) para superar a los judíos.
San
Agustín, ut sup
El señor alabó al mayordomo a quien despedía de su administración,
porque había mirado al porvenir. Prosigue: "Alabó el señor al mayordomo
infiel, porque lo hizo prudentemente". No debemos, sin embargo, imitarlo
en todo, porque no debemos defraudar a nuestro señor para dar limosnas de lo
que le quitemos.
Orígenes
Pero como los gentiles dicen que la prudencia es una virtud y la definen
como el conocimiento de lo bueno, de lo malo y de lo indiferente, o el
conocimiento de lo que se debe hacer o dejar de hacer, es preciso considerar si
esta definición significa muchas cosas o una sola. Se dice, pues, que Dios
dispuso los cielos con prudencia. Entonces es cierto que es buena la prudencia,
porque con ella dispuso el Señor los cielos. Se dice también en el libro del
Génesis ( Gén 3,1) según los Setenta, que la serpiente era prudentísima, y no
se llama virtud a esta prudencia, sino astucia que se inclina a obrar mal. En
este sentido, pues, se dice que el amo alabó al mayordomo porque obró con
prudencia, esto es, con astucia y ligereza. Y acaso se usó por error la palabra
alabó y no en su verdadera significación; como cuando decimos que alguno se
deja llevar por cosas mediocres e indiferentes y que deben admirarse las
disputas y agudezas en que brilla el vigor del ingenio.
San
Agustín, ut sup
Estas parábolas se llaman contradictorias para que comprendamos que si
pudo ser alabado por su amo aquél que defraudó sus bienes, deben agradar a Dios
mucho más los que hacen aquellas obras según sus preceptos.
Orígenes
Los hijos de este siglo se dice que no son más sabios, pero sí más
prudentes que los hijos de la luz esto no en sentido absoluto ni sencillamente,
sino en su generación. Sigue pues: "Porque los hijos de este siglo son más
prudentes en su generación".
Beda
Se llaman hijos de la luz e hijos de este siglo, como hijos del reino e
hijos de la perdición, porque cada uno se llama hijo de aquél cuyas obras hace.
Teofilacto
Llama hijos de este siglo a los que piensan en adquirir las comodidades
de la tierra, e hijos de la luz a los que obran espiritualmente, mirando sólo
al amor divino. Sucede, pues, que en la administración de las cosas humanas
disponemos con prudencia de nuestros bienes y andamos solícitos en alto grado
para tener un refugio en nuestra vida si llega a faltarnos la administración,
pero cuando debemos tratar las cosas divinas, no meditamos lo que para la vida
futura nos conviene.
San
Gregorio, Moralium 18,11 super Iob 27,19
Para que los hombres encuentren algo en su mano después de la muerte,
deben poner antes de ella sus riquezas en manos de los pobres. Prosigue:
"Y yo os digo que os ganéis amigos de la mammona de la iniquidad",
etc.
San
Agustín, De verb. Dom. serm. 35
Llaman mammona los hebreos, a lo que los latinos llaman riquezas. Como
si dijese: "Haceos amigos de las riquezas de la iniquidad".
Interpretando mal estas palabras, roban algunos roban lo ajeno y de ello dan
algo a los pobres y creen que con esto obran según está mandado. Esta
interpretación debe corregirse. Dad limosna de lo que ganáis con vuestro propio
trabajo. No podréis engañar al juez, que es Jesucristo. Si de lo que has robado
al indigente das algo al juez para que sentencie a tu favor, es tanta la fuerza
de la justicia, que, si lo hace así el juez, te desagradará a ti mismo. No
quieras figurarte a Dios así, porque es fuente de justicia. Por tanto, no des
limosna del logro y de la usura. Me dirijo a los fieles, a quienes distribuimos
el cuerpo de Jesucristo. Pero si tales riquezas tenéis, lo que tenéis es malo.
