sábado, 19 de septiembre de 2020

Meditaciones del tiempo ordinario con textos de Santo Tomás de Aquino 171

 Sábado de la 24ª semana

EL PROGRESO EN EL AMOR,

BAJO EL SÍMBOLO DEL CARBÓN,

LA LLAMA Y LA LUZ

 

Tanto en las cosas naturales como en las morales se distinguen tres condiciones: el frío, lo tibio y el calor. Lo tibio es un estado medio entre dos extremos opuestos. Por lo tibio se pasa del frío al calor, y así, lo tibio es, a veces, laudable y bueno como camino y disposición para producir el calor, pero es insuficiente, porque lo frío no desaparece en él, sino que sólo disminuye. Lo frío es, pues, el estado de pecado sin ningún rastro de amor; la tibieza es un estado de gracia, dada gratuitamente; el calor es el estado de gracia allí donde el frío, expulsado con anterioridad, perece y muere. También por lo tibio se efectúa el paso de lo caliente a lo frío, y por este lado la tibieza es vituperable, como se dice en el Apocalipsis: Porque eres tibio… te comenzaré a vomitar de mi boca (Apoc 3, 16).

 

En lo caliente existen tres grados: lo simplemente caliente, lo ferviente y lo ardoroso. El calor es el principio, el fervor es el incremento, el ardor es su complemento.

 

Existen tres clases de fuego: el carbón en la materia terrestre, la llama en la materia aérea, y la luz en su materia propia. Por ellas podemos simbolizar tres ardores diferentes según tres estados: el de los penitentes, el de los activos y el de los contemplativos.

 

1º) El estado de los penitentes tiene el ardor del carbón, donde el fuego está en materia terrestre: Cuando limpiare el Señor las manchas de las hijas de Sión, y lavare la sangre de medio Jerusalén con espíritu de justicia, y con espíritu de ardor (Is 4, 4). Pero en este estado de penitencia se encuentran algunos tibios, pocos con calor, muy pocos fervorosos y poquísimos ardientes.

 

2º) El estado de los que progresan en el camino de las buenas obras tiene el ardor de llama, que tiende más hacia arriba, y naciendo de carbón, en parte es más noble en la materia y más brillante en la forma. En este estado encontrarás que no todos son ardientes, hay también algunos tibios, pocos fervorosos y rarísimos ardientes. Tienes ejemplo en aquéllos que decían: ¿Por ventura no ardía nuestro corazón dentro de nosotros; cuando en el camino nos hablaba, y nos explicaba las Escrituras? (Lc 24, 32). Considera quienes son los caminantes y por qué causas ardían. Advierte en ellos dos cosas: el movimiento y acción.

 

En su movimiento considera cuatro cosas: Iba dos juntos; sociedad de concordia en el número; son dos discípulos y no maestros; caminaban aquel mismo día, no de noche. En el término se designa el deseo de la perfección, iban a Emaús, que se interpreta deseo de consejo.

 

Sus actos son descriptos bajo tres aspectos: lo que piensan en su corazón, es decir, en la Pasión de Cristo; por eso iban tristes, y no disipados por las alegrías del mundo; lo que decían: no conversaban de cosas vanas, sino de todas estas cosas que habían acaecido; lo que hacen, es decir: ofrecen hospitalidad al peregrino. Y acercándose Jesús a estos viajeros, camina en su compañía; los increpa algún tanto, les declara las Escrituras, y así produce en ellos ardor.

 

3º) El estado de los que descansan en la paz de la contemplación tiene aquí el ardor de la luz; pero entre los contemplativos los encontrarás con calor, fervorosos, pero pocos ardientes. Así aparecen los Apóstoles que estaban reunidos en Jerusalén y recibían el fuego divino. De ellos dice San Gregorio: "Mientras reciben a Dios bajo el símbolo del fuego, suavemente se abrasan de amor." Así, pues, los principiantes arden muy útilmente, pero también con alguna aflicción; los que progresan, con más utilidad y menos aflicción; y los perfectos con mucha utilidad, sin ninguna aflicción y, por lo tanto, con suavidad. Ésta es la gran visión: ardor sin pena, suave, no pesado, y que tanta admiración causó a Moisés, porque la zarza ardía, y no se quemaba (Ex 3, 2).

(De dilection. Dei.)

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