Sábado de la 24ª semana
EL PROGRESO EN EL AMOR,
BAJO EL SÍMBOLO DEL CARBÓN,
LA LLAMA Y LA LUZ
Tanto en las cosas
naturales como en las morales se distinguen tres condiciones: el frío, lo tibio
y el calor. Lo tibio es un estado medio entre dos extremos opuestos. Por lo
tibio se pasa del frío al calor, y así, lo tibio es, a veces, laudable y bueno
como camino y disposición para producir el calor, pero es insuficiente, porque
lo frío no desaparece en él, sino que sólo disminuye. Lo frío es, pues, el
estado de pecado sin ningún rastro de amor; la tibieza es un estado de gracia,
dada gratuitamente; el calor es el estado de gracia allí donde el frío,
expulsado con anterioridad, perece y muere. También por lo tibio se efectúa el
paso de lo caliente a lo frío, y por este lado la tibieza es vituperable, como
se dice en el Apocalipsis: Porque eres tibio… te comenzaré a vomitar de mi boca
(Apoc 3, 16).
En lo caliente existen
tres grados: lo simplemente caliente, lo ferviente y lo ardoroso. El calor es
el principio, el fervor es el incremento, el ardor es su complemento.
Existen tres clases de
fuego: el carbón en la materia terrestre, la llama en la materia aérea, y la
luz en su materia propia. Por ellas podemos simbolizar tres ardores diferentes
según tres estados: el de los penitentes, el de los activos y el de los
contemplativos.
1º) El estado de los
penitentes tiene el ardor del carbón, donde el fuego está en materia terrestre:
Cuando limpiare el Señor las manchas de las hijas de Sión, y lavare la sangre
de medio Jerusalén con espíritu de justicia, y con espíritu de ardor (Is 4, 4).
Pero en este estado de penitencia se encuentran algunos tibios, pocos con
calor, muy pocos fervorosos y poquísimos ardientes.
2º) El estado de los
que progresan en el camino de las buenas obras tiene el ardor de llama, que
tiende más hacia arriba, y naciendo de carbón, en parte es más noble en la
materia y más brillante en la forma. En este estado encontrarás que no todos
son ardientes, hay también algunos tibios, pocos fervorosos y rarísimos
ardientes. Tienes ejemplo en aquéllos que decían: ¿Por ventura no ardía nuestro
corazón dentro de nosotros; cuando en el camino nos hablaba, y nos explicaba
las Escrituras? (Lc 24, 32). Considera quienes son los caminantes y por qué
causas ardían. Advierte en ellos dos cosas: el movimiento y acción.
En su movimiento considera cuatro cosas: Iba dos juntos; sociedad de concordia en el número; son dos discípulos y no maestros; caminaban aquel mismo día, no de noche. En el término se designa el deseo de la perfección, iban a Emaús, que se interpreta deseo de consejo.
Sus actos son
descriptos bajo tres aspectos: lo que piensan en su corazón, es decir, en la
Pasión de Cristo; por eso iban tristes, y no disipados por las alegrías del
mundo; lo que decían: no conversaban de cosas vanas, sino de todas estas cosas
que habían acaecido; lo que hacen, es decir: ofrecen hospitalidad al peregrino.
Y acercándose Jesús a estos viajeros, camina en su compañía; los increpa algún
tanto, les declara las Escrituras, y así produce en ellos ardor.
3º) El estado de los
que descansan en la paz de la contemplación tiene aquí el ardor de la luz; pero
entre los contemplativos los encontrarás con calor, fervorosos, pero pocos
ardientes. Así aparecen los Apóstoles que estaban reunidos en Jerusalén y
recibían el fuego divino. De ellos dice San Gregorio: "Mientras reciben a
Dios bajo el símbolo del fuego, suavemente se abrasan de amor." Así, pues,
los principiantes arden muy útilmente, pero también con alguna aflicción; los
que progresan, con más utilidad y menos aflicción; y los perfectos con mucha
utilidad, sin ninguna aflicción y, por lo tanto, con suavidad. Ésta es la gran
visión: ardor sin pena, suave, no pesado, y que tanta admiración causó a
Moisés, porque la zarza ardía, y no se quemaba (Ex 3, 2).
(De dilection. Dei.)
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