No queráis obrar más de este modo. Zaqueo dijo ( Lc 19,8): "Yo doy la
mitad de mis bienes a los pobres". He aquí cómo obra el que se propone
hacerse amigos con la riqueza de la iniquidad y para no ser considerado como
reo, dice: "Si he quitado algo a otro, le daré el cuádruple". También
puede entenderse así: Riquezas de la iniquidad son todas las de este mundo,
procedan de donde quiera. Por esto, si quieres la verdadera riqueza, busca
aquella en que Job abundaba cuando, a la vez que estaba desnudo, tenía su
corazón lleno de Dios. Se llaman riquezas de iniquidad las de este mundo porque
no son verdaderas, estando llenas de pobreza y siempre expuestas a perderse,
pues si fuesen verdaderas te ofrecerían seguridad.
San
Agustín, De quaest. Evang. 2,34
También se llaman riquezas de iniquidad, porque no son más que de los
inicuos y de los que ponen en ellas la esperanza y toda su felicidad. Mas
cuando son poseídas por los justos, son ciertamente las mismas, pero para ellos
no son riquezas más que las celestiales y espirituales.
San
Ambrosio
Llama inicuas las riquezas, porque sus atractivos tientan nuestros
afectos por la avaricia, para que nos hagamos esclavos suyos.
San
Basilio
Si heredases un patrimonio, recibirás lo acumulado por los injustos,
porque entre tus antepasados necesariamente debe encontrarse alguno que las
haya adquirido por usurpación. Supongamos que ni aun vuestro padre lo haya
robado, ¿de dónde tienes el dinero? Si dices de mí, desconoces a Dios no
teniendo noticia del Creador. Si dices que de Dios, dinos la razón por qué las
has recibido. Por ventura ¿no es de Dios la tierra y cuanto en ella se
contiene? ( Sal 23,1). Luego si lo que nosotros tenemos pertenece al Señor de
todos, todo ello pertenecerá también a nuestros prójimos.
Teofilacto
Se llaman riquezas de la iniquidad, todas las que el Señor nos ha
concedido para satisfacer las necesidades de nuestros hermanos y semejantes
pero que reservamos para nosotros. Debíamos, por tanto, entregarlas a los
pobres desde el principio. Pero, como en verdad fuimos administradores de
iniquidad, reteniendo inicuamente todo aquello que se nos ha concedido para la
necesidad de los demás, no debemos continuar de ningún modo en esta crueldad,
sino dar a los pobres para que seamos recibidos de ellos en los tabernáculos
celestiales. Prosigue, pues: "Para que cuando falleciereis os reciban en
las eternas moradas".
San
Gregorio, Moralium 21,24
Si adquirimos las eternas moradas por nuestra amistad con los pobres,
debemos pensar, cuando les damos nuestras limosnas, que más bien las ponemos en
manos de nuestros defensores que en las de los necesitados.
San
Agustín, De verb. Dom. serm. 35
¿Y quiénes son los que serán recibidos por ellos en las mansiones
eternas, sino aquellos que los socorren en su necesidad y les suministran con
alegría lo que les es necesario? Estos son los menores de Cristo, que todo lo
han dejado por seguirlo y todo lo que han tenido lo han distribuido entre los
pobres, para poder servir a Dios desembarazados de los cuidados de la tierra y,
libres del peso de los negocios mundanos, levantarse como en alas hacia el
cielo.
San
Agustín, De quaest. Evang. 2,34
No debemos entender que aquellos por quienes queremos ser recibidos en
los eternos tabernáculos, son deudores de Dios, puesto que son los santos y los
justos a quienes se alude en este lugar y que serán los que introduzcan a
aquellos de quienes recibieron en la tierra remedio para sus necesidades.
San
Ambrosio
Haceos amigos de la riqueza de la iniquidad, con el fin de que, dando a
los pobres, podamos conseguir la gracia de los ángeles y de los demás santos.
Crisóstomo,
hom. 33 ad pop. Antioch
Obsérvese que no dijo: para que os reciban en sus mansiones, porque no
son ellos mismos los que admiten. Por esto cuando dice: "haceos
amigos", añade "con las riquezas de la iniquidad", para
manifestar que no nos bastará su amistad si las buenas obras no nos acompañan y
si no damos en justicia salida a las riquezas amontonadas injustamente. El arte
de las artes es, pues, la limosna bien ejercida. No fabrica para nosotros casas
de tierra, sino que nos procura una vida eterna. Todas las artes necesitan unas
de otras, pero cuando conviene hacer obras de misericordia, no es necesario
otro auxilio que la sola obra de la voluntad.
