Viernes de la 23ª semana
LAS VIRTUDES CARDINALES
I. Son cuatro:
prudencia, justicia, fortaleza y templanza.
Algunos consideran que
las cuatro mencionadas virtudes significan ciertas condiciones generales del
ánimo humano, las cuales se hallan en todas las virtudes, y según esto la
prudencia no es otra cosa que cierta rectitud de discreción en cualesquiera
actos o materias; la justicia, cierta rectitud del ánimo, por la cual el hombre
obra lo que debe en cualquier materia;
la templanza, cierta disposición del ánimo que impone moderación a cualesquiera
pasiones o acciones, para que no se extralimiten más allá de lo debido; y la
fortaleza, cierta disposición del alma por medio de la cual se afirma en lo que
está conforme con la razón contra cualesquiera ímpetus de las pasiones o
trabajos de las acciones.
Pero otros consideran
con más acierto estas cuatro virtudes en la medida en que se determinan a
materias especiales, referida cada una de ellas, ciertamente, a una sola
materia, en la cual se alaba principalmente aquella condición general que da su
nombre a la virtud; y, según esto, las virtudes mencionadas son hábitos
diversos, según la diversidad de los distintos objetos.
II. Dos grados se distinguen en estas virtudes según la diversidad del movimiento y del término; de modo que unas son virtudes de cosas trascendentes y que tienden a la semejanza divina; estas virtudes se llaman purgativas por cuanto el hombre sumergido en las cosas mundanas aspira al descanso de la contemplación. Así, la prudencia desprecia todas las cosas mundanas por la contemplación de las divinas, y dirige todo el pensamiento del alma sólo a las divinas; la templanza abandona, en cuanto la naturaleza lo permite, las cosas que requiere el uso del cuerpo; la fortaleza hace que el alma no se aterre por su apartamiento del cuerpo y acercamiento a las cosas de arriba; y la justicia, en fin, que toda el alma consienta en la senda de tal propósito.
Pero hay otras
virtudes propias de los que consiguen ya la semejanza divina, y se llaman
virtudes de ánimo purificado, es decir: prudencia que únicamente contemple las
cosas divinas, templanza que no sólo refrene los deseos terrenos, sino que los
desconozca, fortaleza que no sólo venza las pasiones, sino que las ignore,
justicia que se asocie en perpetua alianza con la mente divina y la imite,
virtudes que, ciertamente, decimos son propias de los bienaventurados o de
algunos muy perfectos en esta vida.
(2ª 2ae , q. LXI, a.
4, 5)
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