San
Cirilo
Así, enseñaba Jesucristo a los ricos que estimasen sobre todo la amistad
de los pobres, y que atesorasen en el cielo. Conocía también la pereza de la
humanidad, que es causa de que los que ambicionan riquezas no hagan ninguna
obra de caridad con los pobres. Manifiesta, por tanto, con ejemplos claros, que
éstos no obtendrán ningún fruto de los dones espirituales, añadiendo: "El
que es fiel en lo menor, también lo es en lo mayor; y el que es injusto en lo
poco, también lo es en lo mucho". En seguida nos abre el Señor los ojos
del corazón aclarando lo que había dicho antes, diciendo: "Pues si en las
riquezas injustas no fuisteis fieles, ¿quién os confiará lo que es verdadero?".
Lo menor son, pues, las riquezas de iniquidad, esto es, las riquezas de la
tierra, que nada son para los que se fijan en las del cielo. Creo, por tanto,
que es fiel alguno en lo poco cuando hace partícipes de su riqueza a los
oprimidos por la miseria. Además, si en lo pequeño no somos fieles, ¿por qué
medio alcanzaremos lo verdadero, esto es, la abundancia de las mercedes
divinas, que imprime en el alma humana una semejanza con la divinidad? Que sea
éste el sentido de las palabras del Señor, se conoce claramente por lo que
sigue: "Y si no fuisteis fieles en lo ajeno, lo que es vuestro, ¿quién os
lo dará?", etc.
San
Ambrosio
Son para nosotros ajenas las riquezas, porque están fuera de nuestra
naturaleza y no nacen y mueren con nosotros. Jesucristo es nuestro porque es la
vida de los hombres y vino a lo que es suyo.
Teofilacto
Así, pues, nos enseñó hasta aquí con cuánta caridad debemos distribuir
las riquezas. Pero como la distribución de ellas no puede verificarse, según
Dios, más que por la impasibilidad del alma, desprendida de ellas, añade:
"Ningún siervo puede servir a dos señores".
San
Ambrosio
No porque haya dos señores, siendo uno el Señor, pues aun cuando hay
quien se esclaviza por las riquezas, sin embargo no da a éstas derecho ninguno
de dominio, siendo él mismo el que se impone el yugo de la esclavitud. El Señor
es uno sólo, porque sólo hay un Dios en lo que se manifiesta que el Padre y el
Hijo tienen el mismo poder. Y explica la razón de ello cuando añade:
"Porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o al uno se llegará y al otro
despreciará".
San
Agustín, De quaest. Evang. 2,36
No habla así casualmente o sin reflexión, porque a nadie a quien se le
pregunte si ama al demonio contestará que lo ama, sino más bien que le
aborrece, mientras que casi todos dicen que aman a Dios. Así, pues, o
aborrecerá al uno (esto es, al diablo) y amará al otro (esto es, a Dios), o se
unirá con uno (esto es, con el diablo, buscando sus recompensas temporales) y despreciará
al otro, esto es, a Dios, como acostumbran a hacerlo aquellos que,
lisonjeándose con que su bondad los deje impunes, no hacen consideración de sus
amenazas por satisfacer sus pasiones.
San
Cirilo
Da fin a este discurso con lo que sigue: "No podéis servir a Dios y
a las riquezas". Renunciemos, pues, a las riquezas y consagrémonos a Dios
con todo celo.
Beda
Oiga esto el avaro y vea que no puede servir a la vez a Jesucristo y a
las riquezas. Sin embargo, no dijo: quien tiene riquezas, sino el que sirve a
las riquezas, porque el que está esclavizado por ellas las guarda como su
siervo, y el que sacude el yugo de esta esclavitud, las distribuye como señor.
Pero el que sirve a las riquezas sirve también a aquel que por su perversidad
es llamado con razón dueño de las cosas terrenas y el príncipe de este siglo ( Jn
12; 2Cor 4).
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